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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Jeanneth Cervantes Pesantes

Por la gracia de Dios: Leonel

Hay tantos niños que van a nacer con el ala rota y
yo quiero que vuelen, compañero.
[Pedro Lemebel, Loco afán]

Tiene 34 años, cuenta su historia de manera pausada, lo cuenta todo: desde su infancia, su tristeza, los pocos o muchos momentos de alegría que recuerda. Al tiempo que narra su sobrevivencia, expresa el amor que siente por su hija y su pareja. Hace poco más de un año se mudó a Argentina. Confía en Dios, pues, de una u otra forma, le ha brindado un hogar fuera del encierro forzado, de la violencia y la tortura.

Y es que ser un hombre trans en un terruño que se empeña en rechazar y discriminar a las personas LGBTIQ+ no es nada sencillo. Mientras escribo esta historia, en la Basílica del Voto Nacional, en Quito, dos mujeres trans fueron expulsadas por tomarse fotografías en el santo templo; mientras escribo esta historia, continúan funcionando en Ecuador “clínicas” que ofertan “terapias de deshomosexualización” y que no son más que centros de tortura.

Para todas aquellas personas que amariconan el mundo, quienes se rebelaron ante el intento de ser doblegadas y doblegados en un sistema que se empeña por desaparecernos, su mayor acto de rebeldía es sobrevivir.

No he encontrado otra forma de contar la sobrevivencia sin contar también el horror, porque a veces ese dolor y esas memorias son parte de la reparación, de soltar la impunidad.

Aquí, una parte de la historia de Leonel.

*****

Él y su hermana fueron el hijo y la hija adoptiva de una familia con buenas posibilidades económicas de la ciudad de Quito. Vivió sus primeros años por el sector de la Universidad Católica; la casa que lo vio crecer aún sigue en pie en la calle Veintimilla. Un árbol grande la distingue en medio de la ruidosa y comercial avenida.

A él lo bautizaron como María de los Ángeles Vásconez.

De niño le gustaba jugar al fontanero. La cisterna de su casa era su escondite favorito, su espacio de juegos. Ahí jugaba a ser soldado, soñaba con que ese lugar era su hogar. Solía armar todo un sistema de tuberías con la intención de tener su propia casa y construir un espacio seguro, que sea propio, donde podría estar solo y vivir sus fantasías.

Le gustaba aprender de los maestros albañiles que por temporadas trabajaban en su casa: aprendía a hacer cemento, jugaba entre los materiales de construcción, ayudaba a los obreros en la obra de turno, cernía la arena y ponía mucha atención en cómo se colocaban las tuberías. Es así como empezó a experimentar.

Las paredes de su casa eran bajas, él alcanzaba a treparlas y, de vez en cuando, se escapaba para hacer travesuras.

Supo desde temprana edad, así lo cuenta él, que era “muy extraño”. No llegaba a los seis años y, jugando a la mamá y al papá con sus amigas, se dio cuenta de los roles de género: el hecho de definir como niña o niño tendría un peso enorme en su vida.

“Tú eres mujer”, afirmó una de las niñas, quien tenía su misma edad, mientras jugaban.

Él confundido refutó:

“¡Tú estás mal! Yo soy niño”.

Escuchó nuevamente de la voz de su amiga:

“No, tú eres niña”.

Leonel dijo: “No, mira”, le enseñé así (tocando su camiseta), porque estaba en bividí. “Mira, yo uso la camiseta como mi papá, entonces yo soy niño”.

La afirmación de su amiga de infancia lo puso en duda. Se observó y cuenta que “vi que mi cuerpo era de niña”, pero mientras esta encrucijada pasaba por su ser, sabía que no se sentía como una mujer.

A sus 13 años empezó a fajarse los pechos. No sabía bien cómo hacerlo ni qué usar, así que se valió de lo que tenía a la mano: un poco de cinta de embalaje y, por encima, una camiseta. Su objetivo era sentirse cómodo con su cuerpo. La trabajadora doméstica remunerada de su casa, al abrazarlo, se dio cuenta de que algo pasaba porque al contacto sonó el plástico. Ella, extrañada, le comentó la situación a la madre y hermana de Leonel. Cuando su familia lo supo, tuvo que encarar la realidad, no tenía muchas opciones.

A sus 6 años, Leonel era víctima de violencia sexual por parte de un trabajador de su casa. Él no lo contó porque sentía temor de hacerlo. Afirma que no le iban a creer. Más tarde, cuando su hermana se casó, su cuñado también abusó sexualmente de Leonel, cuando tenía 16 años. Esta vez lo contó, se lo dijo a su hermana quien ya vivía un contexto de violencia física por parte de su pareja, pero ella hizo caso omiso, y como suele ser frecuente en este tipo de situaciones donde la violencia se da en el núcleo familiar, ella apeló al perdón y al olvido.

Leonel no olvida y es que el olvido es una forma de impunidad. Cada una de nuestras charlas son más largas, con más detalles, mucho por contar para comprender la dimensión de la violencia en los cuerpos que se fugan del sometimiento.

