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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Mariela Rosero Changuán

8.500 identidades han protegido a Ali de los abusos

Ilustración: Clau Fuentes

A través de un sistema de videollamadas, me contacto con una ecuatoriana de 30 años de edad, que vive en Italia. Estamos a por lo menos 9.800 kilómetros de distancia y aunque es la primera vez que nos vemos, me comparte toda su vida; narra hechos y menciona características de los personajes que han pasado por ella como si fuera la guionista de una película o una espectadora que la ha visto muchas veces. Al principio de la charla me confundo; incluso en un par de ocasiones me disculpo porque no les hablo en plural. 

Ofelia se presenta como una especie de host de 8.500 identidades, en las que se ha fragmentado la mente de Ali Jara, la quiteña que llegó a Génova en 2015. Hace un año y tres meses, en medio de la pandemia, supo que vivía con Trastorno de Identidad Disociativa (TID).

El TID aparece en el capítulo de Trastornos mentales, del comportamiento y del neurodesarrollo, en la undécima Revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo en 2018.  La describen como una alteración de la identidad en la que hay dos o varios estados de personalidad distintos (identidades disociativas) asociados, con discontinuidades marcadas.

Ofelia me lo explica de forma sencilla. Ella viene a ser como la representante del curso, la anfitriona del cuerpo de Ali, diminutivo del nombre con el que la registraron al nacer. Pero de su mente han surgido decenas, centenas y miles de identidades, cuyos nombres y características, están anotadas en su diario. Nos autorizan para mencionar a Edge, Demian, Delos y Emilie además de Ofelia.     

Ali nació en mayo de 1992, de una madre costeña y de un padre serrano, que le contó que era bisexual cuando ella cumplió 21 años. Aunque Ali supuso cuál era la orientación sexual de su padre desde los 14 años, cuando este le pidió decirle a la gente que el hombre que llegó a vivir en su casa era su primo.

La madre de la protagonista de la historia murió, 20 días antes de que cumpliera tres años de edad, pues no superó una operación para arreglar el daño en su válvula mitral. Su hija, desde Italia, la describe como una mujer guapa, de ojos verdes, menuda, pero con la fuerza suficiente para haber noqueado a una compañera que la fastidiaba en el Colegio Nocturno Gabriela Mistral en Quito.

Cuando se refiere a su nacimiento resalta que llegó luego de que su madre enfrentara siete abortos espontáneos. Pasó 15 días en una termocuna; los médicos detectaron que tenía artritis séptica en la rodilla izquierda. Casi muere con roséola y bronconeumonía, en el Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, donde permaneció tres meses. Al año y medio tuvo problemas para caminar.

Mi madre —precisa como si lo recordara y no se lo hubieran contado— me cantaba todos los días en el hospital, dio de lactar a unos 40 recién nacidos, para que no se le secara la leche; sufría mucho porque pensaba que su bebita moriría. 

“Ella no conocía sobre la teoría del afecto, que permite que hasta los mamíferos sobrevivan en las manadas, en las que los animales fuertes protegen a los más débiles y las crías son bien cuidadas. El vínculo que se creó entre mi madre y yo me salvó la vida”, asegura.

La negligencia con la que fue tratada, tras la partida de su madre, incidieron en el surgimiento del TID. Según la OMS, en casos de trastorno disociativo, cada identidad tiene un patrón de experiencia, percepción, concepción y relación con el yo, el cuerpo y el entorno. 

Al menos dos identidades toman de manera recurrente el control ejecutivo de la conciencia y el funcionamiento del individuo al interactuar con otros o con el entorno. Así como en el desempeño de aspectos específicos de la vida cotidiana o en respuesta a situaciones específicas (por ejemplo, aquellos que son percibidos como amenazantes). Ese es el rol de Ofelia, por ejemplo.

Desde la OMS se deja en claro que quien tiene TID, habitualmente encara episodios de amnesia, por lo que difícilmente recuerda o entiende lo que le ocurre. El organismo internacional también subraya que los síntomas no son resultado de otro trastorno mental, del comportamiento o del desarrollo neurológico ni se deben a los efectos directos de una sustancia o medicamento o de la abstinencia. Tampoco es causado por una enfermedad del sistema nervioso o del trastorno del ciclo de sueño y vigilia.  

