Esta crónica obtuvo el segundo lugar en el concurso Comunicación por la igualdad de género 2020, organizado por la Embajada de los Países Bajos en Perú y Católicas por el Derecho a Decidir.
Cuando Julia tenía veinticuatro semanas de embarazo, un sangrado inesperado le anticipó lo que estaba por venir. Alarmada, acudió al Hospitalde Emergencias de Villa El Salvador. En el hospital, un médico esperaba con ansias a que termine su turno. Cinco minutos antes de que eso ocurra, llegó Julia, quien recuerda que el dolor, indescriptible y voraz, le impedía caminar. En ese momento lo sospechaba, pero con el transcurrir de las horas se lo confirmarían: estaba abortando.
-Señora, cállese la boca. Qué cosa tiene usted, por qué grita tanto. Cállese la boca, tengo un niño afuera (del consultorio) y ni siquiera él se queja como tú, le dijo la técnica de enfermería.
-Y yo me retorcía de dolor en mi silla de ruedas. Ahí no me revisaron nada, simplemente se me acercó y me dijo (la técnica de enfermería): ‘Tienes plata, ¿no? porque si no has traído plata no te podemos atender’.
Julia, quien actualmente tiene treinta y un años, un hijo, una hija y un esposo, temía confrontarla.
-En ese momento, yo decía: Si le contesto, esta va a dejar que me muera.
Cuando finalmente fue intervenida, el doctor, un hombre de más de sesenta años, lucía incómodo.
– El reloj estaba para la derecha. Cuando me hacía la intervención, miraba a su derecha siempre, y renegaba: Ya es tarde, que qué horas son…
El dolor se incrementó cuando el doctor dio inicio al legrado.
-Yo sentía que me sacaban las tripas por el útero, peor que para dar a luz. Me decía que ya me había puesto la anestesia y que tenía que callarme. A mí me demora en agarrar la anestesia. Entonces, ya te imaginarás. Un poco de anestesia tampoco me hace nada. Yo comencé a gritar y me dolía inmensamente.
Ila Chirinos es obstetra. Tiene veintiocho años. Hasta marzo de este año trabajó en el hospital de Villa El Salvador.
-Eso ya es demasiado. No creo que se pueda justificar de ninguna manera. Cuando una mujer llega por una pérdida, generalmente siempre es un trato totalmente diferente al que recibe una paciente que viene por parto. Viene la mujer en este estado vulnerable y la ignoran o la culpan directamente de lo que ha sucedido y la maltratan.
El personal de salud presumía que Julia se había inducido el aborto. Ella afirma que no lo hizo. El procedimiento duró un promedio de quince minutos, pero las secuelas psicológicas de la violencia recibida perduran.
-El doctor nunca se dirigió a mí para nada, hasta para renegar de mí se dirigía a la enfermera, le decía: Cállela, pues, dígale que se calle.
En el consultorio había dos enfermeras, de entre cuarenta y cincuenta años. Una de ellas siguió las órdenes del médico y colocó sus manos sobre la boca de Julia.
-Cuando me tapó la boca me sentí súper mal, me sentí muy humillada, recuerdo que cuando salí, odiaba a mi esposo. La verdad es que te desquitas con la primera persona que ves en el medio y me fui contra él.
Julia, quien se describe como una mujer de carácter enérgico, recuerda que ese día se sintió insignificante.
-Esa vez me sentí por los suelos. Fue tan humillante. El solo hecho que me pregunten si tenía o no plata. Estaba con tantos dolores como para poder defenderme. Por otro lado, tampoco podía alzar mi voz de protesta, porque yo sentía que me podían dejar morir ahí.
Para Eileen Contreras, psicóloga comunitaria, el hecho de taparle la boca, además de ser una violencia física, es una violencia simbólica.
