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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Jeanneth Cervantes Pesantes & Daria #LaMaracx

Correspondencia…

Entre rebeldías lésbicas y travesuras travestis

En el último año, hemos venido acompañando la publicación de ocho editoriales desde diferentes voces de mujeres rebeldes y traviesas frente al mundo. Y entre lectura y edición de cada texto, las conversaciones se tornaban eternas. Discutir el uso de un concepto, la posible deriva moral de un argumento, el lugar de enunciación de la autora y nuestras propias historias de vida, que son menos nuestras de lo que creemos, fueron la excusa para charlas interminables, de horas, días, y hasta semanas. Charlas que nunca nos dejaron satisfechas, siempre algo se quedaba corto y sin decir.

Y como somos de lenguas viperinas y cascos ligeros, pues decidimos, que esta vez conversaríamos por correspondencia. Sí, a la vieja usanza, donde no hay notificaciones de mensajería, confirmaciones de lectura instantánea, ni reacciones online. La pregunta era: ¿sobre qué —de todo lo que habíamos dejado abandonado— nos enviaríamos misivas?

Así que regresamos a mirar el calendario, octubre es el mes de las brujas, de las lesbianas y de las travestís. En 2007, las participantes del VII Encuentro Lésbico Feminista de Latinoamérica y el Caribe (ELFLAC) en Chile designaron el 13 de octubre como el día de las Rebeldías Lésbicas Feministas en homenaje a la realización del primer Encuentro Regional de Lesbianas Feministas de 1987 en México.

Por otra parte, en 2008 inicia la campaña “Stop Trans Pathologization” para la eliminación de la transexualidad dentro de los manuales DSM IV de la Asociación Americana de Psiquiatría y del CIE-10 de la Organización Mundial de la Salud. Desde 2010, el Proyecto Transgénero tomó esta propuesta y la hizo suya con el título: OCTUBRE TRANS.

Con tremendos antecedentes de lucha y reivindicación, un par de mariquitas locas empezamos a escribir una correspondencia torcida y a mano.

***

Querida Daria,

Algún lugar de Quito, un 12 de octubre de 2021. Te diría que en la Gloria de Dios y la hispanidad, pero ya me cayeron en redes sociales por andar de “muy, muy irónica”.

El motivo de estas líneas es que nos han encomendado una tarea —creo que es hacer el mundo arder o que nos hagan arder 😉 —.

Me disperso con facilidad hasta cuando escribo con esfero, pero retomando nuestra tarea: nos encomendaron escribir un texto que sea ardiente y rebelde en medio de estos tiempos tan complejos de censura, totalitarismo y verdades absolutas…

Un texto que hable de la rebeldía lésbica y de la visibilidad trans; así que nos tocó a las marikas, escribir de lo marika (guiño, guiño).

Pero te confieso que no sé por dónde empezar, no sé bien qué es ser rebelde ahora porque limitarlo a la orientación y al afecto y especialmente al “amor” me resulta minúsculo. Hay días en que odio el mundo y que sospecho (a lo Lemebel), de todo, más aún de las apuestas políticas tan adjetivadas y correctas.

El adjetivo me hace dudar y me gustaría ir más allá de la orientación, porque somos más que eso, nombres y adjetivos. Somos historias más complejas que la frase limitante a un hashtag y he de admitir que pienso y siento así porque la historia de vivir mi sexualidad, mi afecto y deseo con otras chicas fue un proceso “normal”, sin restricciones, acompañado y amado que eso es quizas, como dirán las lenguas más “sabias”, “un privilegio”, que hace verme más allá de un ente lésbico sino como una humana compleja, lesbiana mestiza, con raices profundamente indígenas, con un apellido comprado por algún ancestro que dudaba de sí y negaba sus orígenes.

Sí, creo que el ser lesbiana pasa por la experiencia vital que me dio incluso mi madre catequista y por esos fragmentos de imperfección que ahora se vuelven más evidentes. 

Ya no te aburro más y sigo pronto en otra servilleta porque esta se acaba y ya llegó la pizza.

Besos, Janis 

***

Sábado, 16 de octubre de 1997.

Querida Jeanneth,

Te escribo desde una fría suite parisina, tan vieja como la conversación que nos convoca. Aquí se extraña el calor de las hogueras bárbaras donde juzgaban mi ser. Aquí no resuena la música de quien será una Diva Travestí hasta el final de sus días, mi íntima amiga, Sharon.

Aquí no son invadidas mis fosas nasales por el estruendoso aroma del bus popular, celeste como el cielo, tan caro como un huevo.

Aquí no hay padre, madre ni perro que te ladre.

¡Aquí todo es peor, es Europa!