En la videollamada, frente a mí tengo a una joven de cabello y ojos negros, enmarcados en cejas pobladas. Al inicio se me hace extraño atestiguar la forma en que Ali se refiere a ella misma como si se tratara de un grupo, que yo no puedo ver, pero que a lo largo de la conversación identifico. Me explica que el plural es un modo educado y agradecido de tratar a sus identidades múltiples. Si no fuera por ellas no hubiéramos sobrevivido —apunta— a la gran violencia de la que fuimos víctimas en la niñez y adolescencia.

“La disociación nos salvó la vida, pero a la vez nos la complica porque es crónica, como cualquier enfermedad de ese tipo si no es tratada, te trae muchos problemas”, me dice. Buscando que entienda mejor lo que es el TID, me ofrece ejemplos: alguna vez en la vida, todos hemos abierto la puerta del refrigerador y por segundos nos ha costado recordar para qué.

Esa es una típica disociación, la discontinuidad entre las experiencias de una persona, el procesamiento en el cerebro y la memoria, me detallan en la charla. Ofelia se pone más seria y sostiene que una interrupción, como las que ella enfrenta, ocurre cuando la persona no es capaz de defenderse con fuerza física.

Entonces escapa mentalmente, aunque casi siempre eso se oculte con la amnesia. En el diálogo, me aseguran, han estado también Edge, Demian, Delos, … 

Cuando Feliciano, el padre de Ali, enviudó decidió no contarle que su mamá falleció sino hasta ocho meses después. Entonces una tía se marchó y la niña se quedó en compañía de su abuelita, una mujer de alrededor de 80 años de edad. Ella recuerda haberla visto herida y sangrando, tras un corte en la cocina, sin que ella misma se diera cuenta.

En esa época, una prima de su madre, de 19 años de edad, llamada Cecilia (nombre protegido por la gravedad de la denuncia) fue llevada a trabajar en quehaceres domésticos en su casa. “El papá de esa chica era un delincuente, que había violado a sus hijas, incluso una de ellas se suicidó ingiriendo veneno”, les contaron.

Durante los primeros meses, Cecilia, que tenía casi 20 años menos que su padre, era cariñosa con la niña Ali. La llevaba al Centro Comercial El Caracol y al avión de La Carolina; le compró un abrigo rojo y vestidos.   

“Se casaron y empezó el infierno”, coinciden Ofelia y todas las identidades que surgieron en estos años. “La mujer estaba afectada, me han dicho que fue parte de una secta. Me torturó de modos que jamás debería sufrir una niña”, afirman todos los alters, en la voz de Ali, quien detalló que hubo palizas y abuso sexual.

Hasta ahora, más de 26 años después de enfrentar esa violencia, Ali y sus identidades viven con esos flashbacks o recuerdos intrusivos. Una tía le comentó que en una ocasión llegó a la casa y la encontró metida en la ducha temblando de frío y no hizo nada, solo porque la niña le respondió que todo estaba bien. 

La abuelita era sorda y por su avanzada edad no podía estar pendiente de todo lo que le ocurría a la niña. El padre de Ali tampoco se percataba de los maltratos que enfrentaba. Estaba concentrado en su trabajo como profesor de dos jornadas en un colegio nacional, en donde tradicionalmente se ha formado a contadores. Su horario laboral iba de 07:00 a 19:00, a veces llegaba sobre las 22:00. Ni siquiera sospechó que algo malo podía pasar cuando arreglando su cama encontró un cuchillo enorme debajo de la almohada de Liliana. 

Un descuido de la agresora salvó de más maltratos a la niña. Ofelia, Demian y todas las identidades no recuerdan la cara de esa mujer, ni siquiera la han reconocido al ver sus fotos. Solo sienten terror al volver a pensar en lo que sufrieron; varias identidades han tenido el impulso de lanzarse por la ventana, desde un quinto piso. 

