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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Elizabeth Rodríguez

Hasta encontrarte Juliana

A 8 años de tu ausencia

Compartíamos largas conversaciones con Juliana. Sentía satisfacción al apercibir el aroma de su piel cuando se acostaba en mi cama con sus pies fríos, que intentaba abrigar en medio de los míos. Recuerdo su espontaneidad cuando entonaba sus canciones y melodías, su pasión por la música, que era parte de su vida y la mía.

Mi corazón se parte en dos al empezar a narrar lo desgarrador que es ya no sentir parte de tu vida o que esa luz que resplandecía de lo más profundo de tu alma y de la mía dejó de brillar.

Mientras, voy contando los segundos, minutos, horas, días, meses y años… solo me acompaña tu retrato. Todos los días suelo clamarle a Dios que ya no insista en arrancarte de mis brazos porque ya no podría soportar tanto dolor; inclusive soñarte es un anhelo pero hasta eso se va esfumando con este largo tiempo que ha transcurrido desde tu ausencia.

Desde aquel día, 7 de julio de 2012, no aprendo a vivir sin ti, mi July, me duele profundamente una parte de mi vida, ya no sé cómo vivir, ya nada es igual. Son 2 920 días (al día de publicación de esta carta) que camino con mucho dolor. Sí, mis pies están muy cansados, pero aun guardo la esperanza de llegar al lugar donde tú estás, esa es mi meta y eso será el final. No daré un solo paso atrás por más pedregoso que sea el camino.

Ese 7 de julio, el que decía ser un pastor evangélico, Jonathan Carrillo, te arrebató de nuestras vidas privándote de tu libertad; dejándonos, a toda la familia, con el corazón destrozado, con un vacío inmenso que nadie jamás podrá llenar, con un dolor indescriptible que ninguna medicina podrá calmar y con la incertidumbre que nos cobija todos los días. Así sobreviviremos hasta llegar al lugar en donde estés.

Ya han pasado ocho años, pero para mí todo es como si fuera ayer. Tu dormitorio sigue intacto, el aroma de tu piel sigue impregnada en tu ropa y todos tus recuerdos están presentes en mi memoria. Mis heridas son profundas y mi corazón sigue inquieto gritando tu nombre, tu regreso y exigiendo al desalmado pastor evangélico Jonathan Carrillo, al Estado ecuatoriano y a todos sus cómplices y encubridores que respondan: ¿dónde estás?

Son ocho años en los que para mí solo brilla la impunidad. Me siento indignada, con mucho dolor y rabia con este aparataje estatal encargado de hacer justicia, por la negligencia, inoperancia e indolencia de los diez fiscales y policías que conocieron el caso y que aún no me han devuelto a mi hija Juliana. No les importó absolutamente nada la vida de mi hija, peor aún, les importó dar con su paradero. Les entregamos todas las evidencias que investigamos y hasta les dijimos de quienes sospechábamos, pero la religión pesó más.

Línea de tiempo de los hechos en el caso de Juliana

Es increíble pensar que en un acto tan cruel y despiadado como la desaparición de mi hija, los dirigentes de las iglesias evangélicas y el Presidente del Cuerpo de Pastores de Quito hayan sido quienes le otorguen certificados de honorabilidad o simplemente afirmarán un supuesto sigilo de confesión al hoy procesado, Jonathan Carrillo, para que de esa manera distorsionara la investigación y que los primeros fiscales ni siquiera se dignarán en conocer si existía o no el supuesto sigilo de confesión dentro la iglesia evangélica. O que tuvieran que pedir permiso a sus iglesias para cumplir con sus obligaciones como funcionarios.

Lo único que les interesó a los dirigentes de las iglesias evangélicas fue encubrir al criminal en lugar de la vida de mi hija Juliana. Todos ellos, incluidos los que dicen ser pastores de la mal llamada Iglesia “Oasis de Esperanza”, donde Jonathan era pastor, se escudaron en la palabra de Dios para encubrir, manipular, engañar y desaparecer por completo a mi hija. Por eso, siempre grito “las iglesias evangélicas son cómplices por guardar silencio”, y, por otro lado, la suerte no me acompañó en la investigación de la desaparición de mi hija, pues el caso fue analizado por una fiscal y un agente investigador que también profesaban dicha religión. Lo único que hicieron ellos fue generar estereotipos:

La fiscal Ligia Villacrés decía: “Los pastores no son. Los evangélicos no hacemos eso, tenga señora este afiche para que asista a mi iglesia y siga orando para que su hija aparezca. Juliana ha de estar embarazada, vaya nomás a su casa, espere ocho meses, ya ha de regresar con su bebé”. Mientras, el capitán Gino Pillajo, me dijo: “Déjeme preguntarle al pastor de mi iglesia para ver qué nos recomienda”.

