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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Daría #LaMaracx

“Esta guerra que vivimos en Ecuador genera enormes ganancias que superan los presupuestos de los Estados”

Entrevista a Silvana Tapia

Silvana Tapia Tapia es becaria de investigación en la Escuela de Derecho de la Universidad de Birmingham. Doctora en Estudios Sociojurídicos por la Universidad de Kent en Reino Unido. Desde la investigación socio-jurídica, aborda las limitaciones del aparato penal y los marcos occidentales de derechos humanos para atender la violencia contra las mujeres. También investiga sobre visiones alternativas de justicia para proteger y reparar a las sobrevivientes de violencia. Su más reciente libro “Feminismo, violencia contra las mujeres y reforma legal” ganó el premio a Libro del año 2023 entregado por la Asociación de Estudios Sociojurídicos en Reino Unido.

En esta entrevista conversé con Silvana sobre “daños colaterales, bajas, gente mala” y otros eufemismos con los que se está justificando desde el Estado ecuatoriano, sus autoridades y por supuesto, también desde la sociedad en general la ola violencia que vive el Ecuador. Esta conversación se desarrolló durante la segunda vuelta electoral donde parece ser que las vidas de ciertas personas ya no importan nada.

Esta entrevista fue realizada a través de una transmisión en vivo por la cuenta de Instagram de La Periódica y ha sido adaptada para su publicación en la web.

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Partimos de la reflexión del historiador Pablo Ospina Peralta, quien afirma que con la intensificación del Plan Colombia y el Plan Patriota apoyado económicamente por los Estados Unidos a inicios de los 2000, se reconfiguró el control de las FARC sobre la frontera norte entre Ecuador y Colombia. Y se dio paso a una disputa por las rutas de tráfico de drogas, entre la guerrilla colombiana y diversos grupos del crimen organizado. Ecuador se transformó lentamente de “un país de paso” de la cocaína a “un país distribuidor”, con todas las consecuencias sociales que implica la disputa armada por el control de los territorios. ¿Ecuador fue alguna vez una “isla de paz” como insisten en nombrar los especialistas en seguridad a propósito de la ola de violencia que vivimos?

Todo depende de cómo entendamos la palabra “paz” y paz para quién. Ecuador ha sido un país que ha tenido una larga historia de opresión contra ciertos grupos, por ejemplo, a grupos racializados, opresión que se ha manifestado sobre todo en la forma de pobreza, pobreza extrema en algunos casos en exclusión. Yo no sé si es que se puede hablar de paz dentro de un país en el que por ejemplo, hay una historia larguísima de desnutrición crónica infantil. Depende de cuál sea el concepto que estemos manejando de la vida comunitaria en armonía y en paz; sin embargo, creo que esto de “la isla de paz” se refiere más bien al hecho de que Ecuador de alguna manera, ha sido un sánduche entre otros países, en donde la producción y el tráfico de sustancias sujetas a control ha sido mucho más marcado. Ecuador se entendía como un país de tránsito y ahora vemos que se trata de un país desde donde están saliendo —en el caso de Europa— la vasta mayoría de los cargamentos y las exportaciones de sustancias sujetas a control.

Y por supuesto que se ha recrudecido la violencia, tanto la más mediática que nos alarma todo el tiempo, pero también la violencia de la pobreza, de la exclusión, de la profundización de la idea de que ciertas vidas son desechables.

Todo depende del matiz que usemos para encuadrar el concepto.

Ecuador pasó de “isla de paz” a ser considerado el tercer país latinoamericano con la más alta tasa de homicidios intencionados, después de Venezuela y Honduras según datos del Observatorio del Crimen Organizado, de la Fundación Panamericana para el Desarrollo del Gobierno de los Estados Unidos. Durante 2022 se registraron más de 4.600 asesinatos intencionados y de enero a junio de 2023, se suma la cifra de 3.600 asesinatos más.
En esas más de 8 mil personas asesinadas entre los años 2022 y 2023, ocho de cada diez asesinatos se cometieron con arma de fuego. Adolescentes entre 15 y 19 años y jóvenes entre 20 y 29 años de edad son las principales víctimas de esta guerra social.
¿Quiénes son las personas que “merecen morir” a manos del crimen organizado en Ecuador? ¿Qué pasa con la clase, la raza y el género de estas personas?

La idea de que hay una parte de la población cuya vida no importa, cuya vida es desechable, cuya vida en suma es menos que humana, es algo que estamos viendo todo el tiempo en los medios de comunicación y que las autoridades estatales reproducen en sus discursos.

