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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Disnomia

¿A teletrabajar?

El teletrabajo no es algo nuevo. Muchas personas lo practicaban desde antes de la llegada del Covid-19, e incluso, contar con la opción de hacer teletrabajo era mirado con cierta “envidia” por quienes no lo hacían, pues la idea de “no cumplir un horario de trabajo” era un factor atractivo para muchas personas que odiamos el “biocontrol”. Cada vez más parecido a una película de ciencia ficción donde son tus ojos, huellas digitales y voz los únicos elementos que le aseguran al empleador el cumplimiento de las ocho horas laborales establecidas por ley.

Quienes consideran al teletrabajo una modalidad muy atractiva son, sobre todo, muchas madres de familia que esperan pasar tiempo con sus hijos e hijas y cuidarlos directamente. Esa dimensión afectiva que envuelve los cuidados era, antes de la emergencia sanitaria, un componente fundamental para optar por el teletrabajo.

Una de mis primas, que teletrabaja varios años -decisión que la tomó desde el momento en que fue mamá- me comentó que esta modalidad le ha permitido compartir y vivir la crianza de sus hijos y ellos fueron su principal motivación para buscar alternativas bajo esta figura y no volver a la oficina. Tener la oportunidad de cuidar y compartir con nuestras “bendiciones” en un mundo donde el trabajo absorbe más de 10 horas diarias al tiempo cotidiano de la gente, sin contar el tiempo de trabajo doméstico que realizan las mujeres en sus hogares, es algo que nos hacía pensar a muchas madres.

Sin embargo, el teletrabajo es una posibilidad para ciertos sectores y clases sociales e incluso oficios y profesiones. No se puede teletrabajar cortando el cabello, arreglando o pintando uñas, dando masajes, haciendo trabajo remunerado del hogar, cuidando a pacientes con quebrantos en su salud (enfermeras), haciendo terapias físicas (fisioterapistas), enseñando a leer a niños y niñas (maestras de escuela primaria, que no tengo idea cómo teletrabajan), realizando labores agrícolas (las mujeres campesinas e indígenas), recogiendo conchas (las concheras) y un largo grupo de empleos ligados a los cuidados, donde también podríamos incluir a las trabajadoras sexuales, lo que siempre trae un debate entre las feministas con argumentos sólidos entre las distintas posturas.

¿Cómo era el teletrabajo de algunas mujeres antes de la Covid-19?

Antes de la Covid-19, no todas las mujeres podíamos optar por el teletrabajo, pues, como decía mi prima, es una actividad que te obliga a “establecer un orden, una rutina y mucha disciplina”; cualidades que no tenemos todas las personas o que no son fáciles de alcanzar. Además, antes de la pandemia mundial, las guarderías, centros de desarrollo infantil, escuelas, colegios y universidades estaban abiertos y eso permitía ir a las oficinas, almacenes, comercios, etc., descargando el cuidado en estas instituciones, lo que facilitaba a muchas madres teletrabajadoras tener un respiro de sus wawas y poder dedicar varias horas a su trabajo remunerado.

Ese “respiro” también lo tenían otras personas que teletrabajan, y no necesariamente eran madres, pero para quienes optaron por la maternidad, esto era un gran alivio, precisamente por ello se dio la lucha, en los años 90, para que el Estado ecuatoriano instaure guarderías y espacios de cuidado como parte de sus programas sociales y la lucha actual por el reconocimiento al trabajo de cuidados que realizamos las mujeres.

En un estado “normal” de la economía, aunque ya sabemos que lo que conocíamos como “normal” no significa que era lo ideal, la carga laboral y de cuidado recaía más sobre las mujeres. Según la Encuesta Específica del Uso del Tiempo, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), las mujeres dedicaban 17:42 horas más a la semana que los hombres a estas tareas.

¿Qué pasa durante este período de emergencia sanitaria por la Covid-19?

