Skip to main content
Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Mishell Mantuano Cabezas

¿Fue alguna vez una fiesta electoral?

Fotos: Mishell Mantuano. Santo Domingo de los Tsáchilas

Es 19 de agosto y me alisto para un viaje desde Quito hasta Santo Domingo, la ciudad donde nací y crecí junto a mi mamá, mis hermanos y mi abuela. Antes de partir, llamo por teléfono a casa para hablar con mi madre y mi abuela como de costumbre. Les avisé que estaba en camino y que en unas horas estaríamos juntas para ponernos al día sobre varias cosas.

En los últimos meses, en casa, uno de los temas principales de conversación son las elecciones adelantadas y la situación del país. La inseguridad, la dificultad para encontrar empleos dignos y adecuados, el acceso a educación como derecho y no como privilegio, el aumento del costo de vida, los alimentos, y también las extorsiones como consecuencia de la inseguridad y la expansión del crimen organizado que tienen al país en una situación similar a la terapia intensiva, con necesidad de ser intervenido de urgencia.

*

El reloj marca las 18:34 del sábado 19 de agosto, es la noche antes de las elecciones. Acabo de llegar de mi viaje, dejé mis maletas en casa y me dirigí a la casa de mi abuela, que está frente a la mía. Entro, voy directo a la cocina donde también se encuentra el comedor decorado con fotografías y manualidades hechas por ella, atravieso el pasillo principal. Nos abrazamos, me da un beso y la bendición como de costumbre, me ubico en una banca grande y larga que hay, donde nos sentamos los más de 20 nietos, nietas, bisnietos y bisnietas para comer corviches que ella prepara cada domingo. 

Imaginen a mi abuela, una mujer de 69 años de edad, alta, de cabello corto con canas y varios lunares adornando su cara, de manos arrugadas, de mente muy lúcida. Tiene muchas historias del país en su memoria, conoce diversas leyendas y saberes ancestrales en relación a nuestra etnia afrodescendiente. También guarda recuerdos relacionados con la política y eventos históricos como la dictadura militar de los años sesenta, el feriado bancario en los noventa, el cambio de moneda del sucre al dólar en los dos mil, la migración masiva como consecuencia del congelamiento de los ahorros de miles de cuenta ahorristas y más. Disfruto mucho hablar con ella sobre los sucesos del país y cómo vivió esos momentos siendo una mujer negra de clase trabajadora y popular que migró del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones para ella y su familia, situaciones que a veces no le gusta recordar porque la ponen triste. Así que, prefiero no ahondar en aquello que no le hace bien. Lo que sí, es que siempre escucho con atención todo lo que tiene para decir.

Manualidades, recuerdos y fotografías familiares adornan las paredes de la casa de mi abuela.

*

Mi abuela está preparando tortillas de yuca rellenas de queso y un café humeante para la merienda. Era el momento oportuno para ponernos al día y conversar, ya que, solo estamos las dos, después de meses sin vernos ni hablar.

Un tema nos tenía preocupadas a ambas: las elecciones adelantadas, después que el 17 de mayo del 2023, el presidente Guillermo Lasso, disolviera la Asamblea Nacional e interrumpiera su mandato presidencial de cuatro años, lo que causó revuelo, incertidumbre y también el precedente para poner fin, de manera anticipada, a un mandato nefasto, lleno de hambre, empobrecimiento, desigualdad y regresivo en derechos.

—Mami ¿estás elecciones han sido las más sangrientas en la historia del país? —le pregunté a mi abuela, orillándola a conversar.

—Sí, nunca había visto algo así —respondió mi abuela con preocupación en su voz—. Desde que tengo memoria, es la primera vez que pasa.

Refiriéndose a los atentados contra candidatos a alcaldías, prefecturas y militantes de distintos partidos políticos, estaciones de policía, terminales. Y, por supuesto, el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, de la lista 25, el 9 de agosto de 2023, después de un mitin en la ciudad de Quito. Pero más allá de eso, se refirió a la violencia exacerbada hacia niños, niñas, adolescentes,  víctimas directas y “colaterales” que se encuentran expuestas todo el tiempo por faltas de garantías en seguridad.

—Esos hechos no se veían aquí en Ecuador. Esa clase de cosas eran más propias en Colombia o México, lugares distantes para nosotros. Y ahora, aquí estamos, viviéndolo —dice mi abuela con tristeza.

Le pregunté cuándo pensaba que esto podría terminar. —No lo sé, hija. Me gustaría tener una respuesta concreta, pero no la tengo.

Y es que todas estamos buscando respuestas en medio de esta espiral de violencia sin fin que se intensifica en algunas provincias como Santo Domingo de los Tsáchilas. Sobre todo en los barrios más empobrecidos, marginados y racialmente discriminados. 

Santo Domingo es la sexta provincia más peligrosa del Ecuador que, hasta octubre del 2022 registró 124 muertes violentas, dos masacres carcelarias, diez feminicidios y 11 atentados con explosivos de coche bomba en gasolineras y estaciones de policía. A esto se suma, la alta ocurrencia de delitos en instituciones educativas e intentos de suicidios, por ello, 13 planteles educativos de la provincia entraron en el Plan Nacional “Escuelas Seguras” que tiene como objetivo salvaguardar la vida de las y los estudiantes. Frente a todo esto, anhelamos oír que alguien tiene la clave para poner fin a esta situación, que hay esperanza en medio de tanto caos.