Por ejemplo, a mí no me deja de horrorizar cada vez que repito esa entrevista de Wagner Bravo [Secretario de Seguridad Pública y del Estado] con Gisela Bayona en la que él habla de “daños colaterales” y de asesinatos en “sociedades normales”. Es decir, un vocabulario que banaliza lo que ocurre. Y si lo ponemos en clave de género, vale la pena, por una parte, tener en cuenta que aunque hay una satanización de los sicarios, incluyendo, los jóvenes y los “sicarios niños”. Hay que tener en cuenta que se trata en su vasta mayoría, de personas muy empobrecidas, de personas con prácticamente ninguna opción, además de la opción que le está ofreciendo la incorporación al narco.

El narco no es solamente una palabra que se refiere al tráfico de drogas, sino toda una cultura en este momento y en esa cultura también hay masculinidades dominantes, también hay ideales de riqueza. Así como en la cultura popular de la década de los años cincuenta había el sueño americano, hay una suerte de sueño narco en donde se abre un camino por el cual voy a superar la pobreza. Incluso se promete tener niveles altísimos de riqueza como los patrones o las cabezas, los peces gordos del narco. Eso está por un lado, pero también está esa hiper masculinidad violenta que se propaga. Y si hablamos en clave de género, de clase y racialización de la población, el Estado es la otra cara de la moneda de esa violencia del narco. Porque en el momento en el que se abandonan ciertas poblaciones se las vuelve vulnerables a la penetración de esta violencia extrema y ese abandono —siendo que es obligación del Estado garantizar el bienestar de la población y el acceso a la posibilidad de tener una vida digna— está facilitando la violencia.

Pero además, hay otra forma en cómo el Estado interviene y es también autor de esta violencia, y es el hecho de que si estamos en un narcoestado y ya hay penetración del narco en la policía, en la milicia, en el Gobierno central, en todas las funciones del Estado, entonces quién sabe, probablemente muchas de estas “muertes merecidas”, según el discurso oficial, también tienen por autor intelectual a un funcionario o grupo de funcionarios del Estado.

Entonces, la forma como se retrata a ciertos grupos humanos como merecedores de la violencia es también una manera de instalar en el imaginario colectivo la idea de que el Estado no tiene una responsabilidad, que solo es culpa del narco —entendido como grupo que no está dentro o alrededor del Estado— y que son “los malos” los que están muriendo. Por lo tanto, no hay que preocuparse, no hay que indagar más en lo que el propio Estado está haciendo.

Foto: Archivo. Karen Toro
Existe una fascinación por hablar de las víctimas de esta violencia como “personas malas”, “de dudosa procedencia”, “delincuentes con antecedentes” y otras expresiones que plantean una clara división, de una lado están quienes serían “la gente buena”, que jamás conocerá el encierro carcelario, ni verá masacrado a un familiar dentro de la penitenciaría y de otro lado, familiares de personas encerradas, mujeres víctimas de explotación y tráfico, y niños y niñas abandonadas a las fauces del crimen organizado en medio de lo que Henry Kissinger, ex secretario de los Estados Unidos, declaró como la Guerra contra las drogas y que vino de la mano de la campaña de represión política y terrorismo de Estado llamada Plan Cóndor.
Esta división maniquea entre buenos y malos, no es acaso la versión contemporánea de la lucha de clases que protagonizó el siglo XX con tantas revueltas de las capas más empobrecidas de la sociedad y las respectivas masacres por parte de la élite económica y política para apagar la insurrección.
¿Cuáles son los sectores de la población que han sido particularmente afectados por la criminalización del consumo y lucha contra las drogas en Ecuador?

La idea de lucha de clases —muchas veces abandonada por “rancia”, porque se considera que es una cuestión de una izquierda caduca— pero creo que hay que volver a ponerla en el centro. No por desmerecer otros factores que están muy asociados a la pobreza como la discriminación por razón de pertenencia étnica, de género, de diversidades y orientaciones sexuales. Pero es que todo esto está junto, no son cosas que podemos separar. Desde el momento en que volvemos la mirada a la idea de lucha de clases, aporofobia y discriminación por clase se puede entender mejor la construcción de la indiferencia frente a eso.