-Es bastante simbólico el hecho de taparle la boca a esta mujer, desde el punto de vista de las diferencias de poderes y desde el punto de vista de que sus derechos, sus necesidades y sus emociones, no las valoraron. Es por eso que no la miraron a los ojos, es por eso que no estuvieron atentos a lo que ella necesitaba para poder solucionarlo. La paciente pasó a una categoría inferior. Esto se debe, en parte, a la formación que recibimos los profesionales de la salud. Estudiamos casos o estudiamos enfermedades, pero no entendemos que todos estos casos, que todas estas enfermedades, están en una persona, en un sujeto.
Para el médico cirujano Daniel Rojas, autor del libro Diario de un interno de medicina, publicado por el Fondo editorial del Instituto de Estudios peruanos (IEP), es importante reconocer las distintas expresiones de violencia obstétrica.
-Hay una situación de desidia, de completo desinterés por la situación de muchos pacientes. Por ejemplo, puede haber gestantes que gritan por sus dolores de parto y los médicos ni caso les van a hacer. Violencia obstétrica se da en los hospitales. Una forma es maltratando, gritando también, pero otra forma es ignorando los gritos del dolor, la búsqueda de asistencia médica o que por lo menos te calmen el dolor. Entonces, es grave.
LAS ‘MALAS’ PACIENTES
Al esposo de Julia, quien además de madre es profesora de danza, no le permitieron ingresar al consultorio.
Paciente es la palabra utilizada para nombrar a quienes acuden en búsqueda de atención a un centro de salud. Es un adjetivo que significa “que tiene paciencia”.
-Es como que te aíslan para que no te escuchen. Fue terrorífico, humillante. Tenías que agradecer que el doctor te atienda, fue feísimo. No recuerdo ni la cara del médico, pero sí recuerdo que era una persona de edad. Recuerdo las paredes blancas, la mesita que jalaba con las pinzas, recuerdo que sonaba y yo gritando. Fue feísimo.
Julia no presentó una queja, ni denunció el maltrato recibido, pero decidió nunca más regresar a ese hospital.
Quien sí presentó una queja a la Superintendencia Nacional de Salud (SUSALUD) fue la obstetra Ila Chirinos. El veinticuatro de diciembre del 2019 acudió al Hospital Hipólito Unanue, ubicado en el distrito de El Agustino. Necesitaba que le realicen una biopsia, porque tenía un pequeño tumor en el ovario.
-Yo nunca voy a atenderme diciendo que soy obstetra, porque siempre tienes un trato diferente. Eso no me gusta, me parece horrible. Pienso que todas las personas tienen que tener el mismo trato. Nunca supieron que yo era obstetra.
Al igual que a Julia, el ginecólogo tampoco volteó a mirarla. Sin embargo, le pidió que se saque una biopsia de cuello uterino. A pesar del protocolo, el médico no le preguntó sus antecedentes patológicos. Lo que sí le preguntó era si tenía descenso.
-Le dije que no. Yo estaba yendo netamente por un tema de cuello uterino y del ovario, por el tumor que tengo. Yo no tenía problemas de descenso, yo conozco mi cuerpo. Me preguntó y le dije que no. Pasó un momento, no sé qué más hablamos y él estaba haciendo las órdenes para poder sacarme todo lo que tenía que sacarme, y me dijo: Te tengo que examinar, pero yo le recalqué que no tenía descensos.
El ginecólogo le respondió que igual la tenía que revisar.
-Cómo es ¿no? Cuando tú eres paciente, vas y te haces chiquitita, de verdad, te haces chiquitita. Él en ningún momento me miraba, eso sí me daba cólera. Luego, yo voy a desvestirme para que me pueda examinar.
Ya en la camilla, Ila sintió cuando el médico, sin avisarle previamente, le intentó poner el espéculo.
