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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Yadira Trujillo Mina

Niñez trans: más libertad y menos por qué (s)

Este reportaje se publicó originalmente en la edición impresa y digital de El Comercio. La versión que leerán a continuación se ajustó a la línea editorial de La Periódica para su republicación.

¿Por qué me quieren obligar a ponerme el uniforme de varón, si yo soy una niña?, ¿por qué debo cortarme el cabello, si las otras lo llevan largo?, ¿por qué me tratan como a un niño, si yo no me siento como uno?

¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?, se preguntaba Amada, con apenas 6 años de edad. No le era —ni le es— posible comprender aquel binarismo del pensamiento adultocéntrico, sostiene su mamá, Lorena Bonilla.

La pequeña estaba en una escuela católica de Quito cuando empezó su transición del sexo que le fue asignado al nacer a la expresión e identidad de género con la que se siente identifica. Así que su madre y su padre decidieron buscar una nueva escuela, en la que no sea difícil explicar que Amada era una niña trans. Tarea complicada. “Nos encontramos con la realidad de que el sistema educativo no estaba preparado”, cuenta Lorena.

Pasaron por 14 instituciones educativas privadas, en las que les negaron un cupo. En esa travesía, Lorena conoció a otras madres, de diferentes provincias del país, que se enfrentaban a la misma situación con sus hijas.

Una de ellas fue María Gregory, mamá de Clara, una niña trans que —en la provincia de Santa Elena— llegó al punto de aguantarse las ganas de ir al baño y de tomar agua durante toda la jornada escolar. ¿La razón? No ser obligada a usar el sanitario de niños.

La psicóloga del colegio se plantaba afuera del salón de la pequeña de cinco años para vigilar que no fuera al baño de niñas, cuenta Lorena, quien encabeza la Fundación Amor y Fortaleza, una organización ecuatoriana creada para dar asesoramiento a las familias de niñas, niños y adolescentes trans.

Por madres como Lorena y María, en el período escolar 2016-2017 se empezó a hablar de las violencias que viven las infancias trans en la escuela. Recibieron ayuda de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad LGBTI, que hizo capacitaciones en escuelas y en otras instituciones —que aceptaron— para prevenir este tipo de violencia en el entorno educativo.

¿Capacitación? Sí. La sensibilización de la comunidad educativa es necesaria porque la cultura ecuatoriana actúa a partir de estereotipos. Y eso genera conductas violentas, explica la psicóloga Lorena Pillajo, de la Red.

Ella se encarga de acompañar a las infancias diversas y en ese proceso ha observado que las violencias contra las niñas trans son múltiples: desde la psicológica hasta la física. Los docentes —dice la especialista— no cuentan con las herramientas necesarias.

La psicóloga coincide con la madre de Amada con respecto a lo que sucede en las escuelas. La mayor dificultad —dice— es que hay una falta de aceptación de que las niñas trans rompen con el patrón binario, porque en la comunidad educativa reina el adultocentrismo. “Niegan que la identidad de género pueda ser reconocida en la infancia”.

Las implicaciones de las violencias

La presión social, la discriminación, la exclusión y la falta de sensibilización sobre las infancias trans en el entorno educativo limitan el desarrollo integral de las niñas, pero también el físico, explica Lorena Pillajo. Bajan de peso o se les cae el cabello como le sucedió a Amada. También tienen problemas urinarios o intestinales por aguantarse las ganas de ir al baño como lo hacía Clara.

En todos los casos que Lorena ha acompañado verificó que las niñas trans tienen una trayectoria participativa en clases. Sin embargo, el no ser aceptadas les genera dificultades académicas. “Tienen todas las condiciones, pero necesitan apoyo del entorno educativo para pulir sus destrezas”.

Además de estar sensibilizadas sobre la diversidad sexogenérica, la especialista sostiene que las instituciones educativas deben conocer las implicaciones legales de caer en la discriminación. Explica que se trata de violencia institucional o negligencia.

En el plano emocional, la psicóloga sostiene que las niñas trans pasan por una ruptura al no reconocerse con el sexo que les fue asignado al nacer y los roles de género asociados. Esa inconformidad se suma a la incomodidad de su entorno; y eso genera complicaciones psicológicas.

La doble presión la sufrió Junior Coral, a sus 4 años de edad. Quería llevar un moñito en su cabello para sus clases de inicial uno, pero en la escuela fiscal de Milagro (provincia del Guayas) a la que asistía no se lo permitían.

“No podía ser un niño femenino”, dice su mamá, Jessica Carrión. Así que, por presión social, le enseñaron que debe ser una niña trans y se convirtió en Coral. La madre de familia considera importante que los niños y niñas decidan cuál es su expresión de género.

Empujada por el binarismo, Coral buscaba ser una niña perfecta, pero en esa búsqueda encontró una nueva frustración porque tampoco era lo que le hacía feliz, cuenta Jéssica. “Pasó de odiar a Junior a odiar a Coral”.

Hoy tiene 8 años y se encuentra en un proceso de autodescubrimiento. “Ha aceptado ver a Coral como parte del niño y al niño como parte de Coral, acepta su cuerpo y lo ama”, dice Jéssica.

La madre ha vuelto a nombrar a Junior, el niño al que dejaron de llamar para la llegada de Coral, pero no dejaron de darle espacio a la niña, si ella así lo desea. La familia ahora le dice Junior Coral y dejan que se descubra. Por ahora es feliz con ambos nombres.