Este capitalismo tardío se ha vuelto un feudalismo financiero digital. Un feudalismo donde hay sirvientes, donde hay una clase que tiene tan precarizado su trabajo que es esclavitud. Lo que llaman esclavitud moderna y que en realidad es una una explotación no solo de mano de obra, sino también explotación sexual. En este feudalismo contemporáneo en donde el capital financiero acumula al punto de la desposesión del resto de las personas, donde el capital tecno digital de las industrias —que conocemos están ubicadas en los Estados Unidos, en China— también acumula de tal manera que parecería que vivimos en una escasez perpetua en este mundo, aunque existan los recursos suficientes para recibir una vida digna para toda la población. En este contexto de capitalismo salvaje, de capitalismo gore, a decir de Sayak Valencia, en donde la muerte, los desmembramientos y la sangre se van normalizando, hay personas que son las que están siendo exterminadas en esta guerra y que no se miran. Esas vidas no importan, no tienen nombre, son números. ¿Cuáles son esas vidas que no tienen nombre y que son números? Las personas que han perecido en las masacres carcelarias y que ha generado tanto dolor en las familias. El sufrimiento causado, el maltrato recibido por parte del Estado, no se identifica como una forma de tortura [contra familiares de personas privadas de libertad] además de la violencia directa y  de la tortura que significa estar en una cárcel en Ecuador. Personas que no son nombradas, solamente mencionadas de pasada con esa frase tan horrible de “muerte colateral”. Las infancias y juventudes más empobrecidas, y esto está muy asociado con el trabajo informalizado e ilegalizado de las mujeres. Recientemente a una niña que fue asesinada acompañando a su mamá a trabajar. Ahí vemos la economía precaria, una niña que está trabajando, una madre de familia que está haciendo un trabajo muy precarizado en la economía informalizada. Todas estas cosas se juntan.

Una conexión que no siempre se evidencia entre el trabajo precarizado de las mujeres y otras personas empobrecidas, trabajo impago, afectivo, reproductivo, de cuidado y esta violencia extrema del narco, del narco estado y del capitalismo salvaje, es el sufrimiento de las mujeres que son familiares de las personas que han muerto en las masacres [carcelarias (2021-2023)] que recorrieron un largo camino, sufriendo la extorsión desde las bandas que controlan las cárceles para poder mantener a salvo o tratar de salvar la vida de sus seres queridos y para conseguir ese dinero extorsivo, tuvieron que trabajar doble, triple jornada. Buscar qué otra forma de trabajo hacer, vender [sus pertenencias, enseres].

Estas son formas de desposesión, de empobrecimiento acelerado y violento de las que no se habla cuando dicen “muertes colaterales”. Por el contrario, estas “muertes colaterales” están en el centro mismo de la violencia que estamos viviendo. Son muertes que ocurren por accidente y son justamente, muertes calculadas, que no importan, que no van a importar. Que se espera que no cuenten. Por una cuestión de lingüística política, tenemos que dejar de usar la palabra “colateral”.

2023, ha sido un año marcado por la inestabilidad del gobierno del presidente Guillermo Lasso que se puso de manifiesto cuando disolvió la Asamblea Nacional previo a ser enjuiciado políticamente por su gestión, dando paso a la figura de Elecciones Anticipadas. Proceso electoral que se sigue desarrollando pese al asesinato del candidato presidencial Villavicencio a vísperas de la primera vuelta en el mes de agosto, y el atentado contra otras figuras políticas como alcaldes en funciones y electos. 
En este contexto, las dos candidaturas presidenciales que se disputan el voto en la segunda vuelta, han insistido en ofrecer “paz, seguridad y orden” como vías para controlar la ola de violencia que vive el país.
¿Qué hay detrás de esos ofrecimientos de “paz y desarrollo” por parte de la candidata Luisa González y Daniel Noboa? ¿Basta con nombrarlo nada más?

El problema de la violencia del narco y de la llamada “inseguridad ciudadana” es extremadamente complejo, tiene raíces profundas y no son únicamente nacionales o regionales, sino globales. Si no hay una política exterior orientada a reducir o paliar de alguna manera el sometimiento, la subordinación a la que están sometidos muchos países del Sur global, frente a las potencias que nos desangran, no vamos a poder tener paz.

Las migraciones, se satanizan en el norte global porque se siente que hay una invasión de migrantes, pero ese mismo norte global nunca reconoce su responsabilidad en el empobrecimiento de los países del sur. Esto es algo de lo que no se está hablando suficiente, de política exterior. ¿Cuáles van a ser las alianzas que se pueden hacer con países puertos que son los que reciben las drogas (Países Bajos, Bélgica), los países consumidores? Yo estoy en Reino Unido y es un gran consumidor de cocaína que sale desde Ecuador. ¿Cuál va a ser la estrategia?

