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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Jeanneth Cervantes Pesantes

Mayra

Mujeres que hacen historia

Su canción de cuna suena en la voz de Mercedes Sosa:

Duerme, duerme, negrito

Que tu mama está en el campo, Negrito

Aunque le gustaba esta canción y es de lo primero de lo que nos habla en nuestra charla, también recuerda que le provocaba miedo el pensar que dejaban solo al niño.

Y si el negro no se duerme

Viene el diablo blanco

¡Y Zas! Le come la patita

Chacapumba, chacapumba, chacapumba.

-¡Ya le están haciendo a la guagua comunista!, reclamaba su abuela materna con desaprobación cada vez que veía a su nieta de tres años de edad, cantar en la mesa del comedor la letra de Inty Illimani “el pueblo unido, jamás será vencido…”

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Mayra Tirira nació en 1987, asocia de manera directa, su nacimiento, su familia de izquierda, las canciones de infancia con la violencia y represión estatal de aquellos años en manos del Gobierno de León Febres Cordero. Su vida estuvo atravesada por el cuestionamiento a la violencia estatal, “de hecho, amigos de mi papá fueron ejecutados extrajudicialmente”, comenta. A sus ocho años de edad ya sabía qué era lo que estaba pasando sobre la situación de represión y las dictaduras en el cono sur. El poder de un Estado, de un Gobierno y de un autoritario que se hizo del poder a través de la represión y la violencia eran hechos que para Mayra no pasaron desapercibidos.  “Yo sabía lo que le había pasado a Víctor Jara, sabía qué era la tortura”, señala.

Recuerda en su niñez haber ido a un homenaje del comandante en jefe de la organización Alfaro Vive Carajo (AVC), Arturo Jarrín, quien fue torturado y asesinado durante el Gobierno de Febres Cordero.

La justicia social latía fuerte en Mayra, pues al ver las injusticias y nacer en el seno de una familia que cuestionaba las condiciones de desigualdad, la violencia estatal ha estado presente a lo largo de su vida.

Su padre fue un obrero de la fábrica de sanitarios Edesa y fue parte de  la organización sindical, militante de izquierda. Su influencia fue importante para ella, en el sentido de la búsqueda de justicia e igualdad.

Mayra Tirira creció en una familia “tradicional”, las comillas son de ella. Su abuela y tía abuela son las figuras más fuertes en su historia.

Así inicia el caminar de una de las defensoras de derechos de las mujeres, una de las feministas más relevantes de este terruño ecuatoriano.

Sin miedo a nada

Su abuela Ana María y su tía abuela Dolores son dos figuras que han acompañado el proceso de crecimiento de Mayra, ambas, mujeres fuertes. Su abuela enviudó cuando la mamá de Mayra tenía tres años de edad. Ana María sacó sola adelante a sus dos hijas en medio de situaciones de explotación y  precariedad. Vivieron muchas necesidades y carencias; sin embargo, asumieron el reto que a muchas mujeres de este país les ha tocado casi como designio, enfrentarse a la vida, nada más.

Su tía abuela, de igual forma asumió las riendas de su camino y se divorció, en tiempos “donde el divorcio era mal visto”. Ella no toleró más la violencia que vivía con su pareja y en los años 60-70 se separó, a pesar de los comentarios y rechazo que esto generaría posteriormente. El estigma que vivió por ser divorciada fue muy grande, así que optó por migrar. Como muchas otras migrantes que han salido de Ecuador buscando un futuro distinto, trabajó durante varios años en tareas de cuidado. Cuidaba de una niña en Estados Unidos.

Dolores fue una mujer analfabeta hasta sus 70 años de edad. Aprendió a leer y escribir en cursos de educación acelerada del Estado.

Ana María y Dolores son los personajes que estuvieron en el espacio del cuidado íntimo, mientras su papá estaba presente en lo más público. “En ese ejemplo, una también aprende sin darse cuenta”, afirma enérgicamente Mayra.

 Cuando Mayra les pregunta:

— ¿Por qué no se casaron de nuevo?

— Para qué voy a tener enfermedad en cuerpo sano, responde su tía abuela.