-A mí me dolió horrible. La técnica de enfermería estaba al costado y me decía: “Ay, mamita, colabora”. Yo le decía que me dolía. Entonces, me paré y le dije que me estaba doliendo y que yo no iba a permitir que me siguiera examinando así. Estaba al borde de las lágrimas, me sentía muy vulnerable. Yo tengo el umbral del dolor bastante bajo porque tengo fibromialgia. Le dije: Yo padezco de fibromialgia, usted en ningún momento me ha preguntado mis antecedentes patológicos, en ningún momento.
El médico le pidió disculpas.
-Te hacen sentir culpable, como si tú no estás haciendo las cosas bien o facilitando el trabajo de los profesionales. Y eso te genera culpa, por más que tú sepas qué necesitas o no y cuáles son tus derechos. Tú te sientes así, te hacen sentir así, reflexiona Ila.
Salió aterrada del consultorio y fue directamente al baño. Ahí, lejos del médico y de la enfermera, empezó a llorar.
-Me sentía fatal. En ese momento, yo dije: Nunca más voy a volver al hospital, nunca más voy a volver al hospital. Estaba temblando.
Ila no tenía muchas más opciones, así que regresó a sacarse una ecografía. Lamentablemente, tuvo que verlo y revivir el trauma.
-Yo lo vi y me paralicé, salí corriendo, nunca me hice la ecografía. Le dije a la técnica de enfermería que tenía que salirme, que yo no iba a poder. Ella no me quería dar mis órdenes, me decía que le estaba haciendo perder el tiempo. Yo le dije: Lo que pasa es que no puedo, se me ha presentado un problema. Que, por favor, me devolviera mis órdenes para yo volver a sacar la cita.
Ese encuentro la motivó a llamar a la Superintendencia Nacional de Salud. Le contestó una mujer que, tras escuchar su historia, le comentó la ruta que podía seguir para presentar una queja.
-Cuando ya volví al hospital por un tema odontológico, me animé a poner una queja en el libro de reclamaciones. Me respondieron a los dos meses, y me dijeron que no procedía mi queja, porque el médico había hecho todo okey, y yo era la que había omitido cosas importantes. Como te dije en un inicio, los antecedentes son importantes, pero la obligación del profesional está en hacerte una correcta historia clínica, no de frente ir y decir: “Abre las piernas”, y meterte esa cosa que es horrorosa.
Ila intentó defenderse. Aseguró que sabía lo que le había pasado. Les dijo que, al igual que las personas que la atendieron, ella también era profesional de salud.
-Nunca hicieron nada. Considero que este acto está dentro de lo que se puede catalogar como violencia ginecobstétrica. Está normalizado. Para ellos, es una mala paciente que no hace las cosas bien y por eso la tratan así.
TACTO SIN TACTO
Cuando Carla notó que lo que expulsaba era líquido amniótico y no orina, se hizo una promesa: nada ni nadie interferiría en su estado de ánimo. Su parto estaba planeado para dentro de tres semanas, pero eso no importaba ahora. Apurada, llamó a su pareja y le contó que los planes habían cambiado. Él la acompañó al hospital Santa Rosa, ubicado en el distrito limeño de Pueblo Libre, y no la vio nuevamente hasta el día siguiente.
-Si no puedo mandar en las cabezas de todos, por lo menos puedo mandar en mi cabeza. Me concentré en que las cosas externas no me afecten, o que me afecten lo menos posible, recuerda.
Las políticas del hospital ocasionaron que Carla pierda comunicación con el padre de su hijo. Esta angustia la acompañaría durante todo el proceso.
-No te dejan tener celular en el Santa Rosa, si te encuentran con el celular ahí, la guachimán, que es la encargada de disciplina del piso, te mira mal, te requinta.
Hizo lo posible para que el padre de su hijo la acompañe en ese momento, pero fue inútil.
– ¿Dónde está el papá de mi hijo? Yo sé que Roberto está afuera. ¿Pueden decirle que por favor entre?