Además el período [presidencial] que viene es muy corto, solo es un año y medio. Los ofrecimientos siempre van a ser grandilocuentes frente a lo que se puede hacer de forma realista en un período muy limitado. Se ha hablado poco y probablemente esto tiene que ver con una serie de miedos,  de cuidados y resguardos que se tiene, es la penetración del crimen organizado —principalmente— en las Fuerzas Armadas y en la Policía, porque por ahí es por donde se nos está ofreciendo las soluciones. Y si la solución es la Policía y está penetrada por el narco va a suceder lo mismo que en México que es un círculo donde no hay salida porque se pone al lobo a cuidar de las ovejas. Esa es una problemática que no ha sido discutida a profundidad, con detalle y seriedad [por las candidaturas presidenciales]. Desgraciadamente el marketing político nos ha podido mucho más que la discusión geopolítica, ideológica, de la seguridad social, de los discursos neofascistas que están apareciendo, y nos hemos dedicado a conversaciones bastante más superficiales.

Foto: Archivo. Karen Toro
Nombraste a México y a propósito, el pasado 24 de septiembre, en la comunidad de Malpaso, estado de Zacatecas en el centro norte del país, un grupo de siete adolescentes entre 14 y 18 años de edad fueron secuestrados por un grupo de hombres armados mientras dormían en un domicilio familiar. Tras ser reportados como desaparecidos durante 4 días, las autoridades mexicanas informaron del hallazgo de seis cuerpos sin vida y un séptimo sobreviviente que correspondía con los jóvenes secuestrados. La principal línea de investigación que anunció la Fiscalía mexicana endilgaba la responsabilidad a las víctimas acusandolos de ser microtraficantes, pero sus familiares denunciaron que el grupo armado responsable del secuestro les envió vídeos de cómo torturaron a los jóvenes previo a asesinarlos, exigiendo una recompensa económica.
En Ecuador, son varios los casos de niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen organizado por negarse a ser reclutados para el microtráfico de drogas o para su formación como sicarios, fenómeno conocido como captación con fines criminales.
¿Qué podemos aprender como país de la experiencia y manejo de otros gobiernos de la región? ¿Qué errores no debemos repetir?

Lo que voy a decir puede parecer lejano, pero voy a explicar por qué está conectado. Algo que no debemos dejar de atender es el riesgo que significa la concentración del poder político junto al poder económico. Estamos olvidando lo que representa el poder casi absoluto una vez que se casan el poder político y el económico. Digo esto porque no tener un Estado independiente de las élites económicas o relativamente autónomo, no tener un Estado con algún margen de maniobra, que pueda empujar en contra de ciertos intereses de las élites —como mantener el status quo y asegurar la acumulación—, si es que no hay esa posibilidad desde el Estado, los servicios estatales no se van a orientar a la restauración de la paz. Esta guerra que tenemos genera lucro, enormes ganancias, que muchas veces superan los presupuestos de estados completos. Cuando hablamos de la economía del narco no nos podemos ni imaginar cuál es el volumen de los intereses económicos que se juegan aquí.

En el caso de Ecuador, el Estado está extremadamente debilitado, la ciudadanía está muy desmovilizada. No nos vemos todavía como una ciudadanía más dispuesta a entender el problema por fuera del discurso mediático y de las propias agencias del Estado. Estamos paralizadas por el miedo. Y es algo que tiene una explicación: Estado débil, ciudadanía desmovilizada,  agencias de gobernanza —como las ONGs y transnacionales— cumpliendo un papel bastante tenue que realmente no se traduce en ningún tipo de cambio material.

La transnacionalidad del problema tiene que jugar un papel en la reflexión, hay que hacer alianzas regionales. Si algo podemos aprender de la experiencia regional es que el empobrecimiento extremo y el mantenimiento de las élites en la acumulación obscena de poder económico y político no son factores que puedan facilitar el restablecimiento de la paz. Una paz que no es únicamente la ausencia de guerra, sino como posibilidad de vivir dignamente, con tranquilidad, con posibilidad de vivir sin mirar a todos lados cada vez que salgo porque no sé qué es lo que me pueda pasar.

Ojalá haya alguna esperanza de alianzas entre países y entre ciudadanías transnacionalmente con intereses similares y con la posibilidad de motivar a la esperanza y a la movilización ciudadana desde la sociedad civil.

