Cada vez que nos encontramos, Nebraska me brinda un nuevo nombre y una breve reseña de la vida de alguna de sus compañeras con las que hizo historia. Es como si ella detectara que a mí lo que me sobra es curiosidad y lo que me falta son años de haber vivido. Ese gesto de memoria se ha convertido en un ritual previo a todas nuestras conversaciones. No hablamos del clima, del tráfico ni del fútbol. Nosotras conversamos sobre cómo recuerda a sus amigas, a las suyas.
Sentadas sobre un cómodo sillón en medio de una amplia sala, me cuenta que desde los últimos meses ya no acepta entrevistas porque en todas quieren preguntarle sobre lo vivido durante la penalización de la homosexualidad. “Quiero contarles de mí ahora, de lo que cocino, de la alegría de vivir”, afirma Nebraska.
Nebraska tiene 66 años y nació en Guayaquil, allí se crió en el centro de la ciudad y cuando tenía 20 años migró a Quito. Esta mujer trans, sobreviviente de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado ecuatoriano –especialmente durante el gobierno de León Febres Cordero–, me recibe en su hogar, un departamento de dos plantas ubicado en los alrededores de la Plaza del Teatro, en pleno centro histórico de Quito. Hace tan solo cinco meses se mudó, pero se ha adaptado rápidamente porque lo que la conecta con este sector son casi 45 años de vivencias y anécdotas con sus compañeras de lucha.
Los inicios de una travesía
Nebraska recuerda que su madre, Mariana de Jesús Pisco, falleció a causa de un cuadro de preeclampsia pocos meses después de su nacimiento. Así que ella quedó al cuidado de su hermana mayor y se crió junto a sus cuatro sobrinxs. Su cuñado sostenía los gastos del hogar con la venta de leche, pero tras el fallecimiento del padre de Nebraska ella tomó la decisión de salir a trabajar a sus 15 años de edad. Acompañó a su amigo el “Checito” –dueño de un quiosco de pinchos– a Salinas con la intención de guardar dinero para finalizar sus estudios en el Colegio Fiscal César Borja Lavayen.
Junto a varios compañeros del colegio viajaron a Quito. Fue una aventura, venían a probar suerte en la capital. Pernoctaron varias semanas en el parque El Ejido. “En esa época era seguro, era bien movidita esa zona. Había mucha comida y barcitos”, recuerda Nebraska. Luego de un mes sus compañeros regresaron a Guayaquil, pero Nebraska no. Conoció a varias chicas trans que ejercían el trabajo sexual en el sector del Puente del Guambra, sobre la avenida Diez de Agosto y Patria, en el centro norte de la ciudad. La primera persona con quien construyó una fuerte amistad fue Emilia, una mujer trans adulta mayor que cobraba plaza. Es decir, a cambio de protección exigía un pago para que las recién llegadas pudieran ofrecer servicios sexuales en la zona.
Muchas chicas se reunían en el sector. Nebraska recuerda a sus compañeras: la Carapacho, la Rita, la Wagner… todas ya han fallecido. Con ellas iniciaron la lucha por la despenalización de la homosexualidad en 1996.La primera vez que conocí a Nebraska fue en la marcha del Orgullo LGBTIQ+ que se realizó en julio de 2017, a propósito de la conmemoración de los 20 años de la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador. Hasta 1997 las relaciones consensuadas entre dos hombres adultos podían ser castigadas con desde cuatro hasta ocho años de prisión. En esa ocasión Nebraska estaba acompañada de varias de sus compañeras de la Asociación Coccinelle, un colectivo que agrupó a travestís, mujeres trans y un par de hombres gais y bisexuales que realizaban marchas, plantones y la recolección de firmas para que el Tribunal Constitucional derogara la criminalización de la homosexualidad. Entre ellas se encontraban Sandra Oscarina, María Jacinta Almeida, Estrellita Estévez, Purita Pelayo, Rosita, la Muñeca. Se habían mandado a fabricar unas bandas —similares a las presidenciales— con la frase ExCoccinelle. En esa jornada se llevaron la atención de miles de participantes; las cámaras las fotografiaron. Pocas personas entendían la importancia de la escena: hace más de una década que no se habían juntado públicamente, resurgían como fantasmas que se cabrearon.
