Hay quienes salen del clóset voluntariamente, después de un proceso introspectivo, y hay a quienes les expulsan de él. Jackson vivió algo parecido. De repente, se encontraba encerrado en su cuarto enfrente de su mamá, que le preguntaba si era cierto, y que después estuvo una semana sin hablarle porque “no le había dicho antes”. Todo estalló en una riña con su hermana: en medio de la discusión, ella comentó algo, y a él le tocó decir a todxs “sí, soy gay”. Ahí, dice, salieron todos del “clóset” con él porque también les tocó cambiar.
Ahora, Jackson se siente libre de expresarse como quiere. Lo hace a través de su forma de andar, de vestir: “es mi manera de decirle al mundo que una persona gay no tiene que serlo bajo los estereotipos marcados”. Esta posibilidad de exteriorizar lo que siente, es una de las cosas que más valora y por eso piensa en lo duro que debía ser “no poder vivir plenamente” cuando la homosexualidad era perseguida como delito.
Ha decidido tomarse el acoso como una diversión. “Cuando me chiflan por la calle, o me lanzan besos diciéndome niña, a mí me hace gracia, hasta me sube la autoestima”, dice, a la vez consciente que para muchxs implica una represión. Represión, hostilidad, que reconoce a diario, y que tampoco acepta: “nos señalan, nos critican, no por lo que somos o por lo que hacemos, sino por lo que les han metido en la cabeza durante generaciones. La consciencia de saberse todavía criminalizado y estigmatizado, le hace también estar en constante alerta. Comenta que “hay que saber dónde puedes exponerte”, y cómo, para no ponerte en riesgo; y que hay cosas que cuando vas en grupo puedes hacer, pero sólo es mejor que no.
Jackson cree que una de las cosas más importantes para conseguir transformar la sociedad es cambiar el relato de los medios de comunicación, que a través de estereotipos perpetúan la discriminación. “No todos los gays somos afeminados y tenemos un cuarto de color rosa, ni somos peluqueros”.