Skip to main content
Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Mariela Rosero Changuán

Voluntarixs ofrecen servicios de salud a personas trans en Ecuador

Sobre su tocador hay un buen surtido de cremas para el rostro y el cuerpo, protectores solares y toallitas para desmaquillarse, además un rodillo antiarrugas; cepillos y peinillas; perfumes como Gabrielle de Chanel —que lleva ese día—y un lugar para el maquillaje, con sombras de ojos, delineadores, pinceles, base y labiales.

De ese mesón blanco, de más de un metro, Annette Rhor toma una caja de Aldactone de 100 miligramos. El envase de las tabletas y el Estrogel, de uso tópico, parecieran no encajar en un espacio destinado a los artículos de belleza. Pero para ella son más que medicamentos.

Desde hace ocho meses (a partir de abril 2021), con el apoyo de una especialista, empezó su proceso hormonal de feminización. Ahora toma las dosis que le han recetado de medicamento diarias y se unta el gel, según las instrucciones de su doctor. Reitera que eso es personal y recomienda buscar a un profesional, para evitar problemas de salud.

El endocrinólogo Clemente Orellana apunta que estos tratamientos deben hacerse con supervisión médica, se requieren exámenes de laboratorio previos y conocer antecedentes de salud. Además,  de brindar información a la o el paciente sobre los efectos secundarios, advierte.

Orellana recuerda que lo que buscan durante el tratamiento es bloquear hormonas sexuales masculinas y femeninas, según sea el caso. Y el desarrollo de características asociadas a la feminidad como curvas en glúteos, piernas y el crecimiento de senos, en las mujeres trans. Así como lograr el aparecimiento de vello facial, voz gruesa y masa muscular, asociadas a la masculinidad, en los hombres trans.  

El objetivo es que las características físicas coincidan con la identidad y expresión  de género, para que las personas puedan vivir en plenitud su género. El tratamiento va desde tomar estrógenos,extirpación de útero y ovarios, reafirmación de sexo, que incluya modificación de genitales de masculinos a femeninos o viceversa. Pero depende de la decisión personal, pues hay una diversidad de formas de vivir, la orientación, la identidad y la expresión de género y no todas están asociadas o requieren procedimientos quirúrgicos.

Annette disfruta de arreglarse las uñas, tiene una colección de esmaltes. Pero últimamente decidió usar uñas artificiales porque las suyas se han puesto frágiles. Enero, 2022.  Foto: Samantha Garrido. Retoque: Karen Toro 

Cuando Annette Rhor sostiene la caja de tabletas en sus manos, resaltan sus uñas largas, con el llamado estilo francés; confiesa que son artificiales, ya que las hormonas han debilitado las propias. Ella disfruta de todo el ritual para maquillarse, lo que incluye los momentos frente al espejo del cuarto de baño; elegir la ropa y zapatos que vestirá es una ‘aventura’, el tiempo —subraya— más divertido del día.

Y eso se refleja en el armario de tres puertas de su habitación, en donde hay faldas, vestidos, blusas, chaquetas, pantalones, abrigos, chompas; camisetas, sacos; jeans, shorts y más de 35 pares de flats puntonas, tacones, botines y sandalias. Ella es economista y ha trabajado en el sector privado toda su vida, lo que le permite tener una vida cómoda.

La terapia hormonal es solo una parte de lo que llama su ‘gran viaje’ de introspección alrededor del género, en el que se puede decir se embarcó hace dos años. Un par de meses antes llevaba una vida heterosexual, como padre de adolescentes, que ahora la llaman papá Annette. Por varios años estuvo casada con una mujer cis a la que agradecerá siempre su comprensión, respeto y cariño.

Annette, mujer trans de 49 años, cada día se siente más feliz —ya que apunta— al verse al espejo, por fin se encuentra con quien es.

Gracias a la terapia afirmativa de la identidad de género entendió lo que le pasaba, las confusiones que vivía internamente. Ella no sabía por qué en su adolescencia presentó el impulso de vestir ropa interior de mujer y pantimedias.

Se convenció de que tenía un “lado oscuro, una perversión, de que estaba rota”, por lo que fue conteniendo todo. Se refugió en el deporte, corriendo maratones, y se concentró en su hogar. Hace dos años descubrió que era una mujer y nada más. No tenía nada que esconder o de qué avergonzarse, ha sido un proceso de introspección. No fue fácil dejar atrás una vida, en la que para sostenerse desarrolló cierta adicción al trabajo, que le ha permitido escalar en su desarrollo profesional.

Sentada en uno de los sillones de la sala de su departamento, ubicado en uno de los valles de la capital —admite que— como ocurre con una represa, que de a poco se rompe, el ‘agua’ salió de golpe y con toda la fuerza.

Así que poco antes de la pandemia, la inundaron todos esos sentimientos y comportamientos guardados, que no comprendía. Empezó a sentirse mal por comprar y usar ropa interior “femenina” debajo de los ternos, incluso un psicólogo le aconsejó seguir con la práctica pero esconderla. Aunque le repitió que no era un pecado ni algo dañino para el resto.