Nos conocimos virtualmente en octubre. Él toma mate mientras iniciamos la charla. Ahora tiene 34 años y vive en Argentina junto a su hija, Romina (nombre protegido), y su pareja, Adriana.

Leonel es un hombre trans, ecuatoriano, radicado en Argentina con su hija desde enero de 2020. Noviembre de 2021. Fotografía: Anita Pouchard Serra

El encierro

Tres veces fue encerrado contra su voluntad en el Centro de Rehabilitación de Adicciones La Estancia Lecraf, ubicado en Patate, provincia de Tungurahua. La primera vez estuvo cerca de cuatro meses; la segunda, dos meses; y, la última, un año. De ello ha pasado una década, pero el proceso de encierro, la violencia y la inacción estatal son lo que más suena en su historia.

La primera vez que estuvo internado, su identidad era María de los Ángeles. Tenía 23 años y una hija que estaba por cumplir un año. Su hermana, cuenta Leonel, sentía vergüenza de él. En aquel entonces, Leonel era una chica lesbiana, con ropa “masculina”, casi siempre con pantalones cómodos y holgados. Su mamá y hermana lo obligaban a usar vestidos y ropa que iba más con lo “femenino”. Hasta sus 19 años tuvo el cabello largo. Su corte y su forma de vestir incomodaban a la familia. Cuenta que evitaban invitarlo a reuniones familiares o presentarlo.

Tenía distancia con su hermana adoptiva, pero, a pesar de ello, comenta sobre la impotencia que él sentía al saber que su cuñado la agredía de manera constante. Sentía la indignación de no poder ayudarla para que dejara el círculo de violencia que también estaba afectando a sus sobrinos. Una canción resuena cuando habla de esta situación: Hermanita, de Aventura. Cuenta que lloraba al escuchar la canción y saber que su hermana vivía una espiral de violencia.

Ambato, sábado 15 de mayo de 2010: tenía un presentimiento. La desconfianza en su cuerpo le anunciaba que algo extraño estaba por ocurrir, pero no suponía que fuese el riesgo de perder su libertad o de que su familia sería cómplice de que lo secuestraran y encerraran en contra de su voluntad. Ese sábado fue a visitar a su mamá que cumplía años. Días antes notó que, mientras se duchaba, su hermana había tomado sus documentos personales y, aunque le reclamó, no entendió en qué podía beneficiarle o para qué los usaría.

Su hermana llegó tarde al cumpleaños. Al irse, cuenta Leonel, ella le dijo una frase que hasta hoy resuena en su memoria: “No te desaparecerás”. Leonel pensó: “¿Cómo voy a desaparecer si vivimos en la misma ciudad?”.

Terminó el cumpleaños, Leonel salió y esperaba un taxi. Caminó hacia la esquina y alcanzó a ver que ahí estaba un hombre; otro cruzaba la calle. También identificó que estaba estacionado un auto negro marca Suzuki y que el chofer estaba dentro. De inmediato pensó que le iban a robar. Sin saber bien qué hacer ante la situación que le anunciaba un peligro, se dijo a sí mismo: “Ya nada, aquí me arriesgo”. Los dos hombres lo interceptaron y se lo llevaron. Mientras forcejeaban para llevárselo, le dijeron que eran de antinarcóticos, de la INTERPOL. Lo esposaron y subieron al vehículo.

Usaron el chaleco que llevaba puesto para cubrirle la cabeza. Las preguntas que le hicieron en el trayecto le hicieron pensar que era un secuestro para pedir recompensa por su rescate a la familia: ¿Qué hacías en esa casa? ¿A quién visitabas? El viaje fue largo, la tensión del momento no le permitió identificar el tiempo que estuvo en el vehículo ni la zona por donde lo llevaban. Finalmente, el auto se estacionó, se bajaron los hombres e hicieron que María de los Ángeles entrara a una sala; le quitaron los zapatos, lo requisaron, le quitaron el celular, el dinero que llevaba, las medias y el pastel que le habían dado como sobrante del cumpleaños de mamá.

Cuando lo destaparon, lo primero que leyó fue un letrero que decía “Por la gracia de Dios”. Antes de este encierro, ya había escuchado de las “clínicas”, alguien se lo había mencionado. Ahí se dio cuenta: “¡Pugta!, estoy en una de estas clínicas”.

Guardó silencio, le dieron una cobija y lo amenazaron con que le iría mal en ese lugar si hacía escándalo. Gateando, se acercó a otra de las camas, vio a una chica y le preguntó dónde estaban. Ella le confirmó lo que temía: “Estamos en un centro de rehabilitación en Patate”.

Al día siguiente, después de la primera noche de esconderse bajo la cama para llorar y esperar que abrieran la puerta para orinar, a las once de la mañana les dieron el desayuno y conoció a quien denominaban “terapista vivencial”, una persona en recuperación por alguna “adicción”. Lo primero que sintió fue el golpe de un tablazo: “Aquí entrando y pagando”, escuchó de la voz del supuesto terapista. “Me dijo ‘ponte en trípode’ y me golpeó con la tabla de la cama”, cuenta Leonel.

