Indignación tras la segunda reconstrucción de los hechos de la desaparición y muerte de los cuatro niños de Las Malvinas.
¡Chaj chaj!
un golpe.
¡Chaj chaj!
insultos.
ponerlos de rodillas.
correazos.
patadas.
puñetes.
pisadas.
¡Chaj chaj!
puños en la cabeza.
lanzarlos desde la parte trasera de la camioneta.
un disparo a medio metro.
desaparecerlos…
¡Chaj chaj!
Así, con una violencia seca y mecánica, la violencia de quienes se entrenan y saben cómo provocar no un golpe, sino la muerte, quienes aprenden a disciplinar a partir de disciplinarse, así los militares de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE) escribieron uno de los episodios más crueles de los últimos años en Ecuador: la desaparición y posterior asesinato de tres adolescentes y un niño.
Steven Medina de 11 años, Josué Arroyo de 14, Saúl Arboleda e Ismael Arroyo de 15, quienes vivían en en el barrio Las Malvinas fueron detenidos arbitrariamente, en la avenida 26 de julio en Guayaquil, para después ser víctimas de una desaparición forzada el 8 de diciembre de 2024. Desde ese momento arrancó una cadena de violencias planificadas y ejecutadas con saña, justificada en el manto del poder de la autoridad armada que ahora recorre las calles de Ecuador, como si vivir en guerra social fuese un logro del cual regodearse.
La segunda reconstrucción de los hechos en esta desaparición forzada y muerte de los cuatro niños de las Malvinas, realizada entre la noche del 27 y madrugada del 28 de abril de 2025 ha mostrado lo más cruel de la violencia, ya que expuso una verdad que el Estado y sus fuerzas militares se han empeñado en ocultar: hubo agresiones sistemáticas, prácticas de tortura, aunque no quieran nombrarlas como tal. Golpes con correas, patadas en el suelo, llaves de lucha, puñetazos en la cabeza y el pecho. Un disparo intimidatorio a medio metro de un niño de 11 años de edad. Pisadas sobre sus cuerpos tendidos. Desnudez forzada. Humillaciones. Y parte de eso grabado en un celular como si éstos actos fueran una hazaña militar.
“Cuando les ordenaron quitarse la ropa, el más grande no quería sacarse y lo empezaron a patear”.
Cuatro de los 16 militares imputados en el caso revelaron detalles de las múltiples agresiones que sufrieron los cuatro niños antes de su asesinato.
Según las nuevas versiones y la reconstrucción de los hechos de éstos días, los cuatro fueron obligados a caminar por una vía de tercer orden, en plena oscuridad y bajo amenazas. ¿Un acto de liberación como han intentado posicionar las fuerzas armadas? ¿Liberación a cuatro niños que golpearon, humillaron y estaban desnudos? Los dejaron expuestos, vulnerables y lastimados. Los dejaron esperando que haya algún castigo mayor.
¿Cómo puede alguien pisar a un niño en el suelo mientras sonríe ante una cámara? ¿Cómo se puede arrojar de cabeza a dos adolescentes desde una camioneta y partirle su cráneo a uno sin vacilar? ¿Cómo es que esas fuerzas armadas que han jurado defender la patria usan su poder para descargar odio sobre cuerpos de niños negros e indefensos, amordazados por el miedo? ¿Los militares están entrenados para lidiar con la población civil y no ver en cada persona a su paso un potencial enemigo? ¿Sus frágiles masculinidades sienten honorabilidad al enfrentarse con niños y adolescentes indefensos? Querían arrancarles a la fuerza la confesión de algún delito, pero… no hubo delito alguno.
Los cuerpos de Steven, Josué, Saúl e Ismael fueron hallados calcinados el 24 de diciembre de 2024 en una zona agreste en Taura. Se confirmó por una prueba de ADN que efectivamente eran ellos el 31 de diciembre. Fechas de reuniones y encuentros familiares, pero en Ecuador esa noche marcó una ausencia brutal e irreparable.
Han pasado más de cuatro meses desde que los cuatro fueron desaparecidos y la investigación no solo ha evidenciado el nivel de brutalidad, sino también una preocupante cadena de encubrimientos. El teniente coronel de la FAE, Juan Francisco I. M., es procesado como cómplice desde el 11 de abril. Tres días después de la desaparición de los niños de Las Malvinas, dirigió un operativo en el que se recuperó ropa de los adolescentes y del niño, sin respetar la cadena de custodia ni informar a la Fiscalía. A pesar de su implicación, enfrenta el proceso en libertad.
Mientras tanto, los familiares de Steven, Josué, Saúl e Ismael han tenido que reconstruir el destino de sus hijos a través de restos, testimonios y fragmentos de una historia cargada de dolor. ¿Cómo se repara que las familias hayan tenido que reconocer a sus hijos por lo que dejaron de sus cuerpos? ¿Cómo se repara la impunidad y el silencio cuando deberíamos estar quemándolo todo por esos cuatro niños?

La moral constreñida de este país que en lugar de exigir justicia ha exacerbado razones para responsabilizar a los niños, quisieron hacerles parecer culpables por su lugar de origen, por su color de piel. Ahora sí queda claro que nada, absolutamente nada justifica ese cruel trato, su sufrimiento ni la desaparición forzada y el asesinato del cual fueron víctimas.
El caso de los cuatro de Las Malvinas no es solo una tragedia judicial; es un llamado urgente a revisar el rol de las Fuerzas Armadas en las calles, la falta de controles en sus operaciones y la impunidad que otorgan los rangos. ¿Quién se responsabiliza de los actos, excesos, de las ejecuciones extrajudiciales a manos de las fuerzas armadas? Este país no puede seguir llenándose las manos de sangre y tolerando que niños y adolescentes sean víctimas de estructuras armadas que no tienen carta abierta para desaparecernos y matarnos. No se puede seguir tolerando que las infancias y adolescencias estén a merced de la violencia, no solo del crimen organizado sino de quienes legalmente tienen el poder de las armas.
Es tiempo de romper el silencio, de exigir que los nombres de Steven, Josué, Saúl e Ismael no se pierdan entre papeles y audiencias. Construir memoria, acompañar en su exigencia de verdad, justicia y reparación es lo mínimo que podemos hacer para con las familias que enfrentan esta ola de impunidad. ¿Será tiempo de salir a las calles y volver a la indignación en algo más que historias de Instagram?
Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes
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jeanneth@laperiodica.net
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@JanetaCervantes