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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

Alicia Ortega: “La literatura como contagio”

Entrevista a Alicia Ortega Caicedo

Alicia Ortega Caicedo nació en Guayaquil en 1964 y sus oficios son la crítica literaria, la edición y la investigación y la docencia académica, en la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). No son contadas las veces que ha acompañado (en presentaciones, prólogos o charlas) a tantísimas escritoras y escritores, pues su voz crítica es dialogante, matizada y generosa. Se doctoró en la Universidad de Pittsburgh y estudió su licenciatura en la Universidad Lomonosov de Moscú (en la ex Unión Soviética); de ello y de otros lugares en los que ha vivido da cuenta —en un tono muy personal, acompañándose del pensamiento humanístico y literario de muchas escritoras, escritores e intelectuales— su más reciente libro Estancias (Severo Editorial, 2022). Novela andrógina, ensayo literario autobiográfico o memorias enlazadas de presente, Estancias no se deja clasificar y eso es una felicidad porque la escritura de Alicia Ortega es inquietante. Además de haber publicado ensayos, artículos, reseñas y de haber editado varios libros sobre crítica literaria y pensamiento intelectual, también publicó Fuga hacia dentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX (Corregidor-UASB, 2017). En esta entrevista conversé con ella sobre su trayectoria, un poco de sus libros e investigaciones y sobre los momentos convulsos que se viven en Ecuador. La literatura como contagio es la manera en la que ejerce sus oficios y es el nombre de una de sus cinco tesis sobre crítica literaria, con las que concluye Estancias.

Estancias inicia con Cristina Peri-Rossi y con ella en el epígrafe —una cita nada gratuita, además de darnos una clave sobre tus registros de escritura— nos introduces a un libro que no deja cubierto ni un milímetro de tu cuerpo. ¿Por qué hiciste del duelo, de tus memorias y de tu cuerpo materia de tu escritura?

En el momento en que decidí asumir este tipo de escritura —una muy diferente a la que yo había experimentado a lo largo de la vida, una más encorsetada, si se quiere, la prosa académica— estaba atravesando un momento crítico. 

Por un lado, el inicio de la cuarentena del virus nos sometió a todas, como colectivo humano, a un estado de zozobra, de miedo compartido. El mismo presente se volvió difícil de ser comprendido, puesto que de pronto los códigos de interpretación social y cultural se desmoronaron y nos vimos en estado de orfandad. Además, sabíamos que el gobierno nos mentía y todas las noticias eran terribles, porque estábamos enfrentando diariamente la muerte. Yo soy de Guayaquil, mis padres estaban envejeciendo en Guayaquil y escuchábamos las noticias de los muertos en las calles. Mi hija estaba en Nueva York enfrentando sus propias dificultades en ese mismo momento. Por otro lado, estaba atravesando una separación, que es un estado de duelo, de pérdida, de mudanza. La separación supone salir de una casa para entrar a otra, y ese movimiento siempre es muy perturbador porque te despoja de una parte de ti. Yo sentía que mi cuerpo se desmembraba, literalmente. En el lenguaje coloquial decimos: “me siento hecha pedazos” y pienso que esa frase guarda una profunda sabiduría, porque es verdad. Nos partimos. Sabemos que la identidad es una ficción, aunque tenemos un nombre propio, nos miramos al espejo y reconocemos nuestra imagen en él. Decimos: “esta soy yo”, pero en verdad son muchas las que nos habitan. Sentía que todas las Alicias que me habitan estaban estallando. La escritura podía contenerme, permitía coserme esos pedacitos; me permitía evitar la locura, el desborde.Edward Said tiene un texto muy bello sobre el exilio. Dice que la percepción del migrante es contrapuntística porque mira desde más de un lugar, porque está situado simultáneamente en el aquí y en el atrás; un poco, yo me sentía en ese estado, esto que llamo una escritura que se asienta en la mirada estrábica (con un ojo miraba lo que tenía frente a mí y con el otro lo que había dejado atrás). No siempre tenemos la posibilidad de percibir el instante presente, porque vivimos en el tiempo que fluye, en la prisa. Estoy pensando en un concepto muy benjaminiano: el “tiempo-ahora” que es puro estallido, que hace saltar el continuum de la historia y abre la posibilidad del encuentro con direcciones y devenires imprevistos. Hay un lado luminoso en la crisis, no solo tiene un lado pesadillesco. Supongo que todo eso me permitió experimentar otras formas de escritura. También fue una necesidad porque las circunstancias del encierro y el estado de duelo, que se fue multiplicando porque se cosió con la muerte de mi padre y de mi madre, generaron la posibilidad de tocar el presente. De mirarlo de frente. De mirar de frente la catástrofe.