Esta no fue la única vez, los maltratos eran una constante. La violencia se manifestaba en diversos tratos, incluso en formas de abuso sexual. “Mientras hacíamos un círculo de terapia, él empezaba a manosearse. Iba con pantaloneta amplia, sin bóxer, sin nada de ropa interior, y hacía que las chicas lo tomen de los tobillos, con la cabeza debajo de las piernas de él para que supuestamente hagan ejercicios. Era sabido que esta persona forzaba a las internas para que mantuvieran relaciones sexuales con él para mejorar sus condiciones en el centro y que salieran pronto de aquel lugar”, explica Leonel.

Además. había tratos degradantes adicionales a lo que ya se vivía en el centro: “Eres una abominación”, en referencia a su orientación sexual, es lo que escuchaba cuando estaba en “terapia vivencial”.

Leonel en el galpón del taller de costura, que se ubica delante de su casa, en Buenos Aires, Argentina. Noviembre de 2021. Foto: Anita Pouchard Serra

La situación en el interior de la clínica facilitaba que quienes tenían el poder, como los terapistas y el director, entre otros, pudieran hacer de las suyas sin mayor repercusión. Leonel cuenta que incluso pasaban hambre y que, en ese contexto, las personas encerradas aceptaban chantajes sexuales para mejorar sus condiciones ahí adentro. Esto era algo recurrente: “Muchas veces no aguantábamos, el ejercicio era muy fuerte”. Y además, el centro “era un desbarajuste de relaciones entre internos, el director, los vivenciales. El doctor que nos atendía ahí era familia del dueño de la clínica. El director era el hijo del dueño de la clínica. El psicólogo veía cómo nos metían en el tanque de agua o cómo nos maltrataban y no decía nada”.

Pasó el tiempo y al cumplir dos meses en el centro, Leonel y otra chica internada contra su voluntad planificaron el escape. Esperaron a que el terapista vivencial estuviera leyéndoles la Torá a otras personas internas para trabar el candado que custodiaba la puerta y que así no los siguieran. Saltaron la malla y corrieron por el camino hasta que encontraron un camión que les dio un aventón hasta Pelileo. Vendieron el chaleco que llevaba Leonel para comprar boletos y acercarse a la ciudad de Ambato.

Leonel llegó finalmente a casa de su pareja de aquel entonces. Allí se refugió. Temía salir a la calle, sentía el acecho de manera constante, veía el rostro del director en todas partes. Su sensación fue acertada: aún lo buscaban para volver a encerrarlo. Es así como, un día, mientras hacía compras en un mercado de Ambato, “solo alcancé a ver las esposas y que se escondían detrás de una vitrina”, recuerda. Esta vez no estaba solo, y la hija de su pareja llamó a la Policía, cuya intervención evitó que lo secuestraran a pesar de que los hombres de la clínica afirmaban que tenían autorización de la familia.

Para este momento, y después de su primer encierro, Leonel había realizado una denuncia en el entonces llamado Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas (CONSEP), el mecanismo encargado de la regulación de este tipo de centros hasta 2015.[1] No obtuvo respuestas de este proceso y el centro continuó funcionando.

Este intento de encierro alertó a Leonel, pero debía continuar con su vida y tratar de ver nuevamente a su hija, quien estaba al cuidado de su mamá y papá. Seis meses de llamadas constantes y de insistir de manera permanente que le dejaran ver a su hija dieron como resultado la promesa de que le permitirían visitarla. Leonel desconfiaba de su familia, pero no tenía muchas más opciones para verla nuevamente, así que asistió a la cita que le plantearon en casa de su madre.

Romina, hija de Leonel.. Noviembre de 2021. Foto: Anita Pouchard Serra

Esta vez el hombre de la clínica estaba escondido en la habitación de su hermana y salió de ahí. Recuerda Leonel que ella le dijo: “Cójanle porque le tienen que encerrar otra vez. ¡Lesbiana, eres una vergüenza!”. El hombre lo esposó a Leonel y lo llevó forcejeando por  las gradas. Otro hombre lo tomó de los pies y otro del cuello. Así lo obligaron a salir de la casa, mientras Leonel gritaba a todo pulmón que lo secuestraban.

Momentos después, llegó la Policía, el abogado de su hermana, el pastor de la clínica y el papá del director de la clínica. “La Policía nunca habló conmigo. Yo les indicaba que estaba esposado y dejaron que me lleven porque el abogado de mi hermana dijo que yo estaba declarado en interdicción”.[2]

Leonel fue trasladado nuevamente al centro de tortura. Recuerda que le dijeron que ahora le iría peor por haberse escapado. Llamaron al “grupo tanque”, tres internos que trajeron tinas de agua donde cabía más de medio cuerpo de Leonel. Las llenaron de agua en el centro de una de las salas de “terapia”. Mientras seguía esposado de manos, sumergían su cabeza en el tanque. Leonel se ahogaba. Fueron un sinnúmero de veces las que lo sometieron ese día, mientras el director de la clínica lo grababa y le decía que admitiera que quería robarse a su hija Romina. Leonel respondía que eso no era verdad, que solo quería ver a su hija de quien había estado separado varios meses.

