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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Mariela Rosero Changuán

Valentina está en cada grito: Vivas Nos Queremos, Ni Una Menos

Portada: Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.

El 23 de junio del 2016, hace siete años y cinco meses, Valentina Cosíos Montenegro desapareció. Su madre Ruth, nunca más volvió a verla con vida. Un día después, en la Unidad Educativa Global del Ecuador le mostraron el cuerpo de su niña, de solo 11 años de edad, tendido en el patio, debajo de la barra de juegos.

A las pocas horas de ese gran golpe en el corazón, la autopsia le dejó saber que su hija había sido víctima de femicidio. Según su madre, a Valentina la agredieron sexualmente y la estrangularon, en la escuela particular que funcionaba en las avenidas 6 de Diciembre y Colón, norte de Quito, y que se habría trasladado al Valle de los Chillos, con un nuevo nombre.

Pese a la carga de lo que evidentemente es la peor de las tragedias para una madre, Ruth Montenegro transmite dulzura con su voz y también una gran dosis de coraje, que hace posible resistir y persistir, en medio de la desesperanza.

El 26 de octubre del 2016, a cuatro meses del feminicidio de Valentina, apareció en la rueda de prensa, junto a Slendy Cifuentes (hermana de Johanna Cifuentes) y Ro Ortega (prima de Vanessa Landinez Ortega), en la que se anunció el desarrollo de la marcha ‘Vivas Nos Queremos Ecuador, Ni Una Menos’. Entonces Ruth Montenegro nos hizo saber que no entendía cómo la noticia de que una niña apareciera muerta en su escuela, sin más explicaciones, no haya causado conmoción social.

La causa de Vivas Nos Queremos le hizo ver que su hija Valentina no había muerto del todo. Lo dice mientras, de una mochila negra, que usualmente lleva en la espalda, saca un pañuelo. Trae la imagen de la flautista, la bailarina, la inspiración y quien —apunta— ha sido la semilla de Vivas Nos Queremos. 

El movimiento logró que, en Ecuador, en las conversaciones familiares y de oficina se pronunciara la palabra feminicidio, para referirse a los crímenes contra las mujeres. La figura de femicidio fue incluida en el Código Orgánico Integral Penal (COIP), desde el 2014. Pero ninguna de las dos habían sido acogidas por la mayoría de jueces y policías, ni siquiera por la prensa.

Valentina, en octubre de este año hubiera cumplido 19 años. Su madre, quien ya ajusta los 47 y tiene a su cargo a otros cuatro hijos, los mayores terminaron el colegio y el menor cumplió 12 años, imagina que su niña a estas alturas ya habría volado fuera de Ecuador, para desarrollarse en el arte.

Cuando con total delicadeza dobla el pañuelo en el que se observa la misma imagen del cartel que carga en plantones, encuentros, marchas y entrevistas, un recuerdo le permite sonreír. A su Valentina le encantaban los dientes de león.

Todos, en algún momento de la vida —comenta Ruth, dulce y apacible— hemos soplado la esfera de semillas de dientes de león. Y siempre disfrutamos de ese vuelo…

Ruth Montenegro conserva una alcancía en forma de chanchito, en donde su hija guardó dientes de león. Que eran angelitos —le decía—. Y, aunque en incontables ocasiones ese tierno recuerdo le inunda con lágrimas el rostro, muchas más veces le convence de que esas esporas al viento son la semilla de Valentina regándose.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Ramiro Aguilar Villamarín.

¿Te canto una canción?, me consulta, y enseguida su voz trae a la memoria la imagen de su hija con la flauta traversa, con las zapatillas de bailarina y con tantas preguntas, como las que hacen las niñas y  niños a los 11 años, edad en la que cayó en manos de un feminicida, en la Escuela Global del Ecuador.

Que Valentina no ha muerto / que no está en un cementerio / no es negación ni locura / es amor que nos transforma / porque una lápida fría / jamás podrá contener / tanta luz y algarabía / de un corazón tan inquieto.

Como esporas al viento / se riega tu pensamiento / buscando en tierra fértil / la posibilidad del encuentro / como esporas al viento, / se riega tu pensamiento / y en tierra fértil renaces / cada día de tiempo en tiempo.

