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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| María Paula Granda Vega

¿Y ahora qué?

Más allá de la total falta de transparencia en el último proceso, donde el CNE y el TCE permitieron desde el inicio una serie de infracciones e irregularidades —como no pronunciarse a pesar de que el mandatario no tomara licencia para hacer campaña o que, en las pocas ocasiones que lo hizo, designara por decreto como su reemplazo a una persona que no era la vicepresidenta electa—, se suma además el uso de recursos públicos para fines proselitistas. Noboa ganó la reelección a la presidencia de Ecuador. En parte, este resultado puede explicarse por prácticas políticas populistas, de las que el mandatario asegura desmarcarse. Sin embargo, no ha sido así. Por ejemplo, los bonos (con plata del Estado) que se ofrecieron y dieron sin ningún tipo de análisis previo para que se mantengan en el tiempo, sino con el único objetivo de conseguir votos de manera inmediata. Bonos como el de reactivación para el agro que se otorgó por una sola vez y osciló entre los 600 a 1000 dólares, o la iniciativa para la reactivación económica con los programas de jóvenes y Ecuatorianos en acción donde se entregó 400 dólares a quienes participaran de proyectos “clave”.

A esto se suman los discursos infundados del miedo a “ser como Venezuela”, los contenidos falsos, bulos y desinformación, el apoyo directo de grandes medios de comunicación privados y públicos (estos controlados directamente por el gobierno), de medios digitales que aparecieron de un momento a otro con una agenda clara progobierno y personajes importantes en la “opinión pública”, incluidos influencers y figuras de la farándula ecuatoriana, además de las cadenas nacionales que circularon casi a diario sobre supuestos logros en materia de seguridad. 

Complementariamente, es evidente que existe un miedo real y fundamentado al regreso de una figura como Rafael Correa. Su autoritarismo, la justificación de la corrupción en nombre de un supuesto “proyecto político”, la criminalización de la protesta social y de la disidencia durante los 10 años de su mandato sigue pasando factura. Por último, las declaraciones no acertadas de la candidata Luisa González sobre el reconocimiento al gobierno de la figura nefasta y dictatorial de Nicolás Maduro y sus desafortunadas declaraciones (y la de sus coidearios) sobre la dolarización, la creación de “comités gestores de paz” y una constante evocación al pasado que no convenció a nadie. Al final, González siguió el guión de no reconocer las falencias de lo que fue el gobierno de Rafael Correa en vez de ajustar los errores y proponer un proyecto político distinto recogiendo los aciertos de esa misma experiencia.

Además de estos motivos —que se usan para explicar el triunfo cómodo de Noboa—, que indudablemente, son válidos, es clave reconocer que una gran parte de la sociedad está de acuerdo con una serie de “valores” expresados por el presidente Daniel Noboa, su esposa influencer, su familia poderosa, su “abolengo” y figuras políticas internacionales como Donald Trump, Javier Milei o Isabel Díaz Ayuso, afines al joven empresario. Personas de distintas edades, procedencias, identidades, ven con buenos ojos la militarización del país como una solución a la inseguridad, a pesar de que ha pasado más de un año de la declaratoria de Conflicto Armado Interno y las secuelas siguen tiñendo de sangre las calles del país, incrementando no solo la sensación de inseguridad, sino plagando de miedo la vida de la sociedad en general. Uno de los temas que ha quedado pospuesto y fuera de agenda son los derechos de las niñas, niños, mujeres y personas LGBTIQ y claro, a mucha gente no le parece tan mal que se minimice la violencia de género, que se retiren derechos adquiridos por las mujeres y personas de la disidencia sexogenérica, o que se dejen de financiar programas sociales y servicios públicos.

Mientras los discursos más reaccionarios, no sólo machistas y racistas, sino en general antiderechos, se han internalizado en todos los segmentos sociales, económicos, generacionales de la sociedad a través de todos los medios tecnológicos posibles, del otro lado no hay respuestas ni alternativas. Ningún sector de izquierda o progresista está logrando conectar efectivamente con el sentir del conjunto de la sociedad.

Es evidente que faltan muchos recursos económicos y humanos, pero también no es menos cierto que mientras la derecha ha tenido la habilidad de camuflarse y renovarse en estrategias; todo el conjunto de lo que conocemos como izquierdas —clásicas y no tan clásicas— no hemos podido innovarnos ni en discursos, ni en ideología, ni en estrategias, ni en prácticas, ni en repertorio, más bien continuamos profundizando el desprestigio, la decepción, la apatía que nuestros propios errores han alimentado en estos últimos ocho años que han gobernado Lenin Moreno, Guillermo Lasso y ahora Daniel Noboa. 

En un nuevo momento, donde la conjunción del crimen organizado/narcotráfico y poderes económicos y políticos marcan la cancha, es necesario dar una respuesta radical y colectiva, que, obviamente, no es fácil levantar ni construir. Debemos caminar hacia una transformación total de nuestras estructuras organizativas, ya sean estas partidistas (o movimientos políticos) o las que están por fuera de la lucha electoral, pero son fundamentales en el campo de la lucha social y popular.