El escritorio de Alicia Ortega está abarrotado de fotografías familiares, libros y pequeños objetos que guardan memorias. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.
¿Qué es el cuerpo?

Uy. Como dice Lorena Cabnal es nuestro primer territorio, nuestro lugar de enunciación. Cuando nos abrazamos con María y siente mi cuerpo, ella me dice: “esta es mi casita”. Al revés, yo también suelo decirle: “esta es mi casita”. Es como el primer nido. Quizá, en la separación y en el duelo sientes una desgarradura porque padeces la ausencia de ese cuerpo amado. El amor está hecho de olores, del tacto; a la persona que amas, a la mujer que amas, la hueles, la tocas, la miras, la observas y acomodas tu cuerpo en el cuerpo de ella. Es tu regazo y tú eres su regazo, los cuerpos se acomodan y parece que nuestros cuerpos hubieran sido esculpidos para acoger a ese otro cuerpo. ¿Qué es el amor si no está atravesado por el juego erótico? Por eso, en el momento de la escritura, de la nostalgia y la melancolía, del duelo en el que se exaspera la memoria, una autobiográfica, también se despierta con furor una memoria erótica. Y yo le di cabida. Supongo que también era una forma de la seducción.

Alicia Ortega me cuenta cómo dos textos que forman parte del capítulo ‘Trilogía del cuerpo’ (Un olor salado y Esa mirada) fueron casi escritos a dos manos con María Auxiliadora Balladares, su compañera de vida. Le pidió que describiera el olor que ella, María, percibía de Alicia, “porque eso fue parte de nuestro diálogo amoroso, durante muchos años”. En un encuentro, Alicia registra una mirada particular y ahonda en lo que se ha despertado y que —casi sin éxito— se quiere contener: el deseo sexual, la historia íntima, la caricia de los cuerpos, las dificultades de una separación. La cadencia de Esa mirada tiene “la agitación y la intensidad” de la declaración erótica entre mujeres. Una se ruboriza y se alegra. Leer también despierta el cuerpo.
Con los matices propios de una crítica literaria fundamentada en la investigación y en su propia voz, Alicia ha señalado las cualidades de la tradición realista de la narrativa ecuatoriana, pero también cómo sus autores figuraron al sujeto femenino en términos patriarcales (lo podemos leer en Fuga hacia adentro). Cuando la narradora de Estancias muestra su cuerpo —que es el cuerpo de la escritora—, también tiende un puente con Fuga…: no se oculta, se nombra a sí misma y sus fluidos también son parte de su voz.
La escritura autobiográfica exige riesgo y tú te entregas como escritora.

Claro, es como amar con guantes, ¡no puedes! Tampoco cabe escribir con guantes. A veces, comentas con alguien sobre algún texto y dices: “pero este texto está escrito con guantes”. De hecho, dirijo muchas tesis y siempre invito a mis estudiantes a que arriesguen en la escritura y no permitan que la teoría opaque sus propias voces. Les digo: “no te estoy escuchando”, “estás escribiendo con guantes blancos”, “tienes que dejar las huellas de tu cuerpo en lo que escribes”.

También me parecía un acto de honestidad, una posibilidad de lidiar con el dolor, de generar sentido allí donde todo parecía sin sentido, pues tú sientes que vives una catástrofe. También de las ruinas nace lo nuevo. Quería reconocer entre las ruinas la vida que fue y sigue siendo. La Alicia tomada de la mano de otras Alicias en sus estancias del pasado y del presente.