Stories del proceso de despenalización de la homosexualidad en Ecuador.
Las peluquerías y las discotecas, las trincheras
Nebraska recuerda que hasta el nombre y apellido con el que la reconocen hoy en día se lo debe a una de sus compañeras, Fernanda López. “Ella tenía unos 16 años, vino a los plantones que hacíamos por la despenalización y me decía que hay que guardar nuestra identidad por seguridad”, afirma. Fernanda le sugirió llamarse Nebraska Montenegro porque era un nombre poco común, que sonaba “extranjero”. Tras varios años en Europa Fernanda regresó a Ecuador, construyó un hotel en Canoa pero un incendio arruinó las instalaciones. Actualmente vive en la ciudad de Chone, provincia de Manabí. Nebraska me cuenta que Fernanda ahora atiende un local de venta de comida y bebidas. Hace un año Fernanda denunció un acto de discriminación por parte de un funcionario público de la Alcaldía de Chone. Junto al acompañamiento de INREDH la denuncia trascendió las redes sociales y se dictaminaron medidas de reparación, empezando con las disculpas públicas y la realización de talleres para incorporar el enfoque de género en el trato de la dependencia pública. Nebraska me muestra un tesoro, una fotografía impresa con la joven Fernanda por allá en 1996.
Le pregunto si por allí estaba María Jacinta Almeida, otra de las “señoritas trans” que lucharon codo a codo y que falleció en medio de la pandemia por Covid-19 en Ecuador. Me responde: “A María Jacinta la conocí en las discotecas”. Antes de la despenalización, las compañeras se encontraban en bares como El Corcel Negro, ubicado en el sector de La Marín; el Taurus, ubicado en el barrio de San Blas; La Gata, ubicado en los alrededores del Mercado Central. Varias de sus compañeras ejercían el trabajo sexual en el sector de La Mariscal y al terminar su jornada regresaban al centro para compartir y relajarse.
Otro de los puntos de encuentro eran las peluquerías. Nebraska inauguró la suya en 1985 y durante varios años mantuvo el local en las calles Matovelle y García Moreno, a la vuelta de la Basílica del Voto Nacional. En 2016 cerró el negocio y regresó a Guayaquil. No se acostumbró. Hoy por hoy, se dedica a la venta de comida preparada en casa. Desayunos, sándwiches, secos de pollo “lo que me pidan los clientes”, afirma. Esta es una nueva etapa en su vida: “la peluquería ya no es rentable”, me dice.
Nebraska estudió el oficio en la Academia de Belleza Ecuador, ubicada en el sector del Teatro Bolívar, en las calles Guayaquil y Espejo. Ella trabajaba en Publicidad Colón; allí se fabricaban rótulos, vallas, pancartas. “No me gradué de la academia, pero sí aprendí mucho”, afirma. Se perfeccionó en el oficio de la belleza con el apoyo de compañerxs que tenían más experiencia. Así conoció a Orlando Montoya, un reconocido activista gay que inició la lucha por los derechos de las personas seropositivas y la prevención del VIH en Ecuador, en la década de los noventa.
Orlando tenía su peluquería en el sector de la avenida Seis de Diciembre y Bosmediano. Lo conoció gracias a que su jefe, Colón Pachay, bisnieto de Eloy Alfaro, dueño del negocio de publicidad donde trabajaba, la invitó a una fiesta con motivo de la fundación de la ciudad de Quito. Orlando compartió trucos del oficio. Él era migrante colombiano, conocido por tener un estilo diferente de trabajo y quería transmitirlo a Nebraska.
Orlando falleció el 11 de enero de 2021. Se lo recuerda con mucha estima por haber participado de la fundación de las primeras asociaciones gay en Ecuador: FEDAEPS (Fundación Ecuatoriana de Acción, Estudios y Participación Social) y Triángulo Andino.
Mis amigas ya no están
Nebraska enciende la hornilla de su cocina a gas. Coloca a hervir agua para preparar café. Desde la cocina me dice que cuando se siente sola, le vienen a la mente los recuerdos de sus amigas, algunas emigraron y no las ha vuelto a ver. Otras ya no están porque las mataron. Me cuenta que La Comadre Yadira viajó y murió en Europa. Jennifer y Melissa están en Alemania. Josenka está en España. Claudia, a quien recuerda como una muy buena amiga, se encuentra en Italia. Se mantienen en contacto porque cuando Claudia regrese quiere unirse a la organización Nueva Coccinelle.