Fueron muy eficientes para juzgar a Juliana, para revictimizarnos, para darles prioridad a los testimonios y certificados de los dirigentes y los supuestos pastores evangélicos, pero no para investigar; mientras tanto dejaron perder evidencias muy valiosas que nos podían llevar pronto donde July podía estar aún con vida.

Solo puedo contar los años que pasaron y el número de fiscales que han llevado el expediente, donde la ineptitud y la insensibilidad de fiscales eran latentes. Vulneraron los derechos de mi hija y los míos al no hacer una investigación efectiva que diera una pronta respuesta, en un tiempo razonable, para devolvérmela.

Al ver tanta negligencia e inoperancia de fiscales y agentes investigadores decidimos, como familia, buscar una nueva abogada, porque hasta para eso debíamos tener suerte y, gracias a Dios, fue la doctora María Espinosa quien impulsó la investigación después de dos años y medio, cuando ya muchas evidencias se habían perdido, y recién ahí se hizo la primera reconstrucción de los hechos.

Fueron cientos de diligencias solicitadas hasta lograr tener pruebas y pericias técnicas muy fundamentadas, donde nos indicaba que los culpables eran las mismas personas de quien sospechábamos desde el inicio, es decir, Jonathan Carrillo Sánchez y todos sus cómplices y encubridores que no fueron vinculados en el debido proceso.

Hasta ese entonces ya eran más de cinco años y más de 10 fiscales que habían pasado por el caso. Ninguno de ellos tuvo agallas para formular cargos, pues se excusaban diciendo que no había pruebas suficientes para hacerlo o que “por mentiras no se podía juzgar a nadie”, como fueron las palabras del fiscal Jorge Flores.

Fueron innumerables los escritos que presentamos a las diferentes instituciones del Estado encargadas de hacer justicia, pero ninguna de ellas dio respuestas a nuestros requerimientos. Ahí estaba incluida la Defensoría del Pueblo, que en ese entonces no se dignó en siquiera revisar el expediente para que se diera cuenta de las pruebas que ya existían para que el fiscal de aquel entonces formulara cargos.

Fue tanta la exigencia para que nos cambiaran a una fiscal de género, que ahí conocimos a la doctora Maira Soria, aunque no fue nada fácil ni para ella ni para mí, pues yo ya no creía en nadie. Me dolía tanto la injusticia, la revictimización, el desinterés y la indolencia que me tocó vivir con los fiscales anteriores, que ya no quería que me vuelva a pasar lo mismo con la nueva fiscal; pero, de alguna manera, se volvió a repetir, con la diferencia que ella si tuvo empatía y agallas para formular cargos el día 5 de septiembre de 2018, después de seis años y dos meses de lucha incansable junto a las organizaciones que se unieron a nuestra causa.

Pensé que por fin iba a llegar a donde estaba mi hija, pero nunca espere que Jonathan Carrillo Sánchez afirme que lanzó el cuerpo sin vida de mi hija Juliana en un barranco en el sector de Bellavista, en el norte de Quito. Mi vida se desvanecía pero al mismo tiempo quería encontrarla. Fueron 20 días de intensa búsqueda y solo encontramos cuatro restos óseos: dos eran indeterminados y los otros no correspondían al ADN de mi hija. Las preguntas son: ¿De quién son esos restos? ¿Acaso es el producto de un asesino en serie? ¿Dónde está mi hija? La incertidumbre volvió a cobijarnos.

Con ansias esperaba que Jonathan Carrillo Sánchez hablara y nos dijera por fin la verdad. El día de la última audiencia ante el Tribunal de Garantías Penales de Pichincha, en el Complejo Judicial Norte, el 17 de Julio de 2019, día cuando fue sentenciado a cumplir una pena de 25 años, se volvió a acoger al derecho al silencio llevándose toda la verdad a la cárcel y dejándonos con el mismo dolor e incertidumbre, como el 7 de julio de 2012.

Esperamos una sentencia por escrito del Tribunal para que, ojalá, aprobaran todas las medidas de reparación integral que pedimos por medio de nuestros abogados el día de la última audiencia, pero caímos en una nueva incertidumbre. Las medidas más importantes eran: que no cesen las búsquedas de mi hija Juliana hasta que el Estado diera con su paradero y nos la entreguen; que la iglesia Oasis Esperanza sea cerrada definitivamente porque el Estado debe dar garantía de no repetición de los hechos; y que los 10 fiscales y agentes policiales encargados de investigar la desaparición de mi hija sean investigados y, en lo posible, sancionados.