Édgar Zúñiga, quien es médico y terapeuta familiar sistémico; y coordina la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad, lamenta que la falta de conocimiento patologice a las identidades distintas a la heterosexualidad; algo que ya no admite ni la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En su búsqueda, Annette participó de foros internacionales, de modo virtual, en donde con pares empezó a entender quién era. Pero solo con soporte psicológico pudo encontrarse. 

“Luego de dos años, las piezas van encajando. Por ejemplo, en diciembre salí de compras navideñas y fue hermoso interactuar con todas las personas y que no me confundieran con alguien que no soy”.

Annette Rhor se siente cada vez más cómoda con su apariencia y esa alegría se evidencia en su sonrisa. Enero, 2022. Foto: Samantha Garrido. Retoque: Karen Toro

Desde hace meses no ha tenido problemas de ‘passing’, “algunas mujeres trans buscamos pasar desapercibidas”. Es decir —ejemplifica— cuando la gente desconocida la mira, valida su identidad, la reconoce como la mujer que es. No hay nada más horrible para mi —precisa— que me digan señor y me ha ocurrido, tiempo atrás, al inicio del proceso.

Temas como ese se discuten en los diferentes grupos de pares de personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersex; de adolescentes, de gente de mediana edad y de adultos mayores de la diversidad, de la Unidad de Salud Trans Tayra Evelyn Ormeño, que desde agosto 2020 brinda  atención desde Quito, a todo el Ecuador.

Los encuentros son a través de sesiones remotas, vía Zoom, en horarios acordados, ya que sus integrantes tienen distintos tiempos de trabajo, algunos piden mantener la reserva, para ir procesando lo que atraviesan. Todxs buscan un canal para hablar con quienes sí les entienden.

Annette coordina uno de los grupos. Al igual que Nico Gavilánez, una persona trans no binaria de 23 años, que usa tanto el pronombre masculino como femenino. Él/ella fundó la unidad; le motivó una premisa: que otras personas no encaren la crisis que le sacudió, cuando buscaba respuestas.

Nico Gavilánez contó los detalles del funcionamiento de la Unidad de Salud Trans, en las oficinas ubicadas en la zona de El Bosque. Enero, 2022.  Foto: Samantha Garrido. Retoque: Karen Toro

  

A los 16 años, Nico se cortó radicalmente el cabello, que llevaba hasta la cadera. Dos años después tuvo una primera ‘salida del clóset’ como una chica masculina lesbiana. Sufrió una crisis identitaria. No sabía qué hacer y pedía información en el colegio y entre amistades. Nadie supo guiarle.

Entonces se encontró con una marcha pro derechos de las personas Lgbtiq+, en el sector de La Mariscal, en el centro norte de Quito y le sorprendió ver cuerpos de mujeres trans. A una de las chicas le preguntó sin filtro: ‘¿qué eres? ¿No eres una chica lesbiana?’.

Al escucharla pensó ‘no soy como ellas’, pero supo que había más identidades de género y orientaciones sexuales que el binarismo: hombre y mujer. Indagó y así, llegó al Proyecto Transgénero, que busca incidir en política pública y ha impulsado a grupos como la Fraternidad Transmasculina del Ecuador.

“Me veía al espejo y no me sentía bien. Mi imagen no me parecía atractiva. No me gustaba ni yo misma/o. Me encerraba, mis papás (refiriéndose a su mamá y su papá) no sabían qué me pasaba”, recuerda Nico.

En el norte de Quito, en las oficinas, en donde previo acuerdo pueden realizarse citas presenciales, Nico se acomoda. Coloca la gorra sobre el escritorio y deja al descubierto su cabello lacio hasta los hombros, sujeto en una cola; los costados de la cabeza aparecen totalmente rapados. Usa jeans, tenis, una camiseta y una camisa con las mangas enrolladas, que muestran un tatuaje a lo largo del antebrazo izquierdo.

“No quise vivir una transición totalmente masculinizante. Pero sentía disforia por mi voz femenina y no me gustaba mi cuerpo tan delgado”, dice y recuerda que en el Proyecto Transgénero conoció a chicxs que empezaron un tratamiento con testosterona y al mes aparecieron muy diferentes.

“La salud física, mental y emocional de los trans y no binarios se pone en juego. Nosotros entramos en conflicto. Hacen falta profesionales sensibilizados”, comenta.

En su caminar hasta llegar a reconocerse como una persona trans no binaria, que implica transitar libremente en lo social y hasta legal —señala— desde lo masculino a lo femenino, decidió como más personas trans, emprender el proceso por su cuenta.

En los centros de salud públicos, menciona, se sentía muy incómoda al pedir cita con ginecólogos. Su facha masculina hizo que con miradas, personal de salud la juzgara. Pensó que difícilmente entenderían quién era. Ni ella estaba muy clara.

Nico empezó a automedicarse. Cada dos semanas se inyectaba Primoteston, un reemplazo hormonal masculinizante, de venta libre en las farmacias a un costo de USD 5. Aproximadamente a los tres meses notó cambios, su voz se hizo más gruesa y le salió vello en las piernas.

