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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| María José Larco

La causa PALESTINA, una causa feminista

Retrato de una mujer con el rostro pintado de rojo durante un plantón en solidaridad con Palestina, frente a la Embajada de Israel. Quito, 30 de mayo de 2024. Foto: Karen Toro

Mi sangre palestina la he sentido con cada canción árabe que escucho, en cada hoja de uva, de col, en el kibbeh y el tahina que hacía mi abuela, el kirshid, las tripas de cordero rellenas, en eventos especiales. Mis cejas pobladas y mis facciones árabes me llenan de orgullo para decir que soy palestina de segunda generación. Todas las cosas bonitas de mi sangre palestina las he llevado impregnadas en mi historia personal y familiar con muchísimo amor, pero ¿qué hay de lo otro, de la ocupación, de la limpieza étnica, del sionismo, de la guerra, el genocidio, el silencio y el no lugar que le da el mundo a la Falastin (Palestina) de mi abuela? Todo eso siempre estuvo ahí, presente, pero jamás caló tan profundo en mi ser como a partir del 7 de octubre del 2023.

Mientras escribo esto, no solo hay un genocidio en curso contra el pueblo palestino, sino que, después de que el 24 de mayo la Corte Internacional de Justicia Penal ordenó un alto al fuego inmediato en Gaza, el 27 de mayo Israel intensificó sus ataques en Rafah sobre los campamentos abarrotados de personas desplazadas de toda la Franja de Gaza, dejando un saldo de 45 personas palestinas muertas y cerca de 250 personas heridas por quemaduras, la mayoría: mujeres, niñas y niños. Desde el 7 de octubre de 2023, tal como lo indican las cifras recogidas por las Naciones Unidas, al menos 36 mil personas palestinas han sido asesinadas. Sin contar las miles de personas que se encuentran bajo los escombros y las más de 82 mil personas heridas, de estos datos, el 70% de las muertes corresponden a niñas, niños y mujeres según el Ministerio de Salud en Gaza. Las escenas de las masacres se transmiten en vivo y a diario, las imágenes escalofriantes de niñas y niños decapitados recorrieron el mundo, pero la gran mayoría de la población mundial prefiere ver a un lado y ser indiferente.

A más de los datos de decenas de miles de muertes palestinas, de los macabros ataques de Israel, del deseo de exterminio para ocupar todo un país que no les pertenece y jamás les ha pertenecido, hay otros factores que se suman al inconmensurable dolor de presenciar este genocidio en curso. Y son las afirmaciones de “neutralidad”; el silencio ensordecedor del mundo, la pasividad de la gente, como si las vidas palestinas valieran menos. Las mentiras con las que Estados Unidos ha construido la imagen de los árabes, presentándoles como terroristas para justificar todas sus guerras e intervenciones en medio oriente. Esas mentiras que ahora las reproducen para que el mundo hable de la “legítima defensa” de Israel y que señala de manera constante a Hamás como grupo terrorista que ha cometido delitos, delitos que han sido desmentidos varias veces por organizaciones de derechos humanos. Utilizar a Hamás ha sido una estrategia de Israel para justificar el genocidio y continuar matando civiles. La ocupación y el apartheid empezaron incluso antes de la Nakba (catástrofe) de 1948, cuando los sionistas desplazaron a 750 mil palestinas y palestinos de sus propias tierras sin derecho al retorno. Hamás como partido político y de resistencia nació en 1987, entonces, ¿cuál ha sido el pretexto durante los años anteriores a su creación?

Todo esto solo ha puesto en evidenci —para quienes desde una posición crítica vamos más allá de los titulares de los medios convencionales que ocultan la historia del pueblo palestino y la realidad de décadas de ocupación— que Israel comete los crímenes de los que pretende apuntar a la resistencia palestina, y ahora se empieza a develar su verdadero rostro. Según Relatoras Especiales de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, entre ellas Francesca Albanese, es el Estado Israelí, através de su ejército, quien comete crímenes que incluyen la violencia sexual y violencia de género como armas de guerra. A esto se suma la hambruna, el desplazamiento forzado, la restricción de libertades en las propias tierras de las y los palestinos, la obstaculización de ayuda humanitaria, y su más poderosa arma para censurar los discursos pro Palestina: el señalamiento de “antisemitismo”. ¿Quién es más antisemita que el primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el ejército israelí y el mundo que desconoce que las y los palestinos también son semitas? Han convertido al genocidio en la única opinión pública aceptable, cuestionando y censurando cualquier postura propalestina y haciendo “excepciones a la libertad de expresión y libertad académica” en distintas universidades y medios de comunicación, posicionando lo que se conoce como la excepción palestina para la libertad de expresión.

“Permítanme hablar en mi lengua árabe

antes de que también ocupen mi lenguaje.

Permítanme hablar en mi lengua materna 

antes de que también colonicen su memoria.

Soy una mujer árabe de color 

y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Todo lo que mi abuelo siempre quiso hacer 

fue levantarse al amanecer y observar a mi

abuela postrarse y rezar 

en una aldea escondida entre Jaffa y Haifa.

[…] Soy una mujer árabe de color

y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Así que déjame decirte que esta mujer que hay dentro de mí

sólo te traerá tu próxima rebelde.

Ella tendrá una piedra en una mano y una bandera palestina en la otra.