Con su canto y con su lucha, Ruth Montenegro me enternece. Pero a la vez me obliga a regresar la mirada hacia el sistema educativo, con profesores, profesoras, directivos, directivas y personal administrativo que no cuidaron de Valentina. Y que hasta ahora no protegen a los niños, las niñas y adolescentes, que les encargamos confiados madres y padres.

No puedo con su historia. Siento que podría ser mi hijo o la hija de una amiga. Incluso hablé del caso con el rector del colegio de mi hijo. Y me hizo notar las ocasiones en las que el inspector y él mismo, en sus autos han transportado hasta sus hogares a estudiantes, cuyos padres o madres, por diversos motivos, no llegaron a retirarlos.

A la hora de salida, los profesores se ubican en las puertas, están pendientes de los grupos: unos son retirados por sus madres o padres, otros se encaminan al transporte escolar. Los extraños o cualquier familiar sin autorización directa no pueden llevarse a los estudiantes.

Recuerdo que cuando el bus escolar que toma mi hijo sufrió un accidente que le impidió llegar al plantel, el rector, el inspector y otros profesores se dividieron a los estudiantes, entre ellos el mío, para dejarlos en casa. Lo que le pasó a Valentina no puede seguir repitiéndose. Es negligente que los profesores se vayan y dejen a sus estudiantes solos, sin importarles qué será de ellos.

Una palabra engloba el sentimiento que le ha dejado a esta madre el sistema judicial: impunidad, im-pu-ni-dad. Ruth recibió el cuerpo de su hija, tendido bajo la zona de juegos de la escuela; entonces le aseguraron que al caerse había perdido la vida, de forma accidental.

En la morgue, con el resultado en la mano, una médica le adelantó que hubo una agresión sexual y además estrangulamiento. Le recomendó denunciar el caso, que insistió no fue un accidente. 

La madre no terminaba de desactivar la bomba que caía sobre ella, cuando tuvo que reaccionar ante una situación demasiado extraña: la misma médica cambiaba de versión en minutos, luego de recibir una llamada y contestar su celular. Dejando de lado los resultados le aseguró que pudo ser un suicidio, ya que inclusive le habían alertado del hallazgo de la bufanda de la niña debajo de los juegos.

De ahí en más, todo fue una lucha contra el sistema. Se hizo otra autopsia en Quito. Después, con todo lo revictimizante y brutal que es eso para una madre, también hubo una exhumación del cuerpo en Ambato; Ruth está segura de que existió violencia sexual y que luego se produjo el estrangulamiento.

“Los cuerpos de nuestras hijas no pueden descansar en paz, deben ser manoseados por instituciones estatales, en la búsqueda de justicia”, lamenta.

Una de las profesoras procesadas, en la causa por homicidio culposo, cambió su versión; aseguró que vio a Valentina sola en el patio y nunca telefoneó a su madre, pero luego dijo que ya no recordaba el hecho, que no estuvo en la escuela a esa hora, que salió más temprano pidiendo permiso y que sus compañeras le ayudaron a timbrar la tarjeta. Eso generó duda razonable en el juez/a y fue sobreseída, cuenta Ruth.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografías: Ramiro Aguilar Villamarín.

Esta madre, con dolor ha atestiguado, que las escuelas en Ecuador siguen sin ser espacios seguros para los hijos y las hijas porque no se han sentado precedentes que pongan fin a la violencia. Como lo demuestra el caso de Paola Guzmán Albarracín, adolescente que se suicidó tras vivir acoso y violencia sexual por parte del vicerrector y el médico de su colegio en Guayaquil.

Hasta ahora, el femicidio de Valentina podría terminar, en el mejor de los casos, en una sentencia por omisión al deber objetivo del cuidado, que tiene una pena de tres a cinco años de prisión. Probablemente los acusados solicitarán medidas sustitutivas a la prisión preventiva. Ahora siguen dilatando el proceso.

El lunes 13 de noviembre del 2023 se debía desarrollar la audiencia, pero una profesora cambió de abogado. No se sabe cuándo habrá una nueva fecha para acceder a la justicia.

Tu canto y tu voz aún están aquí / tu flauta y tu canción aún viven en mí y en todos los sueños que aún tenemos / y en todos los sueños que aún tenemos. / Vivas Nos Queremos, sí / Vivas Nos Queremos, sí / Vivas Nos Queremos. 