Es muy común justificar las gestiones de los gobiernos de Lenín Moreno (2017-2012) y de Guillermo Lasso (2021-2023) como simples omisiones o desconocimientos en materia de seguridad. ¿Pero llevar a Ecuador a esta crisis de violencia, responde a un proyecto político, financiero?

Decir que todo esto ha sido de forma integral un plan estratégicamente diseñado, hasta cierto punto es ser muy generosos con las posibilidades de estos personajes —hablando de Moreno y Lasso—. No les veo como intelectuales fraguadores de grandes estrategias geopolíticas. Sin embargo, sí son vehículos, en el caso de Lasso, cabeza de una élite financiera, que no tiene un papel pequeño en la violencia que estamos sufriendo a través del despojo de las riquezas de un país y su envío a los paraísos fiscales, eso es algo de lo que ya dejamos de hablar y no podemos olvidarlo. Porque esa es una forma de lanzar la riqueza propia fuera, esconderla, hacer que deje de pagar impuestos. No tendría la generosidad de decir que se trata de un plan a gran escala.

En el caso de Moreno, fue un vehículo extremadamente servil para integrarse a las élites sin ninguna reflexión, sin más que el discurso vacío de la invasión del socialismo del siglo veintiuno. Carente de ningún tipo de estrategia prediseñada, lo que sí está prediseñado son las grandes economías que se mueven alrededor de esto, que utilizan estas fichas.

El pasado 4 de octubre, se publicó la cifra actualizada de 238 feminicidios en lo que va de 2023 en Ecuador. La Alianza Mapeo registra que de ese total, 130 feminicidios fueron cometidos en sistemas criminales o producto del crimen organizado. El 68% de estos crímenes fueron cometidos utilizando armas de fuego. ¿Cómo entender la narrativa estatal de “daños colaterales” en un país que no deja de asesinar a las niñas y mujeres?

No es coincidencia la aceleración de las muertes por razones de género en un contexto de violencia de un narco-capitalismo y de un narco estado. Porque por un lado hablábamos de estas hiper masculinidades militarizadas en la cultura narco y que una forma de manifestarse, de construirse, es la violencia misógina, la violencia contra las mujeres trans que en Ecuador es el gran silencio, de los silencios más pesados que existen, donde el Estado nunca reacciona, nunca responde y peor todavía, se solidariza o se conduele. Pensemos en lo que ocurre en las calles, mujeres trans que ejercen el trabajo sexual que son obligadas al narcomenudeo, terminan siendo entonces fichas deshumanizadas que también llegan a ser víctimas de estos cruces de fuego o deliberadamente asesinadas por cualquier relación que tengan con la economía ilegalizada.

En relación a las niñas, Ecuador sigue siendo uno de los países con más violencia sexual, evidenciada en los embarazos de niñas y adolescentes producto de incesto, producto de violencia sexual en el interior de la familia. Ver este aceleramiento tampoco sorprende, lo que no debe dejar de sorprendernos es la indiferencia de cualquier agencia de gobernanza: estatal y no estatal, Y también de la ciudadanía, la clase media y las élites son bastante cómplices de esta indiferencia, la comodidad nos da un espacio para “no tener que pensar en”, para no tener que reconocer la humanidad de la persona que no necesariamente es como yo me imagino que “lo normal se ve” o que no que corresponde a las idealizaciones que yo misma como clase media tengo de lo que “debe ser la ciudadanía”.

Hay un paralelo entre la aceleración de la violencia misógina en el contexto de la violencia del narco, del narcoestado y tener estas cifras no debe dejar de hacer que busquemos las historias de las personas que están muriendo, y entender que son mujeres con historias, con hijas, hijos, padres, madres, amigas, gente querida y con un nombre y un apellido. Con una vida merecedora de todo respeto y de toda dignidad.

En La Periódica hemos reflexionado sobre cómo podemos seguir haciendo periodismo feminista en este contexto de violencia exacerbada. Hemos pensado en los riesgos a los que nos enfrentamos, compañeras que ya han tenido que ser exiliadas del país para poder continuar preservando su vida y realizando su trabajo como periodistas. ¿Hay reversa, hay forma de ralentizar esta ola de violencia en Ecuador?

La solidaridad entre mujeres, entre feministas, entre disidencias es lo que nos puede dar esperanza. La solidaridad entre las personas que son excluidas diariamente de la posibilidad de movilidad social, de la tranquilidad, de vivir en paz… La solidaridad desde las personas que tienen un poco más hacia las personas que tienen un poco menos, la generosidad que no le ve a la persona como el otro, sino como yo misma. No perder nunca la capacidad de compasión, porque en el momento en que empezamos a deshumanizar a las infancias y a decir que ojalá pudieran ser encarceladas como personas adultas, ya estamos perdiendo mucho de lo que decimos que nos hace humanas.

