| Valeria Ocaña Vizcaíno
Ustedes están hartos de contar (mal) estas historias, nosotras de protagonizarlas
Portada: Quito, 11 de septiembre de 2023. Fotografía de archivo: Karen Toro
Karlita, llamada cariñosamente así por su padre, nació el 29 de mayo de 1997, en un hogar de clase media, en aquellos tiempos a mamá y papá les iba bien en un negocio que ofertaba electrodomésticos y artículos varios. Karla Johanna era la tercera hija, no la segunda, su hermana mayor Johanna fue una paciente oncopediátrica y de ella heredó su segundo nombre. Su madre Miriam y su padre René recuerdan que Karla trajo una nueva alegría después de la dolorosa experiencia que atravesaron, era una niña muy activa. Nadar estaba entre sus actividades preferidas y lo hacía con frecuencia cuando vivían cerca del mar. Sentía un gran amor por los animales y le fascinaba jugar con su perrita Nala.
La recuerdan como alguien graciosa, siempre sociable y con una facilidad extraordinaria para entablar lazos de amistad. Migró a España en el año 2001, junto a su familia, cuando tenía cuatro años de edad, hasta que decidieron volver a Ecuador cuando cumplió los 17 años y se establecieron en Tambillo, cantón Mejía. Sus familiares y amistades la veían como una mujer creativa y talentosa, de hecho, sabía tocar el ukelele y la guitarra, también era curiosa y quizás esto la llevó a explorar la magia de su voz. Empezó cantando música de Shakira, hasta que tuvo la oportunidad de presentarse a cantar en la Universidad Técnica de Cotopaxi, de la que se graduó como licenciada en Idiomas. A Karla le gustaba mucho The Neighbourhood, lo que más recuerda su hermana menor Eri, era que le fascinaba cantar a viva voz por toda la casa.
Karla era cercana a su papá René, a él le agradaba que era centrada y que tenía sus valores claros. Era todo terreno, en Murcia, escalaban Las Minas de Mazarrón juntos cada fin de semana y jugaban baloncesto. Hija y padre salían en bicicleta a dar la vuelta y conversar. Por supuesto, con su mamá Miriam no había mucha diferencia, reían juntas cuando salían de compras durante varias horas que, para ambas, eran solo minutos en que hablaban de todo y tenían mucha confianza. Karla era cariñosa con su abuelita y le encantaba sentirse segura y amada entre sus brazos. Con sus hermanas Jacky y Eri no faltaban sus ocurrencias y su sentido del humor tan espontáneo. Eri recuerda que tenían una conexión tan potente que las apodaban “Las Karlas”, y no olvida cómo veían películas o dormían luego de un rato.
Karla tenía una vida que oscilaba entre su gusto apasionado por la moda y el maquillaje, y los deportes extremos. Su título la llevaba por el camino de la enseñanza y el manejo de idiomas, aunque quería involucrarse en la creación de prendas de vestir, sus hermanas observaban que, combinar telas, colores, prendas y accesorios, era lo suyo. Quería viajar por el mundo, como mochilera, soñaba con volver a España, tal vez después de visitar Alemania o Italia.
Tantas carcajadas que no se volverán a escuchar en las reuniones familiares, tantos sueños que le faltaban materializar, tantos recuerdos que inundan a su familia de forma repetitiva en las últimas semanas. Tantos abrazos, palabras y cantos que Karla no volverá a dar, porque el 7 de enero de 2024 fue víctima de feminicidio.
Cosas que no daban buena espina
Conoció a Miguel A. en la ciudad de Baños, ambos trabajaban en el sector turístico. Al comienzo, él aparentaba ser una persona querida y respetable en el lugar, sin embargo, tiempo después, la familia de Karla se enteraba que más bien era temor lo que sembraba. Esto se ve respaldado por un historial que involucra denuncias por intimidación, robo, daño al bien privado y actitud violenta. Una de sus ex parejas había sido víctima de violencia física y psicológica por parte de él. Karla dejó de salir con sus amigas y beber café por la tarde con su madre Miriam, quedó atrás su versión que tanto se interesaba por la moda y el maquillaje. Decía que a Miguel no le gustaba que se vistiera de forma “reveladora”, ni que salga mucho porque iba a buscarla por demorarse. “A Miguel no le gusta que me maquille”, recuerda Eri que le comentaba su hermana.
Eri relató más de lo que sucedía con su hermana. Miguel le decía exactamente qué decir y qué omitir en las llamadas que hacía con mamá y papá. La manipulaba para pedirles cosas, para exigir. Karla creía que podría manejar la situación y tranquilizar a sus familiares por un tiempo más, hasta que cumplió seis meses de embarazo.
