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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Margarita de Daule

Desvaríos y fotos mal tomadas en un día de farsa

20 de agosto de 2023

Escribir estas líneas se convierte en una tarea de enredos y laberintos de pensamiento. Desde ya, pido indulgencia a aquellas y aquellos que se sumerjan en mis palabras y encuentren desvíos que parezcan divagaciones.

El acto de ejercer el sufragio el domingo 20 de agosto del año 2023 no solo me trajo una cierta pesadumbre, sino también una brizna de tristeza y un dejo de desesperanza.

21h38

“Ha ganado la Democracia”, resuena con agitado brazo izquierdo la presidenta del CNE, Diana Atamaint, a través de una cadena nacional. Un estallido innecesario de euforia se enreda con la confusión. ¿Qué significado adquiere realmente el triunfo en un país donde las cifras de muertes violentas han aflorado de manera alarmante en los últimos meses? Las cifras oficiales, esas que se cuentan con cierta conveniencia pero dejan a muchas muertes por fuera, registran entre el 1 de enero y el 2 de julio de 2023, 3.568 muertes violentas. En el mismo lapso de 2022, el saldo de crímenes de esta índole llegó a 2.042, lo que resulta en un aumento del 74,73%. Y si nos limitamos al escenario electoral, fueron más de 15 los atentados que desembocaron en el asesinato de 3 candidatos, entre los que figuró Fernando Villavicencio, aspirante a la presidencia.

El domingo se adornó con un manto de luto, casi como ha ocurrido en estos últimos años con este rincón atravesado por el paralelo 0. Casi como si la sombra que se posó sobre nosotros en el 2020, con la pandemia, hubiese encontrado acomodo y se complaciera con el Ecuador de los cuatro mundos.

16h00

Decidí ir a votar en la última hora, no quería de banda sonora el bullicio de la ciudad, esperé que este se haya desvanecido. Fue una jornada en la cual debíamos elegir entre la derecha y la derecha.

Restaban un par de vendedoras de comidas y la plastificación del carnet se ofrecía a 15 o 20 centavos.

En mi camino hacia el recinto electoral, ubicado cerca del corazón de Quito, un perro callejero celebraba un festín con sobras a la sombra de un poste empapelado con los rostros de dos candidatos que, como tantos otros, se hacían finalista en segunda vuelta. ¿No nos han ofrecido, a nosotras, la misma lavaza con la que se alimentaba el perro de la calle?

Otras personas, al igual que yo, apresuraban el paso. En estos tiempos de políticas de pobreza, son pocos los que pueden costear una multa de 45 dólares por no ir a votar.

16h20

La premura del paso resultó innecesaria. Mientras me acerco a mi mesa de votación, mis ojos recorren las paredes del plantel: “José C maricón 8vo. A”, “Darwin de 9no. B maricón” y penes tan torpemente dibujados que desafían descripción.

Ya ante el montón de papeletas, un momento más de reflexión.

No fue aquí, en este recinto, sino en uno donde votó una amiga, donde fui testigo de la presencia de quienes, en más de una ocasión, han enarbolado el estandarte de su anarquismo, de su antagónico sistema. Supongo que esta vez su presencia se debió a las consultas populares sobre el Yasuní y el Chocó Andino. Sea como fuere, esa visión me alegra en cierta medida; se torna reconfortante. Más allá del impacto que pueda o no tener, es alentador responder al poder que rechazamos, a su modelo que renegamos, sin importar nuestras contradicciones diarias. Voto afirmativamente en las consultas y anulo mi voto en el resto de las papeletas.

16h35

Después de unas fotos mal tomadas, me alejo del recinto, pienso cómo nos plantamos frente a estos procesos electorales, calificados como una de las máximas expresiones democráticas. Pienso en qué depositamos en las urnas, sé que muchas y muchos llegan a las urnas pensando que su voto puede cambiar, para bien, los problemas del país, como si pudiéramos borrar con un voto la desigualdad, el racismo y el clasismo histórico. Como si de repente, con un rayón en un papel, se activaría un conjuro que vuelva todo a cero, donde las vidas baleadas y registradas como “daños colaterales” de pronto regresen, aunque vuelvan a ser baleadas de la misma manera.

18h00

En los medios, en todos, los resultados resuenan. Las contiendas se entrelazan entre el correísmo, que huele a rancio, y el empresariado, con aroma a muerte. ¿Qué me inquieta como mujer de clase media, con un salario que, mes tras mes, se desliza hacia el poder financiero? Aquí mi lista:

Me inquieta la desaparición completa de lo que nos queda de libertad.

Me inquieta que una bala alcance los cuerpos de mi madre, mi padre, hermanas o sobrinos.

Me inquieta el miedo a la calle, al punto de hacerla intransitable.

Me inquieta la muerte que ronda a quienes padecen enfermedades graves y catastróficas.

Me inquieta que la diferencia entre comer y no hacerlo dependa de un dólar.

Me inquieta la perpetuación de lo más inhumano del capitalismo.

Me inquieta tener fe en las elecciones.

Me inquieta que haya triunfado la democracia.

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Autoras

Margarita de Daule

Cuarentona, le gusta el agüita de cedrón y asomarse al balcón a ver la vida pasar. Endeudada hasta la coronilla en un posgrado que tiene guardado bajo el colchón. Escritora a ratos, lectora a besos.