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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Daría

Las malas travestís

Esta carta está escrita a tres voces, evocando a la tricéfala figura de Hécate, la reina de las brujas, guardiana de la puerta de las sombras. Hoy la doncella, la madre y la arcana se manifiestan en esta bitácora travestí1, que hace un recorrido en el tiempo sobre lo que he pensado a propósito de una nueva inquisición, una que castiga nuestras herejías, que penaliza nuestras decisiones, una que llena de medicamentos nuestras fibras y marca con hierro candente estigmas sobre nuestra piel: la institución de la identidad, de la buena identidad, de la identidad de bien.

Enciende una vela, invoca a tus ancestras y por favor, léeme a contrapelo.

Nunca sentí el deseo fervoroso de habitar otro cuerpo porque no tenía conciencia de mi cuerpo. A los nueve años encaré una situación incómoda. Mamá y papá reían frente al televisor al ver a La Melo quien protagonizaba la noche de ese sábado en casa. A primera vista era un chico vestido de rosa, que hablaba de manera “rara”, que contoneaba su cadera y a quien un par de hombres musculosos empujaban. La Melo2 estaba irritada e iniciaba su transformación, su cuerpo delgado se convertía en uno gordo, grande. Su camisa rosa ahora era un traje de heroína de cómic, un montón de capas de esponja y rellenos mal acomodados. Hoy diríamos que ella no estaba pulida. Ya no era el fallido intento de hombrecito, ahora era una gorda matosa3 y haría justicia por mano propia. En un sketch de menos de cinco minutos me había reconocido, yo era La Melo, cabreada y defendiéndose. Entraron los comerciales y papá sentenció con desdén: gay. Así, a secas, esa palabra me acompañaría por más de diez años.

El siguiente fin de semana, me preparé para ver nuevamente a esa “loquita” clase mediera de la ciudad de Guayaquil que bailaba con los pies y las muñecas, se había convertido en mi referente porque hablaba como mi vecina en la tienda y tenía una voz tan aguda como la mía, de hecho, era una de las pocas representaciones maricas en la televisión ecuatoriana de los noventa. Cuando el coro de “Fresa Salvaje”4 terminó, coloqué toda mi atención sobre la secuencia final donde La Melo vive su transformación. Pero esta vez no ocurrió, el predecible sktech había cambiado y al grito de: “Policía, policía” sus garras se escondían. Ella ya no se defendía, la convirtieron en una doncella y mi interés cambió.

Mamá es una bruja porque su palabra sentencia. Mamá me dijo que al llegar a la universidad evite problemas, que no lo diga. “Si alguien se da cuenta tú lo niegas” —repetía.  Pero soy terca como una mula —también esteril—. La Universidad fue un patio de juegos, llegué a la puerta principal como un homosexual y salí como una reina bien marica5. En el ambiente se caldeaban las cosas, por un lado el movimiento de mujeres había retomado las movilizaciones masivas para denunciar la violencia feminicida. Es así como, el 26 de noviembre de 2016, decenas de miles de personas marcharon al son de #VivasNosQueremos ¡Ni una menos! en Quito. Y si, fueron las mujeres feministas quienes increparon la ausencia de sus hermanas, denunciaron la complicidad estatal ante sus muertes y construyeron memoria desde las cenizas8 del olvido.

Un año más tarde, el 27 de noviembre de 2017, se conmemoraron veinte años de la despenalización de la homosexualidad. Entre foros y debates, fotos de archivo y testimonios vivos se reconstruía un legado casi exterminado, el de las trans femeninas, renacían como fantasmas cabreados610 desde las sombras.

Mamá es muy observadora cuando alguna mutación se avecina en mi vida, tiene una frase casi ceremonial: “Últimamente has cambiado. ¿Con quién te estarás llevando?”. Desde hacía meses, sentía que mi cintura se estremecía, que las costillas me impedían respirar, cargaba con un corsé de la “buena moral”.

Mamá: soy travestí. Dije haciendo sonar las tapas flojas de un par de tacones, huyendo a los abrazos de mis amigas, las feministas.