Desde que el Gobierno Nacional de Ecuador declaró la emergencia sanitaria, el 11 de marzo, se asumió de otra forma la cotidianidad y eso nos permitió poner en el centro la vida, lo cual implica que se empezó a reconocer la importancia del campo para abastecer a las ciudades y, particularmente, la importancia que tienen las mujeres campesinas para garantizar la alimentación mundial y sostener la soberanía alimentaria.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el 43% de mujeres que labran la tierra y cuidan las semillas trabajan 25 horas a la semana más que los hombres, en tareas ligadas a los cuidados y es gracias a ellas que se ha logrado proteger las fuentes de agua en los países de la región, agua que nos sirve para lavarnos las manos cada tres minutos, para evitar el contagio de la Covid-19.

Otra modalidad de trabajo que puso en el centro la reproducción de la vida es el trabajo doméstico, el que lo realizan sobre todo mujeres. No podemos vivir sin cocinar, lavar, limpiar cuidar y que nos cuiden, actividades que parece que todas y todos podemos hacer, pero no, frecuentemente recae en las mujeres. Según el INEC (2019), en el estudio sobre Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares (2016-2017), “de cada 100 horas dedicadas al trabajo no remunerado, las mujeres realizaron 77 horas”. Esto, en la reproducción social y económica del Ecuador antes de la llegada del coronavirus. Con la Covid-19, el número de horas dedicadas al trabajo no remunerado es mucho más alto, más aún cuando se supone que debemos tener una limpieza más exhaustiva por la posibilidad de contagio y de enfermar a causa del virus que está en el ambiente; cuidar a las niñas y niños las 24 horas del día; ayudar a nuestros hijos, hijas, hermanos o hermanas con los deberes de la escuela y acompañar las clases que ahora funcionan en modalidad virtual; y cuidar a personas adultas mayores, puesto que todos los programas de cuidado estatales dedicados a este sector de la población están actualmente cerrados debido a la situación de emergencia.

Y, ¿qué con el teletrabajo?

¿Cómo es el día para una mujer que teletrabaja, pero que al mismo tiempo es jefa de hogar o tiene una pareja que debe salir a un trabajo remunerado?

Se despierta alrededor de la 07h00, se puede dormir un poco más dependiendo de la situación, prepara el desayuno y son las 08h00, se levantan las niñas y niños y hasta que desayunen ya son las 09h00. Hay que lavar platos, tender camas, arreglar la casa y ya son las 10h00, ¡a teletrabajar y teleestudiar! A las 12h00 hay que cocinar; a la 13h00, comer; a las 14h00, lavar los platos y a las 15h00 hay que volver a teletrabajar y teleestudiar. Quienes pueden, dejan de teletrabajar alrededor de las 19h00 o 20h00 porque, además hay que ayudar a filmar un video con las tareas de las niñas y niños, conectarse con la o el profe, calentar la merienda, revisar que se hayan cumplido con las tareas y seguro tratar de hacer dormir a los hijos e hijas para seguir teletrabajando, y esto con los sesgos de clase, raza, lugar donde habitamos.

Hay parejas que comparten actividades entre ambos y terminan rendidos, no se diga a quienes no lo hacen.

Quienes no son madres, pero son mujeres que viven con su familia, igual tienen una carga de cuidados y una carga social extra porque “como no eres ni madre, tienes menos obligaciones”. Entonces, te llaman por asuntos de teletrabajo hasta las 22h00. Es decir, para quienes no habíamos visto el teletrabajo como actividad cotidiana, la situación es de tensión por la falta de disciplina y planeación, adicional al estrés propio de la pandemia. Para quienes vivían el teletrabajo en su vida cotidiana y tienen niñas y niños en casa o están al cuidado de alguien más: sus padres, madres o hermanos, hermanas, el teletrabajo seguro se triplica y se complica por la carga de cuidados que exige este tiempo de quedarse en casa.

El cambio en las relaciones económicas que estamos afrontando transforma las relaciones sociales que compartíamos. Hoy existe un límite invisible entre el trabajo y la casa, las dos cosas son casi las mismas. Y eso, volviendo a recalcar, quienes tenemos el “privilegio” de teletrabajar, no se diga quienes no pueden hacerlo en condiciones “óptimas”, no tienen acceso a Internet y las condiciones físicas de los hogares hacen que los niños y niñas hagan deberes en la cocina o que haya una sola computadora en casa para teletrabajar y conectarse con la escuela.