En total fueron once meses de tortura, que solo terminaron cuando un día, el padre llegó a casa y vio una enorme cicatriz en la boca de su hija. La mujer admitió que calentó una cuchara en la hornilla de la cocina y le quemó los labios. Esa escena no deja dormir a Ali, eso no les permite preparar comida por su cuenta. 

La niña fue trasladada al Hospital de la Policía. Ahí, un oficial se impresionó al ver el estado de la pequeña. Y le dijo a su padre que podía acusar a la victimaria de intento de homicidio. “Ya esa cicatriz no está en mi boca, para probar este maltrato. Pero tengo otras más en mi cuerpo y no recuerdo la historia de cada una. Vivimos más que nada con cicatrices emocionales”, anota quien dice llamarse Ofelia.

Ofelia es la protectora principal del sistema, cuida de todas las identidades. Cumplió 18 años de edad, está inspirada en la obra de Shakespeare. Tiene más conciencia, ayuda a que exista continuidad en la memoria, evita que alguno de los alters se emborrache y se pierda o que se haga daño.

El Trastorno Disociativo de Identidad no es producto de un desorden de conducta o atencional. Sus síntomas se originan en niñas, niños y adolescentes expuestos a situaciones de violencia, que a la vez no cuentan con un sistema de apego seguro, padres, madres o familiares, que les protejan. Eso explicó la psicóloga Silvia Picón, en entrevista con Lorena, Long Soul System, quien divulga información científica de lo que es el TID.

En una de sus conversaciones, en el canal de Youtube de Long Soul System, la especialista comentó que, en las escuelas, niñas y niños con TID tienen un comportamiento extraño o ilógico ante los ojos de maestros sin referencias sobre el trastorno. Pueden presentar explosiones de rabia, por estímulos insignificantes, y terminar debajo de una silla chupándose el dedo y luego no saber qué pasó. Niegan haber estado involucrados en esas situaciones. 

Algunos profesores cuentan que su rendimiento académico es disruptivo, tiende a declinar, pueden saber dibujar y de pronto no logran hacer un gráfico de esa misma calidad. 

“La disociación es una estrategia de supervivencia de la mente, para proteger de algo muy doloroso”, puntualizó la entrevistada. Ella enfatizó que, en consulta, especialistas como ella reciben datos de lo que ven los otros (profesores en la escuela o parientes en la familia) sobre el niño o niña afectados por el TID. 

Los alters

Ofelia se viste con un marcado estilo gótico, le gusta usar minifaldas; Edge luce como una estrella de los años treinta, le encanta la ropa vintage, habla francés, ama el cine. Demian usa camisetas. 

Todas las identidades aparecieron en un momento de la vida de Ali, para salvarla, para sostenerla. A varias de ellas ha logrado nombrar, tras identificar incluso las circunstancias en las que aparecieron. Algunas se han integrado o fusionado. 

Edge, por ejemplo, apareció en algún enfrentamiento con su segunda madrastra, Gloria (nombre protegido), una bibliotecaria que llegó cuando apenas tenía cinco años de edad. Es una mujer que fue víctima de violencia y engañada por un ex esposo alcohólico, relata, por lo que desarrolló celos patológicos. Ya tenía nietos cuando se unió a su padre. 

La pareja peleaba constantemente, ella se iba de la casa y regresaba. “Insinuaba que yo tenía relaciones sexuales con mi padre. Decía que era una niña manipuladora. No quería retratos de mi mamá y decía que ella había muerto por mi culpa”. 

Frente a eso surgió Edge, una de las identidades más peleonas, que con sus palabras podía hacer que sus interlocutores lloraran. En aquella época, Ali recuerda que a donde iban, su padre contaba la historia de maltratos que enfrentó su hija. Esa exposición de su situación le dolía.

La nueva esposa de su padre tampoco se preocupó por cuidarla, no se percataba de la necesidad de llevarla en busca de atención médica ni cuando tenía 40 grados centígrados de fiebre, de hecho, la envolvía en periódicos. Tampoco veía la importancia de buscar apoyo psicológico para la niña, pese a haberse enterado de lo que vivió. “Solo creía en el tarot”, reprocha Ali.

