La ciudad aún duerme, silenciosa, sin tráfico, en penumbra. En medio de este silencio hay mujeres que están iniciando su jornada de trabajo. Algunas no cumplen horario de oficina, ni timbran tarjeta, incluso sin horario fijo, sin seguro, y ganan salarios por día trabajado. Se movilizan de norte a sur, de sur a norte o a los valles. Ellas han encontrado la manera de que las distancias no sean un obstáculo para poder hacer su trabajo.
Amparo cobra pasajes en la unidad 17 de una compañía de buses. Carmen compra hierbas en San Roque y las vende en el mercado de Santa Clara. Cecilia vende periódicos, implementos de aseo y utensilios de cocina.
Estas mujeres desempeñan trabajos que no se ven ni se reivindican. Son mujeres que quizás no saldrán a marchar el 1 de mayo porque no se contempla su derecho a celebrar el día del trabajador (y la trabajadora, aunque a menudo eso se olvide), o porque aprovecharan el feriado para descansar o estar con su familia, con la que apenas tienen contacto durante la semana, porque sus horarios son intempestivos, fuera de cualquier ley o lógica.
Sus jornadas laborales son de 14 o 15 horas. Los suyos son sueldos que no son, o que dependen de las ventas. El oficio lo han heredado de la abuela o la mamá, o lo han tomado como alternativa a otro empleo quizás mejor remunerado.
Vidas de mujeres trabajadoras que escapan a los ojos analíticos y críticos del sistema capitalista cuando se habla de derechos laborales; vidas atadas al trabajo y la supervivencia; vidas que sustentan otras vidas; vidas que son vividas aunque parezca imposible.
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Alba Crespo Rubio
Jeanneth Cervantes Pesantes
Gabriela Toro Aguilar