Luchamos por vivir, no más sobrevivir / luchamos por crear justicia y dignidad / porque no queremos más impunidad / porque no queremos más impunidad / queremos verdad y juntas cantar. / Vivas Nos Queremos, sí / libres nos queremos / y juntas queremos, sí / seguir nuestros sueños…

Esa canción es casi un himno para Ruth, la entona combativa, desilusionada, esperanzada.

***

Después del crimen de Valentina, con dolor e impotencia, Ruth halló consuelo al verse reflejada en otras historias. Entonces se escuchaba la historia de Johanna Cifuentes, cuyos familiares en febrero 2016 habían obtenido justicia, luego de 10 años de lucha; la condena fue 25 años de cárcel para Edison Q. Primero se visibilizó la búsqueda de justicia para Vanessa Landinez Ortega, de Ambato, para quien la sentencia llegó en mayo 2018, después de 5 años, y el femicida Esteban G. fue sentenciado como autor de homicidio inintencional a tres años de prisión y después de que el caso ganara la apelación, la sentencia se amplió a seis años de prisión, de los cuales cumplió tres años después de que saliera en régimen de prelibertad.

Mientras, entre sus allegados y autoridades, Ruth Montenegro solo recibía discursos de: ‘Resígnate, es designio de Dios, ya no le hagas sufrir más’, como si al buscar justicia le causara dolor a su hija. Intentaban —está segura— que se impusiera el silencio y el olvido para mantener la impunidad.

Uno de los primeros abogados que pretendió tomar el caso le pidió 6 mil dólares. Otro que le prometió no cobrarle tanto había defendido antes al asesino de Angie Carrillo, hija de Yadira Labanda. Golpeando puertas dio con Surkuna, dirigido entonces por Ana Cristina Vera, una de sus abogadas.

Se aproximaba el 25 de noviembre, Día Internacional de la eliminación de la Violencia contra las mujeres, de 2016. Conoció a familiares de Karina del Pozo (a los 20 años fue violada y asesinada por un grupo de ‘amigos’, en 2013) y demás víctimas de feminicidios. También supo de Nicole, la hija de Mónica Jiménez; los agresores fueron sus compañeros en un instituto, en donde se formaría como paramédica. Ellos la violaron de forma grupal y la mataron en noviembre de 2018.

Ruth entendió que no era mala suerte o un hecho aislado lo que le sucedió. El crimen contra su niña, Valentina Cosíos, levantó indignación social. Era una niña vestida con su uniforme, agredida sexualmente y asesinada en su propia escuela, repite su madre. Pero no era un único y aislado caso de violencia feminicida.

“Basta. Nos están matando”, pensó Ruth y más familiares de niñas y mujeres víctimas de feminicidios, así como activistas feministas y a favor del aborto. No hay espacios seguros: ni hogares ni trabajos ni escuelas ni la calle, concluyeron.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.
Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.

En el 2016, desde la colectiva Justicia para Vanessa, liderada por Ro Ortega, prima de Vanessa, surgió la idea de una movilización, según recuerda Mayra Tirira. En 2014, Mayra, prima, y Slendy, hermana de Johanna Cifuentes, dieron con la lucha de Ro.

“Acompañaron nuestro proceso de búsqueda de justicia. Un día estábamos en una reunión y Ro planteó la idea: creo que deberíamos empezar a colectivizar más esto y posicionar más a las víctimas de feminicidio”, relata Mayra, quien en ese junio del 2016 tenía 28 años de edad.

Anaís Córdova-Páez se reunió con organizaciones de mujeres de la región y se tomó la decisión de convocar a una asamblea, para contar con un frente más amplio. La primera reunión se desarrolló en la Coordinadora de Medios Comunitarios Populares y Educativos del Ecuador (Corape). Mayra Tirira recuerda que ahí tomó contacto con Ana Cristina Vera, de Surkuna; Stephanie Altamirano y muchas organizaciones más como Luna Creciente.

Así —anota la abogada Mayra Tirira— empezaron a pensar en la marcha de Vivas Nos Queremos. Algo vital fue repartirse las tareas, en comisiones: justicia, comunicación, logística, fondos, acciones…

Las sobrevivientes y familiares de víctimas de feminicidio buscan justicia y se encuentran con muros gigantes, opina Mayra. “Hoy todavía es horrendo, pero antes lo era más; así nos dimos cuenta de que no podíamos actuar solas. Ahora hay referencias y es más fácil dar con otras víctimas”. 