Te escribo desde el pasado porque me has preguntado sobre eso, sobre la memoria. Y yo que soy tan cuerpo decadente regreso al olvido, chillo desde las catacumbas abiertas del dolor. Porque mi “corazón valiente” se estruja al pensar que ha pasado tanto tiempo y no ha pasado nada.

Recuerdo el día en que nos conocimos, en que vimos que nada tenía de especial, y como somos las travestís, de mi lengua brotaba la bondad de un cactus putrefacto.

“Sois buenas, bondadosas, como otro, como cualquier otro ser humano”, declaraba el varón aliado en el seminario de derechos humanos.

Que no, que no somos buenas, que somos bellas, que no somos como otros seres humanos, somos yeguas y mulas estériles, somos escorpiones venenosos… Somos la pesadilla del arzobispo y el deseo lujurioso del esposo, de la beata, de la aprendiz, somos el pecado envuelto en oropel. Somos las amigas de Lucifer.

Recuerdo el día en que nos conocimos…

Aún no ha terminado.

Amiga, me pregunto: si a la lesbiana lo que la hace lesbiana es a-m-a-r a otras mujeres. ¿Qué pasa con la lesbiana que odia? ¿Qué pasa con la que es soltera? ¿Qué pasa con la que goza de su soledad? Es acaso, ¿menos lesbiana?

“No quiero que mis hijos se junten con esas lesbianas, esas torcidas, esas putas”, exclamaba el padre cariñoso a la madre llena de hastío.

Pues, con las mías no te metas. Somos torcidas porque nuestras columnas no están listas para tal cantidad de abalorios, estamos chuecas porque nuestras rodillas etéreas, no están preparadas para la gravedad mortal.

Estamos rotas y fragmentadas porque son nuestras alas las que quieren abrirse por sobre este caparazón mal moldeado.

¡Y no te confundas! No estamos atrapadas en el cuerpo ajeno, no estamos equivocadas en la repartición carnal, no somos carne de esta carne, no, no, n-o.

¡Y que te quede claro! Somos meretrices del averno, las dueñas de las llaves del infierno, amas y señoras de los escuadrones del Sheol.

Somos criaturas semejantes al volcán, a la corriente del río, al húmedo pasto rociado.

Somos, por ahora, la pesadilla de Jaime.

Somos las encantadas de Abdalá.

Somos el círculo rosa de Rafael.

Somos la constricción de Guillermo.

Somos el sufrimiento de los jinetes del Apocalipsis.

Somos las yeguas del infierno.

Con amor, siempre nuestras.

Daría.

Que tus intenciones

sean tan malas

como tu-yo.

***

Querida Daría,

Ha sido difícil responder tu última carta y es que la filosofía y la academia me quedan cortas en estos tiempos. Quisiera tener más pausas y vidas para leer tantos libros marikas que andan pendientes, entender a profundidad las teorías de tantas mentes lúcidas contemporáneas; pero el tiempo sin tiempo, la virtualidad, el trabajo y el desgano solo me permiten hablarte de lo poco que sé, que es tan autoreferencial y reducido a la experiencia de mi ex activismo y de mi identidad marika-lesbiana sureña y algo desclasada.

Leí tú última carta con atención y pensé en eso de la reproducción, cruzado con los afectos y el deseo, con el ideal perpetuo de no morir y menos morir en soledad. Pensando en que la realización personal sea cual sea el género, sexo y orientación están atravesadas por la maternidad, paternidad, el matrimonio y los afectos institucionalizados.

Recuerdo nuestra charla parafraseando a María Galindo en su última visita a Quito:

“Les devuelvo su derecho al matrimonio por el derecho a seguir vivas…”

Sí, vivas pero no como un acto mecánico de respirar, sino como noción de dignidad, de placer y deseo. Vivir dignamente y en abundancia, no como ideal capitalista sino como mandan las malas costumbres en nuestras propias contradicciones y es que he pensado tanto este tiempo de corrección política en la imperfección política que me he apropiado de ella. 

Vivas con la posibilidad de construir y destruir.

Vivas para pelear y pelearnos, para sonreír y odiarnos.

Admitiendo lo complejas de nuestras existencias sin ideales vanos y cacofónicos.

Con los años he detestado los ideales y la idealización, nos resta humanidad y la posibilidad de equivocarnos y cambiar.

Nuestras identidades son organismos vivos, cambian, mutan y se mimetizan (a veces, otras no).

Recuerdo que hasta los 27 años era una mujer cis-hetero y de pronto mi deseo se reconocía como una avalancha desbordándose sin ningún rigor, dejándose arrastrar por deseos y afectos que entendí, sobrepasan un nombre.