Al no contar con un respaldo médico, nadie le advirtió de las contraindicaciones. Se inyectó la hormona durante dos años y medio; cada tres meses dejaba el tratamiento, para volver a menstruar.

“Me han explicado que voy a menstruar hasta una intervención quirúrgica, que implica el llamado vaciado, que te quiten ovarios y útero”.

“En tres meses obtuve una voz más gruesa, era lo que más quería; mi nueva voz ya iba conmigo”.

Para entonces, su madre empezó a inyectarle la fórmula. Su padre no le hizo ninguna pregunta sobre su identidad de género ni en torno a los cambios visibles. Eso le pesa, las redes de apoyo —remarca—  son necesarias. Le hubiera gustado tener una mejor comunicación con su familia, cree que muchos padres, madres y hasta parejas no los apoyan por falta de información.

En la Universidad de las Américas, en donde Nico estudió Psicología, algunos de sus compañeras y compañeros notaron los cambios físicos. Por ejemplo el ensanchamiento de su cara. Lejos de incomodarla, las preguntas, le hicieron sentir más cerca de su identidad. No buscaba una transformación total.

En Internet, anota Nico, se puede encontrar variada información sobre qué tratamiento se pueden aplicar las personas transgénero y qué operaciones hacerse, pero no hay algo personalizado, que analice cada situación y condición en particular, o que los haga sentir seguros.

“Necesitamos más ayuda, nos hace falta un plan de transición, para saber a dónde queremos avanzar; además de la hormonización, que incide en cómo nos veremos, es básico entender quiénes somos y conversar con otras personas que pasan por lo mismo”.

En ese punto, dio con el psicólogo Édgar Zúñiga, quien fue su profesor en la universidad. Así se acercó a la Red de Psicología por la Diversidad y pudo recibir asesoría. Más allá de los cambios físicos, experimentaba efectos emocionales y hasta mentales.

A partir de su experiencia, le propuso a Édgar abrir un espacio seguro y exclusivo para personas trans, a manera de proyecto piloto. En los primeros meses, Nico estuvo a cargo de todo. Hoy, ese trabajo de voluntariado está repartido entre siete personas.

¿Cómo funciona la Unidad?

Las personas interesadas se pueden contactar con la Unidad  a través de mensajes de WhatsApp (al 098 458 0875) o a la página de Facebook de la Unidad de Salud Trans Tayra Evelyn Ormeño (se nombró así en honor a una víctima de transfeminicidio, ocurrido en febrero de 2011 en Quito).

Nico Gavilánez, quien se graduó de psicólogo y estudia una maestría en psicología forense, les responde, recoge sus datos personales, el nombre, el número telefónico y lo que necesitan. Hace la tarea de un trabajador social, consulta sobre el apoyo familiar, situación económica y si tienen empleo. El servicio de la Unidad es gratuito, pero en caso de apostar por un tratamiento médico  les indica que  harán falta recursos para exámenes de laboratorio y para comprar las hormonas periódicamente.

Luego de unos días, les llaman para una entrevista. Y se procede a la derivación con especialistas en psicología y medicina, quienes dan atención de manera online.

La pandemia hizo que en Ecuador se interactúe más a través de plataformas de este tipo; no solo hubo telestudio sino que aumentó el número de personas teletrabajando, la modalidad se implementó entre 2016 y 2017 para lo privado y público, respectivamente. Antes del confinamiento, en 2020, solo 16 000 personas laboraban así; la cifra subió a medio millón en el 2021.

Los y las voluntarias, previamente capacitadas en el acompañamiento a las personas trans, hacen sesiones, también online, una vez por semana. Se basan en la terapia afirmativa de género. Zúñiga resalta que no le dan protagonismo a la ‘etiqueta identitaria’ sino que trabajan en la autopercepción y autoestima. Recuerda que a lo largo de la vida, todas las personas estamos en la búsqueda de nuestra identidad.

Lamentablemente, dice Zúñiga, en una sociedad heteronormada hay ‘refuerzos’ a la identidad masculina y femenina, por ejemplo al alentar supuestas características, juegos y hasta colores supuestamente propios de uno u otro género, sin más opciones. Eso afecta a las personas de la diversidad, que viven el llamado ‘estrés de minorías’.

En la terapia, apunta el especialista, les hacen ver que son personas particularmente hermosas, con muchas capacidades. Buscamos reducir la ansiedad y en el proceso van reconociendo su identidad y orientación sexual. No es que de un día al otro alguien se vuelve trans, es que finalmente se habilitaron las condiciones para que se encuentren; superan lo vivido, en un país en donde se castigaba la diversidad. Hasta el 25 de noviembre de 1997, el Código Penal criminalizaba la homosexualidad con penas de cuatro a ocho años de prisión. Mujeres trans, como las Coccinelle han demandado al estado por atentar contra sus derechos humanos en esa época.

Luego del acompañamiento psicológico, con voluntarixs, se pactan las consultas en las que Zúñiga les asesora en la parte médica.  