Llegó un día con dolores de parto a la panadería de su hermana Jacky, entonces su papá la llevó al hospital, donde les informaron que era demasiado pronto para que se diera el parto, hasta para un bebé prematuro. El motivo de que el parto se adelantara era que estaba viviendo en una situación de estrés muy grande. La vecindad había escuchado cosas romperse y una discusión entre la pareja, así supo después la familia. Entonces, nació su bebé, cuyo desarrollo se vio interrumpido a causa de la violencia perpetrada por Miguel. Las situaciones que más alarmaron a la familia es que a Karla, incluso después de tener un parto complicado y atravesar la situación de su hijo, le tocaba “atender” a Miguel A. Su familia no pudo cuidar de ella, pues Miguel la llevó a su casa luego de unos días. La madre de Karla quedó intranquila, tenía un presentimiento.
Karla seguía intentando cuidar a su bebé. A la par que lo visitaba en el hospital, daba tutorías particulares de Inglés y hacía todo el trabajo en el pequeño negocio de salchipapas que habían montado. Se convirtió en una rutina fría y triste que la mantenía irritable, estresada y muy sensible. A su vez, les explicaba a mamá y papá que las discusiones “son normales” en una relación y que, por eso, no se debían meter, esto para darles una relativa calma, porque se enteraban de las situaciones de violencia por llamadas de vecinas y vecinos. Miguel A. amenazó a la familia de Karla repetitivamente, en una ocasión fue contra Miriam, su madre: “Ya va a ver, yo me voy a encargar de que no vuelva a ver ni a su hija, ni a su nieto”, le dijo. Pero realmente, era Karla quien tenía planes para irse con su bebé y su familia a España para poder iniciar de nuevo.
El domingo 7 de enero de 2024 se convirtió en una pesadilla para la familia, después de vivir el círculo de violencia durante un año. A Karla, de 26 años, la vieron entrando a su casa con Miguel A., mientras la jaloneaba del brazo. Fue lo último que se supo antes de que él huyera llevándose el poco dinero recaudado del negocio y a su perro Coco, con quien por cierto, no se lo ha vuelto a ver. Su hermana menor, Eri, tiene una laguna, no recuerda nada de lo sucedido y trata de relatar todo lo que puede con una fortaleza impresionante. Sabe que quiere que el rostro del presunto responsable esté en cada rincón del país y sus alrededores, quiere verlo juzgado bajo la máxima pena y en la cárcel.
Desde el femicidio de Karla, su familia no ha hecho más que exigir justicia y difundir diversos carteles en redes sociales con el rostro de Miguel A., presunto responsable. Decidí no preguntarle a su hermana Eri sobre el suceso, pues algunos medios habían hecho eco de la noticia. Brindaban detalles que se enfocaron en la crudeza y en cómo “se registra un nuevo caso en los primeros días del 2024”, en las cifras, pero no en la vida que sepultaron. Mientras tanto, Eri y su familia están emocionalmente agotados y tratan de sacar fuerza entre ellos, amistades cercanas y colectivas feministas como Lilas En Acción, son su compañía y su ánimo en medio de un proceso revictimizante que les conduce a revivir una y otra y otra vez la fuerte experiencia de arribar a la escena. Algo que desean que no se repita para nadie más.
Suben las cifras: ¿cómo actúan la sociedad y los medios de comunicación?
Según información publicada por la Fundación ALDEA, se registran 321 muertes violentas por razones de género en el año 2023, 37 de las víctimas eran mujeres que reportaron antecedentes de violencia y 108 eran madres. Vivimos en un miedo constante, cada 27 horas una mujer es víctima de feminicidio. Si bien es importante llevar la cuenta del número de femicidios y feminicidios que se registran anualmente en el país, de las denuncias y de los casos de diferentes tipos de violencia contra las mujeres, es igualmente esencial observar críticamente a los medios de comunicación para que cubran desde una perspectiva más empática y ética estos casos.
Eri y su familia se apoyaron en medios tradicionales, alternativos, locales y nacionales para difundir la historia de Karla Guaigua Chacón. Cobertura que ha permitido que el rostro de Miguel A. se vea por todo el país para que sea localizado. Algunos de los titulares más resonados durante las semanas más cercanas al hecho, decían: “¡Justicia para Karla! Presunto caso de femicidio se registró en Tambillo”, “Karla Guaigua fue víctima de femicidio, su bebé de 4 meses aún la espera en un hospital”, “Caso Karla Guaigua: Cerca de un mes del femicidio que no tiene al implicado detenido” y hasta otras notas audiovisuales que dan una idea explícita de cómo fue encontrada, por supuesto, desde informes forenses. De igual forma, están otros titulares que señalan la situación que atraviesa la familia Guaigua Chacón como una tragedia “por partida doble”.
