Mujeres que hacen historia
Vive en el sur de Quito, nos recibe en su departamento rodeado por macetas con plantas de todo tipo, unas ornamentales, otras medicinales y otras comestibles. Un altar con el retrato de su madre vestida de blanco y junto a ella una estatuilla de San Martín de Porres, en medio de una sala de colores cálidos e intensos.
Lleva un vestido largo de flores de distintos colores entre celestes y naranja, con un turbante sobre su cabeza. Nos invita a tomar asiento e iniciar nuestra conversación.
Conocí a “doña Irma” en mi infancia, vivimos en el mismo barrio que me vio crecer. Es imposible contar su historia sin narrar el apego a mi propia memoria. Quizás es la forma en la que puedo contar sobre las mujeres que hacen historia en lo cotidiano, en la lucha social, en la lucha identitaria, en la lucha feminista y de clase.
¿Quién es Irma Bautista?, pregunto apenas nos acomodamos en el sillón.
— Irma Bautista es primero mujer y mujer negra. Muy orgullosa de ser y de pertenecer al pueblo afroecuatoriano. Una mujer que se siente feliz de haber nacido en esta época de lucha por los derechos. Me considero obrera del proceso de organizaciones afroecuatorianas. He estado en diferentes colectivos y lo sigo estando porque en la actualidad soy Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Negras – CONAMUNE y vicepresidenta de la Federación de Organizaciones y grupos negros de Pichincha – FOGNEP.
Irma, nació un 5 de febrero en Rioverde, parroquia de Chumundé, en la provincia de Esmeraldas, hace 67 años. A sus cinco años de edad dejó el sitio que la vio nacer después de que el río creciera y se llevara su casa. Ahí murieron todos los animales que criaba junto a su familia. Este evento hizo que junto a su madre, padre y hermanos migraran para buscar otro lugar donde vivir, así llegaron a Quinindé, al sector de Pambula. Su papá inició el trabajo en una hacienda bananera para poder sostener a la familia, pero la desatención y nulas garantías laborales para que trabajara en la hacienda hicieron que enfermara a causa del uso de pesticidas en los cultivos. Cuando sus riñones quedaron gravemente afectados tuvieron que volver a migrar a otra zona, esta vez a Isla Piedad, en Esmeraldas. Su papá pasaba frecuentemente hospitalizado y fue la razón para dejar la hacienda y Quinindé. La afectación a los riñones de su padre fue grave, falleció a los 33 años de edad.
Irma inició tarde sus estudios escolares. Tenía nueve años y aún no sabía leer, ni escribir. Una situación que se repetía mucho en las familias es que la educación no era algo relevante y se seleccionaba qué miembro de la familia accedía a la escuela. No era una prioridad que las mujeres estudien, ese privilegio lo tenían los hombres, es así que recuerda que la familia hizo un gran esfuerzo para que su hermano estudiara, aunque ella tenía muchas ganas de hacerlo, era “un sueño bien grande”.
Recuerda, en medio de risas, que estaba jugando en la tierra, haciendo muñecas de lodo junto a otras niñas y niños y, en medio del juego, “un cura (Olindo Spagnolo) nos alcanzó a ver a muchos niños jugando en una hora en que debíamos estar estudiando. Entonces el cura esperó que bajara el agua porque era una isla (la Isla Piedad, Esmeraldas). Ahí no había puente todavía para pasar allá”, cuenta.
Olindo Spagnolo, el sacerdote, a quien recuerda con cariño Irma, preguntó a las niñas y niños que jugaban:
— ¿Por qué no están en la escuela?
— No nos ponen, padrecito. Fue la respuesta del grupo que estaba jugando con figuras de lodo.
El sacerdote implementó una escuela para la comunidad. Esa sería, en palabras de Irma: “la semilla”. Las ganas de estudiar de Irma hicieron que curse rápidamente los tres primeros grados. “Aprendí, pero rapidísimo eso de las bolitas y los palitos. Enseguidita empecé a ver y reconocer el sonido de la M con la A. Así, en poco tiempo, aprendí a leer y escribir, entonces ya me pasaban al siguiente grado, y cuando ya fui a cuarto grado mi papá con todo el orgullo de que su hija era bien inteligente, me llevó a una escuela, la Escuela Hispanoamérica,” cuenta Irma.
