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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Daría

Sola y loca: conversación imaginaria sobre «Pasivas. Bitácora sexual»

¿Quién carajos eres?

Yo no soy una escritora trans, ni una novedad joven, ni menos la revelación-del-año. Sencillamente, soy una impostora, porque eso aprendí de las travestís viejas y de una que otra trans inasimilable. Como diría la escritora Laura Glover, en su proyecto Trans y Fugas, quien ha sido directamente perseguida por el estado mexicano, la progresía y el actrizvismo por el hecho de ser una malcriada, una hocicona que no se queda callada, que se levantó en armas.

Sé que es un tiempo donde a la gente, sobre todo a las trans de instagram, les encanta ser la primera lo-que-sea, la primera diputada, la primera doctoranda, la primera polízía, la primera, primera, primera… Pero, yo lo único que he sido —muy a mi pesar y con harta vergüenza— es una simplona universitaria tonta, como me zahirió una amiga antes de despedirse.

Pero, si me preguntan a qué me dedico, qué hago para comer ahí la cosa es diferente. Actualmente escribo para La Periódica. Allí, pese a lo que dicen las malas lenguas, no me dedico a contar sobre “la cédula trans” como a tantos periodistas y actrizvistas les encanta. De hecho, fue gracias a la escritura de unas misivas a la directora del medio que la editorial KIKUYO tomó contacto conmigo y henos aquí hablando de la bitácora sexual.

¿Cómo fue el acercamiento y la propuesta para escribir PASIVAS?

Ya que no soy nadie importante, pues a mi misma me toca sabotearme… Cuando nos reunimos con Daniel Galeas, editor de Kikuyo, me preguntó si yo tenía algo ya escrito o en proceso. Y pues le mentí. Le dije que sí, pero sucede que lo único que tenía era un cuaderno lleno de notas que acumulé durante los primeros meses de la pandemia por COVID —pandemia que, por cierto aún no ha terminado y que tarde o temprano se nutrirá de otros virus como la viruela del monito—.

¿Qué almacenaban esas notas? Pues descripciones —algunas cortas y otras bastante más largas— de mis encuentros sexuales. Algo que usaba para recordar detalles de mis amantes y al leer, me facilitaba mucho recrear esos momentos. Varias veces usé esas anotaciones para masturbarme y con el paso del tiempo empecé a reescribir esas memorias, a mutilarlas, a mejorarlas, a exagerarlas. No sabía que allí estaba metiéndole mano al artesanado de la escritura, que estaba empezando a ficcionar, que los ajustes a esos relatos perseguían el gozo, el placer.

Así que cuando entendí que ese cuadernito (donde escribía mis pesadillas o los detalles del cuerpo de un amante que me había gustado mucho) era en realidad un bitácora, le di legitimidad a la mentira que le conté a Daniel: “si, tengo un proyecto iniciado”.

Desde hace mucho tiempo, soy una consumidora problemática de relatos eróticos amateur; del porno guei dominante; de los audios calientes y no hay cosa que más disfrute y me ponga dura, que ver un contenido donde hay mucho detalle, mucha narración, mucho giro dramático, mucha artesanía textual, un tono de voz entrenado, una intención erótica explícita.

Así que Daniel se interesó, me pidió una probadita de ese material y lo que le envié casi nada tenía que ver con lo ofrecido. Casi no era sexual, casi no era placentero. Tenía un ritmo y tono más bien panfletario. Un poquito seco, bastante fragmentado donde intentaba hacerme la muy inteligente, la muy de vanguardia. Como diría la traviesa de Lilith Herrera en Chile, yo quería fingir qué “mi cuerpo es un manifiesto”, ja, ja, ja.

Pese a ello, creo que Daniel Galeas vio algo más en esas tres o cuatro páginas que le envié.

¿Qué estaba pasando mientras escribías el libro?

Sucedía lo que sucede cuando te relacionas con hombres: te joden. Y a mí, un par de hombres me estaban jodiendo. Por ejemplo, uno de los personajes del libro, a quien llamé Felipe, o mejor dicho, él se llama así, como el rey que enloqueció a Juana de Castilla. Mientras revisábamos los avances del libro con Daniel y yo me quejaba de no encontrar el tono y el registro adecuado para los textos, Felipe, genio y figura, comenzó a protagonizar mis angustias y a robarme un montón de tiempo.

Ausencias largas, presencias inesperadas, gestos de afecto ambiguo y mucho sexo, fueron las maneras en que me robaba la vida mientras yo quería escribir. Así que para desatorarme de su dominio lo convertí en un personaje, uno más de los tantos hombres que protagonizan este libro. Hombres que empiezan con la figura de mi padre y que se van distanciando enormemente hasta llegar al grupito de activistas gueis, muy ridículos sea dicho de paso, con los cuales he tenido la mala dicha y cabeza de relacionarme en los últimos años.

¿Qué pasó con Felipe?