En Estancias dices: “El amor absoluto y pleno no necesita asimilar ni comprender nada. Solo sabe estar, cantar y crecer con el mismo garbo de una rosa en su tallo al florecer”. En Sycorax reflexionas sobre el festejo del matrimonio igualitario y que ese fue una: “celebración de la carne con todas las vocales” ¿Cómo definirías al amor?

La frase acerca del amor entra hacia el final de una entrada en la que hablo de mi padre. Él fue un hombre bastante tradicional, de más de 90 años, serrano, militar, a la vieja usanza, con imaginarios conservadores y prejuicios, pero yo nunca dejé de ser su niña bonita, a pesar de que ninguna de mis elecciones fueron seguramente las que él hubiera esperado para mí. Y él siempre estaba al lado mío, acompañándome en todos mis caminos, sonreído, dándome tanto amor. Ese es el amor, que sabe estar y acoger a esa persona a la que amas  así como es.

Fotografía de Alicia Ortega con sus padres en medio de un librero. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.

Hay una entrada, El Rosal, que se conecta con esta idea. Al momento de mi separación, que coincidió con el inicio de la pandemia, me mudé a una estancia en donde antes había vivido y me reencontré con un rosal que estaba medio escuálido. Tenía pocas hojitas. Durante la cuarentena, me levantaba temprano, me conectaba con la clase de yoga en línea, caminaba y hacía ejercicios, leía y dictaba clases; no me dejaba espacios en blanco y siempre estaba escribiendo. Recuerdo claramente que, en algún momento mientras hacía yoga, la profesora nos invita a ponernos “en cuatro puntos”. Entonces, levanto la cabeza y me encuentro con un botón de la rosa brotado. Prontamente se comienza a abrir y yo me enamoro de esa rosa roja. Me prendí mucho de esa imagen, tan sostenida en su solo estar abierto al sol. Como el amor de mi padre.

Con respecto a la línea que citas de Sycorax, “amar con todas las vocales…”, obviamente, se piensa y formula por fuera de toda estructura heteronormativa. Amas el cuerpo de quien te enamoras. Yo me enamoré del cuerpo de una mujer, que es María, y me entregué a ese amor. [Lo de] todas las vocales [está] en resonancia con las respuestas siempre creativas acerca de cómo nombrarnos y las discusiones alrededor de la norma lingüística y académica. Me parece tan egoísta, banal y reduccionista la defensa de la norma, porque mientras la lengua está viva se va acomodando a las necesidades y demandas de sus usuarios. Hay una efervescencia social en donde se encuentran el activismo y el habla que lo acompaña, incluso a mí me gusta reconocerme en el titubeo cuando trastabillo y me corrijo en las formas del plural. Está bien no esconder esos deslizamientos, porque es parte de un aprendizaje colectivo. Hemos estado acostumbradas a conjugarnos en masculino, así crecimos. [Pero ahora] mi decisión es la declinación en femenino. Eso de amarnos con todas las vocales [también es] una forma de acoger desde la lengua toda esta explosión social.

¿Cómo ves a las generaciones de jóvenes sexodisidentes en Ecuador?

Llenas de fuerza, de vitalidad y creo que siempre está allí la promesa de transformación social. Se tiende a cierto pesimismo cuando parece que las cosas no cambian. Vivimos una época gris, el mundo no es muy prometedor y parece que el planeta tiene sus días contados. Si nos concentramos en ese pensamiento mucho tiempo nos da vértigo. No obstante, la vida no deja de latir y esa promesa, ese brillo, las luciérnagas de las que habla [Georges] Didi-Huberman, sobrevuelan nuestro horizonte. El girasol no deja de dirigirse hacia el sol, el botón de la rosa se abre; esa alegría está allí en la gente más joven que no deja de apostarle a la vida, no deja de salir a las calles, de participar en plantones, de gritar en el espacio público y de intervenirlo, no deja de reinventar la lengua y exponer sus cuerpos. Es una alegría contagiante y me encanta. Por eso no dejo de agradecer la profesión que tengo: los estudiantes son un regalo. Lo veo así. Son una chispa de esperanza, de cambio, de movimiento, además de estar súper empoderadas y sin miedos.