La solidaridad que nos lleva a cuidarnos unas a otras, a estar pendientes, a chequear cuando llegamos, cuando salimos. Desgraciadamente nos toca empezar a tomar más medidas para ponernos a salvo y poder conversar entre nosotras entendiendo que la vida es ante todo material. Yo soy abogada, pero las discusiones ultra hiper jurídicas están en el ámbito abstracto de la reforma legislativa, nunca ha sido algo que me ha llamado la atención como posibilidad para el cambio social. 

A propósito del impacto transnacional de la violencia y las influencias globales, el gobierno sueco anunció hace poco que militarizará el país tras el asesinato de 12 personas por enfrentamientos entre bandas del crimen organizado. En el caso de Ecuador y con la coyuntura electoral a cuestas, ¿Qué le podemos exigir a las candidaturas presidenciales para salir del discurso de la militarización como única vía para reducir la ola de violencia?

En Suecia hay un problema extrañísimo porque tendemos a ver a los países nórdicos como el modelo de la paz, la armonía social y la solidaridad social. Sin embargo, hay un problema de pandillas grave que ya está poniendo en alerta roja al país. En Reino Unido, se instala el discurso de satanizar a las personas migrantes como delincuentes y encerrarlas en lugares que son cárceles. Esto también pasa en Dinamarca, las personas migrantes que están pidiendo asilo son encerradas con sus hijos e hijas en lugares que son cárceles.

La propuesta de militarización, la idea de que la policía nos cuida y que la única respuesta viable para generar seguridad es la “mano dura” son planteamientos muy propios de este capitalismo tardío, porque son formas de respuesta que no amenazan el status quo, son formas de respuesta que no tienden a la redistribución de la riqueza, de los recursos materiales para la supervivencia.

Si no hay una estrategia para reducir la pobreza y la pobreza extrema, siempre necesitaremos militarización, tendremos que vivir militarizadas, porque sería un estado perpetuo de guerra. Hay que tener en cuenta que el mundo se está volviendo más violento porque cada vez parece haber más escasez, pero todo esto en medio de la abundancia, es decir, es una escasez producida artificialmente a través de la acumulación obscena de las élites locales, globales e internacionales.

Y también es una escasez producida obviamente por la poca importancia que le estamos dando al desastre climático, hablábamos de cambio climático, pero ya es una emergencia climática. Y no tenemos que perder de vista la relación entre la desposesión que causa el cambio climático, la puesta a salvo de las élites, que son las únicas que tienen posibilidad de huir de esta tragedia, que no le va a perdonar a nadie y la violencia generada por estas economías ilegales transnacionales en las cuales el Estado tiene participación.

En lo que respecta a las elecciones, estamos en un momento crucial tanto de la política local, como de la política transnacional. Se notan los intereses de los Estados Unidos, esta oferta de recompensas por la execrable muerte de Fernando Villavicencio, pero no sabemos qué hay detrás y me pregunto: ¿Por qué ahora, por qué en este caso? Es evidente que aquí se están poniendo en juego muchísimas cosas.

Tenemos que entender que para las élites lo que está en juego es la posibilidad de continuar acumulando, para nosotras lo que está en juego es la vida. Es la posibilidad de vivir dignamente o simplemente la posibilidad de vivir y hay que pensar las cosas desde una perspectiva que no deje afuera la clase, que no deje afuera las luchas de las clases trabajadoras, de las personas en la economía ilegalizada, en la economía informal.¿Cómo votaría yo desde la perspectiva de esa mujer que el otro día —gracias a una queja de redes sociales— fue expulsada de su lugar de trabajo en una calle en la que estaba vendiendo alimentos? Desde allí hay que mirar las cosas, desde esos lugares, porque de lo contrario vamos a estar pensando siempre en lo banal, cualquier cosa que aparezca en TikTok —entiendo que ahí se está moviendo mucho el marketing político— puede absorbernos y no salimos de esas burbujas.

Foto: Archivo. Karen Toro
Foto: Archivo. Karen Toro

Desde La Periódica sostenemos que ninguna persona “merece morir a manos del crimen organizado” ni por la criminalización estatal.

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Autoras

Daría #LaMaracx

Escribe para no olvidar. Le obsesiona la sexualidad y los hombres. Grindera 24/7 porque el deseo no se reprime.