Las travestís no nos sentimos mujeres, no somos, no queremos ser, de hecho, nadie en este mundo occidentalizado puede llegar a serlo. Porque a las mujeres, tal como hoy entendemos la palabra, las inventaron con la colonización en 1492.711 12

¿Por qué esto no es un debate? Porque cuando se abren las puertas del bienaventurado argumento lo que brota de las fauces del amo son las doctrinas implantadas en piedra. “Que el cuerpo es uno solo, que nunca cambia, que si se altera, siempre será para mejorar”. Aún se cree que el cuerpo existe, que la naturaleza divina lo ha erigido desde la arcilla, aún se cree que tenemos un cuerpo. Esto es propio de la condición humana —me dicen. Entonces las travestís no queremos más humanidad —contesto.

¿Por qué nos obligan a argumentar a favor de nuestra condición de humanidad? No lo sé. Las travestís necesitamos tiempo, plata y persona para huir de esa construcción moderna. “La que quiera quemar que queme, y quienes no, que no nos estorbe” hace eco en mi cabeza.

Las travestís huimos del hombre, del macho, del amo. Huimos como nuestras ancestras huyeron de los campos algodoneros y de los barcos, como los enchaquirados huyeron del perro dominico que les devoraría la cabeza. Huimos del padre golpeador, del primo violador, del abuelo acosador, huimos de ellos y nos quieren regresar a la celda. Nosotras huimos desnudas con el calzón abajo, el bigote a medio rasurar, la chancleta rota.

Las travestís de ahora somos como las de antes, aprendimos a huir bien, a escapar, a ser sigilosas. Así nos lo enseñaron las que nos precedieron y murieron para que nosotras viviéramos8. Su sabiduría es arcana.

En tiempos donde la polarización parece ser el único camino, las travestís venimos cargadas de memoria. Nuestra radicalidad se asienta en la ternura, y nuestra furia en la mecha encendida por nuestras compañeras, las mujeres, las lesbianas, las feministas. Nosotras, las señoritas trans —como diría María Jacinta Almeida, sobreviviente de la penalización de la homosexualidad, víctima de la Covid19—, compartimos experiencias y resistencias con ustedes compañeras. A nosotras, como a ustedes, nos engañaron afirmando que no estábamos cómodas en nuestros cuerpos. Nos encaminaron a la vergüenza por vivir el gozo de nuestra sexualidad. Nos criminalizaron por decidir ser las únicas pitias9 de nuestras vidas. Nos intoxicaron con fármacos venenosos para parecer “normales”. A nosotras tampoco nos creyeron; nos descuidaron y nos hicieron sentir solas. A nosotras, como a ustedes, nos hicieron imposible la vida. Nosotras, como ustedes, elegimos la sobrevivencia, la juntanza, la organización. Elegimos vengarnos desde la euforia, la alegría. Nosotras como ustedes, nos abrazamos.

Ilustración: Monse Navas @la.monse.navas

Cuando alguien pregunte que las separa, cabe contestar: ¿Qué nos junta?

La despenalización de nuestras existencias, de nuestras decisiones. Hasta 1997, el Código Penal de Ecuador justificaba las violaciones más miserables a nuestras vidas. Hace ocho años, la misma legislación intensificó una persecución infame a sus decisiones, no solo vetó la posibilidad de despenalizar el aborto en casos de violación10, sino que por primera vez en décadas, las cantidad de mujeres criminalizadas por abortos sobrepasó lo registrado previamente11.

Nos junta la desmedicalización de nuestra diversidad, de nuestra plenitud mental, de nuestros matices. A nosotras nos obligan a vivir desde la angustia, desde la incomodidad. Restringiendo nuestras expresiones, normándolas. Haciéndonos creer que existe el cuerpo equivocado, y el cuerpo correcto, al que por supuesto nunca vamos a acceder. Nos intoxican para que nuestros fluidos se detengan para que nuestros ritmos y ciclos se alteren, y se ajusten para la (re)producción.

