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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Ana Martinez

El cuidado en el centro de la vida

Pensar los cuidados en el centro de una vida donde siempre tenían que haber estado, pero si antes ya estaban invisibilizados, ahora lo están más.

Recuerdo cuando vine a vivir a Madrid y por primera vez en mi vida me entró agua de lluvia en los zapatos. Me di cuenta, entonces, de que si nunca me había pasado con 20 años era porque una persona, mi madre, los había revisado periódicamente para llevarlos al zapatero. La llamé y se lo agradecí emocionada.

Cuando mis hijos eran pequeños y todavía no tenían una noción del paso de los años, les explicaba que primero iban a cumplir los dedos de una mano, luego la otra y finalmente los pies. Pues bien, cuando cumplieran todos los dedos del cuerpo tenían que saber cuidar de sí mismos y cuidar de otros.

Este confinamiento es, bien mirado, un curso intensivo para poner en práctica las habilidades para la vida. Mi hijo casi tiene los 20 años y está aprendido a amar y a cuidar, creciendo en su relación consigo mismo y con los demás. Cuando su pareja tuvo dolor de ovarios, ante la situación de estar sin analgésicos, metió arroz en un calcetín, lo ató y lo calentó en el microondas. Abrazó a la persona a la que quiere y le puso calor para que se le pasara el dolor. Le reconocí que lo estaba haciendo muy bien, aunque no dejó de reconocerme a mí misma en el esfuerzo por hablar de estos temas con normalidad, de referir mis dolores y los remedios que me servían de alivio.

La empatía es una de las mejores habilidades para la vida, de las más importantes para vivir. Ahora estamos en un momento de incertidumbre, la duda se apoderó de este tiempo y espacio, más que rotos, quebrados.

En este contexto, nos cortocircuitamos cuando queremos concentrarnos en el trabajo y en un proyecto vital. Vivimos el duelo de la vida que teníamos y necesitamos la energía psíquica para lamentar las pérdidas. Cuando el futuro es tan incierto, se difumina y se hace inmediato. El presente se nos presenta roto, como los cuencos japoneses que reconstruidos tienen un nuevo valor. Me propongo montar un taller de kintsugi, que es como se llama ese arte, para remendar este tiempo y este espacio rotos, juntarlos de nuevo para que tengan otro significado.

La amalgama de unión es oro puro, está hecha con los afectos y los vínculos entre seres humanos que se cuidan porque se quieren. Las artesanas de esa filigrana de oro han sido y son las mujeres, esas a las que no se ve, las cuidadoras invisibles sin las que la vida no sería posible. Las vemos en los hospitales cuidando como limpiadoras, auxiliares, enfermeras y médicas. Algunas somos docentes decentes, otras empleadas domésticas, muchas cajeras, reponedoras, transportistas, psicólogas, trabajadoras sociales.

Y, eso sí, madres trabajadoras que tienen mi admiración por lo que queda de vida. Sé lo que es tener hijos pequeños, aunque los míos hayan crecido. Para mí era vital que todos los días estuvieran un tiempo al aire libre, he “parqueado” con frío y calor con otras madres hermanas y cómplices. No alcanzo a imaginar lo que se siente el no poder explicar de un modo comprensible a un niño o niña menor de siete años que no se puede salir. Salir a comprar y cuidar la dieta, la actividad física, los deberes extemporáneos y la salud mental de quienes conviven, sin descuidar a los mayores confinados en sus casas, en residencias y hospitales… es prácticamente imposible para las maestras de los imposibles. Malabaristas de la vida, escribí una vez y ahora sé que me quedé corta.

El confinamiento es como las drogas, potencia lo que hay, y ahora los cuidados no se ven porque antes no se veían. El cuidado a la vida es la única actividad esencial que deberíamos mantener en este momento: la vida en el centro y los cuidados como modo de preservarla.

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Autoras

Ana Martinez

Antropóloga y profesora de sociología.