En esta línea de apostarle a la vida, en Estancias, luego de un recuento de las distintas casas, departamentos, habitaciones y mudanzas que hiciste, dices que todo eso lo hiciste siempre “en cercanía, vibrante y gozosa con otros cuerpos”. ¿Qué es para ti lo gozoso?

Creo que radica en la proximidad. Yo te decía que la escritura de Estancias me endorfinaba el cuerpo, a pesar de que era una actividad solitaria y una escritura de duelo. También disfruto de una puesta en escena para mí. Me gusta ponerme una copita de vino, prender una velita, iluminar mi altar profano de objetos y retratos familiares, abrir un libro, anotar en cuadernos; ese tipo de pequeños rituales. Siento gozosa la escena pedagógica; por ejemplo, y es que sucedió ayer: estaba tan contenta porque Pamela Ríos y Margarethe Tirado, dos cercanas y queridas estudiantes, presentaron en Guayaquil la nueva edición de Azulinaciones, de Natasha Salguero [Premio Aurelio Espinoza Pólit, 1989]. Ellas tomaron el curso de novela ecuatoriana y la leyeron [a Salguero] en clase. Diego Chamorro, también estudiante, fue quien cuidó de esa edición desde la Casa de las Culturas. Amaranta Pico, hija de Natasha, me dijo: “estuviste con nosotras porque no dejaron de nombrarte, las hiciste conocer a Natasha”. Para mí también es un gozo provocar ese contagio, que es una forma del amor. 

Si yo no estoy apasionada por algo no puedo transmitir esa pasión a otra persona; la escena pedagógica para mí es un espacio de altísimo placer, es celebratorio y hace posible la aparición de una pequeña comunidad. Obviamente, mi escena doméstica, en la casa, es otra forma del gozo. Mis encuentros con María, imaginar proyectos juntas, nuestra escena rutinaria con nuestros perros, nuestras plantas. Imaginar a mi hija en clase, en cercanía con sus pequeños, es también una forma del gozo. El encuentro con mis amigas en la conversa íntima de oreja a oreja es una escena gozosa. No es que no haya el espacio de los dolores, de las preocupaciones, pero es el encuentro con las otras personas en estos diferentes escenarios lo que nos permite seguir mirando el horizonte.

Alicia Ortega junto a sus perros [izquierda a derecha] Eli, Lara y Roque. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.
¿Qué has aprendido de la docencia?

Mucho. Es un espacio de alegría, de motivación. Preparo durante horas las clases, madrugo, me adelanto a cualquier posible pregunta; también hay una instancia de sufrimiento, pero es un sufrimiento gozoso, al fin y al cabo. Es un campo de expectativas, de ilusión; ordena mi día, ocupa mi cabeza, mi cuerpo, mis gestos, también me da estructura. Organiza mi tiempo, me provee de afectos. Muchas de mis amigas cercanas fueron estudiantes mías en algún momento. Es bonito ese borramiento de la línea generacional que se hace posible en la celebración conjunta de ideas y de libros. Cuando mi hija Ale era chiquita decía: “qué raros que son ustedes y se mueren de risa por hablar de un libro, por hablar de un autor”. Supongo que también hay un legado; mi mamá fue maestra y mi hija es una excelente maestra de niños pequeños. Ahí está el tema del afecto, yo no veo otra forma en la que pueda acontecer la escena docente sin la cercanía afectiva.

Hay una suerte de desnudamiento, también es un performance porque estás allí trabajando con tu cuerpo, tus gestos, tu palabra, frente a otros cuerpos. Hay un contacto cuerpo a cuerpo, se mueve el pensamiento a la vez que se mueven otros elementos… Sino no creo que sea posible que pueda acontecer esa cosa medio milagrosa de lograr que distintas personas se enamoren de un mismo libro, que vibren al unísono alrededor de un manojo de ideas.

Catherine Walsh también dice algo similar sobre poder generar pensamiento a través de la conversación, lo menciona en la entrevista que le hiciste en Sycorax.  