En el 2016, el Movimiento de Mujeres de El Oro trabajaba recolectando datos de feminicidios, reconoce Mayra Tirira. Pero Vivas Nos Queremos posicionó el tema de modo masivo a escala nacional; con la fuerza de las organizadoras, que estaban en sus veintes, dice.

Las madres, las hermanas, las amigas de las víctimas decidieron contar sus historias en primera persona para sensibilizar a la población. Luego de la decisión de convocar a la gran marcha desde la plataforma Vivas Nos Queremos, cada 15 días se reunieron con ese propósito. 

Casi siete años después de la primera de cuatro marchas de Vivas Nos Queremos, Ruth Montenegro saca de su mochila negra una libreta. El 5 de julio del 2016, señala, acudieron a una cita representantes de Justicia Para Vanessa, Territorios y Feminismos; Gabriela Ruales, de Geografía Crítica; Pilar Rassa y Ana Cristina Vera, de Surkuna; María Belén Moncayo, Isadora Parra, Ana Barragán, Eva Vásquez (Mujeres de Frente), Churo Comunicación, Taller, Salud Mujer, Mujeres por el Cambio, Radialistas Apasionados y Apasionadas, Gabriela Toro.

Además Marcela Arellano, de sindicatos; Cristina Burneo Salazar, Cedhu, Mikaela Bermúdez, Teatro de las Oprimidas, que luego se volvió el Laboratorio Magdalenas, que trabaja temas de violencia de género con sobrevivientes; la Batukada Lesbo Feminista… entre otras.

Algunas reuniones se hicieron en la Universidad Andina Simón Bolívar, luego en el local de los Radialistas; más tarde en el Útero (cuando tenía su sede en el barrio de La Mariscal)… Buscaban un espacio, según la cantidad de convocadas y siempre les hacían falta lugares.

Ruth lleva notas de lo que logró la plataforma Vivas Nos Queremos, que se resumen en: la confluencia de mujeres y movimientos sociales, que habían resultado golpeados por la política estatal.

En medio de la desmovilización generalizada en Ecuador, el grito ‘Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos’, que encarnó la lucha abierta y frontal contra el femicidio y la violencia contra las niñas y mujeres, logró posicionarse en la opinión pública. También permitió que se debatiera sobre la figura del feminicidio, es decir la responsabilidad estatal (por omisión o acción) en esos crímenes.

Así se dio la primera marcha Vivas Nos Queremos, el sábado 26 de noviembre del 2016. Fue una movilización masiva, de organizaciones y diferentes corrientes del feminismo, de barrios, de sindicalistas, de grupos de personas afro, mujeres indígenas y con delegaciones de todo el país. Avanzaron desde el parque El Arbolito hasta la Plaza 24 de Mayo. El grito no se ahogó más en la garganta, salió a flote y a todo volumen ese día histórico.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.

Ese 26 de noviembre del 2016, apunta Ruth Montenegro, está grabado en su corazón. Fue el resultado de un trabajo de meses, de reuniones en diferentes espacios de Quito, pero también de ponerle atención a la comunicación, con ruedas de prensa y contactos en medios tradicionales y activismo digital, de uso intenso de redes sociales. Los dos frentes se combinaron y también la organización; las participantes se dividieron en comisiones y desarrollaron acciones de incidencia política, como plantones en Fiscalía, talleres de defensa personal, Teatro del Oprimido…

Ruth Montenegro recuerda esos encuentros y siente que los testimonios que ha escuchado la han fortalecido. Esos abrazos, la empatía de quienes viven circunstancias parecidas, fueron de gran ayuda —resalta— cuando estaba totalmente perdida, sin saber a dónde ir y cómo actuar. Ella sentía que se enfrentaba a un monstruo (el sistema judicial), que pretendía callarla y agotarla.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2018. Fotografía: Ramiro Aguilar Villamarín.

En los primeros meses le dijeron, con algo de edulcorantes, que se llevara el cuerpo de su hija Valentina y que no molestara más. Pero la impunidad nunca la dejaría vivir en paz.

En este trayecto, de siete años y cinco meses desde la agresión sexual y feminicidio de su niña, ha visto que la violencia de género recrudece, mientras más interseccionalidades atraviesan a sus víctimas. No es lo mismo —reflexiona— ser una mujer afro, que una indígena o una blanca sin condiciones socioeconómicas que le permitan acceder a un acompañamiento.