En medio del dolor que sentía la familia, durante los procesos legales y fúnebres, se presentó un periodista, quien con desgano en su voz, afirmó: “Ay, a mí siempre me mandan a cubrir estas cosas”. Este comentario incomodó a Jacky, hermana mayor del hogar, al momento de rendir declaraciones. La familia desconoce si ese material recopilado fue emitido, pues el momento coincidió con la declaratoria de conflicto armado interno, por parte del Ejecutivo. Por supuesto, esto se conecta con la necesidad de que los medios de comunicación, tradicionales o alternativos, sigan un protocolo ante noticias e investigaciones relacionadas a feminicidios.
Es fundamental hacer un llamado para que todos los medios de comunicación hagan una revisión de sus prácticas y reflexionen de forma interna respecto al manejo de casos de violencia de género. No es posible que traten a las víctimas como “un número más”, como un cuerpo sin una historia, como algo distante sin tener en cuenta el sufrimiento para las familias de las víctimas. Es impensable que las familias estén velando a su hija, madre, sobrina o nieta y que aparezca un “profesional de la Comunicación y el Periodismo” a expresar molestia por realizar repetitivamente coberturas de hechos violentos contra las mujeres. Imaginen el hartazgo que sentimos las mujeres de ver este tipo de noticias, de estar en riesgo constantemente porque en ningún lado y con nadie estamos a salvo.
Al momento de desarrollar nuestro ejercicio profesional es hora de dejar de concentrarnos en los detalles morbosos de los objetos utilizados para destrozar los cuerpos y vidas de las mujeres, es momento de cuestionar al agresor y dejar de generar compasión o empatía con quienes nos han agredido, nos violan y nos matan. Nada justifica las violencias machistas a las que nos enfrentamos.
Sucedió en la historia de Karla y continuará pasando mientras el ejercicio profesional se haga sin enfoque de género. Por otro lado, como profesional del Periodismo, es imperativo abrir un paréntesis, no es posible ignorar las condiciones laborales y de seguridad en las que nos encontramos. En esta época, colegas se han visto forzadas a abandonar el país por ir “más allá de lo evidente” o “más allá de lo que deberían saber”. Trabajamos sin garantías de ningún tipo, ni siquiera las que se plantean como base para la fuerza laboral del país: salario digno, prestaciones, seguros, etc. Quienes hacemos reportería y no lucramos del medio, nos sometemos a horarios extenuantes, bajo la excusa de que debemos cumplir con el deber de informar sin importar las circunstancias, sin tomar en cuenta la salud física y mental involucrada en las coberturas de momentos específicos, más aún en contextos de conflicto interno, persecución y muerte como se vive actualmente en Ecuador.
Además, es complejo cómo nos obligan a mirar a otro lado, a colocar el foco sobre una parte de la realidad mientras otra queda en pausa. Hay presuntos responsables que huyeron, como Miguel A. Hay sentencias insuficientes, como en el caso del femicidio de Karen Milán. Hay mujeres y niñas amazónicas e indígenas que son víctimas de sus parejas, ex parejas, padres y demás familiares. Hay mujeres que son retenidas por bandas delictivas para ser utilizadas como objetos de agresión física, sexual, psicológica y verbal, para estos grupos únicamente son un botín de guerra, objetos con valor coleccionable, intercambiable y hasta desechable. Por si no fuera suficiente con enfrentarnos a esta situación, como mujeres también nos enfrentamos al Estado, uno que prefiere judicializar a las mujeres que deciden interrumpir su embarazo. En sí, el aborto sigue siendo poco accesible para quienes lo requieran y todavía hay niñas, adolescentes y jóvenes que son obligadas a gestar y a parir.
Hay mujeres que desaparecen cada día, según la Dirección Nacional de Investigación de Delitos contra la vida, muertes violentas, desapariciones, secuestro y extorsión (Dinased), en 2023 se reportaron 730 personas desaparecidas. De las cuales el 39% corresponde a menores de edad y de este porcentaje más de la mitad son niñas y adolescentes que no son localizadas hasta la fecha. Por otro lado, hay autoridades que proponen ideas “brillantes”, en sus mentes, para eliminar el Ministerio de la Mujer y Derechos Humanos, entidad que tiene el propósito de garantizar y promover los Derechos Humanos, a través de políticas públicas de prevención, atención y reparación para promover la equidad y combatir la discriminación, vulnerabilidad y violencia. Si bien hay evidencias sobre los procesos que realizan y las acciones que toman, son escasas si observamos el panorama general. Uno donde no bastan capacitaciones y talleres para integrantes de la fuerza pública, donde acosan y agreden en espacios académicos y laborales, donde un bono de reparación económica de 100 USD para los hijos e hijas de víctimas de feminicidio no es insuficiente y donde la violencia machista alcanza nuevas víctimas y espacios que deben ser supervisados. Es necesario que esta y otras instituciones asociadas fortalezcan su trabajo en favor de las niñas, adolescentes y mujeres, que se reajusten procesos y se revisen asignaciones presupuestarias, aparte de proporcionar leyes que nos protejan y sean justas.