Mientras seguía esposado y mojado, trajeron bolsas llenas de basura y se las echaron encima. “Esto es lo que vales, no sirves para nada, ¡¿por qué no te recuperas?!”, recuerda que le gritaban. Adicionaron a la tortura un cuarto de quintal de piedras para que las cargara en todo momento. Si las olvidaba o se las robaban, lo amenazaron con darle 25 tablazos. A su vez, alentaban al resto de personas internas para quitarle piedras y así ganarse un pollo entero cocinado. Ese día durmió en el ático junto a los compañeros varones, esposado a la cama. Comía en el piso. Así pasó un mes, comiendo debajo de la mesa del resto de sus compañeras y compañeros de encierro, esposado. Hasta hoy tiene marcas de las esposas. No recuerda a ciencia cierta cuántas personas estaban en este lugar, pero al menos eran entre veinte y treinta.

Esta segunda vez también escapó de la clínica durante un breve periodo de libertad. Insistía en que su familia le permitiera ver a su hija, pero la respuesta siempre era la misma: “¡Cúrate!”.

Sería nuevamente encerrado por tercera ocasión. Esposado y detenido por tres internos, ya sin ánimo de pelear y solo con la intención de volver a estar con su hija, decidió dejar que lo llevaran al centro. Leonel explica que no le importaba volver a pasar por toda esa violencia y tortura con tal de que nuevamente le permitieran ver a su hija.

Esta última ocasión, se le privó de libertad durante un año. Leonel relata que ya no lograba identificar la violencia que vivía: el miedo se había apoderado de él.

En junio de 2012, el Estado intervino el centro. Llegaron funcionarios del Ministerio de Salud Pública (MSP) y de la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen), se llevaron al director del centro para que rindiera versión en Fiscalía eidentificaron el hacinamiento. “Le avisaron en la mañana al director de la clínica que vendrían, entonces nos reunió a todos y dijo: ‘verán, van a venir a hacerles unas preguntas de rutina. Ustedes tienen que decir que aquí está todo bien. Cuidadito con lo que digan porque ya saben que aquí vienen, les prometen que les van a sacar, no les sacan y después nosotros les vamos a sacar la madre’”, cuenta Leonel.

Tal fue la condición de vulnerabilidad en la que se encontraba, que una vez que la Policía los sacó del lugar, él temía que lo acusaran de haber escapado y le pusieran más dificultades para ver a su hija. Ya lo habían amenazado: “Tú decides si quieres recuperarte y ver a tu hija o si quieres salir y que no la puedas ver”. Leonel, entonces, volvió a la clínica a pedir el alta formalmente, para que así su hermana no lo volviera a internar, pero, al regresar, fue llevado por dos meses más a seguir la “terapia”, esta vez, en casa del padre del director del centro.

Fiscalía inició una acusación por tortura, luego por delito de plagio en contra del director del centro, y finalmente el caso fue sobreseído y quedó en la impunidad.

Leonel a la hora de estudiar para terminar la secundaria. Noviembre de 2021. Foto: Anita Pouchard Serra.

Justicia que tarda no es justicia

Leonel narra con asombro el que le haya costado, después del tercer internamiento, identificar que vivía tanta violencia y haber regresado para pedir el alta por temor a no ver más a su hija.

Sobrevivir no es una tarea fácil y Leonel lo ha hecho sobre la marcha, sin más opciones. Cuando le preguntamos a la psicóloga Aimée DuBois sobre el efecto que genera el encierro forzado en el proyecto de vida de las personas, ella comenta que hay un sinnúmero de secuelas porque arrancar a las personas de su cotidianidad es una interrupción brutal en el proyecto de vida.

Al tiempo, DuBois se pregunta: “¿En quién puedes confiar si las personas de tu vínculo más cercano han hecho esto?” [refiriéndose al encierro]. Esta situación genera que la persona desconfíe de sí misma, de su identidad: “Todo tu ser está puesto en duda, tu existencia está puesta en duda y te planteas como que algo tuviera que cambiarse, corregirse o desaparecer prácticamente”. Esta afirmación coincide con lo que describe Leonel cuando alcanzó a ver la magnitud de la violencia que vivió en el encierro: “Quedé sin lugar allá, me sentí desprotegido porque no tenía una familia protectora, sino una familia que abusaba. Unas leyes que no me defendían. Fue una desilusión sentir que no estaba en ningún lugar”.

A la izquierda, el Río Tomebamba, uno de los cuatro ríos que atraviesa la ciudad de Cuenca. Leonel encontró alivio en esta ciudad y solía caminar frecuentemente por las orillas del río. Noviembre de 2021. Foto: Karen Toro. / A la derecha, retrato de Leonel en su casa, en Buenos Aires. Noviembre de 2021. Foto: Anita Pouchard Serra.