La tengo muy presente en este tiempo, porque ha sido mi colega cercana y también aprendemos de nuestras colegas. Ella ha pensado mucho el tema de las pedagogías y otras formas de generar el encuentro en el aula. Hemos compartido clases y proyectos, la he leído.

Alicia no lo menciona, pero ella editó una antología sobre Catherine Walsh, así como lo ha hecho con el intelectual Alejandro Moreano y con una antología sobre la influencia de Sartre en el pensamiento ecuatoriano.

… Algunos de los libros de Catherine están escritos en el registro epistolar y otros en la modalidad de la conversación. Entonces, sí, es como generar otra disposición incluso de los cuerpos y de la palabra para producir un pensamiento que busca contagiar o contagiarse de esa dinámica, porque lo que se da en el aula es un intercambio de ideas. Tú llegas a la clase con una novela que te ha emocionado, tienes apuntes, sabes más o menos hacia dónde quieres llegar, pero lo que se produce es una mutua provocación de ida y vuelta. En la clase las estudiantes traen sus lecturas y tú te quedas encantada. Es una conversación literalmente.

¿Se puede leer de manera feminista?

Creo que sí. Es un aprendizaje, una sensibilidad, una forma de la atención, una perspectiva de observación, una particular iluminación, un saber donde detenernos para inscribir una pregunta y hacer un subrayado. Supongo que ahora mismo no leo de la misma forma como leía hace no muchos años cuando escribí Fuga hacia dentro, quizás hubiera elegido otro corpus. Ahora tengo un proyecto que lo compartimos con María; escribir sobre novelistas mujeres, yo, y ella poetas mujeres ecuatorianas del siglo XXI. Creo que se nos va afinando el ojo, podemos leer un mismo libro de mil maneras; de hecho, podemos volver sobre el mismo libro y encontrar diferentes cosas. A veces, nos sorprendemos de nuestros propios subrayados y las palabritas que hemos escrito en los márgenes. Sí, con absoluto convencimiento, [leer de manera feminista] radica en la selección que haces de los libros, en las preguntas que construimos, en la disposición para atender el tratamiento de los personajes femeninos, la definición de los temas que nos preocupan al momento de escribir sobre la novela que estamos leyendo, entre otros aspectos que movilizan nuestra lectura. Yo estoy engolosinada y me paso leyendo literatura latinoamericana y ecuatoriana, sobre todo escrita por mujeres.

En algunos círculos ecuatorianos se repetía “sin ningún empacho”, como dice Alicia, que “aquí no hay literatura… no hay crítica literaria”. Tanto así que algunas personas dijeron “hay que hacer una fogata con la obra de Jorge Icaza… y todo eso sin ninguna rigurosidad”. En Fuga hacia dentro, cuando reflexiona en torno a una propuesta de Alejandro Moreano, dirá que eso se puede entender como un matricidio: más que una declaración de filiaciones literarias es negar los referentes culturales que muestran nuestra pertenencia bastarda —como hijxs de muchas generaciones de mujeres indígenas, negras y la amplia diversidad no blanca-mestiza—. Sin embargo, para ser más fiel a las investigaciones de Alicia Ortega debo mencionar que su pensamiento también se ha situado en torno a más elaboraciones críticas.

Lo que ha sucedido ahora es que otra vez hay una comunidad de escritores que se está leyendo y se está acompañando. Las voces se han multiplicado en comunidad. Tenemos una gran literatura y críticas [literarias]. Esta nueva generación participa de varios géneros discursivos: son poetas, narradoras, ensayistas, docentes, gestoras culturales. Están escribiendo y hablando desde más de un lugar. Fíjate, eso es lo que pasó con los famosos cinco como el puño [el Grupo de Guayaquil]. Eran una verdadera comunidad que se escuchaba, se leían, militaban y también hablaban desde más de un lugar.

Cuando hicieron la presentación de Proyecto Sycorax, en diciembre de 2018 en Mitómana, ustedes [Daniela Alcívar Bellolio, María Auxiliadora Balladares, Bertha Díaz, Gabriela Ponce Padilla y Alicia] dijeron la famosa frase de Gustavo Gil Gilbert: ser cinco como un puño. ¿Hay en Sycorax un proyecto cultural, una intención política y estética?

