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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

“Entendí que es ser mujer en este mundo”

Pasillos de hoteles, calles viejas, un burdel, o el sótano de una casa enorme afuera de la ciudad. Esos son algunos de los escenarios de La Mala Noche (Ecuador y México, 2019), primer largometraje de ficción de Gabriela Calvache. Aunque eso es lo que menos importa porque no dice casi nada de la historia ni de la protagonista: Dana (Nöelle Schönwald, Colombia) trabaja prestando servicios sexuales a hombres de distintas edades. Pero las ganancias de su actividad las administra Nelson (Jaime Tamariz, Ecuador), quien también tiene otros negocios. Obligada a prostituirse vive en un limbo del que nadie sospecha, ni Julián (Cristian Mercado, Bolivia), un cliente que se ha enganchado con ella. La trata de personas, en especial de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, tiene un espacio relevante en La Mala Noche, que se estrena en cines este viernes 23 de agosto.

La trayectoria de la directora ecuatoriana se ha consolidado en la producción y dirección de sus proyectos documentales y cortometrajes de ficción; así como en los de otros y otras cineastas. Entre los más conocidos están ‘Labranza oculta’ (2010) y ‘En espera’ (2010). La Mala Noche (LMN), antes de ser parte de la Selección Oficial del Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ, del 19 al 23 de junio) y ganar ahí el Premio del Público, ya había recorrido más de diez festivales internacionales. Y este lunes 19 ganó el premio a Mejor Película Internacional en la edición 25 del New York Latino Film Festival de HBO.

En una entrevista para La Periódica cuenta algunos detalles de La Mala Noche y de su trabajo como directora de cine en Ecuador.

La historia de LMN llegó a ti después de una proyección de ‘En Espera’, en una fundación, te llevó dos años investigar sobre la trata de personas (2011 y 2012), y tuviste quince versiones de guion. ¿Qué fue lo más difícil de esas etapas?

Probablemente fue escribir. Cuando uno parte de investigar, leer, conocer personas, ir a bibliografía, lo difícil es decidir qué de toda esa información valiosa puede terminar en una película. Mi intención siempre fue llegar al público de a pie, al que no tiene información, entonces no quería caer en el panfleto, y hacerla digerible (a la película). Me parecía que todo era importante; y sí, todo es importante para discutirlo a posterior, pero en una película lo importante son los personajes y lo que les está pasando, su historia. Lograr eso, hacer un guion tan filtrado que no saque ninguna bandera a nivel obvio, fue lo más difícil.

Lo que abordas en LMN es aterrador. ¿Qué pasó a nivel emocional?

Absolutamente. Me deprimí dos años, y coincidió que me embaracé. Tener a mi hija me ubicó en el mundo, pasó todo lo contrario, ella nació y fue paz y alegría. Pero esos dos años anteriores fueron muy difíciles porque entendí lo que implicaba ser mujer en este mundo. Uno es beneficiario de las luchas del feminismo, desde que votas, tienes la capacidad de heredar, de trabajar, de todos esos derechos adquiridos y que los usamos sin estar conscientes de las luchas que hubo antes. Pero cuando me encuentro con la trata de personas descubro por primera vez, en mi edad adulta, ya conscientemente, lo que es ser mujer; y lo que eso implica para muchas mujeres, cómo todos estos estereotipos nos terminan condenando. También sentí que hay un sector de la población, que son millones de mujeres, que están destinadas a esto, y otro gran sector que no hace nada, que lo permite. Eso fue duro.

Ser mamá de cuatro niñas, ser mujer, entender que realmente le puede pasar a cualquier persona, me tenía en un estado de ansiedad y de profunda tristeza, por la impotencia de saber que no hay mucho que puedas hacer para que de un día a otro todo cambie. Entré en un rechazo a los hombres, que luego lo pude digerir. Quería entender por qué son así, por qué hacen esto, ¿¡por qué!?, ¿cómo un ser humano puede ir a un burdel y estar con una menor de edad? Cómo, si debería haber una ética que no te debe permitir hacer ciertas cosas. Ahora entiendo que este es un problema de todos, pienso que lo único que puede ayudar es la información. Ojalá mucha gente vea La Mala Noche y sea la puerta para hablar ciertos temas e intentar cambiar ciertas costumbres femeninas, masculinas, que pueden vulnerarnos o hacernos personas que vulneran a otras personas.