En la agenda de la Unidad hay contactos de especialistas en ginecología e incluso en cirugía (para mastectomías e implantes; en el país no se hacen al menos de forma legal intervenciones de reasignación de género), con experiencia para tratar a población LGBTIQ+. Pero esas consultas tienen un costo, que no depende de la Unidad.

Lxs voluntarixs quieren sentar un precedente. Les ha tocado encargarse de una competencia del Estado, que debiera ofrecer servicios y especialistas, que acompañen a la niñez trans, así como a los adolescentes y adultos.

Personas muy jóvenes, desde los 13 años en adelante, pero también de más de 50 y adultas mayores, les han contactado. La distancia que establece la virtualidad ha permitido que sean más las personas que  se animan a buscar asesoría.

Las y los jóvenes que emprenden la transición necesitan atención en salud psicológica y física. Se trata del proceso por el que una persona transita o deja de lado su sexo biológico e inicia una vida con su identidad de género, explica Zúñiga.

La Red registra 150 sesiones semanales, empezaron en agosto del 2016 y hasta el 2019, que llevaban la cuenta, sumaron 2.000 atenciones. El equipo cuenta con 20 personas: tres coordinan, 10 supervisan y siete son voluntarias.

Tanto a Nico como a Annette les parece que la mayor confusión que tienen los y las chicas se relaciona con los conceptos en torno a la identidad de género (por ejemplo una persona transfemenina o una persona transmasculina), orientación sexual (por quién sientes atracción; si eres mujer trans, te puede gustar otra mujer o un hombre o ambas personas y no te quita tu identidad) y expresión de género (cómo te quieres ver, cabello corto, ropa, etc.).

Eso se aclara con el acompañamiento psicológico, pero entre pares surgen más dudas, que se van respondiendo con experiencias y material que preparan.

Nico Gavilánez es una persona trans no binaria. Incluso su voz, no solo su apariencia, va con su identidad, asegura. Enero, 2022.  Foto: Samantha Garrido. Retoque: Karen Toro 

¿Si eres una mujer trans, te pueden gustar las mujeres o deben interesarte solo hombres? Eso le preguntan a Annette. También, ¿cuándo decirle a otras personas que eres trans?, ¿en la primera cita?, le insisten.

Ante ese tipo de inquietudes, Annette siempre abre el debate, para escuchar experiencias. Ella les dice que no hay una regla, que depende de la intuición y de la intención al salir con una persona. Les recuerda que no es necesario llevar una especie de cartel, que anuncie su identidad de género, especialmente si no están en un ambiente seguro, para evitar discriminación y violencia.

En YouTube hay una serie con seis episodios, llamada Her Story Show, que les recomienda ver, incluso en su grupo de pares les proyecta un capítulo según el tema a discutir.

¿Cuándo debo contar a nuevos amigos que soy una mujer trans? ¿Qué pasaría si se enteran por terceras personas? Esas preguntas se responden en la serie con historias como la de la abogada Paige, que pasa desapercibida, hasta que una periodista publica, sin su permiso, información sobre su identidad de género, que pone en riesgo casos que defiende y la deja mal parada ante una posible pareja.

A Nico le consultan, “soy un hombre trans, pero me veo femenina todavía, ¿puedo ir a un baño de hombres?”, también les preguntan sobre las prótesis penianas que se pueden usar, los binders o ropa interior que comprime el pecho, hasta poder acceder a una mastectomía o extirpación de mamas.

Además, los chicos trans quieren saber ¿cómo vivir la sexualidad, si no tienen un pene?, ¿qué tipos de masculinidad hay?, ¿qué pasa si se hormonizan y en el futuro desean ser padres?, ¿se vuelven infértiles tras la hormonización?, ¿qué opciones hay, por ejemplo guardar los óvulos y acudir a la maternidad subrogada, ya que quieren hijas e hijos propios, pero no gestarlos?, ¿pueden explorar y pasar de ser personas trans heterosexuales a bisexuales o no binarias?

Algunas personas solo quieren tener información, dicen que les pedirán ayuda cuando cumplan la mayoría de edad. Otras tienen sesiones de terapia y luego incluso son acompañadas por sus madres o padres, pero en algunos casos sus representantes no aceptan la transición y los chicos no responden más llamadas telefónicas.

La familia de una chica trans pidió ayuda para sensibilizar al colegio en donde ella estudiaba, ya que les dijeron que a clases debía presentarse con vestimentas asociadas a la masculinidad. El ambiente era hostil para ella. La Red brinda capacitaciones a los planteles para evitar el bullying homo y transfóbico.

Para muchas chicas trans los grupos de pares son los únicos espacios en donde pueden conversar. Testimonios de la Unidad de Salud muestran que algunas personas trans son rechazados en centros educativos y lugares de trabajo, también en sus hogares.

Varias de las jóvenes de su grupo envían fotografías de cómo lucen con una nueva prenda o un maquillaje que están probando. Quieren apoyo. Le llaman su ‘mamá trans’.

Para Annette es importante tomar en cuenta conceptos como interseccionalidad, porque no se puede hablar de discriminación por la identidad, sin tomar en cuenta además el peso del factor socioeconómico, la educación, etc.

