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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

La palabra de mujer siembra paz

…el dolor no es para encerrarlo en el pecho, sino para sacarlo a pasear, invitarlo a bailar, componerle una canción, volverlo copla, convertirlo en palabra viva.

Fragmento del libro ‘Ecos, palabras de mujeres’

Cuando Iris Moreno Hurtado empezó a hablar sobre el Grupo de Mujeres de la Casa Cultural del Chontaduro (CCC) fue casi imposible que no la regresaran a ver las más de 50 mujeres que llenaron un aula de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Valle (Cali, Colombia). Todas estaban ahí para escuchar experiencias resilientes en la Mesa de sanación y activaciones, el tercer día del Tercer Encuentro Latinoamericano de Mujeres ELLA (12-15 de diciembre del 2017). Y cuando empezó a cantar Elvira Solís Segura –sin previo aviso, pues nadie esperaba más que charlas–, tiempo después de la intervención de Iris Moreno, todas estaban perplejas por la voz de Elvira, las de sus compañeras que hacían de respuesta o de coros y por el ambiente de canto tradicional afrocolombiano. De las otras dos exposiciones, la experiencia del Grupo de Mujeres se caracteriza por la unión de expresiones artísticas con historias de resiliencia.

Iris Moreno y Elvira Solís –conocida como Brigitte en el medio local de la música folklórica del Pacífico colombiano– son mujeres negras y forman parte del Grupo de Mujeres de la CCC, al igual que las más de ocho mujeres que estaban con ellas el 14 de diciembre en Univalle. Esta casa es un espacio político-cultural que ya cumplió 31 años en el Distrito de Aguablanca, sector popular muy conocido y estigmatizado del oriente de la capital del departamento del Valle del Cauca. En la capital mundial de la salsa es de conocimiento general que en Aguablanca –sector que reúne a las comunas 13, 14 y 15– está casi la mitad de la población afrocolombiana de Cali; un poco más de 300.000 afrocolombianas y afrocolombianos, según las estadísticas realizadas en la ciudad hasta el 2013. Es decir, casi el 50% de la población afro de la tercera ciudad más grande de Colombia (el equivalente ecuatoriano de Cali, en número total de población, sería Quito) está en este distrito; simbólico por ser habitado por mujeres y hombres desplazados por la violencia del conflicto armado, el crimen organizado o porque no encontraron dónde vivir por sus pocos recursos económicos y por ser negras o negros.

Para dimensionar este panorama de exclusión, empobrecimiento y racismo –ahora que Latinoamérica y el mundo mira expectante la compleja y conflictiva implementación de los Acuerdos de Paz– vale recordar que en el país vecino (con más de 49 millones de personas) 8 millones 286 mil 32 personas son víctimas del conflicto armado interno, y de ese universo de mujeres y hombres (cis y trans, de distintas etnias, edades y estratos económicos) 7 millones 338 mil 996 personas han sido desplazadas, según lo indica el Registro Único de Víctimas(RUV) hasta el 1 de enero de 2018. Más de 7 millones de personas, un poco menos de la mitad de la población ecuatoriana, tuvo que dejar sus hogares, tierras y comunidades para poder vivir. Según un reporte del 2016 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Colombia fue el país con mayor cantidad de personas desplazadas a nivel mundial, después le seguía Siria. Y para finalizar este brevísimo recordatorio, volver a Cali, la ciudad valle que, según el RUV, ha recibido a 173.473 personas desplazadas de otros departamentos colombianos a causa del conflicto armado interno; la gran mayoría mujeres, niños y niñas.

Ahí también están las voces de Iris Moreno, Elvira Solís y sus compañeras del Grupo de Mujeres. La Periódica, en su recorrido por el encuentro ELLA, entrevistó a estas dos mujeres creativas, trabajadoras y feministas negras comunitarias.

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Iris Moreno Hurtado. Foto: Anita Pouchard Serra.

¿Qué es la Casa Cultural del Chontaduro y el Grupo de Mujeres?