¿A qué aspectos cinematográficos aportó la investigación?

Investigar me permitió entender que la situación de trata está muy permeada con la libertad. Nos imaginamos que una mujer en trata está completamente encerrada, que sí sucede, pero no solo es así. Resulta que muchas chicas salen, dan sus servicios, van a la fiesta de soltero, regresan; pero están en situación de trata. Esa línea fina entre la libertad, la coerción y la esclavitud era lo que me interesaba mostrar. Por eso Dana no está entre barrotes, está libre entre comillas, tiene su casa, su vida pero ¿qué tan libre es? Muchos de estos proxenetas no son matones, malandros, son hombres seductores, de buen verbo cuyo oficio es engañar a mujeres a través del amor; eso que nos han dado a las mujeres de que viene a salvarte, a ayudarte. Es un tejido más complejo, y en ese sentido la investigación está totalmente encima de la película.

Tienes una trayectoria consolidada de productora, guionista y directora, pero en el pre-estreno del FLACQ dijiste que recién están entendiendo de qué va el cine.

El cine es algo muy complejo. Hay una diferencia entre hacer una película y hacer cine. Muchas personas pueden hacer una película pero hacer cine implica entender todos los mecanismos que llevan a esa película abrirse al mundo. Eso es lo que estoy empezando a entender: cómo funciona tener una película que va a un festival, cómo manejar la distribución de un proyecto, cómo avanzar por las diferentes etapas para que pueda conseguir más puertas que se abran.

También siempre ha sido importante para mí, no sé por qué, en los cortos y en las películas que yo trabajo, hablar sobre temas sociales. He pensando mucho cómo quiero morir, cómo quiero vivir mi vejez; quiero entender si lo que hice sirvió para algo más allá de mis necesidades artísticas. Eso me da mucha paz porque el cine es un medio complicado, es mucho fracaso antes, que te digan ‘no’ cien veces, que te des cuenta de que eres mujer de más de cuarenta años en un país que tiene políticas públicas (artísticas y culturales) que todavía están verdes. Si es que yo no hiciera este tipo de trabajos sentiría que es un poco fatuo. Ahora no me importa tanto el que fracase un proyecto, me importa más tener un compromiso con lo que estoy haciendo.

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Fotograma. Cortesía de Cineática Films.

Esta es tu primera vez en el largo de ficción, ¿cómo fue este nuevo paso en tu carrera?

Ser directora de ficción de largo ha sido un cambio muy fuerte. El rol más difícil en el cine es dirigir, después de hacer LMN lo tengo claro. No tuvimos una sola extra en el rodaje. La película fluyó, los actores estaban muy metidos conmigo, la gente del equipo, todo era un engranaje perfecto. Y estaba muy cómoda en ese puesto. Esta también es una cosecha. He trabajado con tantos directores, y creo que tuve la sabiduría de esperar un poco antes de dirigir y de aprender de los errores de los otros y de sus aciertos. Si yo pudiese escoger qué hacer en mi vida yo escogería dirigir, nada más. Pero es muy difícil que te contraten, las directoras son mucho menos contratadas que los hombres; incluso en la publicidad. Aprendí un montón y ahora no tengo miedo de pararme frente a una cámara, hacer la escena y trabajar con actores.

Dana es colombiana, y su nacionalidad no es gratuita: es un guiño a las miles de mujeres que han migrado forzosamente y han sido desplazadas, o son refugiadas en Ecuador, desde mediados del siglo pasado debido al conflicto armado interno. Gabriela Calvache menciona que en su investigación estudió esa constante movilidad a causa del conflicto, “después vino Cuba, Haití, y Venezuela”. Y también el terremoto del 16 de abril del 2016 en Manabí y Esmeraldas.

