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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Bernarda Robles Morocho

Me deshago de las cuerdas que me hicieron una marioneta

Cuando nací tenía más pelo que cuerpo. Un pelo lacio, indomable, azabache en el que, de niña quedaron prendidas algunas mariposas, y en mi juventud, algunos hombres. 

Mi pelo negro, negrísimo y mi voz de trueno me daban aspecto de una pequeña galaxia, una pequeñísima, apenas si llegaba al metro y medio.

También nací con el corazón agujereado y a los 11 años mis padres lo llenaron de amor y risas. Tal vez por esa vocación heredada, intenté llenar vacíos que no me correspondían. 

Sé que tuve más alegrías que dolores, porque la memoria de mi cuerpo sonríe y no ha olvidado cómo trepar un árbol de guabas maduras. Y en el agua floto y me sumerjo con la tranquilidad y frescura que solo da la luz de luna llena en el río Upano. 

¿Era feliz? Sí.

Confiaba en el suelo que pisaba, a pesar de algunas caídas, y tomaba la mano de los adultos con dulzura para que me guiaran.

Ahora, ya no era una niña.  Los caminos los comencé a recorrerlos y hacerlos con mis botas de campo. Así llegué, entre sueños, libros y afanes antropológicos donde alguien a quién amaba profundamente. Sus espesas canas, en contraste con mi pelo negro, negrísimo, me aseguraban que él aún tenía mucho que enseñarme. Con una sonrisa estreché su mano, y él con una mueca estrujó mi pierna. 

¿Estaba confundida? Confundidísima. 

Los días pasaron y su mano me guiaba a un mundo de pesadillas y sombras. Dejé de sonreír y cada paso me parecía un error. Hundió su nariz en mi cabello y me dijo que era una flor. Y sí que lo era. ¡Claro que lo era! Una que rápidamente se marchitó en sus manos putrefactas. Jamás volví a tener el pelo largo y azabache. 

Una noche oscura se metió con lo más sagrado, con mi cuerpo, con mi intimidad.

Me fracturé para siempre. Vomité el pedazo de corazón que mis padres con tanto esfuerzo me habían dado. Sin saber que ese era el nudo que unía todo mi cuerpo. Caí en pedazos. Me desarmé, me rompí. Con mis bordes filosos dañé a mucha gente, sobretodo a mí, sobre todo a mí. Cada paso era un error.

¿Estaba triste? Infinitamente. 

Ya no era más una galaxia, era un títere desencajado y astillado. Y todavía la misma mano asquerosa me manejaba.  Me rompí mil veces, tantas veces que solo quedó polvo. 

Pero un día de lluvia interna, el polvo se hizo barro y el barro se hizo grito. Con uno de mis bordes aún afilados corté las cuerdas que me ataban y me defendí de las manos que me marchitaban. 

¿Tenía miedo? Como nunca antes. 

Sin embargo comencé a llenar yo misma mi propio vacío del corazón. Y mi voz de trueno regresó e hizo eco, se multiplicó en varias (demasiadas) voces. Cortamos los hilos que la misma mano putrefacta ataba. 

¿Sentía dolor? Uno insoportable. 

Sin embargo, nos tomamos de las manos, sangrantes, nos abrazamos empapadas de lágrimas, nos levantamos sucias y pisoteadas…

Y de repente: sonreímos. 

Hubo una explosión, fui polvo de nuevo y casi sin darme cuenta, otra galaxia surgía…

Retrato de Bernarda Robles. Julio 2021. Foto: Karen Toro

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Nota editorial:  Este texto fue publicado originalmente en la cuenta de facebook de Bernarda. Aquí te contamos un poco más sobre su búsqueda por justicia.

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Han pasado 10 años desde que Bernarda fue víctima de violación por parte de Fernando M. gestor cultural del grupo de títeres “Rana Sabia” y dos años desde que hizo pública su denuncia.