En la escuela sufrieron bullying. Un chico, a quien identifica como Sebastián (nombre protegido por la gravedad de la denuncia), les hizo mucho daño, sostiene. En ese contexto empezó a jugar con amigos imaginarios y apareció Demian, aunque en esa época y por años no tuvo nombre. “A veces me sentía niño, incluso al mirarme al espejo. Parecía que él me consolaba, era fuerte, jugábamos fútbol”.

No dormían bien, solo podían ver pasar las horas frente al televisor. No se concentraban. No hacían tareas. Se sentían perseguidas, era la casa en donde fue abusada por su primera madrastra. Corre el tiempo. Contratan a una profesora llamada Elenita en la escuela religiosa a donde asiste. 

Ella es la profesora más importante en la vida de Ali. Así lo subraya en la conversación. Ella se compadeció de su situación, incluso le preguntó al padre por qué no le enviaba la colación y él respondió que porque no comía y no hacía deberes en casa. La maestra le llamó la atención. La niña encaraba el bullying del niño rubio y de ojos azules, que —reitera— le daba golpizas y la humillaba con palabras. 

Madres y padres se quejaban porque Elenita parecía proteger más a Ali, la profesora les pedía entender que se trataba de una “niña huérfana”. Cuando la profesora dejó esa escuela, para empezar a trabajar en otra, que aún existe en el barrio América, Ali se trasladó con ella. Al salir de clases, la acompañaba a su segundo trabajo, en donde la ayudaba a hacer sus tareas. 

“Fue el año más lindo, me gradué con buenas notas, tenía 12 años”, recuerdan Ali y sus identidades. Como hija de profesor tuvo varias opciones de colegios para escoger donde seguir la secundaria. El padre decidió que iría al plantel en donde formaban contadores. Allí conoció a Doris, su buena amiga, otra niña rara como ella, dice. 

Llegó la adolescencia, ella tenía dudas sobre su orientación sexual. A esa edad estaba en contacto con el nieto de su madrastra, Jorge (nombre protegido), de 18 años de edad, seis años mayor a ella, con quien hablaba por teléfono por horas en las noches. Un día, según relata, abusó sexualmente de ella. El padre de Ali inició un proceso legal, que tanto él como ella, dicen, no prosperó porque hubo tráfico de influencias.

El padre decidió cambiarle de colegio. Allí se encontró con el chico, que desde la época escolar, se burlaba de ella y la golpeaba. Pero en esa época, ella apenas salía del clóset como chica bisexual. En casa tampoco encontraba paz: la pareja de Feliciano, su padre, siempre se mostraba celosa, no olvida una gran pelea luego de que colocaran una nueva lápida en la tumba de su madre, en donde se leía: tu esposo y tu hija.

Negligencia

“Ali es el ejemplo vivo de lo que puede causar una situación compleja de negligencia y desprotección a un niño o a una niña”, afirma la abogada Sybel Martínez, presidenta de Rescate Escolar y vicepresidenta del Consejo de Protección de Derechos de Quito.

La entonces niña, hoy joven Ali —anota Sybel— enfrentó situaciones ante las cuales un cuidador debía reaccionar. “Su madre murió, pero se quedó con un padre negligente. No alcanzó a entender la gravedad de lo que le hacían a su hija”.

Para la abogada, Ali fue claramente una víctima de tortura y sadismo; era una niña indefensa, por lo que no duda que todo eso la llevara a una situación límite. “Al no lograr defenderse de otro modo, su mente se fragmentó. Cuando me contó lo que vivió le creí, no tengo por qué no hacerlo. Le consulté si tenía un diagnóstico y me lo envió”.

Sybel Martínez ha abogado en especial por niñas, niños y adolescentes, víctimas de abusos en el sistema escolar, a través de su organización. Por eso no puede dejar de pensar —señala— en algo, que todo este sistema que forman Ali y sus alters le dijeron: queremos que esto se sepa para proteger a otros niños.