Más tarde, mientras estudiaba en la Universidad de Guayaquil, el sacerdote que sembró aquella semilla volvió a encontrarla. Para ella la posibilidad de estudiar le abrió la oportunidad de tener una vida digna.
Una chica que luchaba contra la injusticia
Reconocer la violencia y la discriminación es algo que se dio de a poco en la vida de Irma. Algunos eventos marcaron su vida y reafirmaron su necesidad de transformar las condiciones en las que ella vivía y también las del pueblo afroecuatoriano.
Cuando estudió en el colegio hubo un evento que marcó parte de su trayectoria y es que había un profesor que no les enseñaba y ante la ineficiencia hicieron una huelga, aquella fue la primera vez que se puso en una protesta fuerte para que cambiaran al docente.
Más adelante, cuando estudió en la universidad pudo poner nombre a lo que vivía: discriminación. Decidió cursar odontología en la Universidad de Guayaquil.
“Los negros no son doctores, los negros máximo son profesores…” Escuchó decir más de una vez durante sus años universitarios. Por un lado menospreciaban la capacidad de una mujer negra de estudiar alguna carrera relacionada con medicina y al tiempo le decían que es una profesión “costosa”, por lo que “no era una carrera para negros y menos para negros pobres”, afirma Irma.
Recuerda que le decían de frente que no tenía que seguir esta carrera y que se quedaría de semestres conforme avanzaba. Ante esto, Irma, de manera firme cuenta que esta serie de afirmaciones hicieron que ella se motive más para demostrar lo contrario:
—¿Por qué me voy a quedar? si yo puedo estudiar y puedo aprender. Estudié el doble, el triple. Cuando tomaban oral yo lo sabía todito.
“Pensaba en que hay mucha injusticia y especialmente para nosotros los negros”, es la frase en la que Irma resume su indignación de aquellos años. Recuerda que no era la única que vivía discriminación, se reunía con compañeros y compañeras de otras facultades quienes también venían de Esmeraldas. Conversaban de lo que les pasaba, de sus falencias, de las limitaciones económicas. Reconocían que la única forma de enfrentar a la discriminación era con la organización para conseguir becas de estudio y hacer “que nuestra gente tenga mayores oportunidades”, comenta.
Durante su último año de universidad el sacerdote Rafael Savoia fundó un centro cultural, donde compartió libros y estudios que cuestionaban la historia oficial del pueblo afroecuatoriano. A partir de ahí, cuenta Irma, tuvo plena conciencia de los valores de sus ancestros “dejé de sentir la vergüenza de lo que siempre nos decían: ustedes no tienen cultura, primero porque su cultura fue eliminada durante la esclavitud. Ustedes fueron esclavos traídos de África. Uno sentía que teníamos menos valor que los demás”, reflexiona.
La lectura, el conocer otros relatos, investigar sobre sus raíces hicieron que Irma reconociera el valor de la memoria, de la historia y de la lucha insumisa de sus ancestras y ancestros. La verdad que le habían contado durante años no era cierta, “la verdad no era esa. La verdad fue que eran personas libres, personas inteligentes que fueron secuestradas y las traían en calidad de esclavizados que es muy diferente en la connotación y el concepto de lo que nos decían. No solo fueron fuerza de trabajo lo que dieron mis ancestros, sino transferencia de conocimientos. Un pueblo que no se dejó, que no fue sumiso, sino al contrario se convertían en cimarrones”, afirma.
A futuro
La lucha en contra de la discriminación es aún una tarea en la que Irma no claudica. Su tono de voz cambia, entre la firmeza y enojo para contarnos que es un reto estar conscientes de que no debemos continuar siendo sujetas de maltratos, de que merecemos que se respeten nuestros derechos. Irma se queda pensando y al tiempo analiza que ahora no tiene la misma emoción que tiempo atrás, que algún avance se ha dado y que al menos se cuestiona que las mujeres negras sean víctimas de violencia. Antes, comenta, “los hombres sabían mirarle a una como que podían tener acceso inmediato. Nosotras siempre decimos que tenemos triple discriminación: por ser mujeres, pobres, —pobres en el sentido de falta de recursos económicos, porque de ahí tenemos una riqueza espiritual y de capacidades muy grande — y por ser negras.”