Nos junta la lucha contra el estigma, infamia que nos empuja a la clandestinidad. Nosotras en las aceras frías. Nosotras en las cuatro paredes. Nosotras en los consultorios. Nosotras cargando la culpa de ser nosotras, de sentir como nosotras lo hacemos, de amarnos como somos.

A nosotras como a ustedes, nos junta la necesidad de acompañarnos cuando nos arrebatan a una hermana, cuando nos señalan por decidir, por elegir, por construir nuestro proyecto de vida. Nos junta cada paso dado sobre el asfalto, cada huella, cada abrazo. Nos juntan las pañoletas, nos juntan… porque elegimos defendernos juntas.

Compañeras, la gente del buen decir y del buen hacer nos pone mucho trabajo a cuestas, quieren distraernos. Exigen que presentemos ante el tribunal el certificado identitario, el check list de la buena feminista, de la travestí sin misoginia. Quieren la bibliografía comentada, los estudios actualizados, los datos duros, las reglas y sus excepciones. Nos quieren agotadas, débiles y tristes12.

Pero compañeras, nos encontramos allá, en algún lugar sobre el arco iris. De frente al calor de las llamas donde se consumen las cárceles, los consultorios, los tribunales que interrogan, los amores que capturan, las ilusiones de identidad.

Se dilatan las pupilas, se tensa la comisura de la boca, las uñas se encarnan. Decidimos estar juntæs —por ahora—.

Abrazos,

Daría

Notas:

  1. Con el acento en la (í) para recordar la popularidad de la vedette Jacqueline Charlotte Dufresnoy, más conocida como Coccinelle (1931-2006) quien en 1958 se sometió a una cirugía de modificación genital para construir su identidad transexual. Sin embargo, me interesa reconstruir una genealogía distinta de la transexualidad y está relacionada con las investigaciones y reflexiones de una feminista marxista italiana y un activista maricón gringo. Silvia Federici desde la década de los años ochenta con el libro Il grande Calibano. Storia del corpo sociale ribelle nella prima fase del capitale y en los años dos mil con el libro Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria abre una veta exégeta sobre el análisis histórico del capitalismo propuesto por Carl Marx, generizando ese convulso periodo de génesis del capitalismo europeo. Por su parte, Arthur Scott Evans a finales de la década de los años setenta con su libro Brujería y contracultura gay. Una visión radical de la civilización occidental y de algunas de las personas que han tratado de destruirlas pone de manifiesto la gestión inquisitorial denominada «brujería» sobre las presencias maricas y de otras personas que huían de la identificación como varones cisgénero para el establecimiento del capitalismo moderno ilustrado en Europa. ↩︎
  2. La Melo es el sobrenombre de Medardo Loor, un personaje creado por el actor David Reinoso, que tuvo su debut y apogeo a finales de la década de los años noventa en la televisión ecuatoriana. Ha sido denunciado y cancelado por colectivos y activistas maricas por representar de manera indigna la feminidad de los hombres gueis. Particularmente a mi, la puesta en escena de este personaje me ha permitido sodomizar a una decena de actores masculinos con los que compartía pantalla como personajes secundarios dispuestos de manera ambigua a su deseo, en los últimos veinte años. Cuando veo a la primera Melo, me reconozco en ella, en su ambigüedad, en su manierismo, su intento fallido de ascender socialmente, su cholería, me reflejo en su deseo célibe de comerse a los hombres, y por lo tanto, de comerse a su Pigmalión, David Reinoso. Claro está, es una interpretación que solo puede nacer de lo que Jean Genet denominó homocidad, ese instinto criminal que hace de la homosexualidad un peligro para la sociedad porque son hombres que le fallaron a la (re)producción y traicionaron a la familia -hasta a las elegidas-. David creó un monstruo del cual se alimenta, se enriquece, el cual le genera comodidad y un lugar «seguro» para repetir lo que la buena conciencia determina como justo para una marica: la indefensión. Lastima corazón, La Melo no está / La Melo se fue / La Melo se escapa de mi vida / Y tú que sí estás, preguntas / ¿Por qué la amo a pesar de las heridas? ↩︎
  3. Gorda matosa es el sobrenombre con el que se popularizó, Reina Martínez, famosa hincha del equipo de fútbol Emelec en la ciudad de Guayaquil. ↩︎
  4. “Fresa salvaje, ah ah ah / Con cuerpo de mujer, ah ah ah ah / Hay vida en tu vida, ah ah ah ah / Pero hay algo que no ves, ah ah ah” versos de la canción «Fresa salvaje» de Camilo Sesto (1972) para su álbum Solo un hombre. Parece que las fresas y las maricas tenemos mucho en común, para ampliar véase la película “Fresa y chocolate” de los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, coproducción cubano/española/mexicana pionera en el cine maricón del Caribe. ↩︎
  5. Mariqua, la Reina es el sobrenombre con que Alexander von Humboldt se refiere a María Larraín o María Manuela Inés Ontaneda, quien fuera una insurgente quiteña proveniente de las clases acomodadas en la Real Audiencia. La historiadora, Christiana Borchart de Moreno, revive la figura de María en su libro “Retos de la vida. Mujeres quiteñas entre el Antiguo Régimen y la Independencia” (2010) donde la retrata como una defensora de Quito en las revueltas de 1812, así como sus apuros económicos y el ménage à trois del que forma parte junto a Carlos Montúfar y Alexander von Humboldt. Utilizar la palabra Marica en lugar de María como seña de afecto en el siglo XIX era muy usual, a los propósitos de esta carta conviene elucubrar las razones de ese tan peculiar uso. ↩︎
  6. Guiño al libro de Alberto Cabral (Purita Pelayo). (2017). Los fantasmas se cabrearon. Crónicas de la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador. Quito: Serie Memorias #6. Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos – INREDH. ↩︎
  7. Oyěwùmí, Oyèrónkẹ́. (1997). The Invention of Women: Making an African Sense of Western Gender Discourses. (La invención de las mujeres. Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género). University of Minnesota Press. Para leer una reseña crítica de la recepción del libro acudir a Viveros-Vigoya, Mara. (2018). Oyěwùmí, Oyèrónkẹ́ (2017). La invención de las mujeres. Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género. Bogotá: en la frontera. LiminaR, 16(1), 203-206. doi.org/10.29043/liminar.v16i1.575 ↩︎
  8. Adaptación libre del ritual de exorcismo practicado por Sabrina Spellman, sus tías, Hilda y Zelda, y Lilith, la reina del infierno. Aguirre-Sacasa, R. (prod.). (2018). «Chapter Six: An Exorcism in Greendale» [Capítulo seis: Exorcismo en Greendale]. Chilling Adventures of Sabrina [El mundo oculto de Sabrina] [serie de televisión]. Rachel Talalay (dir.). M. J. Kaufman (escritor trans*). Estados Unidos: Warner Bros. Televisión. Distribuida por Netflix. ↩︎
  9. Pitia o Pitonisa, era la sacerdotisa encargada de atender el oráculo de Delfos, situado en un gran recinto sagrado consagrado al dios Apolo, fue uno de los principales oráculos del mundo heleno. ↩︎
  10. Para entender el contexto de la intensificación de la penalización del aborto en Ecuador en 2013 revisar el reportaje: El antes y el después del Código Integral Penal (COIP) de Carla Maldonado y el podcast de Lisette Arévalo para Radio Ambulante. https://radioambulante.org/audio/nosotras-decidimos ↩︎
  11. El informe “¿Por qué me quieren volver hacer sufrir?” El impacto de la criminalización del aborto en Ecuador de Human Rights Watch permite entender el contexto de persecución hacia las niñas, adolescentes y mujeres en la última década: www.hrw.org/es/report/2021/07/14/por-que-me-quieren-volver-hacer-sufrir/el-impacto-de-la-criminalizacion-del ↩︎
  12. Googlea: «Leonor Silvestri». Compra sus libros autogestionados en Tienda Online de Queen Ludd Libros ↩︎
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Autoras

Daría

Escribe para no olvidar. Le obsesiona la sexualidad y los hombres.
  • daria@laperiodica.net