Ese anhelo resuena en la cabeza de la abogada y madre, quien con su hija mayor ha encarado el acoso escolar y sus secuelas. Se ha dedicado a estudiar qué hacer en el caso de Alicia. Por un lado, en Ecuador, indica, los delitos sexuales en contra de niños y adolescentes son imprescriptibles, gracias a la reforma producida tras la consulta popular del año 2018. Sin embargo, eso aplica únicamente a partir de ese año, no de forma retroactiva, lo que deja desprotegida a Ali.

Para la abogada es clave un pronunciamiento tanto de la Asamblea Nacional como de la Corte Constitucional, para que víctimas de abusos como Ali no queden sin justicia. También en 2018, la Comisión Ocasional Aampetra registró que, en casos de pederastia clerical, las víctimas se vieron imposibilitadas de buscar justicia, verdad y reparación, dice.

La legisladora Esther Cuesta, quien representa a la circunscripción de Europa, Asia y Oceanía, indicó que el 15 de marzo del 2019, la Asamblea Nacional interpuso ante la Corte Constitucional una acción de interpretación constitucional del segundo inciso, numeral cuarto del artículo 46 de la Carta Magna. 

El argumento fue que la imprescriptibilidad de los delitos cometidos en contra de niños y adolescentes genera únicamente efectos desde la entrada en vigencia de la enmienda. Por ello, se deja en impunidad aquellos delitos cometidos en años anteriores.

Sin embargo, el 16 de abril del 2019, la Corte rechazó esa acción de interpretación (caso N°. 0001-19-IC). Esto porque la norma cuya interpretación se requiere está en la parte dogmática de la Constitución. Y el artículo 154 de la Ley Orgánica de Garantías Jurisdiccionales le da la competencia a la Corte para interpretar normas de la parte orgánica de la Constitución. 

La legisladora Cuesta apunta que la persona afectada por la imposibilidad de hacer uso de la imprescriptibilidad de los delitos puede presentar una acción penal en contra del o los victimarios e impulsarla hasta interponer una acción extraordinaria de protección ante la Corte Constitucional. 

Durante la entrevista, ellas (Ali y sus alters) también me dijeron que no sabían hasta cuándo podrían seguir sobreviviendo sin justicia. Tienen una terapeuta a quien telefonean en casos de emergencia. Toman medicamentos. 

Pero su situación es muy complicada porque viven en Italia. Hasta allá fueron a estudiar en un conservatorio, pero tuvieron que dejarlo por una intensa tendinitis y una especie de codo de tenista. No lograron soportar los dolores producidos en ensayos para certificar su destreza con cinco instrumentos. Tampoco tenían conciencia de su cuadro de TID. 

El año pasado, Ali se casó con una mujer trans, que tiene autismo y TID. Pero está en el desempleo ya que se recupera de una grave inflamación en su rodilla. Su padre le envía algo de dinero, pero no es suficiente.  Quisiera que regrese a Quito, pero ella se siente insegura al pensar que volverá a ver a los agresores. Incluso ha tenido amenazas del esposo de una psicóloga que la enamoró y le rompió el corazón con manipulaciones.

Sentimiento de culpa

Feliciano, padre de Ali, ya cumplió los 74 años, y vive en Quito. Es un maestro jubilado. Asegura conocer el diagnóstico de Ali que obtuvo en el 2021, en Italia. “Todo es consecuencia de maltratos, acosos y abuso sexual, el bullying y de todo eso. No es genético”, sostiene.

El diagnóstico está certificado en un documento del Departamento de Salud Mental y Adicciones del Centro de Salud Mental Distrital, en Galliera, en Génova, Italia. En él se detalla que sufrió abusos físicos y psicológicos en la infancia y adolescencia. Concluyen que tiene elementos de despersonalización y escisión disociativa, lo que le produce una discapacidad del 60%. 

¿Se siente responsable de lo que vive ahora su hija?, le pregunto a su padre, Feliciano. Él hombre lo acepta y dice haber cometido un error gravísimo al llevar a una desconocida a su casa, con el propósito de que su octogenaria madre tuviera ayuda en los quehaceres de la casa. Y luego, otro error fue haberse casado con ella. Le duele recordar los horrores que vivió su hija, con su segunda esposa. 