Un testimonio

José cumplirá 20 años en 2022. En diciembre del 2021, según registró en una agenda, pasaron 13 meses desde la primera vez que se inyectó testosterona para masculinizarse, con la guía de la Unidad Trans Evelyn Tayra Ormeño.

En Facebook dio con la Unidad Trans, el 20 de agosto del 2020. Y ese mismo día les escribió un mensaje: “¿Me pueden ayudar?” y para probarlo muestra una captura de pantalla, que guarda por lo que ese contacto ha significado en su vida.

Según se lee, enseguida le respondieron: “Hola. Somos la Unidad…, contamos con asesoría en gestión social, médica y psicológica para personas trans. Nos pondremos en contacto en unos minutos”.

José les indicó que deseaba saber cómo iniciar su tratamiento con testosterona.

A través del Messenger también le explicaron que brindan atención en salud integral a la población trans de forma gratuita. Y que necesitaban llenar una ficha, para conocerlo y entender lo que requería.  Le aclararon que ofrecen el acompañamiento y asesoría pero no costean hormonas ni procesos quirúrgicos.

“Sentía desesperación por encontrar ayuda, así que esas respuestas (refiriéndose a las respuestas de la Unidad trans sobre la orientación, expresión e identidad de género) me provocaron emoción. Le mostré a mi mami vídeos de otros chicos, en el Face de la Unidad y le dije que la transexualidad no era una enfermedad, que no soy un bicho raro, que había muchos más como yo. Me contestó: ah bueno”.

A la semana le dieron la cita con una psicóloga; las citas virtuales fueron los sábados, luego de tres meses tuvo consulta con Édgar Zúñiga, quien le envió a hacer exámenes de laboratorio (de recuento sanguíneo, glucosa, electrolitos, hormonas, para saber que está saludable), por la que pagó alrededor de USD 80. Luego le dieron una receta, para comprar la hormona. La inyección costaba USD 45 y debía aplicársela cada tres meses. Las compraba con ahorros.

Le advirtieron sobre los riesgos de interrumpir el tratamiento, se podía revertir lo avanzado. Y claro, le adelantaron los cambios que vería, indicándole que unos chicos los registran antes que otros. Empezó el 27 de noviembre del 2020. Y está agradecido porque siempre están pendientes de él, le llaman, le escriben, le preguntan cómo se siente. Llevan un historial de cada persona que pasa por la Unidad y recibe acompañamiento.

“Yo estaba en el colegio e incluso nos guiaron sobre cómo hablar con los profesores y autoridades sobre su transición”.

Antes de cumplir 18 años trabajó en un cibercafé y ahí conoció a un joven que observaba vídeos sobre hombres trans, no le consultó nada directamente, solo buscó ese mismo material y entendió que era lo que le pasaba. Indagó en Instagram información sobre personas trans en Ecuador y así supo de las hormonas. “No quería morirme pensando en qué habría pasado si lo intentaba”.

Así ubiqué a un chico que vendía testosterona, que compraba en Colombia, supuestamente. Le transferí USD 45 y se demoró unos meses en enviarme la hormona.

En medio de ésta búsqueda halló en el Face a la Unidad de Salud Trans y cuando le mostró el producto al doctor Zúñiga le explicó que eso servía para aumentar la masa muscular y engrosar la voz, pero que era demasiado fuerte para él, pues estaba empezando la transición.

Le dijo que no se podía comprar medicinas sin una receta y sin exámenes previos, sin acompañamiento psicológico y médico una vez por semana. Zúñiga revisa cómo le va a cada paciente que empieza la hormonización, les pide no hacer actividad física exagerada; les va asesorando de modo individual, incluso hablan con sus familiares.

La hormonización, según le han dicho, debe hacerse de por vida. A los seis meses de la primera aplicación se quedó sin dinero y les preguntó si había una fórmula más barata y le dieron una opción que cuesta USD 5, todo con receta.

Rápidamente ha notado cambios, la grasa de las glándulas mamarias va reduciéndose; su voz es más grave, su cara se hizo ancha, también los brazos y espalda y tiene vellos en las piernas.

“Me parece que en esta Unidad y en el doctor Zúñiga encontré ángeles caídos del cielo. La prima de una amiga me confesó que vive lo mismo que me pasaba y le recomendé contactarlos”.

José empezó el curso de nivelación de una carrera universitaria. Como las clases son a distancia no les ha contado que es un hombre trans, ya que en su cédula de identidad ya constan sus nuevos nombres.

En las charlas con Nico y el grupo, que espera se retomen en el 2022, han hablado sobre cómo vivir su masculinidad. “Yo no soy machista y no quiero ser violento, incluso tengo un buen ejemplo de mi papá”.

También han podido conversar, cuenta, sobre cómo actuar cuando las chicas que les presentan no conocen sobre los hombres trans; además de temas en torno a la sexualidad. A él aún no le interesa eso, le preocupa saber qué decirle a su mamá que últimamente llora diciendo que no tendrá nietos.