Pero el Tribunal no tomó en cuenta estas medidas de reparación integral, que para nosotros, como familia, eran sumamente importantes, solo dio paso a una indemnización económica de USD 100 000, dinero que no es lo más importante, pues nada reemplazará a mi hija. También declaró la culpabilidad del criminal Jonathan Carillo Sánchez juzgándolo apenas con 25 años de cárcel, cuando debió ser juzgado a más años porque no cometió solamente el delito al desaparecer en vida a mi hija, sino también al violarla, asesinarla y desaparecer su cuerpo por completo. Estas dos medidas no son suficientes para reparar todo el daño que hemos vivido desde el día que Juliana fue desaparecida.

Apelamos en la Corte Provincial de Justicia de Pichincha, pero la defensa del criminal Jonathan Carrillo también apeló su inocencia; entonces, no solo pedíamos que se dé paso a las medidas de reparación faltantes, sino también exigíamos que la Corte ratifique la sentencia. Esa audiencia se dio el 13 de marzo de 2020. Las juezas de la Sala Penal de la Corte Provincial ratificaron la sentencia y dispusieron que el Ministerio de Gobierno continúe con el proceso de búsqueda de los restos de la que en vida fue Juliana Campoverde, en el lugar que los familiares proporcionen información. Además, se determinó la inclusión en el programa de recompensas el caso de Juliana con el monto económico que fije el Ministerio de Gobierno para recabar información verdadera y comprobable que permita localizar los restos de Juliana Campoverde, programa que se mantendrá vigente hasta que se cumpla con la entrega de sus restos.

La Corte también dispuso que se investigue la legalidad de la Iglesia Oasis de Esperanza. Además, el Tribunal exhortó a la Fiscalía General del Estado para que las unidades correspondientes a la investigación de personas desaparecidas actúen con la debida diligencia en casos similares para que se obtenga y llegue a la verdad de los hechos en tiempos razonables.

En cuanto a la medida de memoria, la Corte dispuso que se coloque una placa en memoria a ti Juliana, en el lugar donde te vi por última vez en el sur de Quito. Esta placa deberá ser costeada por la Iglesia Cuadrangular evangélica con sede en Guayaquil.

Como madre de Juliana exijo que se dé cumplimiento a las medidas de reparación. El Ministerio de Gobierno debe aclarar cuáles serán las unidades correspondientes que efectuarán dicha búsqueda y, luego, la localización de los restos de mi hija. Esto solo podrá ser producto de un proceso investigativo, en el que los familiares y allegados a esta lucha debemos estar inmiscuidos directamente. Nosotros tenemos el pleno derecho de nombrar a la o las personas que deberán ser parte de esta investigación. No podemos esperar que la localización de July sea producto de un hecho al azar, así como tampoco es una posibilidad que el Estado pretenda que la familia, luego de este calvario, contrate y pague investigadores privados. Esta es una obligación que debió cumplir el Estado de manera efectiva, hace ocho años y la continuación de la búsqueda es lo menos que puede hacer para reparar el daño causado a la memoria de mi hija y a nosotros, como familia.

Es al Estado a quien le corresponde contratar expertos para que den con el paradero de los restos de July, que hasta hoy claramente están escondidos, desaparecidos, enterrados en algún sitio; realizar convenios nacionales o internacionales para continuar con su búsqueda o buscar cualquier medio que se encuentre a su alcance para devolverme a mi hija de manera certera. Esto es parte de nuestro derecho a conocer la verdad.

Si la confesión e investigación arribó a una sentencia por aquello, también lo hizo hacia un hecho importante: no haber dado con el paradero de los restos de Juliana. El cúmulo de indicios en el caso nos lleva a la sentencia conocida, pero también nos tiene atados al no contar con los restos de mi hija. Por lo tanto, es necesario saber cuál va a ser el papel del Estado frente a una realidad inobjetable: Juliana está ausente, ni muerta ni viva ha sido encontrada, hoy la buscamos muerta, pues bien, que nos diga el Estado cómo va a trabajar con nosotros para que sus restos aparezcan.

No aspiramos que una retroexcavadora se traslade de un lugar a otro haciendo huecos para ver si asoman o no los restos de mi hija, lo que exigimos es que se siga investigando para dar con su paradero.

En cuanto a la iglesia, al no ser cerrada definitivamente, su patrón de conducta difícilmente cambiará, por lo cual la historia se puede volver a repetir en un asesinato o atentado contra la libertad de alguna otra persona.