Por eso es fundamental dejar de lado el binarismo de género en la educación, señala la psicóloga no binaria Estrella Núñez. Ella acompaña a infancias trans como coordinadora del área de salud mental de la Unidad de Salud Integral para personas Trans, del gobierno de la Ciudad de México. Si no hay identificación como niño y tampoco como niña —explica— se trata de una infancia no binaria.

Hay una guía, pero hace falta socializarla para la aplicación

Como si antes de Amada no hubieran existido las infancias trans, recién a partir de su caso se creó —en el 2018— la Guía de orientaciones técnicas para prevenir y combatir la discriminación por diversidad sexual e identidad de género en el sistema educativo nacional. Resultado de la lucha de las familias, aún con desafíos.

En ella constan elementos que, a decir del psicólogo clínico Martín Ramírez, permiten que docentes y autoridades cumplan su rol de prevenir la discriminación en el entorno educativo. La guía establece que, las niñas trans deben ser llamadas en la escuela por el nombre que ellas eligieron (nombre social).

También que deben permitirles usar el uniforme que ellas consideren que vaya con su identidad de género, al igual que los baños.

En la teoría, Diana Castellanos, subsecretaría para la Innovación Educativa y el Buen Vivir, dice que se trata de un insumo que permite convertir al aula en un espacio que desarrolle la comprensión de la diversidad sexogenérica.

También, señala que proporciona indicadores para identificar cualquier posible situación de violencia. Y hace recomendaciones para que las autoridades y docentes apliquen. Pero, ¿en la práctica?

La socialización de la guía fue en el 2019. Lorena Bonilla menciona que la enviaron por correo a docentes y autoridades, por lo cual no se ha difundido de la manera adecuada. Con ella coincide Lorena Pillajo, especialista en infancias de la Red de Psicología por la Diversidad LGBTI, quien también participó en su construcción. Explica que, al no ser un protocolo de actuación ha quedado en una herramienta de uso opcional o de apoyo. “Hay sensibilización flash, pero no hay formación específica”.

Eso no pasa, por ejemplo, con otro insumo de prevención: la tercera edición (2020) de las Rutas y protocolos de actuación frente a situaciones de violencia detectadas o cometidas en el sistema educativo nacional. Esta se publicó mediante Acuerdo Ministerial, por lo que es de obligatorio cumplimiento para todas las instituciones educativas del país.

Ilustración: Cristina Merchán

¿El camino?

Para prevenir violencias como las que vivieron Clara, Amada y Junior Coral, lo esencial es validar su identidad de género en la escuela, explica la psicóloga Núñez. 

Las personas adultas no pueden etiquetar la experiencia de las niñas, sostiene. “Lo primero es dejar el adultocentrismo a un lado porque eso despoja a cualquier infancia de elegir y saber qué es lo que quiere. Debemos empezar a preguntarles ¿qué quieres?, ¿qué necesitas? y así pueden autonombrarse. No les podemos decir que porque les gustan las faldas son una niña trans”.

La vestimenta es solo una de las expresiones de la identidad de género. Que en la credencial de una niña trans conste su nombre elegido y su foto, con su expresión de género, implica prevenir múltiples formas de violencia y —entre otras cosas— los índices de suicidio infantil y adolescente, señala Núñez.

Es necesario —enfatiza— que toda la comunidad educativa esté sensibilizada para que en la escuela se respeten los nombres y pronombres a la hora de las clases, al tomar lista, hacer trabajos grupales, etc. Lo mismo con la vestimenta, con el uso de baños y con elementos de la expresión de género como el largo y peinado del cabello.

¿Cosas insignificantes? Aunque parezca que sí, le pueden salvar la vida a alguien, dice la psicóloga. “El cabello, por ejemplo, es de las cosas más importantes para las niñas trans”. Tampoco hay que transmitirles pensamientos patriarcales, porque eso influye en ellas y puede evitar una transición deseada, por asociar lo femenino con algo devaluado, explica.

También importa la educación sexual integral. Núñez sostiene que a las niñas trans hay que brindarles herramientas para que conozcan que no tienen que odiar su cuerpo. “Todos, no solo las niñas trans, deben aprender en la escuela que existen niñas con pene y con vulva. Si ellas lo saben desde pequeñas van a saber que no deben, sí o sí, tener una vulva. O que cuando crezcan no deben ser copa C. Lo mismo pasa si sus compañeros lo aprenden”. 

Las tres infancias tienen algo en común: dejaron el sistema educativo ecuatoriano. Las dos primeras ahora estudian en otros países. Y Junior Coral, frente a las violencias que vivió en la escuela, no la cursó durante el año lectivo que finalizó en marzo en la Costa.

“Nuestra nueva generación de infancias trans tiene que vivir bien”, dice la madre de Amada. Su lucha también es por darles esa paz, que tanto han trabajado las adultas trans. “Por todas las que murieron merecemos darles infancias felices”. Ni su hija, ni Clara, ni Junior Coral querían preguntarse tantas veces ¿por qué? Y —como dice Lorena— ninguna niña debería hacerlo.

Este trabajo periodístico es el resultado del curso Periodismo para prevenir violencias contra las mujeres impulsado por el programa PreViMujer de la Cooperación Alemana, implementado por la GIZ, y por la Carrera de Comunicación de la Universidad Politécnica Salesiana.
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Autoras

Yadira Trujillo Mina

Periodista feminista. Cubre las fuentes de educación, niñez y adolescencia, grupos vulnerables, derechos humanos y género. El énfasis de su trabajo está en evidenciar las violencias contra las mujeres, las niñas y las diversidades sexogenéricas, además de dar seguimiento a las demandas de la educación y sus políticas. Reportera de EL COMERCIO.