Para la directora fue inevitable filmar una parte silenciada del terremoto: el rapto y la venta de niñas que se quedaron sin familia. Esa decisión narrativa –en su punto más álgido– entrelaza, aún más, a Dana y los co-protagonistas en las redes del mundo de la trata. Capa a capa (desplegadas con mucha sutileza formal, especialmente desde la fotografía y el sonido enfocados en determinados momentos), la historia muestra sus tensiones y afecta todo cuanto se ve en LMN.

La Mala Noche llega en un contexto de creciente xenofobia a la población venezolana. A finales de julio la Ministra del Interior María Paula Romo y el ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana José Valencia propusieron una serie de reformas a la ley de movilidad humana, insinuaron que uno de los motivos era evitar la trata de personas.

Las migraciones no son las que hacen daño a los países, todo lo contrario. Los seres humanos somos producto de las migraciones, la migración es parte de la humanidad. Lo que hay que hacer es apoyarla para que suceda de la mejor manera para todos (hace énfasis en “todos”), y poner el foco sobre los migrantes es revictimizarlos, ellos ya vienen de ser víctimas de un gobierno para ser víctimas de otro gobierno. A mi juicio no quieren tener migrantes venezolanos pero sí quieren servirse de las mujeres venezolanas, que estén en los burdeles pero no en trabajos dignos, ¿qué es eso?

¿Qué es lo que más te preocupa del cine ecuatoriano?

El cine ecuatoriano ya llegó a un punto, ya hay directores, productores y equipos que están bastante avanzados, que ya están a un nivel internacional. Pero siento que las políticas públicas no han avanzado de la misma manera. Tenemos una ley de cine y el fondo es importantísimo –sin él no hubiera podido–, pero para el mismo Instituto (de Cine y Creación Audiovisual) es difícil asegurar su presupuesto año a año. El Estado no puede ser el único responsable, no tenemos el dinero, hay que abrir la posibilidad de que la empresa privada entregue fondos a través de incentivos fiscales; este modelo existe en muchos países de América Latina y ha generado una industria que nosotros no tenemos porque dependemos de un fondo muy pequeño. No contamos con modelos sólidos para hacer este trabajo. Aumentar el financiamiento, no cambiarlo, eso es importante.

Para mí a nivel profesional los momentos más dolorosos han sido en los mercados de cine, los festivales, cuando he ido y entendido qué significa ser ecuatoriano en el mundo, no tener redes sólidas como otros países. Es un verdadero problema.

¿Y qué es lo que más admiras del cine ecuatoriano?

Tiene una belleza que han perdido otras industrias; la gente, como todavía es algo incipiente, está muy entregada. No lo ven como un trabajo sino como una realización, eso hace que el rodaje tenga una dinámica distinta a la de otros países. Los técnicos que vienen de fuera casi siempre terminan enamorándose de la dinámica de rodaje de una película en Ecuador. También tenemos la ventaja de que los cineastas ecuatorianos sabemos hacer muchas cosas a la vez: dirigimos, producimos, hacemos cámara. Todavía no hay una especialización de una industria que te permita vivir. Eso genera un gran conocimiento. Si hay un gremio unido en Ecuador ha sido el de los cineastas. La gente del audiovisual ha entendido que una gaviota no hace vuelo, sino que hay que unirse y generar consciencia y oportunidades para nosotros.

¿Qué le dirías a las jóvenes que quieren hacer cine?

Que lo piensen bien (risas). El cine es un compromiso casi religioso. Mucha gente que estudió cine no hace cine. Es difícil porque en este país todavía no hay una industria, necesitas una red que te sostenga, y porque el cine es un cuello de botella. Se hacen muchísimas películas en todo el mundo, ahora más que nunca, se ha democratizado, pero los espacios de validación siguen siendo los mismos. Se hace tanto que los festivales no alcanzan a ver, se ha vuelto algo como la guerra. No es un espacio de glamour, es de lucha y de mucha estrategia. Y si su corazón les dice que ese es el camino que deben tomar, busquen sobre todas las cosas la calidad, busquen su voz, y no tengan miedo de ser mujeres en este medio. Las directoras se ayudan, tejen redes, quizá por cuestión de sobrevivencia, con los directores eso es más hermético. No tengan miedo y háganlo.

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).