Cuando le respondieron que su pareja no estaba, que se había ido a comprar pañales, Carla pensó que mentían. Tal vez por eso, mientras era trasladada a la sala donde iniciaría el proceso expulsivo, ella decidió gritar su nombre.
-Yo he gritado: Roberto, ¡dónde estás! He gritado en el pasillo, pero él ya no estaba.
Carla tiene una corazonada.
-Es un movimiento a propósito, ¿sabes?, para que él no entre. Dirán: ‘Que se vaya, lo distraemos y cuando regrese ya va a nacer su hijo, así nos evitamos problemas’. Para ellos, que entren los padres aparentemente es un problema.
Luego, el médico dio inicio al tacto vaginal.
-Todo el mundo me metía el dedo para hacerme el tacto, porque el médico no sabía si estaba en siete o estaba en ocho de dilatación. Venía la obstetra y le decía: ‘A ver, yo le hago’. Maldita sea. Estoy acá echada, me duele como miércoles y viene uno y no sabe. ¡Cómo que no vas a saber cuánto tengo de dilatación!
Aurora Gutarra es obstetra. Tiene veintiséis años y ha trabajado en seis hospitales. Reconoce que empezó a realizar el tacto vaginal desde el primer ciclo de la universidad, a pedido de sus profesoras y sin tener la preparación pertinente. Luego, recuerda una historia que le contó su madre, acerca del día en que ambas estuvieron a punto de morir.
-Mi mamá tenía un embarazo gemelar de alto riesgo y tenía un fibroma de dos kilos. A ella la habían internado por sangrado. Primero, cuando le hacen el test no estresante, encuentran que uno de los latidos cardíacos de uno de los dos fetos era más bajo que el otro. Estaba con preeclampsia, estaba con anemia y tenía lo del fibroma. A ella le habían programado sí o sí para una cesárea por el embarazo gemelar y por las complicaciones.
Sin embargo, llegó un ginecólogo con sus practicantes. Sin leer la historia clínica, le hicieron el tacto vaginal.
-Para ella, el tacto vaginal estaba diferido, o sea, no se podía hacer. Totalmente restringido. Lo comenzó a hacer e hizo que todos sus estudiantes le hicieran un tacto vaginal. Mi mamá ya no podía más porque se sentía muy mal. En una de esas, el doctor dice que ella ya está, que hay que inducirla al parto, porque ella estaba con los dolores. Ya se la estaban llevando y mi mamá no podía con sus fuerzas, estaba súper mal.
En ese momento, apareció una obstetra y les impidió el paso.
-No la toquen, ella es mi paciente. Está programada para una cesárea.
Al escuchar nuevamente los latidos, solo era posible distinguir los de un feto.
-Supuestamente el mío estaba, pero muy bajito y el otro latido estaba en nada. Mi mamá todo el tiempo le decía al médico: Me siento mal, me siento mal, pero él no le hacía caso. Ya, ya, ahorita vas a dar parto, le decía. Mi mamá le agradece mucho a esa obstetra, porque si no hubiera sido por ella, la inducían al parto y se iba a morir, porque su parto era de alto riesgo por el fibroma de dos kilos. Cuando ella entra a sala, como la situación ya era crítica, mi papá le dice que lo más probable es que se pierda esa gestación, que sean óbitos, y que también pueda correr riesgo ella porque estaba con hemoglobina de cuatro o cinco, o sea estaba mal.
Aurora y su madre sobrevivieron. Su gemela, no.
No es extraño que los profesionales de la salud propongan una confusa pedagogía al interior del consultorio, sin consentimiento expreso de la paciente.
A Carla le pasó. Al momento de parir, ella distinguió a siete personas que, desde la puerta, observaban su parto.
-Pensé: Qué rayos pasa acá que todo el mundo puede ver mi parto y el papá de mi hijo no está, lo han mandado a comprar. Son unos tramposos, nos hacen esto, no está bien.
Luego, la trasladaron al pasadizo.