Aimée es firme al decir que aún hay prácticas que vulneran a las personas y habla, en general, del encierro sobre el que comenta que “nunca ha curado a nadie”. Adicionalmente, afirma que “como Estado, todavía se tiene ese reflejo de separar lo que nos incomoda por omisión, también explícitamente, pero por omisión sobre todo”. Se cree erróneamente, afirma la especialista, que estos lugares de encierro y masificación van a hacer algo bueno, pero, en realidad, dejan más cómodos a quienes estamos afuera. “El Estado tiene la responsabilidad de regular estos centros, pues la homosexualidad no es una enfermedad”.

Paul B. Preciado, filósofo trans, recupera, en su libro Un apartamento en Urano, un pasaje histórico, la creación del discurso sobre la homosexualidad: “El 6 de mayo de 1868, Karl-Maria Kertbeny, activista y defensor de los derechos de las ‘minorías sexuales’, le envía una carta manuscrita a [Karl Heinrich] Ulrichs, en la que acuña la palabra homosexual para referirse a lo que su amigo denominaba uranista, que era el término alternativo para hablar de lo que hasta entonces era el acto criminal de la ‘sodomía’.

En Prusia regía la ley antisodomía, carta que planteaba que las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo eran tan naturales como las de esos que él denomina por primera vez heterosexuales. Si para Kertbeny, homosexualidad y heterosexualidad eran simplemente dos formas naturales de amar, para los representantes de la Ley de la Medicina de finales del siglo XIX, la homosexualidad será recodificada como enfermedad, como desviación y como crimen”.

Hay distintas lecturas sociales acerca de las identidades de género, su fluidez y representación. Sin embargo, algo en lo que coinciden los tratados internacionales y la Carta de los Derechos Humanos es que la homosexualidad, la transexualidad y la intersexualidad no son enfermedades, por lo tanto, el afirmar que puede haber tratamientos médicos es una violación a los derechos humanos.

En el documento “Curas” para una enfermedad que no existe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se recoge que “en 2009, la Asociación Psicológica Americana condujo una evaluación de 83 casos de personas sometidas a intervenciones de ‘reconversión’. No solamente no se han podido demostrar cambios en su orientación sexual, sino que se ha observado que el intento de cambiar se asocia con depresión, ansiedad, insomnio, sentimientos de culpa y vergüenza, e inclusive se han reportado ideaciones e intentos de suicidio”.

En el mismo documento se afirma que estas intervenciones violan la dignidad y los derechos humanos de las personas, y que el efecto “terapéutico” es en realidad nulo e incluso contraproducente.

Aimée DuBois coincide con Ibeth Orellana, directora de la Fundación Shungo, en que es necesario regular los acompañamientos terapéuticos. Orellana afirma que “hay mucha gente que ofrece terapias y que están trabajando en esta lógica de la ‘conversión’ más allá de los espacios que conocemos como clínicas”.

La directora de Shungo cuenta su propia experiencia al pasar por uno de estos lugares: “No son solo las clínicas donde suceden este tipo de vulneraciones, sino que hay todo un sistema donde se aborda la salud mental y el bienestar espiritual que rebasa el tema clínico. En mi experiencia, fue un proceso el recuperar el vínculo con mi familia después de haber caído por error en una terapia de conversión –te digo por error porque es tan manipuladora la forma en que se maneja, que mientras a mí me decían que iban a respetar quien era, a mi familia le decían que me iban a curar y ni siquiera hubo esa claridad conmigo para tomar alguna decisión–. El espacio terapéutico es de mucha vulnerabilidad, cualquier persona puede llegar. Estuve un buen tiempo creyendo que estaba en un proceso de terapia, pero eran técnicas de conversión que, en mi caso, fueron violencia psicológica”.

Por su parte, DuBois menciona que debería ser el sistema de salud el encargado de exigir que las y los profesionales de los Centros Especializados en Tratamiento a Personas con Consumo Problemático de Alcohol y Otras Drogas (CETAD)tengan una formación adecuada, que cuenten con los recursos y los insumos apropiados, incluida algún tipo de vigilancia.

Las prácticas y acompañamientos terapéuticos son espacios de vulnerabilidad que nos recuerdan a lo privado de la familia, menciona la misma profesional, donde el no contar con profesionales capacitados y sensibles en el tema puede generar mayores dificultades y vulneraciones de derechos. Aimée apunta que debe ser un trabajo desde una ética que precautele los derechos humanos, que cuenten con herramientas de formación, que estén registradas y registrados.

Leonel en el galpón del taller de costura, que se ubica adelante de su casa. Leonel es un hombre trans ecuatoriano, radicado en Argentina con su hija desde enero 2020. Moreno, Buenos Aires, Argentina. 19 de noviembre 2021. Anita Pouchard Serra para La Periodica

La omisión

Consultamos con el Estado sobre cifras e información actualizada. Las respuestas no han sido alentadoras y es que el funcionamiento “clandestino”, digámoslo así –porque en realidad de clandestinos tienen poco, pero sí mucho de ilegales–, sigue siendo un tema pendiente de regulación por parte del Estado, así como de sanción. Las tarifas que estos centros cobran son elevadas. Hace diez años, cuando Leonel estuvo en el encierro forzado, su familia pagaba 300 USD mensuales.

