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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Jeanneth Cervantes Pesantes

Ana Fernández Miranda Texidor

Mujeres que hacen historia

Pasar por caminos estrechos que salen de la carretera principal en la Merced es la ruta para llegar a la casa de Ana. Bajo un sol intenso, el olor de eucalipto se toma la poca brisa que hay este día. El sonido de los pájaros nos acoge, el bullicio de la ciudad es inexistente.

Nos invita a pasar, cruzamos el comedor y la sala para llegar a una salida lateral, donde antes de iniciar nuestra charla,  nos hace conocer el exterior de su casa rodeada de verde. Lo primero que vemos al salir al pasillo de madera es una ruleta que tiene dibujadas las figuras de varios personajes de la política nacional de los años 90 : Carla Salas, Elsa Bucaram, Jaime Nebot, Abdalá Bucaram, León Febres Cordero, Sandra Correa —quien lleva en su espalda una mochila, en alusión al polémico caso de corrupción de la mochila escolar— son algunas de las personas que se ven, mientras en son de juego hago girar la ruleta.

— La ruleta es parte de la serie A todo dar, de 1998, nos dice Ana.

— Esta ruleta muestra cómo funciona la democracia en este país, respondo.

Sonreímos irónicamente.

Hace poco enfermaron todas sus gallinas de corral y se quedó sin ellas. Continuamos caminando por un terreno plano hasta llegar a una casa pequeña que nos recibe con un cuadro pintado con distintos colores: celeste, verde, blanco, amarillo, rojo, rosado con la leyenda: Taller Ana Fernández. Antes de entrar, una planta llama mi atención y es la menta, jamás logro hacerla crecer, pero en su patio hay por doquier. Le pregunto cómo hizo que creciera y ella contesta que crece por sí sola, es así de generosa la tierra donde habita Ana.

“Yo quiero ser esto cuando sea grande”

Tenía seis años de edad cuando decidió que quería ser artista visual. Cuenta la anécdota que marcó su vida y le orientó por ese sendero creativo. En el año 70 —seguramente en la prehistoria— dice, mientras suelta una carcajada. Tomó una clase con una pareja de artistas chilenos. En grandes pliegos de papel Kraft extendidos en el suelo le hacían pintar. “Usábamos las manos y los pies para pintar. Hacíamos splashing a lo Pollock. Ahí dije: esto quiero hacer toda mi vida”, cuenta.

Este acercamiento con el arte marcó su vida. Ella nunca olvida la emoción que sintió al echar pintura sobre esos papeles. “Ellos para mí fueron unos modelos fantásticos de lo que es ser un o una artista y también de lo que es ser una profesora de arte“, recuerda.

Durante los años siguientes tomó clases de pintura y dibujo. “Todos los veranos iba a la Casa de la Cultura, al centro de promoción artística, en la ciudad de Quito”, afirma.

Cuando fue la hora de estudiar la Universidad la decisión no fue difícil. Uno de los retos de la época era contar con el apoyo familiar para seguir la carrera de artes, “pero mis padres siempre me apoyaron un montón y dijeron: bueno, con tal de que estudie, que estudie lo que quiera”, afirma.

Ingresó a la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador. Para ella cursar la carrera, esto le llenó de emoción porque era encontrarse con personas afines a lo que quería hacer el resto de su vida.

Las mujeres: a la cocina.

En el segundo año de su carrera, se encontró de frente con el machismo y la misoginia. Nos cuenta sobre un profesor que les decía a las mujeres que incursionaron en los estudios de arte, literalmente: “deben ir a la cocina”. Ana se pregunta así misma y con asombro: “¡No sé cómo duramos! La verdad era un ambiente tremendamente misógino”.