El anhelo de un cambio trascendental flota en el aire y, en medio de eso, surge la duda: ¿quién será el o la líder capaz de guiar a Ecuador hacia la estabilidad, la paz y la equidad? Es como si la población esperara a un “mesías”. Anhelando una o un líder visionario, alguien que entienda las necesidades y las aspiraciones de un pueblo que ha sufrido las consecuencias de la inseguridad, la desigualdad, el empobrecimiento y la falta de acceso a derechos como: educación, empleo, salud y a una vida libre de todo tipo de violencia como manda la Constitución. 

Sin embargo, este deseo casi desesperado de encontrar un “salvador” puede llevar consigo un riesgo: entregar toda la confianza para que alguien ejerza todo el poder, como si su sola presencia pudiera resolver todos los problemas en un abrir y cerrar de ojos. Y no, eso no es posible.

Las meriendas que prepara mi abuela van acompañadas de aguas aromáticas con plantas que tiene sembradas en el patio de la casa.

Mientras mi abuela continúa armando las tortillas y llevándolas al sartén para freírlas, suelta un suspiro antes de hablar nuevamente, como si estuviera tomando fuerzas para decir lo que venía:

—Ya no votamos con la tranquilidad de que nada malo pueda pasar. Ahora vamos a las urnas con miedo y desesperanza porque el país se desangra día tras día.

Sus palabras resonaron en el aire, llenas de la tristeza y la impotencia que sentimos ambas frente a la realidad que nos rodea. Era un retrato sincero de cómo la violencia y la inseguridad han teñido incluso los procesos electorales, dejando una sombra de incertidumbre sobre el futuro del país.

—Ojalá nada malo pase mañana, repetía mi abuela una y otra vez.

Parece que hemos quedado atrapadas y atrapados en un ciclo de duelo constante, que nos ha limitado a vivir día a día sin poder vislumbrar un futuro esperanzador. En casa, las elecciones anticipadas no despertaron ese sentimiento de fiesta que solían tener tiempos atrás, al menos las que yo recuerdo, eran un festín porque la familia se reunía, se reencontraba. Llegaban primos, primas, tíos y tías que no veíamos en mucho tiempo, para ejercer su derecho al voto, sin presión, sin este miedo que nos consume.

Aquellas ocasiones nos llevaban a elegir el atuendo más llamativo, el más vibrante, el que mejor nos hacía sentir; eso es algo del pasado. La magia de esa tradición se ha desvanecido, la familia ya no llega como antes y las elecciones ya no encarnan el espíritu festivo de la democracia. Lo que me lleva a preguntar: ¿fue alguna vez una fiesta electoral? Pienso que no, que la verdadera fiesta era poder ver y abrazar a la familia que se encontraba lejos, hablar de cómo iba la vida y reírnos a carcajadas mientras los tíos contaban chistes y anécdotas.  

En su lugar, nos encontramos inmersos en una suerte de limbo. El miedo y la inquietud son nuestras compañeras diarias, y pareciera que el futuro se ha vuelto un enigma inalcanzable por las incontables muertes, los secuestros, las extorsiones, la migración, las calles y esquinas vacías del barrio. Mismas que se llenaban de jóvenes, de niños y niñas jugando, familias conversando hasta muy tarde sin peligro a que pase nada. Hoy, en lugar de eso, enfrentamos un presente cargado de preocupaciones y un mañana en el que no podemos confiar plenamente.

Es cierto que la democracia está diseñada para celebrarse a través de elecciones y no solo en esa ocasión. La democracia hoy, es un proceso permanente de transformación, es el cuestionar constante del poder y su aplicación. Busca generar nuevas formas de participación desde las instituciones y las bases sociales. Va más allá de la disputa entre ideologías, es un cuestionamiento constante que necesita vigilancia permanente por parte del pueblo que ejerce ese derecho para evitar que se convierta en un ejercicio “democrático” de un solo partido, de un sólo líder en la conducción del Estado, para evitar que sea poseída por la demagogia y el populismo. 

—La violencia escaló tanto que estamos desmovilizados, el miedo nos ha paralizado y no podemos dejar que eso nos gane —recalca mi abuela antes de llamar a los niños y las niñas que se encuentran en casa, para comer.  

Mientras avanzamos en este viaje lleno de desafíos, queda por verse si podremos recuperar de a poco la esperanza, el optimismo en la vida y el país que queremos forjar para las nuevas generaciones. La incertidumbre puede ser una poderosa enemiga, pero también una oportunidad para replantear y redefinir lo que significa ser parte de un proceso democrático. Por ahora, permanecemos en duelo, esperando el momento en que podamos volver a cantar una melodía de esperanza y renovación con el trabajo conjunto de quienes conformamos el escenario de nuestro lindo Ecuador.

Jornada electoral, 20 de agosto de 2023, en el Colegio Antonio Neumane, Santo Domingo de los Tsáchilas.
Compartir

Autoras

Mishell Mantuano Cabezas

Mujer negra y militante antirracista. Licenciada en Comunicación Social con mención en periodismo. Co-fundadora de La Movida Antirracista, investigadora y presentadora del podcast antirracista Palabras Negras. Mi trabajo periodístico y de investigación está vinculada a la afrodescendencia, derechos humanos, derechos sexuales y reproductivos.