Al principio pensé que solo ella sería la única chica que me gustaba y gustaría en el mundo, recurriendo a la idea de lo puro y romántico. Una también es idealista y peca en el amor romántico (a veces, otras no… o no tanto al menos).

Han pasado casi 9 años y ya son cerca de 4 mujeres que he deseado.

¡Vaya suerte! No quise ponerme una etiqueta pero luego entendí que lo que no nombras no existe y que mi existencia era vital, es así que mi afecto se volvió un acto político de amar y disfrutar de la “compañía de otras mujeres”.

Además, cuando pienso en la visibilidad también pienso en lo invisible de nuestros afectos, emociones y deseos.

Ser de por sí mujer ya nos hacía invisibles. Invisibles en el lenguaje, invisibles en la historia política, económica, en las familias. Ser invisible como mujer ha sido una constante, más aún en el deseo del padre cuya misoginia anheló siempre el hijo varón y vaya dramático destino, tres hijas mujeres nacieron; por eso, hacernos y ser visibles se convierte en un acto de rebeldía.

Mientras escribo esto recuerdo a Pedro Lemebel en su última venida a Ecuador. Yo amando sus letras y conocerla, y ella/el coqueteando a mi amigo y él resistiéndose a ir a su hotel. Y es que es así el deseo, un gusto, un momento y un instante.

Y es que es eso la vida marika, vernos, verse como un espejo que va cambiando de formas y colores.

Ser marika desde el empobrecimiento, desde la negación, desde la periferia. Ser marika, empobrecida, extranjera, india, negra, mestiza, es el mayor acto de rebeldía.

Rebeldía a fin de cuentas es solo existir porque esas son las existencias que han sido borradas. Esas son las existencias que incomodan.

Esas son las existencias que amarikonan el mundo cuando sus voces se ponen dulces al oído, cuando sus ropas incomodan a la vista, cuando los tacones son esencia del silencio.

Son las existencias del cabello corto, del “no se te nota que eres lesbiana”, “no se te nota que eres marika”, del “es marika pero…”. Siempre habrá un pero para calzar en sus tapiñadas mentes; más aún ahora, que las identidades se despolitizan y a toda costa quieren insertarse para dejar de incomodar, lucir “normales”.

Salud por las existencias que incomodan y que no se acomodan.

Y más salud porque estas existencias inconformes se encuentren en el camino.

Abrazos, Janis.

Ilustración de Erika Coello @erikacoellop

***

Viernes, 22 de octubre de 1997.

Tu última carta cerraba con abrazos. Abrazos que nos fueron negados en el último año.

La excusa fue una pandemia, la razón: quebrarnos. Empujar nuestras existencias al límite de la resistencia vital.

Las mascarillas hoy cubren las mejillas llenas de lágrimas de las miles y miles de mariquitas que volaron en dirección al arcoíris. Dos, las más cercanas, partieron de esta tierra al infinito, llevándose consigo muchas esperanzas y digo que se las llevaron porque su muerte se llevó la espera, la paciencia.

El vuelo de María Jacinta y el de Patricio Coellar – Pachi me recordaron lo frágil de nuestra vida. Cuando me escribes sobre el deseo pienso en el deseo de ser que estas travestís viejas se llevaron consigo. Sus rostros se me dibujan cuando pienso en el futuro. Acaso, ¿aún deseo un futuro?

No lo sé, pero anhelo que el torbellino de identidades no nos atrape más. Que termine ya la reglamentada olimpiada de las opresiones y la justa carrera por nuestra emancipación.

Amiga, las travestís vivimos múltiples obsesiones que nos carcomen, una de ellas: los hombres. Y no cualquier hombre. Nos enloquece aquel que desea perennizarse en el poder, aquel que cierra con seguro la habitación del motel, el que juró ante el mundo protegernos. Y no cumplió, y nos engañó.

Nosotras sentimos y resentimos, una y otra vez. Duele, nos hiere.

Tengo miedo, Jeanneth. A perderme en la “normalidad”, a ser engullida por el “trabajo que dignifica”, a quedarme sin tiempo para “desperdiciarlo”. Mientras la vida se le mejora a Ricky Martin y a Roberto Manrique, a las mariquitas de barrio todo se nos pone de patitas… Al hombro.

***

Sábado, 23 de octubre de 1997.

Querida Jeanneth,

Empiezo de nuevo, otra respuesta con mucho miedo. Sí, tengo miedo, torera. Diría la colita de Lemebel. Hace no mucho me enteré que en la jerga chilena, sobre todo en la santiaguina, cuando eres tremendo maricón, te dicen: cola, colita, coliza. Así que este tremendo pedazo de maricona te escribe desde la cola.