-Me tuvieron tirada con mi hijo en la camilla, en el pasadizo, como dos horas. Yo muriéndome de frío porque tenía anemia. Roberto no podía entrar a vernos. Tuvo que sobornar a la guachimán para que ella venga y le tome una foto al bebé para poder verlo. Imagínate el nivel de ansiedad y de estrés, porque ya habían pasado dos horas de que había nacido y no lo podía ver. Estaba preocupado.
Habían pasado más de doce horas desde la última vez que Carla y Roberto se comunicaron.
CORTAR, CORTAR, CORTAR
A Carla le hicieron un corte llamado episiotomía. Según Stanford Children’s Health, la episiotomía es una incisión en la pared vaginal y el perineo (el área entre los muslos, que se extiende desde el orificio vaginal hasta el ano) para agrandar la abertura vaginal y facilitar el parto.
-Me demoré un montón en cicatrizar. No tuve mucho dolor la verdad por la herida, pero si hubo problemas con la cicatrización. Tuve que echarme algunas cremas. A veces siento que todavía tengo incontinencia urinaria por eso, reconoce.
Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica como “abrumadora” la evidencia que existe contra su uso rutinario, también reconoce que es una práctica común en lugares de escasos recursos. “Existen motivos más que suficientes para contrarrestar el uso excesivo de la episiotomía”, afirman.
-Me generó repudio la episiotomía. A veces es innecesario hacerlo. A mí me parece realmente violento. Algunas mujeres no lo necesitaban, pero para practicar, a nosotros nos hacían cortar, reconoce Aurora, evocando sus épocas de estudiante.
-Realmente fue una experiencia bastante traumática. Yo me cuestionaba: ¿Serviré para obstetra?, porque no quería cortar, no me gusta. Igual, jalé el curso. Lo jalé porque no iba a las prácticas, las odiaba. Nos pedían veinticinco episiotomías para pasar el curso, era un montón. En el internado nos pedían hacer ochenta episiotomías. Yo no llegué a eso en el internado. Llegué a realizar ochenta partos, pero nunca llegué a ese número de episiotomías.
Ila Chirinos también ha sido testigo de las consecuencias de la episiotomía. Recuerda que, en su paso por la Maternidad de Lima, vio a una mujer que tenía un desgarro de tercer grado.
-Puedes hacer una fisura en el ano, todo eso sí lo vi. Ella estaba muy mal, tuvo que subir a sala de operaciones.
Aurora Gutarra también advierte los riesgos del uso rutinario de la episiotomía.
-Ese corte que luego tienes que suturar, se puede infectar hasta por orinar. Además, si no te han suturado bien puede afectar en tu vida sexual. Recuerdo a ginecólogos o residentes de ginecología que no sabían suturar vulvas, y después las pacientes tenían problemas durante las relaciones sexuales, no había tanto placer. Repercutía un montón en su vida sexual. La más grave de las complicaciones es que cortes, que se abra el canal del parto y que llegue hasta el ano. Que las heces puedan salir por la vagina.
Otro de los procedimientos que la Organización Mundial de la Salud no recomienda pero que en Perú se continúa utilizando, es la denominada maniobra de Kristeller, que fue prohibida en el Reino Unido. La OMS ha advertido que no existen estudios que validen la efectividad de esta antigua maniobra, que lleva el nombre del ginecólogo alemán Samuel Kristeller, quien describió este procedimiento en un artículo publicado en 1867 en la sexta edición de la revista Berliner Klinische Wochenschrift.
Ila asegura que es una maniobra que casi la mayoría utiliza.
-Consta en empujar el abdomen y el útero, que está en plenas contracciones, para supuestamente hacer que el bebé nazca más rápido. Entonces, literal, se suben encima de la paciente que ya tiene el dolor de las contracciones, y les empujan la barriga con el brazo.