Las sanciones que han tenido estos centros suelen ser de tipo administrativo: no pasan de clausurar su funcionamiento y son reabiertos con nombres distintos en otros lugares, pero sus prácticas y vulneraciones a los derechos humanos son las mismas.

Solicitamos cifras al MSP, Defensoría del Pueblo, Secretaría de Derechos Humanos, Consejo Nacional para la Igualdad de Género y ACESS sin éxito alguno. Todas las carteras del Estado coinciden en que no hay cifras porque estos centros no deberían operar; sin embargo, operan. El carácter de clandestino e ilegal dificulta contar con una cifra que evidencie cuántos centros de este tipo existen en Ecuador.

El subsecretario de diversidades de la Secretaría de Derechos Humanos, Felipe Ochoa, explica qué es lo que se ha hecho en cuanto a normativa y política pública para poder hacer frente a estos centros que continúan actualmente operando en el país.

En 2013 se firmó el Compromiso Presidencial No. 21525, en el que el gobierno de ese entonces acordaba “trabajar por el acceso a educación, salud, empleo, justicia y ciudadanía plena a nivel general, para toda la población LGBTI+ del Ecuador”. Este compromiso fue responsabilidad del extinto Ministerio Coordinador de Desarrollo Social, que conformó la Mesa Intersectorial para la construcción de una Política Pública Integral para las personas LGBTIQ+ en el año 2014.

Por otra parte, comenta el funcionario, en 2016 hubo otro intento –que no llegó a hacerse realidad– de política pública denominada: Ruta de denuncia y atención de casos de personas LGBTI+ recluidas contra su voluntad en establecimientos de salud que prestan servicios de tratamiento a personas con consumo problemático de alcohol y otras drogas.

Un pliego de buenas intenciones, que quedó en papel, pues finalmente no llegó al registro oficial y tampoco se continuó con la articulación de la Mesa LGBTIQ+ para estos temas. Una de las razones fue la desinstitucionalización estatal que, de a poco, ha cerrado carteras de Estado y ha creado instituciones más pequeñas y con menos recursos.

Ibeth Orellana comenta que el Estado no tiene la capacidad de responder adecuadamente y garantizar los derechos. Además, afirma que este tipo de centros “operan como mafias, en forma de crimen organizado que lucran del encierro y la tortura, por lo que no se debería tratar como cualquier otro delito. Es necesario que se cuente con personal especializado para poder erradicarlo, pues son grupos que finalmente tienen poder económico, social y político. En Fiscalía deberían contar con un protocolo para que no se filtre la información y los centros puedan ser intervenidos cuando se conoce de alguna vulneración”.

Para 2019, la Secretaría de Derechos Humanos reactivó la Mesa Interinstitucional para la generación de una política pública integral sobre la garantía de los derechos de las personas LGBTIQ+, donde participan el MSP, el Ministerio de Gobierno, el Ministerio de Educación, la Secretaría de Educación Superior, la Defensoría del Pueblo, el Consejo Nacional para la Igualdad Intergeneracional, el Consejo Nacional para la Igualdad de Género, la Fiscalía General del Estado, el Consejo de la Judicatura y la Defensoría Pública.

Aún no hay una ruta o documentación oficial que se aplique en este ámbito; sin embargo, Ochoa comenta que desde la Subsecretaría de Diversidades han retomado el tema para reactivar la Mesa LGBTIQ+ y que será una prioridad la elaboración, definición y aplicación de la ruta de atención.

Como normativa vigente está el Acuerdo Ministerial 0080 del MSP para “el control y vigilancia de los establecimientos de salud que prestan servicios de tratamiento a personas con consumo problemático de alcohol y otras drogas (ESTAD)” que prohíbe explícitamente terapias de «deshomosexualización». En el capítulo VIII, inciso S, se prohíbe: “Ofrecer tratamientos para trastornos tales como el ‘tratamiento para la homosexualidad’, tratamientos para patologías como trastornos de personalidad y problemáticas de conducta”. Este Acuerdo rige únicamente para centros de salud que tratan adicciones a drogas y alcohol.

Además, el Código Orgánico Integral Penal (COIP), en los artículos 176 y 177, tipifica delitos que afectan a la población LGBTIQ+, tales como actos de odio, discriminación y tortura.

En una respuesta oficial, el Consejo Nacional para la Igualdad de Género comenta que el 13 de julio de 2021, la Asamblea Nacional del Ecuador ratificó la Convención Interamericana contra toda forma de discriminación e intolerancia (A-69) donde se establece que los Estados que son parte se comprometen a prevenir, eliminar, prohibir y sancionar –de acuerdo con sus normas constitucionales y con las disposiciones de esta Convención– todos los actos y manifestaciones de discriminación e intolerancia, incluyendo aquella basada en sexo, orientación sexual, identidad y expresión de género.