Creo que sí. Ojalá no se termine el año sin sacar el siguiente número, está casi listo. Sí, nació como un espacio de pensamiento, para leernos. En su momento nos dio —nos da— mucha rabia cierta crítica que salía en los medios de comunicación, machirula [Alicia ríe]. Siempre faltan espacios donde generar crítica literaria desde un explícito lugar de enunciación como mujeres… un lugar de crítica literaria con marca de género. Ese es nuestro mundo en común, como dice la filósofa Marina Garcés. Somos cinco mujeres que se pronuncian sobre el entorno político, sobre lo que sucede en otros países, pero también nos pronunciamos al sacar la reseña de un libro —eso dice: “esto es lo que hay que leer”—; son guiños de complicidad. El solo hecho de salir como colectivo también es un statement público, una provocación, un pronunciamiento. Somos amigas y siempre es una fiesta armar un número de la revista, un acto de celebración.

Retratos de Alicia Ortega junto a sus perros, Lara [izquierda] y Roque [derecha]. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.
Me quedé con muchas cosas de tu ensayo ‘La crítica literaria en cinco tesis’ y me quedó rondando, no sé por qué, la palabra curar, a esto de poner atención —que, de alguna manera, lo hacen las curadoras y los curadores—, del cuidar. ¿Podemos decir que la crítica literaria es un tipo del cuidado de la palabra?

En principio, sí, pero no me quedaría allí solamente. La crítica literaria también es una apuesta, porque escribes acerca de algo que te despierta una pasión, aquello que te gusta mucho o aquello que te genera ira, controversia, polémica. Eso lo trabajé en Fuga hacia dentro. Desde esa conmoción, esa incomodidad o deslumbramiento se genera el deseo de escritura. Por eso desarrollé la idea del contagio y la de escritura crítica como un trabajo con el cuerpo. A veces se nos olvida la dimensión material y artesanal de nuestro oficio. En la pandemia todo eso se puso entre paréntesis, aunque está volviendo. Hacer crítica supone entrar en bibliotecas, sacar libros, copias, subrayar, comentar con quienes te encuentras en esos lugares lo que estás leyendo, recibes una sugerencia, también la anotas y luego buscas esa recomendación…

Cuando escribo sobre algo siempre estoy haciendo garabatos, porque las ideas vienen tan rápido cuando más embalada estás con lo que escribes y la escritura no siempre es tan rápida, es más lenta. Por eso los libros que elegí en ese momento fueron el que le dedica Cristina Rivera Garza a Juan Rulfo [Había mucha neblina o humo o no sé qué] y Volverse Palestina de Lina Meruane. Siempre escribimos acompañadas. Quiero decir que la crítica literaria tiene que ver con el amor por un asunto, con nuestras pasiones, con las complicidades con quienes decidimos tomarnos de la mano al momento de escribir. Son formas del cuidado, uno muy visceral, orgánico, muy corporal y material. Quizás todo esto se resume en la expresión de poner el cuerpo. Es un trabajo de acompañamiento, de atender, dar cabida y cuidar aquello que nos conmueve.

¿Qué estás leyendo estos días?

Aquí tengo [me muestra, al vuelo, que los ha subrayado] las tres novelas de Gabriela Cabezón Cámara: La Virgen Cabeza —que la estoy releyendo—, ayer leí Romance de la negra rubia y tengo en la maleta Las aventuras de la China Iron. La tengo que entrevistar en el Congreso de Literatura en Cuenca y también hablaré sobre narrativa contemporánea ecuatoriana. Antes de ayer leí durante todo el día Lo que fue el futuro, de Daniela Alcívar —su segunda novela— y volví a Fiebre del carnaval de Yuliana Ortiz. Las dos novelas sobre las que hablaré en Cuenca. Dos novelas maravillosas.

¿Cómo percibes el estado actual del pensamiento crítico en Ecuador?