En ese entonces para Ana María y Dolores, tener un marido significaba la sumisión, la violencia, la falta de autonomía. “Ellas han hecho lo que han querido, de acuerdo a sus propios contextos”, cuenta orgullosa Mayra.

El carácter de estas mujeres se lee a través del relato de Mayra, pues no para de contar situaciones en las que han dejado entrever su fortaleza y tenacidad. Otra de las preguntas que hace a Dolores, es si hubiese otras vidas, si volvería a nacer y elegir otras cosas, ¿qué le gustaría ser?

— A mí me gustaría ser mujer, pero esta vez yo sería muy estudiada, responde Dolores.

La personalidad de la irreverencia y de contrariar los mandatos sociales está en situaciones prácticas.

Como una anécdota entre tantas que se dan en esta historia, Mayra cuenta que Dolores, su tía Lola, como le dicen de cariño, no permite que nada le moleste.

— ¿Por qué ha cortado las medias?, ¿cómo va a estar así? Pregunta la familia sorprendida ante una nueva hazaña de Dolores.

— Porque no estoy como para que nada me moleste, pues si las costuras me pican…, responde la Tía Lola.

Entre historias y aprendizajes han dado una gran lección a Mayra. La autonomía es una posibilidad para las mujeres y además no tenerle miedo a nada.

El feminismo en el cuerpo

Entre los aprendizajes que dejan huella, que marca cada una de las historias y particularmente la de Mayra se encuentran las pérdidas, las ausencias que han dado lecciones profundas acerca de ser mujer, de su activismo y su apuesta por transformar la sociedad.

Mayra escucha del feminismo durante sus años universitarios. Las primeras ocasiones en que oyó la palabra género, por ejemplo, estaba relacionada con sus clases de derechos humanos, pero estas categorías que sonaban en su carrera universitaria más tarde se vuelven cuerpo y lucha.

Cuando Mayra tenía seis años de edad su hermana menor falleció. Fue un proceso doloroso el sobrellevar la pérdida y el duelo en la familia, especialmente para su madre. Pero en este tiempo su vínculo con su prima hermana Johanna Cifuentes se fortaleció.

Su voz se quiebra al recordarla y es que su tía Jenny recibía a Mayra en casa, se veían los fines de semana, hacían cosas juntas, Johanna era como la hermana mayor de Mayra. Johanna tenía hermanas más grandes y sabía de cosas que Mayra recién iría descubriendo conforme llegaba la adolescencia y juventud. Juntas, jugaban al monopolio, hacían pijamadas, paseos…

Tal era su complicidad que Mayra consultaba incluso cómo es el primer beso, cómo es tener la primera relación sexual. Esas preguntas que vamos respondiendo conforme crecemos y buscamos la voz cómplice para descubrir el mundo.

Mayra tenía 17 años de edad y viajaba al extranjero por estudios, la despedida en el aeropuerto, un fuerte abrazo es lo último que recuerda de Johanna antes de despedirse.

Johanna fue víctima de feminicidio el 13 de febrero de 2006 en el sur de Quito. En esa época, Mayra ni siquiera sabía qué era el feminicidio, el femicidio tampoco estaba tipificado en Ecuador en aquel tiempo. Lo único que sabía Mayra es que perdía por segunda vez a su hermana, esta vez a manos del machismo.

— “Yo no podía entender lo que había pasado, habíamos salido al parque varias veces con este tipo (el femicida), lo conocía”, afirma.

La decisión de seguir el camino del derecho viene de sus primeros pasos de infancia, de la búsqueda por justicia social, pero también, cuenta Mayra, viene de hacer #JusticiaPorJohanna.  “No sabía cuándo, no sabía cómo, pero sabía que iba a hacer justicia de alguna forma,” reflexiona Mayra.

A partir de esta situación, de ser abogada y encontrar en el feminismo una respuesta, es que logra ponerle nombre a lo que pasó con Johanna, nombrar a la violencia feminicida con todas sus letras, pero entenderla más allá de una categoría de texto, hacerla carne en las situaciones que estuvieron detrás de que esto suceda. “A ella la mataron porque no quiso estar más con este tipo. No pudimos darnos cuenta del riesgo; cuando el riesgo está en tu propia casa, cuando en realidad está tan cerca. Comienzo para entender qué fue lo que pasó, lo que nos pasó a nosotros que hizo que no pudiéramos detectar la violencia de género a tiempo; es que estaba tan naturalizada que los hombres podían actuar así con las mujeres, que nunca fue como un síntoma de alarma”, reflexiona con tristeza Mayra.

