– Reivindicar el llanto como la mar de mis entrañas –
Viene desde la sal, me respondí cuando preguntaron dónde nacía el agua. Es un lavado, un moverse, una decisión del cuerpo de reventarse de tanto no poder más, de no querer seguir aguantando, de no poder seguir aguantando.
– Recordar la primera vez que abriste los ojos bajo la sal
Y viene esta marea, tan de aquí, tan de mí, tan fría y tormentosa, profundo (a)mar que desencaja las estructuras, que lo arrasa todo, que lo abraza todo en vorágine. Caos que desata violenta ternura, restos de sal y un desgarro propio y colectivo de esa herida común en esta tierra. Largas infinitas son estas orillas, entrar en la mar es urgencia permanente.
– Tenemos un mar adentro que se desgarra por despertar
Abrir los ojos y despertar entre el frío estremecedor y el ardor de las cicatrices abiertas. Renacer en un impulso colectivo que desestabiliza los órdenes, abrir para que supure otra vez. Y cuando empezamos a mirarnos, reconocernos y empezar de nuevo, ellos apuntaron, enfocaron y dispararon.
– Una mutilación colectiva, para no ver, para no llorar
Prohibieron las explosiones y las rabias, vinieron los fuertes y las rejas, intentando detener la tormenta implacable que derrumbaba cimientos. El ruido de las olas aplacaba el de las balas y para cuando bajó la marea, la espuma se teñía de rojo.
– De los ojos ya no caían lágrimas de sal.
Aquí no se lava, no se limpia, no se sana. Nuestras aguas supuran de las sangres exterminadas, baleadas, desaparecidas, lloradas. Chile tiene lágrimas de sangre.
Amapola Indómita.