Hoy leemos frases de esperanza en distintas partes: un “nos vemos en las calles” y aunque es extremadamente necesario un llamado a la resistencia, no deja de ser imperativo emprender diálogos incómodos y acciones entre quienes nos negamos a aceptar como normal que los servicios públicos no funcionen; que los militares cometan abusos permanentes; que los índices de desescolarización, pobreza y desempleo sigan subiendo.

Es por ello que planteo las siguientes reflexiones, no como un “deber ser”, sino como ideas para discutir, para desarmar, para pensar. Lo que escribo a continuación lo expreso desde un contexto alejado de la militancia activa en alguna organización y sin vivir ahora en Ecuador. Estos pensamientos no han llegado solos, sino a partir de intercambios directos, pero sobre todo indirectos (a través de lecturas de artículos, publicaciones en redes sociales, entrevistas) con mujeres y hombres activistas e intelectuales de diversas corrientes dentro de las izquierdas y del mismo “progresismo”.

a) El correísmo se agotó —ya desde hace tiempo— como un proyecto que trae esperanza de renovación y de transformación. Sin embargo, tiene una base importante de votantes y figuras políticas que son claves y al contrario de deslegitimar alianzas con este sector, se las debe sostener y profundizar, manteniendo la autonomía, canalizando las diferencias ideológicas y exigiendo reflexión y crítica de todas las partes.

b) La figura de Rafael Correa como líder debe ser desterrada. En general, en toda la izquierda (partidaria y no partidaria), la práctica de ensalzar a un líder como salvador y dueño de la verdad nos ha cobrado una factura muy alta no solo a las organizaciones sociales sino también a la sociedad, sobre todo a la democracia que tanto queremos defender. En todos los espacios se deben fortalecer liderazgos múltiples, diversos y ante todo posicionar/arraigar ideales y proyectos colectivos que puedan caminar más allá de quienes estén al frente en un momento determinado. 

c)  El correísmo, el movimiento Revolución Ciudadana y la izquierda en su diversidad debemos discutir y tomar posición clara sobre regímenes autoritarios y antidemocráticos como el de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Miguel Díaz Canel en Cuba y otros. La izquierda no puede seguir cargando con los muertos, los desplazados, la corrupción, la pobreza y desesperanza que emergen de esos gobiernos.

d) Otra línea de trabajo hacia adentro y afuera es la discusión sobre cómo hacemos política y cómo en nombre de lo que creemos correcto, terminamos justificando cualquier cosa y nuevamente debilitando a la democracia, empujando a que la juventud y varios segmentos de la sociedad miren de manera aceptable y hasta necesaria formas autoritarias de ejercer el poder.

¿Cuántas veces cortamos el diálogo, empujamos al desprestigio, e incluso caminamos por encima del trabajo de otras personas, con quienes podríamos construir alianzas? 

No se trata de esconder el conflicto o evitar discusiones profundas ya sean ideológicas o de cualquier tipo; pero al cometer el error de creer que nuestra forma es la “correcta” y que no hay otra posible y que por eso debe imponerse, lo único que terminamos haciendo es debilitando procesos, abriendo grietas cada vez más profundas, dinamitando puentes e imposibilitando el consenso, y con esto el desenvolvimiento de una política verdaderamente democrática que logre resolver de forma efectiva problemáticas concretas y no se enrede en vanidades vacuas y en callejones sin salida.

e) Es el momento de cuidarnos entre nosotrxs, respetar las formas organizativas que tiene cada movimiento, abrazar las diferencias, las contradicciones y a su vez poner el dedo en la llaga ahí donde nos duele. Es inaceptable, nos está costando muy caro, no cuestionar profundamente el machismo y racismo recalcitrante, el tratar las demandas que vienen desde el feminismo; el transfeminismo; las organizaciones de mujeres negras; de los pueblos y nacionalidades indígenas como secundarias, o peor aún como muy “radicales”.

El 13 de abril no perdió Luisa González; ni Correa; ni Leonidas Iza ni quienes nos sumamos a llamar a votar contra Noboa, convencidas de que era lo más responsable. El 13 de abril perdimos todas las personas que queremos un Ecuador con justicia social y paz, incluidos los que llamaron a votar nulo o también votaron por Noboa para que no regrese el correísmo.

Ahora que hay intenciones de cambiar la Constitución de 2008 y despojarnos de derechos que han sido resultado de la lucha histórica de distintos sectores sociales; han comenzado el ataque abierto contra el presidente de la Conaie, Leonidas Iza, para intentar cooptar la histórica organización de los pueblos y nacionalidades indígenas; ahora que quieren empeñar la Amazonía y profundizar el extractivismo, mientras vivimos con un miedo real de asesinatos, secuestros, torturas, desapariciones forzadas, ahora es cuando necesitamos actuar y mostrar que las izquierdas en sus múltiples expresiones tenemos alternativas que ofrecer a un presente nefasto.

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Autoras

María Paula Granda Vega

Feminista, de izquierdas. Socióloga. Estudiante de doctorado en geografía urbana.