Ali tendría unos cinco años —relata— cuando él llegó del trabajo y se acercó a su cama. Entonces detectó que tenía la boca hinchada y brillante, pero sin luz en la habitación no vio la gravedad de la herida. Cuando le preguntó a su esposa qué le ocurrió a su hija, la mujer respondió que le puso una crema porque tenía los labios secos.

Al siguiente día se dio cuenta que la niña tenía ampollas en los labios. Supo que la madrastra calentó una cuchara en la hornilla de la cocina, para quemarle la boca. Así que le exigió que deje la casa. La pequeña Ali lloró y le pidió que no saque a “su mamita de la casa”.

La llevó al Hospital de la Policía. Luego puso una denuncia en la Comisaría de la Mujer. No sabe del rastro de aquella mujer.

Lastimosamente ese no fue el único tipo de maltrato que sufrió la niña. Sintiéndose libre de la mujer que le hiciera tanto daño describió todo lo que le hizo, entre lo que se cuenta: baños en agua fría, amenazas de muerte a su padre y abuela, colocándole un cuchillo en el cuello, abuso sexual y golpes. Además, la pequeña sabía que preparaba la comida con un insecticida (Pix). Entonces su padre entendió por qué los alimentos tenían un sabor extraño.

Este hombre mantiene el contacto con Ali. Sabe de la gravedad de la condición de salud mental de su hija. Le ha pedido que vuelva a Quito, pero ella no lo hará. Siente culpa por lo ocurrido, pero no cree haber sido un padre negligente; repite que trabajaba mucho en dos colegios. Niega haber maltratado físicamente y psicológicamente a su hija. Me compartió un audio, en el que su hija le hace reclamos al respecto. 

Los alters, en la entrevista, sí señalan a su padre por no haber tomado conciencia de la tortura y los abusos que vivieron.

Los recuerdos 

“Tuvimos el primer pensamiento suicida a los 7 años de edad, queríamos lanzarnos del tercer piso de la escuela, nos autolesionábamos, nos cortábamos, nos apagábamos cigarrillos en el cuerpo y no sentíamos dolor. A veces nos despertábamos sin sentir ni hambre ni miedo ni nada”, cuentan con la voz de Ali, Ofelia, Edge, Demian…

Demian dice que no quería tener senos a los 12 años, pero al mismo tiempo se sentía una chica. Se miraban al espejo y no se reconocían. “Se llama despersonalización, pierdes el contacto con la realidad, tienes crisis de identidad”, explican ellas. Ahora saben que son los principales síntomas del TID.

Su vida es una película de suspenso y terror. Su padre quería divorciarse de su tercera esposa y ella se negaba, incluso le amenazó con una demanda penal. Ali se sentía muy deprimida porque su mejor amigo, Cristian, se suicidó cuando tenía 16 años. Ella en esa época buscaba, dice, ser normal y así evitar el bullying, por lo que viajó a Los Ángeles, en EE.UU. a casa de sus tíos, para averiguar sobre la posibilidad de operarla, por un malestar que le causaba una cojera.  

Sus tíos le decían que se quedara a vivir con ellos, pero la adolescente no quiso dejar solo a su padre. A su regreso, cuando apenas tenía 14 años, su padre trajo a una cuarta pareja formal a la casa, a quien denomina Gastón (nombre protegido). “Había sido trabajador sexual”. 

Gastón tenía un hijo pequeño de 3 años, que era violento y cleptómano, según Ali. Así aparece Emilie, en honor a una de sus cantantes preferidas, Emilie Autumn. 

“Emilie era como nuestra mamá, se hizo cargo del niño (hijo de la pareja de su padre) también. Tiene trastorno bipolar, no podemos con nuestras vidas. Nos encerrábamos en el baño, tuvimos un intento de suicidio y Gastón nos amenazó con irse y sentíamos más miedo al abandono. Si vivíamos una crisis, nos llamaba histéricas”.

Ante el mundo, Gastón se hacía pasar como el primo de su padre, Feliciano. Ali en esa época quería ser monja de claustro, se autoflagelaba y alucinaba, describe esa época como un caos total. “Pensaba que me estaba convirtiendo en santa, pero era psicosis. Y a nuestro papá solo le importaba que no le hiciéramos quedar mal en el colegio, al no hacer deberes. Y nosotros queríamos morir, cada día de nuestra maldita adolescencia”.