“Tengo muy buenos recuerdos de las chicas, pero también hay de los malos”, afirma. Ha visto una y otra vez cómo sus amigas y conocidas han sido asesinadas por sus parejas. Recuerda la historia de La Felipe, quien regresó de España y con sus ahorros compró una casa en el sector de la Occidental, en uno de los límites de la ciudad. El chico con el que salía ambicionaba su dinero y la mató.
También me cuenta de María José, una joven travestí de 19 años, oriunda de la provincia de Santo Domingo, que fue asesinada por su novio cuando se negó a mantener relaciones sexuales con amigos de él. Nebraska recuerda que esto sucedió en 2020. “¿Qué hemos logrado en tantos años de lucha si nos siguen matando?”, pregunta con voz colérica. Estas dos historias son el rastro de un fenómeno regional de violencia sistemática contra las mujeres trans: el travesticidio/transfeminicidio. Según la Alianza para el Monitoreo y Mapeo de Feminicidios en Ecuador, durante 2021 se registraron 8 transfeminicidios y en lo que va de 2022, ya se registran 2 transfeminicidios.
Nebraska me dice: “Quiero que haya justicia para ellas. Necesitamos estar juntas para que paren de agredirnos los policías, los clientes, los novios de las compañeras”. Tiene presente que cuando alcanzaron el objetivo de despenalizar la homosexualidad y Coccinelle recibió financiamiento internacional se implementó en las oficinas del colectivo un dispensario médico. Allí se hacían exámenes de detección del VIH/SIDA, atención en medicina general y soporte psicológico para las chicas trans. Hoy Nebraska sueña con organizar espacios para conversar, espacios donde se hable de temas como la violencia contra las mujeres y se pueda dar soporte a las compañeras que han sobrevivido a la violencia por parte de sus parejas.
Huele a quemado. Nebraska salta del sofá y se dirige a la cocina. Se le “quemó el agua”. No lo puede creer. Se ríe.
No hay final para la travesía
Hoy en día las travestís y mujeres trans adultas mayores están experimentando las consecuencias de la violencia a la que fueron sometidas en los años noventa. Nebraska experimentó un cuadro de depresión intenso durante la pandemia y su discapacidad auditiva se ve desmejorada porque los dos audífonos que utiliza para escuchar se han deteriorado. El pasado 17 de noviembre de 2021, Nebraska, como presidenta de la organización Nueva Coccinelle, envió una solicitud a la Secretaría de Derechos Humanos con el listado de nombres de compañeras sobrevivientes que requieren del Bono de Desarrollo Humano. No han recibido respuesta. “No quiero que nos muramos y no ver justicia”, repite varias veces.
Hace tres años, en mayo de 2019, las integrantes del colectivo organizaron una movilización hacia la sede de la Fiscalía General del Estado. Con el apoyo legal de INREDH presentaron una denuncia por delitos de lesa humanidad desde los años ochenta hasta el 2000, especialmente enfocado en los delitos cometidos por parte del gobierno de León Febres Cordero, cuando se inauguró un régimen de violencia estatal contra opositores políticos y varios grupos sociales. Nebraska y sus compañeras han denunciado irregularidades en la investigación como, por ejemplo, la falta de celeridad en la construcción de las pericias y en la recolección de testimonios de las sobrevivientes. Nebraska me lo dice claramente: “Nosotras exigimos que el Estado nos dé una reparación integral. Mínimo deben darnos una pensión vitalicia”.
En ese momento suena el timbre del departamento, ha llegado el ahijado de Nebraska, un joven de 21 años a quien considera su propio hijo. Me mira directamente y me dice: “¿Ya acabamos? Porque de aquí no se va sin probar mi sazón.” Me invita a degustar un sancocho caliente y arroz con estofado de carne, platos que forman parte del menú que ofrece de martes a domingo para sus comensales.
Este trabajo periodístico es el resultado del curso Periodismo para prevenir violencias contra las mujeres impulsado por el programa PreViMujer de la Cooperación Alemana, implementado por la GIZ, y por la Carrera de Comunicación de la Universidad Politécnica Salesiana.
Autoras
Daría
-
daria@laperiodica.net
-