A sus 25 años se graduó de abogada e inició su trayectoria laboral. En este contexto, en una reunión con Ibeth Orellana, quien en ese tiempo era parte del equipo de observancia de la Comisión de Transición hacia la Igualdad de Género, hoy Consejo Nacional para la Igualdad de Género, escuchó que se haría una comisión de justicia para investigar casos de femicidio. Fue entonces cuando entendió que ese era el momento, “sentía que no podía tener legitimidad de hablar de derechos humanos si no hacía justicia por ella. No sería quien soy, si no hubiese tomado en ese momento esa decisión”, afirma.

Lo que siguió después fue una odisea para alcanzar la tan anhelada justicia, entre ubicar el caso, saber en qué parte del proceso se encuentra, sacar copias y hacer que el sistema de justicia actue fue un largo transitar. Mayra cuenta que empezó foleando el expediente, es decir numerando a mano cada página que tenía esa causa para poder sacar las copias certificadas.

“Fue enfrentarse al aparataje de la justicia, nadie te da respuestas”, recuerda que fueron a la Defensoría del Pueblo a solicitar vigilancia del debido proceso y el funcionario que les atendió le dijo que el proceso estaba “bien hecho” y que no hubo negligencia en el caso y cita literalmente el trato y el machismo que impera también en las institucionales estatales.

— Usted es abogada, ¿no?

— Le digo, sí.

— Verá Mayrita, aquí, no hay nada que hacer.

Mayra cuenta con rabia que esta actitud prepotente y al mismo tiempo despectiva la llenó de indignación y le exigió que no la vuelva a llamar «Mayrita» y que llame a su superior. Descubrió que tenía más fuerzas de las que creía. “Entonces hablé con un superior y dieron la vigilancia del debido proceso. Ahí inició la búsqueda de Edison, el feminicida de Johanna. La información que tenían era que se había fugado y ahí fue empezar con toda la pelea de buscarle”, recuerda.

Después de diez años encontraron al feminicida y presionaron para que el Estado hiciera su trabajo y lo extraditaran. Junto a su prima Slendy, hermana mayor de Johanna emprendieron la tarea de encontrarlo, descubrieron que él estaba viviendo en Venezuela y gestionaron la extradición.

La lucha es acompañada

El proceso no sería sencillo, los obstáculos en el sistema de justicia, enfrentarse a la impunidad que por diez años había hecho carne en la historia de Johanna hizo que Mayra buscara otros espacios y se acercó a la Plataforma Justicia Para Vanessa. “Sientes que estás en el mar, en medio de la tormenta, que vienen las olas y que no sabes qué hacer. Justicia Para Vanessa fue una balsa”, recuerda.

En medio de la tormenta, el estar acompañadas hacía que la búsqueda de justicia sea más liviana, contar con compañeras que habían pasado por situaciones similares y que a la vez han tenido que enfrentarse al estado se convirtió en un alivio.

“El dolor de la pérdida es brutal y para empezar a hacer justicia y una justicia feminista tenía que hacerlo acompañada. Las mujeres podemos hacer muchas cosas juntas”, afirma Mayra.

El feminismo, cuenta ella, le muestra que no está solo la clase que oprime, sino que está también el género. Así empieza Mayra, a reconocerse como feminista y soñar con ser abogada litigante, ella pensaba que su carácter no daba para asumir ese oficio. Cuenta, recordando a Johanna, que ella era la extrovertida, que llegaba a los lugares y era imposible no notar su presencia, mientras que Mayra se reconoce así misma como la introvertida y silenciosa.  “No me sentía con la seguridad de hacerlo”. Después de lo que atravesó en la búsqueda de justicia por su prima hermana se preguntó con indignación: ¡¿Cómo es posible que no tengamos la oportunidad de hacernos justicia?!

Así recuerda también que el proceso de Vivas Nos Queremos en Ecuador, que inició en el año 2016 y cerró en 2020 fue en su momento un proceso muy reparador. 