A los 13 años le regalaron su primera guitarra eléctrica (Ali y sus alters). Amaban a Kurt Cobain, tuvieron su primera banda a los 16. Dos años antes estudiaron canto lírico con el profesor Freddy Godoy. Menciona también al maestro Gerardo Guevara Viteri. 

En el colegio sufrieron acoso y amenazas de expulsión al difundirse que era bisexual.  Le celebraron los 15 años, con vestido y un peluche, que no quería. Las pasaron otra vez del colegio privado al público. A los 17 años surgió Ofelia. En un cyber conoció a un chico, que la violó en el baño de su local, según lo describe Ali. Sintió mucho dolor, le pidió ayuda a Dios y a su fallecida madre, mientras ocurrió.

Al regresar a su casa no lo tomaron en serio. Los siguientes días acudió a Cemoplaf, para confirmar un posible embarazo producto de la violación o la transmisión de alguna enfermedad sexual. También encontró a un supuesto psicólogo que le sugirió colocarse ligas para lastimarse las muñecas, para evitar pensar en el trauma de la violación. Le recomendó leer el Lobo Estepario. “Vi que era posible tener a más personas dentro de una”.

En esa temporada se cortó el cabello y su padre la castigó, como solía hacer, dejándole de hablar. A veces la golpeaba, una ocasión le amenazó con una silla y le lanzó una mochila, por lo que cayó al piso. “Me decía levántate ch… no te pegué tan fuerte”. Estaba muy enojado porque le hacía quedar mal con un profesor, que había sido su alumno. Ella detestaba el dibujo técnico. El padre niega esa versión.

Ella recuerda que Emilie le tomó de la mano y le dijo que no se preocupara. Emilie habla un perfecto inglés, comentan. Otras de sus identidades hablan fluidamente francés. 

La música

A los 17 años quiso seguir Ciencias Sociales, soñaba con ser música y estudiar Humanidades. Su papá, dice, le prohibió ir al psicólogo. Pese a eso, recuerda que fue una buena época, ya que en el colegio se sentía parte de las chicas populares, tenía una banda de punk. Empezó a tocar el piano y el clavicémbalo; este último dice, fue el amor de su vida. 

Se graduó de bachiller, fue a una universidad privada, que no pudieron financiar, en un momento y que, además, no entendió que la joven vivía problemas médicos. En esa temporada conoció a una chica, que asegura también la agredió psicológicamente. Como amaba la música hizo todo para lograr ser aceptada en un conservatorio en Génova, Italia. Desde ese país nos compartió su historia.

Su encuentro con el TID

En el 2018 fue atropellada. En el 2019 dejó el conservatorio. Ingresó a una comunidad de bondage o prácticas de esclavitud aplicadas a la sexualidad, también de poliamor. Ahí conoció a una mujer trans, de ojos grandes y cabello largo, que le preguntó ¿qué pronombre debo usar contigo? Por primera vez alguien le tocaba ese tema, que tiene que ver con un mundo más allá del binarismo de masculino o femenino.

Entonces, ella se hacía llamar Viola y le habló de su Trastorno de Identidad Disociativa (TID). Otra amiga le contó que ella también era un sistema de identidades y Ali empezó a investigar sobre la temática. En esos días empezaba a creer que quizá la casa en donde vivía estaba embrujada, a veces creía que alguien más lavaba sus platos. Se dio cuenta de que guardaba su ropa en dos armarios separados, uno con ropa masculina y otro con femenina.

Usaba, afirma, cinco camisetas diferentes cada día. Tenía alucinaciones. A veces —cuenta— sentía que era un chico y otras, una chica. Al verse al espejo en ocasiones se decía: esa cara no es mía y ese cuerpo tampoco.

Viola tenía una novia, que incumplía las reglas del covid-19. Fue a visitarla y entonces se abrazaron. Viola enfrentó espasmos y convulsiones, días después dijo que ya no se llamaba así. Le invitó a ir a una convención sobre TID. Y Ali se negó a hacerlo y se quedó en casa leyendo escritos sobre disociación traumática de Suzette Boon, Kathy Steele y Onno Van Der Hart, también revisando videos al respecto. 