Me chingó, dirían en México; me jodió, dirían en España; me enculé, diría un buen amigo guayaco. Es decir, este hombre, este personaje hizo lo que todos los hombres hacen cuando te descuidas: te joden. Por eso, no se puede confiar en los hombres. Nunca, repito, nunca se puede confiar en los hombres aunque uno tenga un modo de vida muy parecido al de ellos. Lo único que se merecen es ser estafados con el mamotreto del amor.

¿Para quién está escrito PASIVAS?

Para quien pueda comprarlo, porque vivimos en Ecuador, un país pisado el poncho por la dolarización y con una tasa de migración hacia Estados Unidos que rebasa cualquier expectativa. No utilizaré la mentira modesta de decirte que es un libro al alcance de todos, que es un libro para el pueblo, que está escrito para cada niño queer que nació con la alita rota. De hecho, creo que por ahí uso unos artificios para que el libro no sea leído por gente que desee ser la nueva estrellita de la comunidad elegebete.

Ojalá lo pudieran leer el niño de los cabellos de oro, mi nicolás, o el oso 33 con lugar que protagonizan algunos de los relatos. Me encantaría que lo lea Ricky, un famoso sextuitero local que se ha bien-cogido a la mitad de la población twink de Quito. Ojalá lo leyera mi profesora de primaria. Pero no será así. Y está bien, hay prioridades, por ejemplo, el mundo se está aniquilando con nuestra complicidad, de hecho estamos deseando que sea así y no lo vamos a detener con un libro mal escrito, ni con poesía cuir, ni con bacanales performáticas…

Hablas de la presencia de tu padre y lo vemos como el protagonista de uno de tus primeros relatos. ¿Por qué el padre?

Y ¿por qué no? Es decir, comprendo que estamos en un momento histórico donde el psicoanálisis podrá haber caído en desuso como teoría de la subjetividad pero el complejo de Edipo es más deseado que nunca. No hay cosa posible, no hay producción imaginable donde la relación con el trauma del padre no esté presente y tengamos la necesidad de “sanar esa relación”. Por el contrario, aquí lo que hice fue lo que pude… No quiero sanar la relación con mi padre ni con los padres que he ido buscando en los amantes con los que cojo. Quise ofender al mío, burlarme de él, erotizarlo. Fíjate la tontería que te voy a decir: quise imitar a Jean Genet con ese mecanismo tan singular que desarrolló para fragilizar al poder masculino. Él se cogió a los nazis, a los carceleros franceses en sus novelas y yo quise cogerme a mi padre en mi escrito. Al final y parece que si soy Electra, no acomplejada, sino coronada.

Y, ¿la madre?

Mamá merece un libro nuevo. Así que si saben de un nuevo fondo concursable no me avisen, solo denme el dinero que yo me encargo de contarles mi versión de esa historia. Que en realidad es la historia de un mocoso que se cree el padre de su madre.

A día de hoy podemos ver un boom de escritoras trans que desde la autobiografía visibilizan sus historias y las de toda una comunidad vulnerada, acosada. ¿Dónde te sitúas en esa estela de mujeres trans que incluye a Camila Sosa Villada, Purita Pelayo, Valeria Vegas, Elizabeth Duval, Alana S. Portero?

¡No me ubico!

¿Por qué?

Porque algunas de ellas fueron putas, cobraban por el sexo que los hombres siempre quieren gratis. Y yo no, yo he pagado por sexo. Me han pagado pero estoy más cerca de una modelo webcam que de una puta de calle. No soy más que una pendejita.

También, no me ubico porque algunas de ellas, si han vivido la persecución militar, las redadas policiales, la represión del estado nazional. Porque algunas de ellas se están muriendo, como es el caso de las viejas trans de Coccinelle que a partir de sus archivos fotográficos personales han podido dejar constancia de cómo le sobrevivieron a un país que las quiere muertas y enterradas bajo tierra.

Tampoco me ubico porque alguna de ellas, son europeas y vaya que si —ese chiste llamado— d10$ existe, cuánto le agradezco no haber nacido allá. No tener ese pasaporte, no cargar con esos ancestros que las hacen menos libres, reinterpretando lo que escribió el Comité Invisible.

Tampoco me ubico con ellas porque la mayoría son “trans de verdad”, algunas con su plata han moldeado deliciosamente su cuerpo para el deleite de los otros y para su propio placer, y yo soy una cobarde y prejuiciosa que ni inyectarse solución salina sabe pero que muy probablemente va a requerir aprender a hacerlo porque, como la mayoría, está enfermando.

Tampoco me ubico allí porque en este mundo de Laverne Cox, India More, Kim Petras, Andrej Pejic, Arca… ¿Qué mierda significa auto identificarse como trans, como persona trans? ¿Existir es resistir?

Tampoco me ubico allí porque algunas de ellas, si han trabajado largo rato con la palabra y saben cómo moldearla para engatusar la curiosidad de este capitalismo voraz y yo recién estoy aprendiendo.

Este soliloquio –que escribí para responder a las preguntas que nadie me hizo–, combina muy bien con el video del lanzamiento de mi libro y que ya está disponible en el canal de YouTube.

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Autoras

Daría

Escribe para no olvidar. Le obsesiona la sexualidad y los hombres.
  • daria@laperiodica.net