Ruth es consciente de que desde la más rica hasta la más pobre de las mujeres vive violencia de género. En Ecuador, según la II Encuesta de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las mujeres, 65 de cada 100 mujeres han sufrido a lo largo de su vida, al menos un hecho relacionado con la violencia de género. Ruth suele repetir que ninguna puede sustraerse de esa realidad, ya que solo ese entendimiento nos permite darle una dimensión política a la muerte de nuestras hijas.

No solamente ocurre, comenta, en el caso de los feminicidios sino a nivel social, cuando ponemos la responsabilidad de lo que ocurre a nivel individual. “La violencia en todas sus formas, incluida la de género es producto de un orden social, estructural, violento, basado en el despojo, en la desigualdad social”, sostiene Ruth, quien parece una socióloga, también una filósofa, graduada en la lucha por justicia para Valentina.

A Valentina —remarca Ruth— pudo acercarla al feminismo, desde la música y el arte. La crió librepensadora, pese a la violencia de género que provocaba su exesposo. Ruth, por un momento se vuelve frágil y su mirada se llena del brillo que le dejan las lágrimas. Recuerda que la niña la interpelaba, la dejaba agotada con sus preguntas, era una niña muy curiosa, con gran avidez por aprender del mundo.

Cuando le arrebataron a su niña, en la Unidad Educativa Global del Ecuador, solo encontró consuelo en los testimonios que pudo escuchar de tantas mujeres. Eso le ha permitido entender su propia historia, ir sanando y darle también ese contenido político a la muerte de Valentina.

Todo eso se trabajó, dice, se hizo en la plataforma Vivas Nos Queremos. También ha sido una luz su proyecto: Mujer Canto y Memoria. Es un homenaje a la memoria de su hija y una forma de justicia feminista. La muerte de su hija, sabe, quedará en la impunidad porque los agresores están libres. Presume quiénes son los responsables, algunos quizá ya no viven.

Frente a la falta de justicia formal, a la impunidad que permite que los agresores de su hija sigan libres y que probablemente hasta consigan medidas sustitutivas a la prisión, las mujeres siguen acudiendo a plantones, Ruth canta. Como lo demuestra el apoyo que recibió esta madre el 13 de noviembre de este año, cuando se desarrolló la audiencia de juzgamiento a tres profesoras y el director y dueño de la Unidad Educativa Global Ecuador en el Complejo Judicial Norte en Quito.

La violencia de género no se ha desterrado del sistema educativo. Hay guaguas, dice Ruth, que terminan suicidándose como Johana Balladares, el 12 de abril de 2023, estudiante del Colegio  Mejía, o la adolescente, de 15 años, del colegio Dillon, (violada por el conductor del transporte escolar en abril del 2022); o del niño, de 10 años, violado más de 50 veces por dos conserjes de la Unidad Educativa Consejo Provincial, entre 2017 y 2018; o el caso de la Unidad Jean Martín Charcot, en donde 20 niños de 3 y 4 años habrían sido abusados sexualmente por un conserje, en noviembre de 2022.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.

Nada contundente ocurre a nivel de política pública. La impunidad se mantiene en casos como el del femicidio de María Belén Bernal, asesinada por su esposo, oficial de la Policía, en la Escuela Enríquez Gallo.

La Policía tiene una deuda con las mujeres de este país. / Violan y matan impunemente y nunca cumplen con su deber.

Para Ruth, lo más cercano a la justicia para su hija Valentina Cosíos Montenegro es mantener su memoria viva. Por eso, dice, la plataforma Vivas Nos Queremos no cerró, está presente, hoy más que nunca. Eso pese a que en agosto del 2020 se anunció el fin del movimiento, a través de un comunicado, en el que se leía:

“Nos dijeron que no tenían nombre, ni historia, ni justicia. Nos dijeron que sus vidas no importaban. Quisieron enterrarlas, quisieron olvidarlas. Ellas, nuestras hijas, madres, hermanas, compañeras, amigas. Su ausencia nos rompió, nuestras familias se transformaron, nuestras vidas cambiaron y, con ello, también cambiamos nosotras. Decidimos no callar, nombrarlas, contar su historia”.

