Día 1. Quito-Ecuador.
Debí salir a retirar unos documentos, desobediente y egoísta fui a donde papá. Era el último día que podría verlo antes de que, en definitiva, todo se suspenda. Cuando llegué, estaba apurado, le entregue unos víveres que compré para él a vuelo de pájaro, sabía que él no lo haría (siempre me dice que no pasa nada).
Papá estaba corriendo, ahora quería empeñar unas cuantas joyas que dejó mamá para salvarlo, como siempre, de algo. Lo acompañé al monte de piedad, donde no lo atendieron. ”Estoy endeudado”, dijo, y con este virus peor. “¿Quién irá a venir a la mecánica?, ¿y ahora, será que me atienden mañana? Chuta ya me fregué”…
“En todo caso, no lo atenderán, y creo que esto se extiende”, pensé.Como no quiero que le pase nada, no me acerqué a abrazarlo, aunque no resistí a acariciar su calva. Al momento su sonrisa generosa me acarició la mirada.
Papá es uno de los trabajadores informales que tendrá que enfrentar esta crisis, sus brazos ya cansados tendrán que resistir al agobiante sistema capitalista que querrá comerlo. Si no lo mata el Corona lo matará la preocupación.
Papá como otros tantos miles, como el 60% de la población es informal y vive del día a día…