Soy una mujer árabe de color…

ten cuidado, ten cuidado,

De mi ira”.

Poderoso poema de Rafeef Ziadah, poeta palestina.

Una joven lee un poema palestino durante el plantón en solidaridad con Palestina, frente a la Embajada de Israel. Quito, 30 de mayo de 2024. Foto: Karen Toro

Estos casi 240 días de genocidio y alrededor de ocho décadas de violencia sionista, muestran la conexión entre el colonialismo, la guerra y el patriarcado, un trío perfecto para el sometimiento de los pueblos y la conquista de los cuerpos como territorio. Puede ser que para muchas de nosotras ésta parezca una obviedad, pero cuando se trata de Palestina, nuevamente entra la excepción.

Muchos de los feminismos de occidente, incluso del sur global, se alejan de la historia de las mujeres árabes debido al entramado y truculento desconocimiento del mundo árabe y el islam. Pero el problema está en nosotras, que desconocemos y asumimos verdades sin saber del poderosísimo movimiento de mujeres y feministas palestinas por la liberación social y política. Ellas enfrentan la violencia, la opresión, el despojo sistémico cruzados por el género, la sexualidad y el colonialismo.

Las mujeres palestinas se enfrentan al patriarcado, al machismo, a la ocupación y al apartheid. Israel instaló una guerra contra las mujeres. En un comunicado publicado en enero de 2024, por las Naciones Unidas, según la Secretaria General Adjunta y Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Sima Bauhaus, cada hora son asesinadas dos madres, siete de cada 10 asesinatos son de mujeres, niñas y niños. Para Israel, las mujeres palestinas son una “amenaza demográfica” y las identifican como objetivos militares por parir y ejercer la labor de cuidado de sus comunidades y territorios. Siguiendo el patrón occidental, las mujeres palestinas son vistas como vientres que traen “terroristas” al mundo y vuelven a poblar zonas donde quieren ver aniquilado cualquier rastro de vida palestina. Además de ser ellas quienes llevan la cultura, la educación, sostienen tradiciones e impulsan la rebelión.

En estos meses de genocidio, hombres y mujeres han sufrido múltiples actos de crueldad por parte del ejército israelí, con el fin de exterminarlos, pero antes, son humillados con actos de degradación sexual como la desnudez forzada, la tortura, la violencia sexual. Y también bombardeando sus casas, universidades, hospitales, templos, y destruyendo toda historia de existencia y resistencia.

Mientras Israel comete todo tipo de crímenes para ejercer su control y dominación sobre los cuerpos y territorios, se lava la cara posicionándose como la única democracia de medio oriente, como una sociedad que promueve la igualdad de género para mujeres y disidencias sexuales, con un ejército que “acoge las diversidades”. Nada más lejano a esto. 

Podría seguir nombrando un sinnúmero más de crímenes y una lista infinita de hechos históricos de expropiación, de violencia, de alianzas globales para limpiar la conciencia sobre las acciones de la segunda guerra mundial a costa de la vida de palestinas y palestinos, pero lo que realmente necesitamos, es entender la lucha y resistencia palestina, porque la liberación no va a pasar en las cumbres de las Naciones Unidas, ni con el reconocimiento simbólico de Palestina como Estado por parte de países europeos que siguen vendiendo y comprando armas a Israel.

La guerra es una cuestión patriarcal y la justicia social es una lucha feminista. Las feministas comprometidas con la liberación de los pueblos, de los cuerpos oprimidos y colonizados, sabemos que la causa palestina es una causa feminista. Las mujeres palestinas han resistido y han sostenido la vida durante éstas décadas de ocupación y meses de genocidio. No solo porque sus cuerpos han sido armas de guerra, sino porque, sobre todo, las mujeres palestinas han sido clave para lo que se entiende como tradición asociativa para hacer frente a la fragmentación familiar de las primeras invasiones sionistas. Su participación activa y organizativa en las revoluciones palestinas desde las primeras décadas de ocupación, incentivando el boicot de productos, y por supuesto, sus luchas en las diferentes Intifadas han sido transformadoras.

Las mujeres palestinas son quienes tejen las redes de apoyo históricas, sostienen: la sobrevivencia, la resistencia contra el despojo y el apartheid, la juntanza que empodera y que libera, el amor por su tierra, por las y los suyos, la vida, pero también la muerte desde su fuerza, ira y ternura.

Palestina resiste mientras el mundo apenas empieza a reaccionar. Son cientos de años de resistencia de un pueblo lleno de bondad, de fuerza, de generosidad, de una verdadera resiliencia. Palestina vencerá porque si Palestina se libera nos liberamos todas y todos. Desde el río hasta el mar, pero también, desde cada fibra social y cada rincón del mundo que empuja para la liberación de todo el pueblo palestino, para el retorno de la diáspora que sueña con regresar a su país de olivos. Salvar Palestina es salvar un poco de todas y todos. Esta revolución y esta libertad de Palestina hoy más que nunca son una cuestión feminista.

¡Viva Palestina libre!

Una niña grita consignas sobre los hombros de su padre en un plantón en solidaridad con Palestina, frente a la Embajada de Israel. Quito, 30 de mayo de 2024. Foto: Karen Toro
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Autoras

María José Larco

Feminista, ecuatoriana y descendiente palestina. Interventora psicosocial y psicóloga clínica, con enfoque de derechos humanos, género y salud mental.