Vivas Nos queremos fue, para Ruth, para más madres cuyas hijas son víctimas de feminicidio y para cada niña y mujer que enfrenta violencia, el grito de rebeldía, de bronca, que exige verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición.

“Ese grito de Vivas Nos Queremos aún se deja escuchar en el Ecuador. Fueron siete mil participantes en la primera marcha, en noviembre del 2016 [en Quito]”, subraya conmovida Ruth Montenegro. En cada marcha sintió tanto calor en el corazón, supo que nunca más estaría sola. En la primera concentración la acompañaron familiares y madres de víctimas de violencia y feminicidio de distintas ciudades Santo Domingo de los Tsáchilas, Manabí, Machala, El Oro, Loja, Esmeraldas, Ibarra, Cuenca…

Honestamente no esperaban tanta concurrencia en esa primera marcha. Cuando llegaban a la Prefectura de Pichincha (avenida 10 de Agosto), la marcha empezó a crecer. Se acercaban al Centro Histórico y había ríos; cinco, siete cuadras con miles de mujeres.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografías: Dominique Riofrío.

El movimiento Vivas Nos Queremos fue revolucionario e histórico —sostiene Mayra Tirira, la prima de Johanna Cifuentes, la abogada, la feminista y la activista— porque generó un proceso de consciencia social enorme. No se hubiera podido alcanzar, detalla, la Ley para prevenir y erradicar la Violencia contra las Mujeres, sin la movilización social de Vivas. Su última marcha, en el año 2019, coincidió con la expedición de la normativa.

“En la primera marcha en el 2016 recibí todos los abrazos del mundo. Era un solo cuerpo de mujeres diciéndome que ya no estaba sola. Desde esa marcha de Vivas Nos Queremos, Valentina tiene muchas madres y hermanas, para exigir justicia por ella”, recuerda Ruth Montenegro, la mujer de cabello negro, que canta:

Valentina quién te mató / tu canto no apagó / este se multiplicó por todo el Ecuador, / al son de Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos.

En eso se convirtió mi hija Valentina, en semilla”, dice Ruth y canta más:

Como esporas al viento se riega tu pensamiento / y en tierra fértil renaces / cada día de tiempo en tiempo.

Que eres parte de la historia que se ha forjado en la lucha.

La diversidad más rica y la unidad más sorora.

Que es canto de rebeldía / en todas aquellas voces / que creen que aún es posible construir un mundo nuevo / que has inspirado caminos, procesos y pensamientos / que eres tú la forjadora del fuego de Ni Una Menos.

Que eres tú la forjadora de nueva vida y nuevos tiempos.

Como esporas al viento se riega tu pensamiento / buscando en tierra fértil, la posibilidad del encuentro.

“Ese es el sentido que le di. Eso significa la muerte de Valentina y la memoria de mi hija en esta lucha”, reflexiona Ruth. Sin desmerecer el accionar del resto de familiares, esta madre siente que su hija fue la semilla de Vivas Nos Queremos.

Archivo de la movilización Vivas Nos Queremos en noviembre de 2016. Fotografía: Dominique Riofrío.

Para Mayra Tirira, Vivas Nos Queremos es de todas. Sus organizadoras “soltaron el nombre”, que le pertenece a cada lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres. La marcha fue una apuesta, “soltamos la proclama para que quien la necesite y quiera, la pueda tomar; ya no tenemos el impacto de la movilización pero el aprendizaje se quedó, las mujeres se juntan y como una familia se apoyan”.

En siete años y cinco meses, Ruth, por ejemplo, ha logrado politizar su maternidad. Difícilmente —anota Rut— encontrará justicia formal. Por lo que entendió la dimensión política y social de esta búsqueda de justicia. “Mi hija es la primera bandera de esta lucha, bandera que cobija la lucha de todas y no solo contra el feminicidio y la violencia sexual sino de otras formas de discriminación y desigualdad”, señala y entona:

Tus manos se necesitan en cada acto de injusticia./

En el quehacer cotidiano / que nos vuelva más humanas, más humanos. /

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Autoras

Mariela Rosero Changuán

Mariela Rosero Changuán. Periodista desde hace 23 años. Me concentro en los temas sociales, con enfoque de derechos. Necesito escribir, más que comer; y abrazar a mi hijo, mucho más que respirar. Mi escuela fue EL COMERCIO.