Se encuentra en un momento muy alto. Siempre va de la mano la escritura literaria y su acompañamiento crítico. La crítica se alimenta de los libros que aparecen. Justamente porque esta nueva generación está parada en más de un lugar. Pienso en mis más cercanas, María [Auxiliadora Balladares] es docente universitaria, escribe poesía y crítica literaria sobre poesía; Daniela Alcívar escribe narrativa y dirige el Centro Cultural Benjamín Carrión; Gabriela Ponce es docente, dramaturga, directora de teatro, escribe narrativa, gestiona Casa Mitómana Invernadero Cultural; Sandra Araya escribe narrativa y gestiona una editorial; Andrés Cadena es escritor, crítico, editor y gestor cultural. Esteban Mayorga también docente y narrador. Karina Marín es una comprometida activista en el campo de las discapacidades, ensayista y crítica literaria. Nuestras estudiantes también están haciendo crítica, son libreras, editoras, activistas y gestoras culturales. 

Hay revistas, fanzines, editoriales y librerías alternativas, mucha gente escribiendo sobre literatura. Hay espacios como Mitómana, como El Útero, donde se están moviendo las cosas… estamos viviendo un momento de efervescencia cultural, que no han sido muy comunes, hubo en los setenta y los treinta. En los ochenta y en los noventa hubo nombres que caminaron más en solitario, como Natasha Salguero o Gilda Holst. Ahora hay una movida interesante, son muchos los nombres y títulos que nos convocan y eso hace que un lenguaje alimente a otros. El lenguaje literario creativo, el ensayístico y el crítico literario van de la mano.

Llama la atención esta efervescencia porque desde hace cuatro o cinco años en Ecuador la calidad de vida es cada vez más precaria. Siempre ha existido violencia, pero ahora su modalidad y también la de la impunidad son extremas y no deja de sucederse un evento tras otro. ¿Cómo se explica esa movida cultural en un contexto de tanta miseria?

Debe ser que las grandes crisis también generan la necesidad del pensamiento y de la escritura. Pienso en la Generación del 30. Hace tres días conmemoramos cien años de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922. Hay un paralelismo; cuando más oscuridad hay, cuando más cerrados se atisban los caminos y el horizonte, lo que nos queda es el pensamiento crítico y la escritura creativa. No gratuitamente la Generación del 30 se dio en un momento de crisis en todos los ámbitos: inflación económica, huelgas, precariedad, matanzas. Quizás, justamente por esa sensación de orfandad necesitamos generar espacios que nos provean cobijo. Se hace más necesaria la comunidad, el acompañamiento, el sentido de pertenencia; por eso se generan espacios de militancia y activismo, se impone la necesidad de salir juntas a la calle, escribir juntas, pensar en cercanía.

En estos tiempos de tanta precariedad y mafialización de nuestra sociedad —Ecuador está pasando un momento diferente, algo que nunca había sucedido, la escena social se ha transformado, también el nivel de violencia, impunidad y corrupción— hay que tomarse de la mano de alguien para sentirnos un poquito más fuertes, menos solas, con mayor capacidad de incidir y que el grito cobre resonancia. Creo que más agitada y desobediente se vuelve la escritura en los tiempos de mayor oscuridad.

Detalle del escritorio de Alicia Ortega, una vela encendida junto a fotografías de sus padres y un bordado que su pareja, María Auxiliadora Balladares, hizo para ella. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.
¿Cómo ves el ejercicio de escribir y hacer pensamiento en este momento tan complicado? He percibido agotamiento, una confusión provocada por el exceso de emergencias o desastres, pocas ganas de conversar sobre este panorama.

Hay un estado de shock y es algo de lo que no es fácil hablar. Creo que nos duele demasiado y no terminamos de comprenderlo y procesarlo. Sí, nos sentimos saturadas, desbordadas, asustadas. Los medios están plagados de grandes catástrofes y ya no sabemos ni qué leer ni escribir acerca de eso. Nos está costando y es muy doloroso constatar que este estado de emergencia colectiva llegó para quedarse. Sabemos que solo señalar la violencia suele justificar procesos de derechización, militarización y represión. Es difícil generar una palabra porque no nos vamos a sumar a ese grito de mano dura que comienza a reclamar la gente, no puedes reproducir esos discursos castigadores. Toca ser muy cautelosas. Quizás ese desconcierto y esa necesidad de cautela tiene que ver con la necesidad de no reproducir o alimentar imaginarios disciplinadores, xenófobos, aporofóbicos, clasistas, regionalistas. Todavía tengo las palabras como atragantadas, rumiándolas y lo siento en mi entorno cercano, tanto de Quito y de Guayaquil. No te quieres hacer eco de las noticias, obviamente las acoges, pero ¿cómo reaccionas ante algo que no puede ser atacado desde el lugar común? Va a tomar su tiempo en asentarse y hacerse escritura.