Mientras leía sintió que alguien bostezaba a su lado. Ali estaba muy confundida porque se repetía, cómo puedo sentir esa presencia si estoy sola. Finalmente pensó, quizá si soy un sistema. En ese instante, de la nada apareció Demian muy desesperado, con imágenes suicidas. Y siguieron presentándose ante ella un alter, dos, cinco, 12. Llamó a un doctor.

El médico pensó que Ali armó ese cuadro para que le dejaran quedarse en Italia. No creía en el TID. La host del sistema decidió actuar, tuvieron que switchear (cambiar el mando) de un alter a otro constantemente para calmarse. Días después quiso conocer más sobre el trastorno. Abrió una cuenta en redes sociales y la llamó Jamais vu, por esa sensación de que nunca vivió una circunstancia, provocada por la amnesia que enfrentan, cuando una identidad toma el mando de una situación.  

La chica transgénero que conoció como Viola se convirtió en Vim y ya para el 2021 empezaron una relación de pareja. Le contó que además de TID tiene autismo. Su padre, dice, es fascista y no acepta la identidad de género de su hija. Ambas empezaron en el activismo, con eventos digitales en los que participaron los principales sistemas de la región y de Estados Unidos.

Más tarde se nombraron Atypical Lives y así están en las redes sociales. En esa temporada Ali se tomó 30 pastillas para la alergia y les pedía lanzarse por la ventana. Ofelia les hizo recapacitar, logrando que se durmieran. 

Ali tiene un nombre legal, que aparece en su documento de identidad. Pero no se siente identificada con él. El maltrato fue tan intenso en la infancia y adolescencia que asume que esa persona murió. Viven Edge, Ofelia, Demian… Para mantenerse bien toman medicina, de lo contrario entrarían en crisis, en psicosis, con alucinaciones. Su pulso se acelera, enfrentan taquicardia.

Ali quizá siente que su trastorno puede no resultar fácil de entender y seguido pone ejemplos. “Algunos hablan del niño interior o de que son unos en casa y otros en el trabajo. En mi caso, mi mente está fragmentada”, explica y recalca que vive un trastorno de estrés postraumático por la tortura y el abuso sexual que enfrentó. Algún día, tal vez, sus identidades pudieran fusionarse en una sola, gracias a tratamiento y a medicina.

En Ecuador, según respondió el Ministerio de Salud a La Periódica, se registraron 1 064 atenciones a casos de trastornos disociativos y de conversión (según diagnóstico CIE 10 F44), en el 2021; 159 de ellas en Quito, Pichincha. Hasta el 3 de junio del 2022, la Cartera ha contabilizado 375 atenciones (55 en Quito, Pichincha).

El Ministerio respondió que el Trastorno de Identidad Disociativo (TID) está dentro del grupo de problemáticas de salud mental, por lo que dependiendo de su presentación, complejidad y comorbilidades puede ser atendido en sus servicios de primero a tercer nivel. 

La Periódica intentó hablar con psicólogas con enfoque de género en Ecuador sobre el TID. Pero las tres consultadas señalaron que preferían no dar una entrevista sin haber manejado casos de este trastorno, dijeron que solamente podrían hablar desde la teoría.

Ali y sus alters buscan justicia y reparación. No quieren que ninguna niña o niño pase lo que ellas han tenido que afrontar. Necesitan apoyo. En junio estuvieron internadas por dos semanas en un hospital, producto de un cuadro de psicosis. Acaban de publicar un breve relato, La consecución de los días: historia de una mente disociada, que está disponible en Amazon. Esperan que su historia se difunda y que el TID no sea la única alternativa de nadie más para sobrevivir.

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Autoras

Mariela Rosero Changuán

Mariela Rosero Changuán. Periodista desde hace 23 años. Me concentro en los temas sociales, con enfoque de derechos. Necesito escribir, más que comer; y abrazar a mi hijo, mucho más que respirar. Mi escuela fue EL COMERCIO.