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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| La Periódica

Sinfonía agridulce

El sábado 9 de octubre de 2021, mi gran amiga Melisa y yo, Jordy de los Milagros, estábamos ocupando la concha acústica del Parque de la Kennedy al norte de la ciudad de Guayaquil, para bailar una coreografía de Flavio Verne, artista brasileño marica, que nos encanta muchísimo. Un guardia de seguridad nos interrumpió para decirnos que la ropa que yo estaba usando (shorts cortos) era vulgar y que debía vestirme con “ropas adecuadas de baile”. No nos fuimos. Llegaron dos miembros de la policía. Uno de ellos, me obligó a retirarme del parque después de una acalorada e irrespetuosa discusión en la que asumió mi género sin preguntarme y me acusó injuriosamente de “corromper niños e irrespetar a las familias del lugar.” No es la primera vez que me niegan el uso de un espacio público, pero sí es la primera vez en que la causa se adjudica a mi estética travesti.

Este texto surge como una contestación al abuso de poder y prejuicio de aquellos HOMBRES.


Sinfonía agridulce

Es como un ritual: el entramado de la urbe se condensa en un vapor que parece subir al cielo. Te detienes frente a la calle y esperas que el semáforo te dicte cuándo empezar a caminar. A pesar del calor, sientes frío. No te pertenecen las reglas de nada, pero alrededor todos se mueven. ¿Te están esperando? Entras al peligro.

Caminas en dirección opuesta y tropiezas con un montón de gente. Algunas de esas personas se irritan, otras se caen y otras simplemente te señalan y se burlan. Las más ociosas te enfrentan y a ti te toca inventar una canción en tu cabeza que suena con un volumen estruendoso. El sentido en el que vas es el óptimo para que te juzguen, así que no puedes dejar de caminar. Además, tu cuerpo sabe demasiado bien que estos golpes duelen.

A veces un auto pasa frente a ti, se detiene en medio de la acera y tú tienes que pasar por encima para poder llegar al otro lado. La persona que lo conduce se baja disgustada y te grita un sinnúmero de barbaridades. Su tono es impulsivo, violento, pero sabes que en el fondo no te conviene escuchar. Tu cuerpo se estremece.

Con el tiempo, han sido tantos golpes que tu paso adquiere cierta distinción de estilo, cierta torcedura y cierto quiebre: ninguno de los tropiezos te ha hecho caer y, si hubieses caído, se entiende que te has vuelto a levantar porque, como sea, sigues caminando.

Llega un momento en el que muchas de las personas que caminan se apartan: evitan chocar contigo y, cuando quedan atrás, voltean para mirar tu espalda en movimiento. Es como si estuvieras bailando o arrastrando un cuerpo torcido y en ese momento sientes orgullo de ser diferente. Empiezas a darte cuenta de que también hay un montón de personas que caminan como si nada. Pero eso no significa que te hayan dejado de señalar en secreto.

La calle parece despejarse ahora y tus pasos caminan con mayor fluidez. Sientes que ha quedado algo vacía la ciudad, pero en realidad cada vez hay más personas caminando detrás de ti y menos en tu contra. Lxs niñxs te siguen y sus madres van detrás, aplaudiendo. Podrías toparte con un semáforo de nuevo y, en cualquier momento, prepararte para otro inicio. O podrías detenerte y mirar expectante cómo un nuevo final acontece.

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La Periódica

Primera revista digital feminista en línea desde 2017 en Ecuador. Es un proyecto orientado a denunciar y visibilizar la vulneración de derechos a las mujeres, niñas, y personas LGBTIQ+, y narrar la realidad desde una perspectiva feminista crítica.