El Comité contra la Tortura, en su examen del séptimo informe periódico de Ecuador en 2016, hace referencia a la situación de estos centros en el país. Menciona su preocupación “por las denuncias de internamiento forzoso y malos tratos a personas lesbianas, gais, bisexuales y transgénero en centros privados en los que se practican las llamadas ‘terapias de reorientación sexual o deshomosexualización’”. Pese al cierre de 24 centros de este tipo, el Comité observa con preocupación que hasta la fecha los procesos iniciados por la Fiscalía no han concluido en ninguna condena. Asimismo, el Comité “condena enérgicamente los asesinatos de personas gais y transgénero ocurridos en el país durante el periodo”, 2016.

Conversamos con Pamela Troya, actual directora nacional del Mecanismo para la Prevención de la Violencia Contra la Mujer y Basada en Género, de la Defensoría del Pueblo, quien lleva en el cargo dos semanas, y supo manifestar que iniciarán un proceso de seguimiento y articulación con las instituciones competentes de manera que la ruta se pueda materializar y así garantizar que estos centros dejen de operar y vulnerar derechos.

Jeanneth Cervantes, la cronista de este trabajo, sostiene Un lugar seguro contigo, el libro favorito de Leonel. De fondo, el Río Tomebamba. Cuenca, noviembre de 2021. Foto: Karen Toro.

Más allá de la violencia: nace Leonel

Cumplía 25 años y en esa época, mientras se realizaba la investigación al Centro La Estancia, Leonel estuvo en el sistema de protección de víctimas y testigos. Esta protección no duró más de seis meses.

Cuenca se convertiría en su lugar para renacer. Varias personas acompañaron su proceso de sanación. Cuenta que estaba deprimido por lo que había vivido y este fue el espacio para reencontrarse. Le gustaba caminar por la calle larga y sentarse a la orilla del río Tomebamba para mirar “cómo las penas y desesperanzas se iban con el agua”.

En 2013 nace Leonel. Reconoce que su identidad y expresión de género corresponden con la de un chico trans. Modifica el nombre asignado al nacer por uno que sí representa quién es él e inicia su transición.

El encierro tuvo varios efectos sobre la vida de Leonel, y uno de ellos fue la separación de su hija. Mantuvieron contacto hasta que ella tenía cerca de un año. Luego, Leonel estuvo separado de ella por siete años, sin poder tener ningún tipo de nexo. Su hija no sabía que él existía. Después de un largo proceso legal, Leonel logró recuperar la conexión con su hija cuando la niña tenía 8 años. Su mayor temor era que ella también se convirtiera en víctima de violencia sexual en el entorno familiar, la misma violencia por la que pasó Leonel años antes.

***

Un lugar seguro contigo, así se titula uno de los libros que llegó a su vida y que es de sus favoritos. Lo conserva cuidado y forrado. En él se retrata un país que usa argumentos religiosos para rechazar a las personas LGBTIQ+, una sociedad que a vista y paciencia mira los centros de tortura.

Wilmer González, activista intersexual cuencano, amigo de Leonel, recuerda entre sonrisas al Leonel del año 2012, ese hombre transmasculino que aún no sabía que era una persona trans. Leonel fue invitado a la presentación del libro. Un chico tímido se refleja en las fotos de aquella época, alguien silencioso que disfrutaba pasear por la calle larga, por la orilla del río Tomebamba, escuchando el agua correr y la gente pasar.

Wilmer también comenta que, entre los aprendizajes que le dejó conocer la fortaleza de Leonel, está comprender que es necesario acompañar a quienes están en un proceso de búsqueda de justicia después de haber pasado por estas experiencias inhumanas: herramientas que le permitan reparar en algo su vida, retomar alguno de sus proyectos y alcanzar a tener, incluso, justicia.

Hoy Leonel comparte su día a día con su hija, Romina. La historia ha dado un giro a su favor y ha construido una familia junto a su pareja, Adriana, en Argentina, país al que se mudó a inicios de 2020. Su hija tiene ahora doce años y cursa el primer año de secundaria.

 Leonel, en el living, junto a su hija, Romina, y su pareja, Adriana. Noviembre de 2021. Foto: Anita Pouchard Serra

Cuando hablamos de Romina, sus ojos cambian de expresión inmediatamente. Con añoranza comenta que quiere un futuro distinto para ella, una vida tranquila “donde pueda ser feliz, donde pueda hablar honestamente, donde pueda tener ese valor de enfrentar el mundo, que sepa que puede salir y comerse el mundo entero. No quiero que mi hija viva una represión, un miedo, un temor, no quiero eso para ella ni para mí tampoco, no quiero más. Ahora puedo decirte hoy soy libre, porque no tengo miedo de que nadie, ni mi familia ni nadie de clínicas ni la justicia vulnere mis derechos nuevamente”, afirma Leonel.

Viajó a Argentina para estar junto a su pareja y encontrar un futuro distinto. Cuenta que pidió a Dios conocer a alguien que le brindara un amor distinto y así formar una familia.

Leonel retomó sus estudios secundarios, su jornada oscila entre trabajar, estudiar y llevar y recoger a su hija del colegio. Su pareja tiene una empresa de bordado y diseño de ropa de bebé. Leonel se encarga de empacar. De lunes a viernes tiene un horario fijo de clases para concluir el colegio. Desde las seis de la tarde hasta las diez de la noche recibe clases virtuales. Sueña con poder estudiar psicología o derecho.