“Sí quisiera tener hijos, pero no llevarlos en mi vientre. Eso sería raro para mí. Estoy contento porque tengo una novia, quien es bisexual. Su madre acepta nuestra relación e incluso pasó las fiestas de diciembre con mi familia”.

En la próxima cita con Zúñiga le preguntará si la testosterona pudo provocarle el desarrollo de acné en mejillas. Se toca el rostro y dice que le preocupa que aparecieran como manchas, que hacen que su piel ahora luzca morada.

Condición de la salud sexual

Las organizaciones que defienden los derechos de la población Lgbtiq+ han aplaudido lo que consideran un paso en su lucha por la despatologización de las identidades trans. En la undécima Revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la incongruencia de género dejó de ser un trastorno mental, conductual o del neurodesarrollo. Y fue catalogada como una condición relacionada con la salud sexual. El cambio entrará en vigencia en este 2022, aunque se anunció en 2018.

En la Guía de referencia de la clasificación, el tema es tratado en la página 223, en el capítulo 17; está en el apartado denominado Condiciones relacionadas con la salud sexual y es enunciado como Discordancia de género.

En la guía se explica que el capítulo ha sido formulado para agrupar enfermedades relacionadas con el sexo. Esto, se precisa, “también permite la categorización de las condiciones relacionadas con la identidad de género sin estigmatización; se la mantiene en la CIE como condiciones que afectan la salud, para que la población pueda recibir atención”.

Eso dice el documento, aunque en la práctica, en países como Ecuador, no se ha garantizado el derecho a la salud de personas trans. Por ejemplo, en la Encuesta virtual sobre el acceso a atención de salud sexual y reproductiva durante la pandemia por covid-19 en Ecuador’, realizada en 2020, en medio del confinamiento, por Surkuna y otras ONG, se concluyó que cerca del 50% de mujeres, personas trans y no Identificadas con un género encuestadas informó haber tenido dificultades para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva.

En Ecuador, tanto el Ministerio de Salud Pública (MSP), como el Seguro Social (IESS) admiten que no ofrecen atención médica o psicológica en centros exclusivos, para la población trans. Respetan, afirman, la Ley Orgánica de Salud, que tiene enfoque de derechos humanos, género, movilidad humana, intergeneracional, etc.

El IESS respondió que están desarrollando un proyecto de Inserción de variables de identidad de género y orientación sexual dentro del sistema médico MIS-AS400, para el correcto registro de información en los diferentes niveles de atención y complejidad.

En el 2020, al IESS, una familia afiliada le solicitó la administración de tratamiento hormonal para detener el proceso de cambio físico en la etapa de la pubertad. Pero, afirma, con una normativa legal vigente, que debería emitir el Ministerio de Salud. En cuanto a la atención psicológica, la tratan con la Clasificación Internacional de Enfermedades CIE10 Z70, conducta relacionada con aptitud, conducta u orientación sexual; además, en relación al CIE10 F66 sobre trastornos psicológicos y del comportamiento asociados al desarrollo y con la orientación sexual.

El MSP menciona que en el marco del Modelo de Atención Integral de Salud (MAIS) ofrecen atención a adolescentes, sin discriminación, por etnia, orientación sexual o género y nacionalidad.

Según el MSP, la Plataforma de registro de atenciones permite desagregar las ofrecidas según la orientación sexual e identidad de género. Así, de 28,9 millones de atenciones brindadas en el 2018, solo más de 140 000 fueron a personas trans, según el reporte enviado por el MSP, luego de un pedido de La Periódica.

En el 2019 ocurrió algo parecido, de un total de 25 millones de atenciones, ni el 1% se concentra en la población trans. Se repiten las cifras en el 2020, cuando debido a la pandemia por la covid-19, se redujeron las visitas médicas en general. Hasta mayo del 2021 se registró la cuarta parte de atenciones globales de los dos años previos.

Más allá de estas cifras, La Periódica solicitó detalles sobre el tipo de atención que han brindado a la población trans. Y la respuesta fue que “todas las atenciones para esta población objetivo requieren de atención especializada debido a los determinantes de salud a los que se ven expuestos. No se cuenta al momento con el detalle por especialidad”.

Además se señala que disponen de una ruta amigables de servicio, que es el Manual de Atención en salud a personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersex (LGBTIQ), desde el 2016. Aunque organizaciones de personas LGBTIQ+ han expresado que su derecho a la salud no está garantizado.

Sobre tratamientos como bloqueadores hormonales, el MSP ha recibido el requerimiento de un caso emblemático, de una niña trans, cuya familia solicitó se le facilite el acceso a bloqueadores de la pubertad, “que evitan que la pubertad ocurra. Funcionan bloqueando las hormonas —testosterona y estrógeno— que causan los cambios en el cuerpo, relacionados con la pubertad”, especifica Salud.

Pero, el MSP dice que debido a que los bloqueadores no constan en el cuadro básico de medicamentos, “trabajan en medidas alternativas para garantizar el acceso integral a la salud de personas trans, mediante la definición de estrategias para fortalecer la capacidad del personal de salud en la formulación de políticas, marcos normativos y la atención adecuada, de calidad y oportuna por parte del personal médico”.