Continúa Irma: “La lucha es por todo. La lucha es por todos los derechos, todos los derechos que a las mujeres se nos mansilla, se nos ultraja.”
Las letras, la escritura, los arrullos y la poesía son parte de su esencia. Espera concluir con la escritura de dos libros que están en proceso.
Su mirada se transforma cuando un plan a futuro viene a su mente: regresar a Rioverde, volver al sitio en donde nació y que aún le arranca añoranzas; que fue tierra de la finca de su abuelita Benita, donde el río se ve verde a lo lejos pero transparente de cerca, donde había un estero y bastaba con levantar las piedras para encontrar camarón y pescado. Aquella tierra en la que junto a su madre tomaban la canoa para ir de pescar debajo de un árbol inmenso de higuerón para alimentarse. Aquel lugar donde dos palmeras son parte del recuerdo de Irma porque las veía a la distancia estar entrecruzadas la una con la otra. Ese sitio de las iguanas subiendo a las matas de patilla que, para Irma Bautista, es un paraíso al que anhela volver y continuar con la organización social.
¿Cómo hacen historia las mujeres negras?, pregunto, mientras nos quedamos Karen y yo con aquella sensación de haber estado en la hacienda de infancia de Irma.
— Para mí hacer historia es desde el momento en que una persona nace y esa persona crece y esa persona hace cosas por su colectivo. No pasa desapercibida. No solo hacen historia quienes salen en la prensa, sino quienes prestan su canoa para que lleven rápido a una mujer a parir allá al centro de salud. Esas que no dejan que otra persona muera de hambre por falta de un pedazo de plátano, sino que se lo comparte. Hace historia de vida, hace historia en su comunidad. Una historia que no siempre está escrita. Una historia que no es visible pero que se construye en el lugar donde está, contesta.
Nos despedimos de Irma, mientras suena el agua hirviendo en la cocina le pregunto acerca de su poesía, se apresura a buscar alguna de sus publicaciones impresas, de pronto nos mira y se da cuenta que no la necesita, que solo con su voz basta para recitar uno de sus poemas favoritos:
Alma negra
Me dijeron alma negra, y yo respondí llorando si se me estaba acusando de lo que yo no había hecho.
Sentí que tenía derecho a ser bien reconocida porque no tenía la culpa de ser de negra nacida. La culpa tenía mi padre que a una negra cautivó y me trajeron al mundo con el pelo enchurrusca´o con la nariz achatada y con el labio engruesa´o.
De niña me hacían sentir que todita yo era fea y acusaban a mi padre que la raza había daña´o. Entonces cuando crecí demostré mi sapiencia me decían unas cosas que me daban complacencia, siempre que me las decían mi pecho se erguía orgulloso, mi corazón palpitaba de placer.
Es que no me daba cuenta que con eso me engañaban, que en sus palabras negaban la negrura de mi piel y que con frases bonitas me introducían al blanqueo reconociéndome en ellos los méritos del poder.
Qué memoria la que tienes, que negra ni te pareces, a pesar de ser negrita eres tan inteligente, eres negra de alma blanca me dijeron muchas veces, con eso mi alma volaba pensando que era distinta porque a pesar de ser negra me aceptaba mucha gente.
Es que no me daba cuenta del mensaje introducido, que cada alabanza de esas me alejaba de mi nido.
Hasta que un día desperté sintiendo mi alma de negra, que yo pertenezco a un pueblo que negra tiene su piel, que sus valores de negros tienen que reconocer, que el color solo es color ser negro tiene un valor, que mi alma para ser buena no tiene por qué ser blanca, que mi alma negra es de negra que no es de color de insulto, que es el color de mi pueblo del que orgullosa yo estoy.
Hoy agradezco a mis padres, admiro y amo a mi madre, que en complacencia y valor dieron negrura a mis genes y mi alma hermoso color.
Este perfil forma parte del especial por el 8 de marzo: “Mujeres que hacen historia”
Equipo de trabajo para esta historia:
- Fotografía: Karen Toro A.
- Texto: Jeanneth Cervantes Pesantes
- Diseño sonoro: Jezabel Calero
Autoras
Jeanneth Cervantes Pesantes
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jeanneth@laperiodica.net
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@JanetaCervantes