En la actualidad, Leonel nos dice –y lo confirma el informe de Taller Comunicación Mujer– que el centro donde vivió tortura continúa operando con el nombre de Centro especializado en tratamiento a personas con consumo problemático de alcohol y otras drogas – CETAD, La Estancia.

Según datos proporcionados por el ACESS, la licencia fue emitida en mayo de 2019 y está vigente hasta mayo de 2023. Cuenta con capacidad para treinta pacientes y está orientado a la atención de hombres adultos.

Solicitamos conocer si el ACESS tenía registro de alguna denuncia en 2012. En una respuesta oficial nos manifestaron que no hay registro, pues el ACESS asumió competencias en 2017; sin embargo, al hacer el cotejamiento de información con la investigación de Taller Comunicación Mujer y las redes sociales del CETAD La Estancia, se trataría del mismo centro y el coordinador actual sería el mismo que fungió de director del centro en 2010.

Es inevitable preguntarse: ¿Qué ocurre con la reparación cuando un derecho ha sido vulnerado? ¿Qué ocurre cuando se omite la historia y, por omisión, estos centros funcionan con el mismo nombre y parte del personal que violentó, agredió y denigró? ¿Qué ocurre con la dignidad humana cuando las leyes fallan?

Orellana comenta que la reparación es el único “espacio de dignificación”. Este debería ser un proceso dialogado con la víctima hasta poder dilucidar su deseo, pero también acompañar sus expectativas sobre cómo realmente se va a sentir reparado.

Preguntamos a Leonel qué repararía en algo su historia. Por una parte, dice él, que esta historia se conozca para que nadie más pase por algo similar y, por otra, que el centro ya no funcione más.

Cuando preguntamos a Leonel por qué cuenta su historia y sin temor pone su rostro en ella, nos respondió:

Decidí contar mi historia esperando llegar al corazón de muchas personas y que con ella puedan reflexionar sobre sus acciones. También sé que existen muchas personas que pueden llegar a identificarse con mis vivencias y quiero decirles que comprendo el dolor por el que han pasado o están pasando. Me duele mucho saber que hay personas que se creen con el derecho de lastimar, pues yo me cansé y dije: ¡Basta! Decidí buscar mi felicidad. Espero que todas y todos mis hermanos de dolor puedan encontrar la felicidad que se merecen. Hoy pongo un rostro a esta historia porque ya no tengo miedo. Hoy soy libre.

Leonel posa con Adriana para un retrato. Noviembre de 2021. Fotografía: Anita Pouchard Serra.

Mostrar el rostro, poner la voz y el cuerpo. Golpes, humillaciones, vejaciones y maltratos son escenas que se repiten en estas historias, pero, al tiempo, se alzan voces potentes que han resistido, soñado y creado, que han sobrevivido.

Le gritaron lesbiana y marimacha como si serlo fuera razón de insulto. Hablar por la diferencia, parafraseando a Pedro Lemebel, es el acto de mayor resistencia y una bocanada de justicia ante tanta impunidad.


¿Qué se puede hacer en caso de conocer acerca de la existencia de centros de internamiento forzado?
Cualquier persona debe remitir la información a la Fiscalía o Policía Nacional por tratarse de presuntos delitos acorde a lo determinado en el Código Orgánico Integral Penal, o escribir un correo: denuncias@calidadsalud.gob.ec

[1] Hoy en día, es la Agencia de Aseguramiento de la Calidad de los Servicios de Salud y Medicina Prepagada (ACESS) el organismo encargado de la regulación y permisos de estos lugares.

[2] Según el  Diccionario Explicativo Derecho Procesal Civil, Tomo II I – V, editorial jurídica del Ecuador, 1ª edición, la interdicción se refiere a:  “situación jurídica en que se coloca a una persona y en virtud de la cual es privada de ciertos derechos, muy especialmente de administrar sus propios bienes, de obligarse, de contratar, por ejemplo vender, en virtud de encontrarse en especiales circunstancias de falta de conciencia, salud…”


Equipo de trabajo para esta historia:

  • Jeanneth Cervantes

Cordinación y edición general

  • Karen toro y Anita Pouchard Serra

Fotografía, registros en video y curaduría

  • Jeanneth Cervantes

Reportería e investigación

  • Samantha Garrido

Producción audiovisual y webmaster

  • Daria #LaMaracx

Diseño gráfico y gestión de medios

  • Cristina Mancero

Corrección de estilo


Especial realizado con el apoyo de:

Esta crónica ha sido producida con el financiamiento de la Unión Europea en el marco del proyecto «Adelante con la Diversidad – Región Andina», su contenido es responsabilidad de La Periódica – Revista Digital Feminista, no es un reflejo de los puntos de vista de la Unión Europea.

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Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes

Editora de la revista digital feminista: La Periódica. Asesora de comunicación con enfoque en violencia, género, derechos sexuales y reproductivos. Feminista apasionada por la encrucijada digital.