En este encuentro y ya con el sueño encaminado de ser abogada litigante recibió la invitación de Ana Vera para ser parte de Surkuna. “Nosotras nos enseñamos a nosotras mismas a litigar”, afirma con convicción.

Y así es como cinco años después, Mayra es litigante y litigante feminista. “Le apuesto a la construcción del derecho desde esos lugares, que también son muy agrestes, pelearnos con la institución del derecho es muy duro. Nos demanda mucho a nivel emocional y profesional”, comenta Mayra.

Recientemente empezó a dar clases de derecho penal. “En mis clases no puede estar el género por fuera. No doy género, doy penal, pero en el derecho penal están las mujeres”, afirma.

El aprendizaje se lo hizo andando, recuerda que su primer caso fue muy difícil, sobre una mujer criminalizada por un parto en casa. En la audiencia la jueza le hizo una pregunta sobre procesal penal a la que Mayra no supo responder. Ese momento fue terrible porque siempre se había preparado para todo, pero esta vez había fallado. La jueza la retó y le dijo que no le iba a enseñar derecho penal, al tiempo que Mayra se juró así misma que nunca más le pasaría algo así.

En este mismo caso, recuerda el sesgo que existía porque defendía a una mujer criminalizada por una complicación obstétrica. Al punto que al terminar la audiencia lo que escuchó de la jueza fue otra interpelación:

— Abogada, usted tan joven y defendiendo asesinas.

Ser semilla

“Mi corazón vibraba con el activismo. Ahora una de mis luchas es encontrarme a mí misma por fuera también de ese activismo. Cómo me cuido a mí misma, es intentar balancear. Mi lucha está también en el derecho. Creo que las feministas estamos muy presentes en las ciencias sociales, pero en la disputa de los sentidos del derecho y sobre todo en el derecho penal nos falta, nos falta mucho entonces mi aspiración es a largo plazo. Quiero estar donde supuestamente solo están los juristas hombres, quiero que las mujeres estemos ahí”, cuenta Mayra cuando hablamos de sus luchas actuales.

Mayra se define ahora como una mujer, feminista, activista, abogada, cuidadora y amante de la naturaleza.  

— ¿Cómo hacen historia las mujeres?, pregunto a Mayra

— Las mujeres hacemos historia porque hacemos resistencias, ese es el común denominador. Yo resisto desde el derecho, es la parte de la historia que estoy haciendo ahora; pero resistí ante la injusticia cuando fui víctima, después como sobreviviente. Nos resistimos a que esto ocurra, decimos: esto no puede volvernos a pasar.

Cerramos la entrevista con Mayra, mientras su perra Rumba nos pide caricias, ella estuvo acompañando toda la conversación. Antes de despedirnos, conversamos con Mayra sobre el pequeño jardín que nos recibe al entrar a su sala.

Se ha descubierto en el cuidado de sus plantas. Señala las macetas y toca cada una de ellas con cariño, mientras me invita a tocar las hojas, como ha visto crecer a cada una de ellas, el cuidado que les brinda cuando enferman. Sus orquídeas, plantas de mucha paciencia, a las que hay que darles su ciclo, dejarle a sus tiempos sin forzar. Nos hace oler otras, una Sherry Baby. Su aroma inunda la casa cuando hace sol y es uno de los mayores placeres para Mayra. Todo es el resultado del cuidado y no pasa nada si no florece, cada una va a su ritmo.

Nos quedamos con el aroma de sus plantas, de sus flores, el brillo que emana de Mayra cada vez que cuenta sus profundos dolores, sus memorias, pero también su optimismo, sus ganas de transformarse, cuidarse y transformar el mundo.

Extracto de entrevista a Mayra Tirira
Diseño sonoro: Jezabel Calero

Este perfil forma parte del especial por el 8 de marzo: “Mujeres que hacen historia” 

Equipo de trabajo para esta historia:

    Fotografía: Karen Toro A.

    Texto: Jeanneth Cervantes Pesantes

    Diseño sonoro: Jezabel Calero

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Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes

Editora de la revista digital feminista: La Periódica. Asesora de comunicación con enfoque en violencia, género, derechos sexuales y reproductivos. Feminista apasionada por la encrucijada digital.