En cuanto a los 10 fiscales negligentes: la medida de reparación que dicta la Corte hacia la Fiscalía General del Estado es indignante. Ese fallo es una burla más, aun cuando se demostró claramente que se vulneraron los derechos de mi familia y de Juliana. El país entero vio como después de siete años y 10 días recién se dio sentencia al criminal Jonathan Carrillo.

Desde los primeros días en que desaparecieron a Juliana, dijimos a los policías y a los fiscales quienes eran los principales sospechosos. Siete años después, en lugar de entregarme el cuerpo de mi hija, me entregaron 133 cuerpos de papel disfrazados de una investigación y quieren que me conforme con eso, cuando exigía y exijo que me devuelvan a mi hija.

Repudiamos la actuación de todos los fiscales, a quienes no les importó la vida de mi hija Juliana, que vulneraron sus derechos y siguen vulnerando los de los miles de desaparecidos que existen en el Ecuador. No necesitamos fiscales de ese tipo. Exigimos que nuestras hijas e hijos sean encontrados.

En cuanto a los USD 100 000 y la placa de la memoria, quiero decir que mi hija July nunca tuvo ni tendrá un precio. No hay placa de la memoria ni dinero en el mundo que nos pueda llenar este profundo vacío que nos dejaron arrebatándola de nuestro lado.

La indemnización económica ni siquiera cubre con todos los gastos que nosotros hemos hecho todos estos ocho años y, es más, ni siquiera sabemos si van a cumplir con esta medida de reparación.

Ahora, para dilatar más el proceso y revictimizarnos aún más, la defensa del criminal Jonathan Carrillo interpuso un recurso de casación, que será conocido por la Corte Nacional de Justicia. No solo es cruel por el tiempo perdido que implica en la búsqueda de mi hija, sino por el dolor que implica saber que, a diferencia de la investigación dada en anteriores años, ahora no existe ninguna institución del Estado buscando a mi hija. Este recurso es solo un mecanismo para dilatar el proceso y empeorar esta espera tan dolorosa. Lo digo porque su defensa nunca ha sido legal, ni de buena fe lo que se puede ver por sus contradicciones y mentiras constantes. En un principio que no la vio, luego que la vio tres días después. En las audiencias, que es inocente y luego que es culpable solo de secuestro y no de su muerte. Luego, hace una cooperación eficaz confesando que murió en sus manos y, después, alega nuevamente y con osadía que es inocente.

Siento un dolor constante y agudo al saber que ese criminal tiene la verdad en sus manos y que el Estado no es lo suficientemente capaz de obtener esa verdad. No obstante, esta sentencia representa un precedente para el Ecuador. Es la primera sentencia que juzga y sanciona al responsable de una desaparición involuntaria, y esto es un paso fundamental en la lucha de los familiares de personas desaparecidas.

Todo lo que hemos logrado no ha sido por la eficiencia de jueces y fiscales, o tal vez porque el Estado se haya pronunciado, ha sido gracias a la lucha incansable junto a las organizaciones que nos han apoyado haciendo suyo nuestro dolor y alzando en un solo grito la voz de exigencia: que se haga justicia y que nos devuelvan a Juliana, pero aun no es suficiente, porque sin mi hija no hay verdad, ni justicia, y mucho menos reparación.

Agradezco infinitamente a cada una de las organizaciones que me han acompañado esta lucha y les pido nuevamente a Covidefem, Inredh, Luna Roja, Retumba la Prole y Asfadec, organización compuesta por amigos y familiares que, como yo, luchamos por encontrar a nuestros seres queridos desaparecidos, me sigan acompañando en esta incansable lucha para exigir en un solo puño al Estado que nos devuelvan los restos de mi hija Juliana y encuentren a los miles de desaparecidos que existen en el Ecuador.

También agradezco a cada uno de las y los periodistas y medios de comunicación que me han ayudado a difundir cada paso avanzado y les invito, nuevamente, a que se unan a esta nueva fase de lucha y búsqueda, ya que su trabajo de difusión nos ayudará a llegar donde se encuentre July.

Finalmente, agradecemos a todas las personas que durante estos años se han unido a esta exigencia de justicia por Juliana, a las personas que nos han escuchado en la Plaza Grande, en los plantones o a través de las redes sociales, son ustedes quienes también mantienen viva la memoria de mi hija para que este caso no quede en el olvido.

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Autoras

Elizabeth Rodríguez

Madre de Juliana Campoverde busca verdad, justicia y reparación por su hija desde hace 8 años.