En una de tus columnas de Sycorax ensayas sobre Supervivencia de las luciérnagas de Georges Didi-Huberman y ahí festejas el giro que dio la Corte Constitucional en torno al aborto en casos de violación en 2021. ¿Qué cosas de la sociedad ecuatoriana te dan esperanza ahora mismo?

Es una pregunta difícil. La esperanza está en estas nuevas generaciones que sin miedo siguen marchando e invitándonos a marchar con ellas, en las calles. Porque, así como decimos que la lengua sigue viva y reinventándose en la medida en que sus usuarios y hablantes la utilizan, los marcos jurídicos se mueven solamente por efecto de las demandas sociales. También debemos agradecer a quienes nos han precedido en el activismo, cuando no era fácil declarar abiertamente “soy lesbiana, estoy casada con una mujer, mi hija es lesbiana”. Hace treinta años eso no era posible, hace veinte era difícil. Esos cuerpos castigados, encarcelados, vejados, que fueron violados y expulsados de sus casas, nos abrieron el camino. Toda esa gente hizo posible esta escritura mía. Quizás la esperanza también está en esos legados del activismo de la gente que por generaciones ha puesto el cuerpo, han luchado en las calles, sin perder las esperanzas. Allí percibo el brillo de las luciérnagas.

Imagínate, la mafialización, las instituciones tan corrompidas, la degradación medioambiental imparable de la mano del consumismo; si uno lo ve en términos objetivos, no hay muchas razones para apostarle a la supervivencia de las luciérnagas, pero esas nuevas generaciones creen que el cambio siempre es posible y decidimos no salirnos de esa senda que nos abrieron quienes nos precedieron. Por eso a mí me gusta también seguir releyendo a nuestras mayores como gesto de reconocimiento y filiación, ahora estoy volviendo a las novelas de Alicia Yánez. ¿Hubiera escrito Estancias en el año 95? Seguramente no. Hay una atmósfera, un ambiente, otras escrituras y muchas vivencias que me preceden; hay un contexto histórico y una herencia narrativa que hizo posible mi escritura. Ahí veo esperanza. Veo los proyectos de mis estudiantes, la pasión docente de mi hija, los libros que mis amigas escriben. A fines de octubre, Gabriela Ponce estrenó en Quito Me·de·as. Estuvimos con María cogidas de las manos, fue estremecedor y epifánico ese montaje. Ahí está Medea, la extranjera, la experiencia del aborto, de la maternidad y de la migración, la estructura familiar, la casa patriarcal —que es un motivo recurrente en las nuevas escrituras—. Es una obra con un portentoso despliegue de mujeres en el escenario, ecuatorianas y migrantes venezolanas que Gabriela incorpora en su apuesta dramatúrgica. Un poco antes, en Guayaquil un grupo de artistas activó algunos lugares del centro histórico de la urbe a partir del poemario Guayaquil de María Balladares, una experiencia que aglutinó poesía, ciudad, afectos, memoria compartida: Ya para qué Guayaquil. Seguimos imaginando el siguiente número de Sycorax, escribiendo y publicando libros, juntándonos y comentando acerca de los libros que leemos. Estas cosas que hacemos en común creo que abren espacio para las esperanzas.

Retrato de Alicia Ortega. 20 de noviembre de 2022. Quito – Ecuador. Fotografía: Karen Toro A.
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Este perfil ha sido producido con el financiamiento de la Unión Europea en el marco del proyecto «Adelante con la Diversidad – Región Andina», su contenido es responsabilidad de La Periódica – Revista Digital Feminista, no es un reflejo de los puntos de vista de la Unión Europea.
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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).