Skip to main content
Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Tamara Figueroa

Preguntas individuales, respuestas colectivas

– Usted, ¿de dónde es?- Era la pregunta que me hacían con mayor frecuencia a mediados de febrero cuando llegué a campo.

-De Bogotá, les respondía. Para ellxs era extraño volver a ver personas que no fueran del lugar, pues desde hace más de un año habían dejado de llegar periodistas, oenegerxs o representantes de otros estados a conocer lo que estaba pasando en el espacio donde vivían lxs exguerrillerxs. “Es que la fiebre de la paz pasó”, afirmaban otrxs.-

Me encontraba en el Putumayo, en la Amazonía colombiana. Para llegar a este lugar había recorrido un poco más de 11 horas desde Quito. El territorio tiene la marca del petróleo, del conflicto sociopolítico, del aislamiento, de la precarización y la explotación de la naturaleza.

Contagiados, muertos, estado de excepción, toque de queda, vuelos cancelados, vías cerradas, en los noticieros era cada vez más recurrente el tema del coronavirus. Sus titulares y desarrollo se concentraban en la expansión y muerte que este mal estaba generando en China y en Europa. Entre lxs que estábamos reunidxs se manifestaba la incredulidad; incredulidad producto de tantas décadas de mentiras y silencios de parte de los medios masivos de comunicación. Todo lo que decían parecía una realidad lejana.

En los últimos años vimos, leímos y escuchamos que a diario se seguían asesinando líderes, lideresas sociales y exguerrillerxs, mientras los medios decían poco o nada. En 2019, a septiembre, habían sido más de 100 líderes y lideresas sociales asesinadxs y se decía poco o nada. Para nosotrxs el coronavirus era una nueva cortina de humo.

– Heridos 3 indígenas por un explosivo que estalló en el Cauca-.

– Amenazas contra integrante de partido FARC-.

– 1500 personas confinadas en Antioquia por enfrentamientos entre grupos armados-.

Se leía en grupos de Whatsapp, en medios alternativos, en comunicaciones entre amigos y los medios masivos no decían nada o hablaban poco. Para finales de enero, lxs exguerrillerxs asesinadxs eran una cifra,185 hasta entonces.

Un paro se avecinaba, pero aparentemente no pasaba nada.

En Venezuela capturaron a Aida Merlano, dijeron los emporios de la comunicación. La excongresista contó cómo se mueve el dinero en la costa para que la familia Char se mantenga en el poder. Explicó la forma en que se mueven las licitaciones, las relaciones con Vargas Lleras (ex ministro de diferentes presidentes, ex vicepresidente de Santos y nieto de presidente) y cómo se movió toda la maquinaria para que Duque ganara las elecciones. Por supuesto que Uribe Vélez también salió en estos relatos. Los medios masivos de comunicación esta vez sí hablaron, para desprestigiar la versión de Merlano.

A inicios de marzo se conoció un audio en el que era evidente que las elecciones habían sido compradas. Allí aparecía la voz del ‘Ñeñe’ Hernández, un mafioso que había sido asesinado en Brasil en el primer semestre de 2019 disque por robarle un reloj. Cuando se conoció su muerte, Uribe Vélez y Lafaurie (ganadero de la costa Caribe) trinaron dando su pésame y diciendo que había muerto un gran hombre. ¿Coincidencia? En estos casos nada es coincidencia. Se conocieron fotos del ‘Ñeñe’ con Duque y otros políticos. Se demostraba, una vez más, que las elecciones habían sido compradas.

Coronavirus. Coronavirus. Coronavirus. Ese seguía siendo el titular de todos lados. En diferentes espacios se dejó de hablar de lxs muertxs, las amenazas, lxs desaparecidxs, el incumplimiento al acuerdo de paz, y el tema empezó a ser el coronavirus.

¿Usted dónde vive? Se convirtió en la pregunta recurrente de la gente que no me conocía. Una diferencia que en otros tiempos parecería sin importancia, adquiría el carácter del ¿por qué ella está acá si la gente está yendo a sus hogares? Para muchxs era importante regresar y les era extraño que yo no lo hiciera.

-¿Y la ñeñepolítica? ¿Y Aida Merlano? ¿Y los asesinatos? ¿Y las amenazas? ¿Y las voces de protesta por el incumplimiento de los acuerdos de paz? ¿Y? ¿Y? ¿Y?, eran mis preguntas diarias. No tenía internet, ya no veía el noticiero, las redes sociales eran una lluvia de memes del coronavirus.

De pronto me llegó la noticia de que esa noche se cerraban las fronteras interprovinciales en Ecuador y que las fronteras colombianas también estarían cerradas. Intenté llegar a Quito, donde en poco más de un año se han cultivado mis afectos, mis sentires, mi hogar. La situación fue cada vez más complicada. Los costos para llegar de la frontera hasta allá eran altísimos; la inseguridad de llegar a la ciudad era mayor. Lo intentamos, movimos muchas comunicaciones, mucha gente se solidarizó conmigo pero nada me aseguraba mi llegada. El temor también se apoderó de mí. ¿Quedar en medio de la nada? ¿Quedar en medio de desconocidxs? ¿Y si…? ¿Y si…?

Intenté llegar a donde mi padre y no habían buses, así que mi hermano me compró un vuelo a Bogotá. Hoy estoy en la ciudad, en un apartamento, sola, la nevera y alacena llena. Mis privilegios me protegen mientras veo videos de motines y asesinatos en las cárceles. Veo la gente gritando en las calles, pidiendo comida. Veo recuperación de alimentos de quienes no pueden comprarlos. Veo la rapiña de los gobernantes. Veo cómo entregan recursos a empresas privadas y niegan derechos a lxs mismxs que ellxs han empobrecido. Veo, veo, veo y comparto, comparto, comparto.

Hoy más que nunca necesitamos la solidaridad, aquella que alguna vez en Quito (re)descubrimos que también es resistencia. Necesitamos la solidaridad material, además del Twitter, del WhatsApp, del Facebook y de todas las redes sociales. Necesitamos la conciencia para generar un cambio. Necesitamos recordar lo que funciona(ba) mal y (re)construir los lazos.

¿Nos unimos para lograrlo?

Compartir

Autoras

Tamara Figueroa

Estudiante de la vida en constante contradicción.