Iris Moreno: La CCC es un espacio que trabaja desde el arte como un proceso más cultural, más político. El arte [para nosotros] es una excusa política para acercarnos más a la realidad de la gente, por eso se trabaja desde la danza, teatro, las artes plásticas, la música. [El Grupo de Mujeres] nace en el 2000 como espacio de mujeres como mujeres en sí, exclusivamente. Antes de eso, en el 97, arranca una idea más de trabajo de las mujeres con la comunidad; luego nos conjugamos como un grupo que nos pensamos y soñamos ese espacio de conjunción, de sanación, cómo construirnos como mujeres y darnos, más allá de pensar [solamente] en el otro.

No empezamos pensando que éramos feministas, sino haciendo una apuesta distinta a un espacio de opresión. Después nos dimos cuenta de que lo que hacíamos entraba en los cánones del feminismo pero también nos dimos cuenta que no queríamos estar en ese feminismo cerrado donde no se tiene en cuenta al otro, a la otra. Queremos un feminismo más de la construcción de la mano con todos y con todos no quiere decir que al espacio de mujeres llegan los hombres, no, sino que pensamos también al hombre como espacio fundamental para crecer pero para crecer, no para que esté ahí. Como estos otros hombres que se están pensando una cosa distinta y que también han sido atacados por un Estado patriarcal. A nosotras nos ha tocado ser madres cabezas de hogar, pensando al otro día qué va a ser de mi hijo, cómo esta sociedad también discrimina a mi hijo por tener un tono de piel.

Elvira Solís: Yo también hago parte de la Asociación de la CCC, de la Escuela sociopolítica de mujeres y del Grupo. Somos mujeres sororas, mujeres que lloramos juntas, mujeres que compartimos juntas, que lo que le duele a la una le duele a la otra, mujeres constructoras de paz, hacemos comunidad. Soy una mujer que volví a nacer, por decirlo así, cuando llegué a la CCC, ahí recuperé mi historia. Porque en mi historia yo soy una sobreviviente de la violación, del cáncer y de las drogas, de un sistema que me oprimió, que me segregó.

¿Cuándo creyeron necesario hacer un grupo de mujeres en la CCC?

Iris: Como dije, el grupo de mujeres empezó caminando en 1997, empezó soñándose en una escuela de padres para la problemática de los jóvenes que estaban en la calle. Pero luego miramos que siempre estábamos dando y nosotras estábamos desgastadas, cansadas. Entonces ahí empezamos a soñar cómo es eso de hacer un grupo de mujeres, donde nuestra palabra tenga eco como mujer, no como una mujer que va a construir solamente para los demás ¿no? Cómo me reconstruyo, cómo hago parte de una sociedad que constantemente dice que la mujer no ha dejado nada en esta tierra y da la casualidad que cuando vemos atrás nosotras somos constructoras de país, de mundo, de sociedad, y de una forma invisibilizada.

Cuando empezamos a escribir el libro que se llama ‘Ecos, palabras de mujeres’ [el CCC lo publicó en 2014, tiene historias de vida de las mujeres del Grupo y resume su trabajo escritural alrededor de situaciones de violencia y la transformación de esas experiencias], nosotras queríamos tener nuestras voces. Decíamos “no, no queremos que las grandes masas históricas cuenten la historia como ellos quieren”, “queremos contar nuestra historia”, poder plasmar como nosotros vivimos esta Cali.

Elvira: Sí, así es. Por ejemplo, yo quería que los nombres de esos infelices que me hicieron tanto daño quedaran plasmados en el libro. Cuando yo llego al Chontaduro llego adolorida con mucha rabia y mucho odio.

El tono de voz de Elvira le da vida a cada palabra, cada palabra tiene un tono especial, no las dice soltándolas de adentro; cuando dice odio, esas cuatro letras salen de sus labios negros, empujadas y con un fuerte rechazo a todo lo que evoca esa palabra.

… Cuando llego a la CCC también encuentro a esas mujeres sororas, mujeres resistentes, mi pensamiento cambia y modifico el dolor por la alegría, el canto, la décima, los poemas y a aquella mujer que me dijo “¿tú quieres que eso vaya plasmado ahí?”, le respondí “cambiemos la estrategia”.

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Elvira Solís Segura. Foto: Anita Pouchard Serra

¿Qué les han dicho otras mujeres que han leído sus historias?