Esta situación fue atípica para Ana, pues en su casa era distinto, a pesar de que su madre era mayor, siempre fue “súper liberada, moderna. En esa época trabajaba fuera de casa, desde que yo era muy pequeña. En mi casa los hombres y las mujeres hacíamos iguales tareas. Nunca las mujeres les servíamos a los hombres, por eso me pareció rarísimo que en la Facultad de Artes haya ésta marcada misoginia”, dice.

La preferencia a los artistas hombres era evidente. Varios nombres se le vienen a la mente de hombres de su generación que compartieron aulas y que alcanzaron renombre no solo por su talento, sino por ser hombres, mientras que las mujeres fueron invisibilizadas.

Mientras hace  memoria, recuerda con cariño a una profesora, de origen chileno, que marcó su vida:  Carmen Silva. “Una mujer espectacular, maravillosa. Siempre nos decía: aquí, ustedes, las mejores artistas son las mujeres. Nos dio mucha importancia, muchas alas, mucho cariño”, cuenta con gran afecto. Al contrario de lo que le decían algunos profesores varones, esta maestra fue importante para ver que el rol de las mujeres sería difícil en este ámbito de la cultura, pero que no por ello debían desistir.

Ana va hilvanando nombres de mujeres que salieron en esos años de las aulas universitarias: María Gloria Andrade, Paulina Vaca, Vicky Camacho, Clara Hidalgo… 

Al tiempo que las nombra con firmeza cuestiona que también hay muchas otras, cuyos nombres son totalmente desconocidos porque han apoyado la carrera de sus parejas varones y esto, al contrario de potencializar sus carreras ha terminado por opacarlas y hasta anularlas, pues en el circuito artístico el machismo aún impera. “Muchas de ellas (refiriéndose a las más anónimas) tienen compañeros artistas famosos. Ellos han tenido las glorias y del trabajo de ellas poco se sabe. Esto es muy evidente en el mundo de la cultura  en Ecuador”, afirma con decepción.

Ana: hoy

Ana Fernandez es artista visual, madre, está estudiando un doctorado en filosofía estética y teoría del arte. Esto, cuenta Ana, era  algo que le ha interesado desde su juventud. “Quería escribir sobre arte y no sentía que tenía las herramientas. Ahora también eso se ha ido incorporado a mi práctica.”

Cuenta que desde el principio su curiosidad ha estado en la filosofía. Desde sus 20 años de edad ha hecho series artísticas, puestas en escena y obras que tienen que ver con la identidad, ella describe que la razón de este interés fue: “porque en esos años no vivía en Ecuador, sino en la ciudad de San Francisco en Estados Unidos.”

Otro de los elementos de sus obras ha sido la religiosidad popular. Su interés se ha centrado en “investigar e indagar de qué se trata, lo que nos atraviesa como seres humanos”, continúa, “los humanos no somos los únicos que habitamos el planeta, sino que somos una especie entre todas”. Esta premisa la llevó a estudiar y trabajar sobre la ontología de las plantas: las plantas como seres. Ella lleva un par de años trabajando sobre esto, pero aclara que finalmente todo está ligado a las luchas más profundas.

La obra Mujeres Valientes de mi Patria se concatenó, menciona Ana, muy bien con todo lo que hoy piensa.  “Está exhibición trajo al presente la propuesta artística que Ana Fernández expuso en ‘La Galería’ en 1997, considerada una de las primeras exposiciones de arte y feminismo en el país; su discurso presenta una visión crítica y mordaz sobre el patriarcado, el machismo y la misoginia imperante en diversos sectores de la sociedad, la historia, la religión, la educación y la ciencia.”

El reconocimiento al trabajo de las mujeres artistas es en lo que enfatiza Ana, cuando retomamos el diálogo sobre las luchas en el mundo del arte. Comenta que hay gente que dice: “siempre hemos tenido reconocimiento” y esto no ha sido del todo cierto, el camino ha sido estrecho y con baches para las mujeres artistas en este país. Ana enfatiza además que vaya creciendo el número de mujeres curadoras, ha abierto esta “cáscara”, pues son ellas las que buscan obras de otras mujeres y les dan visibilidad.