Nua Fuentes, socióloga y activista del Proyecto Transgénero, considera urgente contar con lo que llama ‘atención género sensible’, para que sin importar su identidad puedan llegar a las consultas y no sentir incomodidad ni discriminación; para que no les consulten sobre enfermedades de transmisión sexual solo por el hecho de ser trans, si no tiene que ver con sus dolencias. Además les hace falta, reitera, ‘atención de género específica’, con especialistas en endocrinología, por ejemplo, sensibilizados hacia las necesidades de esta población.

“Hay gente que cree que nuestras necesidades de salud son estéticas y que no se deberían atender. Por eso, si no recibimos atención específica buscamos alternativas, acudimos a la silicona o a recetas sin control médico, para hormonizarnos, y eso genera problemas más tarde”.

 Nua cuenta que fue a un centro de salud, para que le trataran un absceso en la parte baja de la espalda. Y en la cita tuvo que bajarse un poco la ropa interior, por lo que se dieron cuenta de que era una mujer trans y empezaron a preguntarle sobre temas que no estaban relacionados con lo que le pasaba. Querían saber si tenía VIH o tenía sexo con hombres. Ella es lesbiana.

Una experiencia del pasado

Profesionales como Édgar Zúñiga, médico y terapeuta, consideran que el MSP debería retomar proyectos pilotos de hace una década, que favorecieron a la población trans. Opina que se deberían incluir más servicios, para la atención desde la niñez y a lo largo de la vida.

Laura Dávalos, especialista en estrategias de control y prevención del VIH-Sida de la Zona 9, que corresponde al Distrito Metropolitano de Quito, dirigió entre 2011 y 2012, un centro de salud, ubicado en la calle Buenos Aires, en esa urbe. El espacio se concentraba en personas trans.

¿Cómo surgió la iniciativa?

Un estudio de incidencia y prevalencia de VIH en la población LGBTIQ+ mostró que el 34% de personas trans viven con VIH y también el 11% de hombres que tienen sexo con hombres. El dato nos preocupó y se vio necesario crear un servicio para brindar atención diferenciada, sin estigmas.

¿Qué tipo de servicios ofrecían?

Atención integral, médica y psicológica, incluso se les refería, según la especialidad, a otros centros de segundo y tercer nivel. Y podían realizarse pruebas de VIH, tamizajes de sífilis. Al ser un servicio exclusivo para esta población incluso se contó con un promotor de salud, Guido Cisneros, que atrajo a los pacientes. También nos apoyó Édgar Zúñiga.

¿Era un servicio solo financiado por el Estado?

No, tuvimos subvención de organizaciones como Kimirina.

¿Por qué se cerró ese centro exclusivo para personas trans?

Ya no hubo subvención. Además desde el MSP se decidió descentralizar las atenciones, para que los ciudadanos acudan a los distritos cercanos. El centro de la Buenos Aires se trasladó a un distrito en Las Casas, que servía a trabajadoras sexuales, sin discriminación y de forma confidencial. Entonces disminuyó la afluencia de pacientes trans y de hombres que tienen sexo con hombres.  

¿No hace falta un centro especializado?

Las personas trans deberían poder llegar a todos los centros y no ser discriminadas. Pero sí nos falta sensibilizar a los profesionales y al resto de la población para no estigmatizar. Por ejemplo, para no decirle Juan, a quien [se reconoce] como María. Hay que consultarles cómo prefieren que se les llame.

En otros países, como Argentina, hay centros de referencia [exclusivos] para esta población.

Sería bueno contar con un lugar como de referencia, donde se les pueda captar, y si necesitan algo más derivarles a otros espacios. Pero se podría tener el primer punto de contacto, de enganche, con un promotor.  

El especialista

Édgar Zúñiga es médico, terapeuta familiar sistémico, que hace un doctorado en Buenos Aires, Argentina. Dirige la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad LGBTI. En el 2008, ocho años antes de crear esta organización, trabajaba con personas viviendo con VIH.

Entonces, no lograba entender por qué una persona trans, en tratamiento para combatir el VIH, que conoció, estaba más preocupada por su transición, por feminizarse. Le dolió conocer que un infectólogo maltrató a esa mujer trans, diciéndole con palabras fuertes que una hormonización estaba contraindicada en su caso. A veces se patologiza una condición por desconocimiento, reflexiona. Se preparó y años después acompañó a la mujer trans en ese proceso.

Edgar es ahora un referente en Ecuador, como especialista en terapia afirmativa de género. Hay un consenso que ha evolucionado, explica: “la identidad de género no se diagnostica, se reconoce. Así que la función del terapeuta y del médico es orientar y acompañar a la familia para que la persona pueda reconocer esa condición, que está claramente marcada”.

No hay tomografía o prueba psicológica que ayude en ese reconocimiento. En la terapia, comenta, solo se habilitan condiciones, para que alguien pueda comunicar quién es. En el 2018, la OMS despatologizó esta condición y requiere acompañamiento médico y psicológico, basado en el respeto a los derechos humanos.