Aun así, quienes dirigen este país, invierten más en promover la imagen de un Ecuador en el que la salud, la educación, la seguridad y la vida digna son un privilegio de poca gente. Ojalá las autoridades se preocuparan menos por destacarnos como un destino turístico maravilloso en eventos como la Feria Internacional de Turismo (FITUR) 2024 y más en lo que sucede detrás de “la vitrina” para atraer turistas. El 15 de enero el viceministro de Finanzas, Daniel Falconí, expresó que se necesita aproximadamente 1.020 millones de dólares para financiar las operaciones en el conflicto armado interno. Es necesario ordenar las prioridades. ¿La guerra vale más que las vidas de las mujeres? ¿Cuándo será el turno de asumir la responsabilidad con la vida de las mujeres y las niñas? ¿Hasta cuándo tendremos que esperar respuestas oportunas para dejar de enterrar a las nuestras a causa de la violencia machista?
En la historia de Karla, numerosas personas de la vecindad afirmaban haber escuchado objetos romperse, gritos fuertes a diario, así la familia pensaba contar con las declaraciones de quienes atestiguaron en más de una ocasión cómo Karla era víctima de la violencia por parte de Miguel A. Pero días después se llevaron la sorpresa de que dichas personas no querían cooperar en las declaraciones judiciales, fingieron que no sabían nada, que jamás presenciaron nada, no escucharon, no tenían sospechas. La comunidad no puede observar en silencio cuando una niña o mujer es víctima de violencia, no puede ser posible asumir una aparente “neutralidad”, ya que es proteger directamente a los agresores. Es posible ser parte de la prevención al denunciar estos casos y el acompañamiento para las mujeres y sus familias es clave. No es necesario regañar o “aconsejar” a las mujeres para aguantar agresiones de cualquier tipo, con la excusa del “amor romántico”. Aquí es destacable el requerimiento de acercar la información a la población, misma que le permita unirse, entender estas violencias y hacerle frente al miedo.
En este contexto, se vuelve obligatorio entrometerse, el ser espectadoras y espectadores nos convierte en cómplices, para que no exista un caso más, no hacer de oídos sordos, de ojos cubiertos y boca sellada. La sociedad, vecinas y vecinos, necesitan comprender que el repetitivo mensaje de que “la ropa sucia solo se lava en casa” vulnera a las mujeres e infancias víctimas de violencia.
Tomando fuerza ante la espera y la paranoia
Al cierre de esta opinión, el 27 de febrero de 2024, el bebé de Karla está hospitalizado en el sistema de salud pública, recientemente fue sometido a tres intervenciones quirúrgicas: una traqueostomía, una gastrostomía y el retiro de una hernia testicular. Su nacimiento fue sumamente complicado, pues tuvo un derrame cerebral nivel cuatro y se desconocen con exactitud las secuelas a largo plazo para su cuerpo y desarrollo. Sus pulmones aún no maduran de forma óptima y se espera que mejoren con la cirugía, sin embargo, existe la posibilidad del diagnóstico de fibrosis quística pulmonar, misma que se descartaría con un examen de poca disponibilidad en el país.
Las enfermeras están constantemente cuidándolo, también su familia le brinda cariño, atención y seguridad. De momento, los gastos médicos que asumen se desglosan entre vitaminas, complejo B, leche de fórmula y pañales. Miriam, madre de Karla, expresa que gran parte de los gastos cubre el hospital público. Pero igual reconoce que los gastos más fuertes serán cuando su nieto salga de la casa de salud, que será necesario alquilar máquinas y pagar por cuidado especializado.
Mientras la familia de Karla navega en un mar de incertidumbre, temor y dolor, Miguel A. continúa prófugo, su paradero actual es desconocido. Ellas me dicen que esperan que el caso se viralice más y exista más cobertura, quieren vivir con tranquilidad, esa que representa apagar el estado de alerta que manejan diariamente porque el agresor sigue en libertad.
Lo principal es encontrar al presunto feminicida, hay que buscarlo con más empeño y con la movilización de más recursos. Después, esperan que los procesos judiciales se lleven con la mayor agilidad posible, sumado a esto, piden que las leyes sean más estrictas para los responsables de femicidio y feminicidio.
Recuerdan el #NiUnaMenos, piden que ninguna otra familia viva el dolor que los invade. Que ninguna otra voz sea silenciada por la violencia machista.