Insiste en que debe transparentarse cuál es el papel de las mujeres tras las obras de algunos de los artistas hombres, y así reconocerlas.

“El feminismo ya está pasado de moda”, recuerda que le dijeron en 1996 durante una entrevista. Han pasado más de dos décadas y piensa ahora lo mismo que en aquel tiempo: el feminismo está más vigente que nunca porque “seguimos en pañales”.

Piensa en su mamá, quien a pesar de ser muy moderna y liberada tiene terror a hablar sobre el aborto. Piensa en que la sociedad y muchos sectores no están listos para hablar sobre los derechos de las personas LGBTIQ+ y que aún persiste la discriminación. Se cuestiona que la lucha del aborto por violación tenga gente detractora.

— ¿Cómo las mujeres artistas hacen historia en este país?, pregunto a Ana para concluir nuestro encuentro

— Hacemos un trabajo de hormigas. Nosotras trabajamos diferente que los hombres. Varias hemos sido, al mismo tiempo:  madres, profesoras y hemos hecho obra.

Hemos tenido talleres, al tiempo que hacemos tareas en la casa: limpiar, estar con el guagua. En ese aspecto nos diferenciamos porque somos muy tenaces, para hacer lo que hacemos, sin dejarnos avasallar, con mucha terquedad, en el buen sentido.

El arte ya ha llegado a tener un nivel prominente en Ecuador. Recuerda que en el año 2000 hubo mucho asombro cuando hizo el entierro del Sucre con la puesta en escena: Hasta la vista Baby, tal fue así que dicho evento fue noticia de primera plana de un diario capitalino, lo cual no era frecuente

Ahora, el arte ocupa un espacio de reflexión que ha incidido ya en las nuevas generaciones, es así que Ana considera que el arte debe llegar a las manos de las niñas y niños a corta edad, para generar la reflexión y cuestionamiento de lo que pasa en su propio contexto. 

Miranda Texidor

Ana y Miranda son una sola. Al principio, cuenta Ana, hizo una distinción “bien intensa porque Miranda Texidor era la que hacía el performance —ya no hago tanto performance— pero en el año 2005 decidí que quería hacer un personaje distinto”.

No tiene ni padre, ni madre, ni perro quien le ladre; así decía la biografía de Miranda. Esta descripción fue en alusión a su libertad, sin atadura, ni sentimental, ni de ningún tipo. “Eso era lo que yo más quería en el mundo, no tener ninguna atadura. Y la verdad es que sí nos vamos atando, yo por ejemplo me siento totalmente atada a esta tierra, a mis perras. Ese era como el epítome de lo mejor, de no tener ningún tipo de parentesco, además de no tener ni familia” , cuenta.

Miranda Texidor salía sin nada, esa era su propuesta. Salir con la maleta de Miranda Texidor sin plata, sin celular, sin nada solo con eso encima y entregarse al azar dedicada a “escribir cartas de amor y cartas de recomendación”.

Poco a poco se ha ido fusionando con MirandaTexidor. Ya no siente que tiene que disfrazarse para ser Miranda, es ambas.

Ana Fernandez Miranda Texidor  tiene como trinchera el arte, donde es importante sembrar esas bombas de cambio mitológicas e ideológicas para refrescar la memoria.

Extracto de entrevista a Ana Fernández
Diseño sonoro: Jezabel Calero

Este perfil forma parte del especial por el 8 de marzo: “Mujeres que hacen historia” 

Equipo de trabajo para esta historia:

  • Fotografía: Karen Toro A.
  • Texto: Jeanneth Cervantes Pesantes
  • Diseño sonoro: Jezabel Calero

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Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes

Editora de la revista digital feminista: La Periódica. Asesora de comunicación con enfoque en violencia, género, derechos sexuales y reproductivos. Feminista apasionada por la encrucijada digital.