Iris: Cuando una de mis amigas que no estuvo en la mayor parte de la redacción sino que llega después, ella sentía más emoción que las mujeres que habían escrito y decía “eso es como parir a un hijo”, es como tener esa nueva luz pero también tener el poder de saber que tenemos la capacidad de crear lo que somos y plasmar, construir. Y cuando llegan [las historias] a otras mujeres también uno siente que dicen “ah, yo también quiero escribir mi historia”, eso le da satisfacción a una. Una dice tenemos que seguir para que la mujer no calle, no calle todo lo que tiene, toda su alegría, su tristeza, ¿no? que la pueda volver a poner en una voz distinta.

Como dice el dicho: creciendo juntas desde un color distinto; porque cuando veníamos [a las reuniones de la CCC] con ese color gris que parecíamos nube que ya caía ahora ya tenemos un arcoíris –como soy yo, de multicolores–, que podemos ir sembrando el mundo con una sonrisa distinta, con una cosa que te contagia y te hace hermana, ¡mi hermana!, así vivas en otro país.

Elvira: Cuando llego a un espacio y cuento mi historia hay personas que me convierten en un referente, y me dicen “esa [es un] mujer de lucha”, “eres resistente, tú cambiaste mi vida”, yo me siento orgullosa porque entonces mi historia valió la pena contarla y valió la pena ¡curarme!, ¡sanarme! Es muy lindo cuando paso por alguna parte y hasta los mismos hombres me han dicho “tú cambiaste mi vida y me encanta como cuentas historia, parece como si nunca te hubiera dolido”, y sí me dolió. Pero hoy en día me siento tan ¡sana!, ¡tan sana como la fruta! Como el bacao, que es uno de los frutos africanos que empieza mi historia. Así me siento ahora, sana, porque cuando salía del abismo, salía con los dos frutos en la mano. Entonces para mí ‘Ecos, palabras de mujeres’ es sacar un fruto que estaba dormido y ahora ya despertó.

¿Cómo las mujeres negras de la CCC construyen paz?

Iris: Construir paz no es fácil, además, ¿qué es paz? Creo que más que una paz es un bienestar común, eso es lo que tenemos que buscar y una forma es empezar por mí, quererme a mí, porque para querer al otro tengo que quererme. Hay aceptar que no somos iguales y que hay muchas subjetividades en las mujeres y en los hombres, eso hace parte de mi construcción de paz. Caminar de la mano con el otro, sin discriminar, sin creer que yo estoy arriba porque yo tengo cierto rango de estudio; esa persona tiene el mismo valor y el mismo respeto que yo me merezco.
Porque cuando yo tengo rabia con el otro tengo rabia conmigo, necesariamente no es que tengo rabia con los demás, eso no es rabia, esa rabia que tengo es con la humanidad. ¿Y cómo acercarnos?, hay abrazar a todas las personas que llegan a mí, no solo un abrazo físico si no en un abrazo que construimos desde entender a la persona que viene a construir diversidad, entender, aprender y construir con el otro. Eso hace repensarnos cómo estamos aquí. Eso te hace construir un espacio de bienestar distinto, soñando en un mundo que en realidad lo podamos construir entre todos que no sea una sola persona que crea que construye el mundo, que crea “yo tengo el saber”, no, es más allá de ese saber, es transformación, es estar cerca del otro.

Para Elvira, sin desentonar con su compañera pero hablando desde la cotidianidad, la paz se construye en el día a día, en la solidaridad con las mujeres sin empleo, con las que son victimizadas por la violencia machista. Cuenta anécdotas sobre cómo las mujeres del Chontaduro se han acercado a otras mujeres cuando han estado solas, sin poder alimentar a sus hijos o sin compañía después de parir. Elvira recuerda las veces que, siendo niña, su madre la mandaba a la casa de alguna comadre para saber por qué no había prendido el fogón. Y si faltaba la comida, esa niña que nació en Tumaco (suroeste colombiano, municipio limítrofe con Esmeraldas) regresaba donde la comadre de su mamá con plátanos, pescado y leña. “Hay que estar pendiente de la compañera”, dice Elvira abriendo sus ojos y clavándoselos a la periodista.

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Iris Moreno Hurtado. Foto: Anita Pouchard Serra.

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Elvira Solís Segura. Foto: Anita Pouchard Serra

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).