-Teóricamente, ya no se debe utilizar. Ni en las normas, ni en el protocolo. Pero si te vas a una sala de parto la siguen utilizando, porque se desesperan y no saben qué más hacer cuando el feto no desciende, comenta Aurora.
-No se debe utilizar porque podrías dislocar el hombro y otras complicaciones con el feto que tienen que ver con sus huesitos. Y es traumático también para la misma madre. A ver, imagínate que estés pujando y vengan dos hombres -porque tiene que ser fuerza de hombre- y te pongan los dos brazos.
En el 2018, los investigadores Naysha Becerra y Virgilio E. Failoc publicaron “Maniobra Kristeller, consecuencias físicas y éticas según sus protagonistas”, investigación que reveló que de 116 mujeres a las que se les realizó esta maniobra, más del 82% presentó un desgarre vaginal superficial y el 15.8%, un desgarre vaginal profundo. Entre otros hallazgos, la investigación, realizada en el Hospital Hipólito Unanue, revela que a la mayoría de mujeres no le informaron de qué se trataba el procedimiento ni cuáles eran sus beneficios. Tampoco les comunicaron las posibles consecuencias. El 51,7% de las entrevistadas manifestó que no les solicitaron su autorización o consentimiento. El 20,7% refirió haber pedido que detuvieran la maniobra. De ellas, el 58,3% señaló que, a pesar de su pedido, el personal de salud continuó realizándola.
Para Ila, la realidad que describe este estudio le resulta conocida. Ella señala que, en ocasiones, se culpabiliza a la mujer de no estar esforzándose lo suficiente por parir y la amenazan con las posibles secuelas que dejará en su futuro bebé.
-Cuando yo estaba haciendo prácticas, vi a una mujer mareada del dolor de las contracciones, más la presión que se ejercía sobre el abdomen. No necesariamente por las contracciones, sino por lo que le producían, y porque supuestamente no bajaba su bebé. Le echaban la culpa a la gestante de que no sabía pujar y que por eso estaban haciendo eso, y que ella iba a ser la culpable de que su bebé salga mal, porque no sabe pujar y no quiere pujar. A tal grado de culpabilidad tú la enfrentas o la sometes. Eso es violencia. Apropiarse del cuerpo de la mujer y de sus procesos reproductivos, y que justamente lo hacen los profesionales porque tienen el rango, la jerarquía.
Las obstetras Aurora Gutarra e Ila Chirinos, el médico cirujano Daniel Rojas y la psicóloga Eileen Contreras, forman parte de una nueva generación de obstetras, médicos y psicólogas que se proponen, de forma individual y colectiva, la enorme tarea de transformar el sistema de salud peruano.
En el 2013, un reality de entretenimiento transmitió por ATV, en vivo y por primera vez en la televisión peruana, un parto. Desde la exclusiva Clínica San Felipe, la modelo Sheyla Rojas, estrella del programa “Combate”, daba luz a un niño al que bautizaría con el nombre de Antonio. Al año siguiente, el reality de competencias “Esto es guerra”, de América Televisión, transmitió, también en vivo, el parto de la ex miss Perú Natalie Vértiz. Desde la Clínica Miraflores, las cámaras del programa relataban una bienvenida estelar. Las salas, amplias y equipadas, mostraban a un grupo reducido de profesionales de la salud comprometidos con el proceso, contentos de ser los artífices de la vida.
Natalie y Sheyla, acostumbradas a las cámaras, tuvieron tiempo de maquillarse sobriamente. No les gritaron, tampoco les restringieron la presencia de sus parejas durante el parto. Ellos estaban a su lado, sosteniéndoles la mano. De hecho, en esos partos televisados, transmitidos en señal abierta, las mujeres gemían de dolor, incluso lloraban. Nadie intentaba acallarlas. Al otro lado de la pantalla, en los hospitales donde no se atienden las modelos de moda, ni las gerentes generales, ni las ministras de Estado, existen millones de partos que, para algunos profesionales de la salud, es mejor que nadie vea.