El pasado 8 de julio de 2021, a casi dos años de que Bernarda denunciara públicamente al agresor, esperaba que finalmente se dé la audiencia preparatoria de juicio contra Fernando M., pero por segunda ocasión se aplazó, esta vez porque uno de los abogados del acusado tenía problemas de salud. Bernarda continúa exigiendo que se haga justicia y que su historia no quede en la impunidad.

Jaime Robles y Lucía Morocho sostienen el cartel que hicieron para exigir justicia en el caso de su hija. Julio 2021. Foto: Karen Toro

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Conversamos con Bernarda sobre su búsqueda de justicia: 

¿Qué esperas del sistema de justicia?

Yo espero que sean respetados mis derechos, porque en dos años el debido proceso ha sido vulnerado muchas veces y he sido revictimizada en múltiples ocasiones; espero que se respeten mis derechos como denunciante. Espero tener los elementos suficientes para irnos a un juicio y espero que salga favorable, comprobando que existe criminalidad y un delito.

¿Qué falta en los espacios artísticos-culturales para que una historia similar no se repita?

Yo creo que lo que se necesita de manera urgente es una ética profesional donde haya respeto hacia el cuerpo de la mujer, hacia el espacio personal de cada artista, donde se reconozcan los cuerpos distintos y de las personas. […] Que exista una claridad en las cosas. Lastimosamente, una vez que mi caso se hizo público, al comienzo decidieron no creerme muchos grupos culturales, de teatro, cine, de pintura, danza y apoyar a este grupo cultural por su trayectoria en el arte.

Si son intachables como artistas deberían ser intachables como seres humanos y no, no siempre es así. No podemos decir: “son buenos profesionales” y asumir que son buenas personas. Es importante no callar ciertas situaciones y no normalizarlas. En una clase de teatro, de danza que el profesor o un compañero te toque sin tu consentimiento, de una manera que te hace sentir incómoda, eso no hay que callarlo, hay que sacarlo a la palestra. El cuerpo de las mujeres está más sexualizado y estamos expuestas a esas situaciones. Yo creo que se debería hablar de estos temas, hablar de la violencia hacia el cuerpo de las mujeres en el arte, la cosificación, la naturalización de las agresiones sexuales. Cuando el cuerpo de la mujer ha sido objetualizado pierde todos sus derechos y debemos ser entendidas como mujeres, como entes completos donde nuestra dignidad y espacio sea respetado. Se debe vigilar que se cumplan estas normas éticas de trabajo.

¿Qué haría justicia para ti?

Que lo que me pasó a mí, no le vuelva a pasar a nadie más. Y no hablo solo de mi caso con Fernando M., hablo de todos los casos, que se reconozca lo que está pasando y que nunca más lleguen a agredir el cuerpo de una mujer de manera física, psicológica…. Por ejemplo, el acoso sexual que yo sufrí durante ocho meses que no se repita. Justicia sería que el Estado reconozca en este caso que existió un crimen y que no puede pasarse por alto, que la persona culpable sea castigada como dice la ley, por mí y por las otras víctimas. Sé que suena utópico e imposible, pero para mí eso sería justo, poder vivir lo que una quiere, poder ser nosotras y que no tengamos que correr tantos riesgos por ser mujeres.

Díptico: Jaime Robles, padre de Bernarda, prepara un cartel para apoyar la búsqueda de justicia de su hija. / Retrato de Danilo Rosero y Bernarda Robles. Julio 2021. Foto: Karen Toro.

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Autoras

Bernarda Robles Morocho

Nacida el año de 1992 en Cuenca. Hija del medio de una familia atípica de los años 90. Antropóloga sociocultural. Su desempeño profesional ha tomado el camino de la conservación medioambiental. Pero, desde su infancia, ha ido de la mano con producciones y espacios artísticos-culturales. Tiene algunaspublicaciones de opinión pública y poesía. Dibujante en proceso y casada con Danilo Rosero, el del pelo rizado y la sonrisa infinita.