¿Qué flota bajo la lupa de la pandemia?

Las desigualdades que estaban ya latentes antes de la pandemia y que ahora son más evidentes y extremas, desigualdades que se evidencian en unos cuerpos más que en otros e incluso han puesto en evidencia cómo la muerte es un pretexto para expedir políticas que terminan beneficiando a ciertos grupos económicos o políticos, a “los de siempre”, cómo unos cuerpos merecen ser llorados y otros olvidados y cómo quiénes cuidan son las mujeres: abuelas, mamás, tías, hermanas, amigas, enfermeras y trabajadoras remuneradas y no remuneradas del hogar.

Estas desigualdades son distintas en los cuerpos masculinos y en los femeninos, no solo por la carga del cuidado en el marco del teletrabajo, sino también por los peligros que este confinamiento causa sobre los cuerpos de mujeres, niñas y niños, mujeres lesbianas y mujeres trans, pues pueden ser víctimas de violencia dentro de sus hogares.

El derecho a una vida digna se cruza con los derechos a una vivienda adecuada, a la soberanía alimentaria, a la educación, a la salud, al acceso a la tecnología, al cuidado y a tener una muerte digna, que son derechos que todavía están lejos de ser efectivos.

Y, ¿qué sigue ahora?

Ahora somos las y los trabajadores con “privilegios” quienes pagamos los servicios de Internet, agua, luz y teléfono, mientras continúan la reducción de salarios y los despidos, como parte de las políticas económicas del Gobierno Nacional y donde en mayor número hemos sido afectadas las mujeres.

Mientras tanto, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que, “1.600 millones de trabajadores de la economía informal, esto es, casi la mitad de la población activa mundial, corre peligro inminente de ver desaparecer sus fuentes de sustento”[1]. En América Latina y el Caribe, el 59% de mujeres subsiste en la informalidad[2]. Dentro de las nuevas medidas anunciadas por el gobierno ecuatoriano para la reactivación económica, cuya alternativa al confinamiento es el distanciamiento social, surge el individuo en su máxima expresión como el sujeto único del capitalismo y es precisamente ese sujeto único que ha sobrecargado de trabajo a las mujeres en sus hogares, que ha descalificado y desvalorizado el aporte de las mujeres a la economía de los países y ha exacerbado formas extremas de violencia. También ha afectado a los hombres, eso sin duda, las afectaciones son para toda la población, pero es fundamental reconocer las diferencias y que en estas diferencias las mujeres, niñas, niños, mujeres lesbianas, mujeres trans llevan la peor parte.

Como afirman Verónica Gago y Lucy Cavallero en su artículo Deuda, vivienda y trabajo: una agenda feminista para la pospandemia, el feminismo ya politizaba “lo doméstico”, entonces, ¿el teletrabajo no es, precisamente, una modalidad de trabajo que nos hace cuestionar esta idea de qué se considera como trabajo y qué no y cómo, paradójicamente, las actividades que no se consideran trabajo permiten la sobrevivencia de la humanidad?

Por último, ¿es justo que el teletrabajo se convierta en una modalidad después de la pandemia cuando quien paga por el alquiler y quien trabaja sin horarios e incluso sin días de descanso son, en su mayoría, las mujeres que están cocinando, lavando, cuidando y teletrabajando?, ¿estamos aprobando un tipo de “servidumbre” moderna, donde no está claro el límite entre el trabajo, el descanso y el hogar?


[1] https://forbescentroamerica.com/2020/04/30/coronavirus-los-trabajadores-informales-llevaran-la-parte-mas-dura-del-desempleo-segun-la-oit/

[2] https://www.unwomen.org/es/news/in-focus/csw61/women-in-informal-economy

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Autoras

Disnomia

Quiteña, mamá, teletrabajadora, en permanente construcción y tratando de aprender a través de los encuentros y desecuentros con las letras.