Desde la afrenta, el insulto, desde la injuria que es la única esencia que quiero habitar antes de terminar siendo un cuerpo sin órganos. Porque no, las mariquitas no nacemos, no nos hacemos. Las mariquitas somos, solo paso a paso, coletazo a coletazo.

Me llama la atención como te refieres al deseo: un instante. Yo me refiero a él como un gateo ;-P. Disponiendo el cuerpo a cuatro puntos. Convirtiéndonos en felinas sigilosas y zorras escondidas. Pero no, la buena gente nos exige, nos anima a salir del armario, del closet, de las sombras para “amarnos”, para “normalizarnos”.

¿Por qué?

¿Para qué?

¿A quién le conviene que tremendos mariposones sean visibles?

Al final de cuentas, siempre tuvimos una impactante presencia en las familias. Siempre fuimos la tía solterona, el cuñado sacerdote, la vecina que migró a España o el hermano que murió con cáncer rosa.

Me escribiste sobre rebeldía y no dejo de pensar en aquella tarde de domingo sin tareas. Junto al peor es nada, caminando por el boulevard del centro comercial, al sur —y no tan al sur— de la ciudad. Él miraba los cuerpos, yo los tacones. Él miraba mi rostro y yo las etiquetas. Él me tomaba del hombro y yo solo me derretía. Él me decía que no y yo que sí. Cinco años después, amiga mía, le decía al mundo, que ninguna verga vale tres hectáreas de discreción.

¿Fui rebelde porque el mundo me hizo así? No. Jeanette, la cantante, se equivocaba. A mi me dieron todo el amor heterosexual que podía recibir, simplemente yo no quise ser como el niño aquel, como el hombre aquel que es feliz. Y es que las mariconcitas somos un error del sistema que desde 1868 tiene nombre científico: homosexuales. Que cuando la rebeldía nos invade, en realidad, solo nos revelamos.

Me gusta pensar, que cuando los labios torcidos de Mari Trini interpretaban “Yo no soy esa”, era yo, la que se lo cantaba a mamá y papá.

“Yo no soy esa / Que tu te imaginas / Una señorita tranquila y sencilla / Que un día abandonas / Y siempre perdona / Esa sí.. no.. / Esa [travestí] no soy yo /.”

Me despido con ganas de mantener la correspondencia, quien diría que aquí están las letras torcidas de unas mariquitas.

Siempre muy nuestras,

Daría

***

Quito lluvioso con truenos y relámpagos

25 de octubre de 2021

Daría, no te diré querida y no porque no te quiera, pero insisto en que los clichés me suenan falsos. Acabo de darme cuenta que mis cartas —algunas— no tenían fecha. Supongo que es mi anhelo de vivir sin tiempo. 

Demoré mucho en responder tus últimas cartas y es que lo que planteas no es nada sencillo y menos para responder a mano y con esfero. 

Esta misiva será corta para que podamos ya publicar nuestras cartas.

Seamos menos normales en este mundo de normalidades, de imposiciones, de decirnos cómo ser, qué decir, cómo pensar (y cómo no pensar), cómo pelear. Bailemos tecnocumbia como irreverencia feminista con botas altas y tacones de punta. Bailemos compañera, que si algo nos quiere este cis-tema es tristes y cansadas; y nuestro mayor acto de rebeldía será ese: no callarnos, resistir y bailar hasta que nuestros pies vuelen por sí solos. 

Dejemos a quienes sí saben de coherencia ser coherentes, yo te invito y las invito (siempre es mejor si somos más) a ser imperfectas, a equivocarnos, disentir, pelear, confabular y no rendirnos en el intento, a decir NO como un acto de rebeldía, incluso a los cuidados que exigen las más cercanas. Mucho hemos batallado para politizar el cuidado como para ahora ser máquinas de sororidad.

Que sean esas incomodidades las que hagan de nuestras existencias lugares habitables donde cada marikita elija en qué pedazo de cielo quiere volar y con quién o quiénes hacerlo. Y elija también si no quiere hacerlo.

Marikita mía, bailemos para terminar las cartas colgadas en la puerta de tu habitación o escritas en una servilleta. Bailemos, pero elijamos juntas la música. 

Con amor (esta vez sí con amor),

Jeanneth y todos sus alías: Janis, warmi, Juana, Janeta. ♡

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Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes & Daria #LaMaracx

Quiteña, feminista apasionada por la encrucijada digital. Ha sido asesora de comunicación en temas relacionados con violencia, género, derechos sexuales y reproductivos. | Es una travestí que desertó de la universidad. Escribe para no olvidar. Su obsesión por la sexualidad y los hombres la condujeron al posestructuralismo francés. Grindera 24/7 porque el deseo no se reprime.