La gente se confunde, dice, cuando afirma que madres y padres de niñxs los apoyan en su transición porque quieren cambiarse de género, como si se tratara de un capricho. “No, ellos siempre han sido niños o niñas, respectivamente”. Igual, anota, ocurre con mujeres trans u hombres trans, que han vivido en el ‘armario’ por la opresión del sistema, porque en el país estaba penalizada la homosexualidad hasta 1997.

La Red de Psicología por la Diversidad Lgbtiq+ trata a personas trans, pero también vienen parejas LGBTIQ+, que están construyendo una vida juntas, que atraviesan conflictos de pareja; que no saben cómo decirle a sus hijas e hijos sobre su identidad de género u orientación sexual. Por eso además brinda apoyo a las familias.

En 2011, Edgar Zúñiga fue uno de los investigadores a cargo de un estudio, apoyado por Kimirina, OPS y el MSP, sobre población trans y VIH. También trabajó en Fundación Equidad y le alegra saber de las primeras personas trans que atendió, con procesos de hormonización, que guió por ser médico de base y gracias a capacitación posterior. Algunas ya se han hecho cirugías de confirmación de género, ya viven 100% su identidad, incluso algunos hombres trans ahora son padres.

 La Red impulsó la creación de la Unidad de Salud Trans, relata, porque fue idea de una persona transmasculina (Nico Gavilánez) y tiene también la participación de una mujer trans en el acompañamiento (Annette Rhor). Uno de los sueños para la red es contar con la participación de médicos y médicas trans.

En Europa, hay unidades de referencia especializadas para esta población en España e Inglaterra. En la región hay en México, Chile y Uruguay. En Argentina, le ha contado el cirujano César Fidalgo, empezaron en un cuartito y ahora las operaciones de confirmación de género son para todos, en el Hospital de la Plata.

En la Red, todos somos voluntarios, los recursos son limitados, comenta. “Es obligación del Estado atender a las personas trans, pero queremos a mediano plazo mostrarles la evidencia. Ahora nos hace falta nutricionista, terapista de voz, trabajador social, pero avanzamos”.

Annette Rhor sigue en las terapias; se ha sometido a sesiones de depilación láser para eliminar su barba; tiene una endocrinóloga y una terapista de voz, que la atiende desde España. Las mujeres trans no logran que las hormonas feminizantes les ayuden a suavizar su voz, por lo que deben hacer ejercicios que les permitan encontrar su tono.

A tratamientos de ese tipo no accede la gran mayoría de la población trans, son costosos y ella lo admite. En la Investigación sobre el impacto de la Covid-19 en el cumplimiento de Derechos de las Personas Lgbti en Ecuador, realizado por Fundación Mujer y Mujer, se observa que 66% de personas encuestadas tiene ingresos mensuales menores a un salario mínimo establecido en el país para el 2021 (400 USD), el 18% de uno a dos salarios mínimos y el 17% se encuentra por encima de los dos salarios mínimos.

Cada día, Annette se siente mejor con la imagen que proyecta. Continuará con su transición hasta el estado en que se sienta completamente cómoda con su cuerpo.

Solo se ha sometido a una cirugía para tener una cintura más pequeña, siempre hizo deporte así que al verla luce muy atlética. En la segunda cita lleva un pantalón blanco que deja ver una silueta armónica.

En el 2021, cuando su transición se hizo visible, empezó a sentir lo que implica ser mujer en Ecuador: al correr en las mañanas siente miedo frente al acoso de hombres, que la ven en lycra y zapatos deportivos y le dicen ‘piropos’ que prefiere olvidar.

Nico Gavilánez espera que en este 2022, la Unidad Trans Tayra Evelyn Ormeño cuente con el respaldo de más médicos y médicas voluntarias. Él está estudiando a distancia su posgrado y se ha organizado para darle su tiempo a su comunidad, sin dejar de apoyar a su madre, que le pide hacer entregas de trabajos de impresión, desde Carapungo hasta el norte de Quito.

Nico es psicólogo, graduado de la UDLA. Estudia una maestría y  ayuda a su madre distribuyendo encargos. Se organiza para darle tiempo a la Unidad de Salud Trans. Enero, 2022.  Foto: Samantha Garrido. Retoque: Karen Toro

 

A Nico le inquieta que en escuelas y colegios no se hable de todas las identidades y que muchas personas trans solo tengan a Internet, como guía. Los entrevistados repiten que es urgente contar con un enfoque de educación sexual integral que reconozca de modo transversal las identidades LGBTIQ+.

“El ambiente es hostil para las identidades trans en escuelas y en servicios de salud, la Unidad trans es un espacio seguro”, sostiene Nico.

Compartir

Autoras

Mariela Rosero Changuán

Mariela Rosero Changuán. Periodista desde hace 23 años. Me concentro en los temas sociales, con enfoque de derechos. Necesito escribir, más que comer; y abrazar a mi hijo, mucho más que respirar. Mi escuela fue EL COMERCIO.