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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Jeanneth Cervantes Pesantes

Cristina Mancero

Cristina Mancero, de 40 años, comunicadora de profesión. Sabía que le gustaban las chicas, pero reprimió su gusto desde que era una niña. La educaron sobre la creencia de que sentir atracción por otra mujer no estaba “bien”, que no era lo “correcto” ni “sano”. Cerca de los 25 años comenzó a aceptar que le atraían las mujeres, que se podía enamorar de una de ellas.

Su madre, una mujer extremadamente católica, les colocaba, a ella y sus hermanos, rosarios alrededor del cuello y les sentaba a rezar frente a un cuadro inmenso donde aparecía Jesús sosteniendo su propio corazón con las manos. Mancero admite que creció sintiendo culpa, miedo y oscuridad a causa de la religión. También recuerda que la canción El Pescador de Hombres solía ser música de fondo en su hogar. En ese contexto, la posibilidad de amar a otra mujer, desde la diferencia, era impensable. Sentía que podía ser castigada según las “leyes divinas”.

La atracción por las mujeres inició cuando tenía siete años. Le encantaba una vecina y, en su fantasía infantil, deseaba ser hombre para conquistarla. Pensaba que solo siendo hombre podría acercase a otra mujer. Hoy admite que la visión heteronormativa de que el hombre conquista a la mujer estaba posicionada en su cabeza.

Hoy habla poco sobre su papá. “Él era de izquierda, pero de una izquierda machista”, comenta. Para Mancero su mamá y su papá no eran conscientes del machismo que la iglesia y esa versión de la izquierda impregnaban en sus vidas.

Cuando Mancero tuvo su primera relación lésbica seria, su madre la interrogó en su cuarto. Jesús la miraba desde el cuadro, con su corazón en las manos, mientras su madre cuestionaba ¿Qué tienes con esa chica? Entonces respondió “esa chica es mi pareja”.

La madre creyó que era una etapa de confusión. No podía concebir la posibilidad de que dos mujeres se enamoren. Para ella, vislumbrar que su hija era lesbiana era lo peor que le podía ocurrir. Aquel día sentenció duramente a Mancero. Le dijo que era igual o peor que un criminal, que un pedófilo, que una prostituta o que un narcotraficante. También le dijo que, como la Biblia dice, se iría al infierno porque los pecadores no entran al reino de los cielos. Lo peor vino luego, cuando le advirtió que su pareja tenía prohibido pisar la casa. Desde ese día Mancero y su compañera no volvieron en un largo tiempo.

Mancero no vivió la criminalización por parte del Estado, pero sí en su hogar. Su madre, hasta la actualidad, no logra entender que su hija, al igual que sus hermanos heterosexuales, se enamora y construye relaciones. Sin embargo, hace poco “salió del clóset” luego de atravesar un largo proceso personal. En el fondo, piensa que su madre no aceptará nunca su homosexualidad, porque quizá Dios es más importante para ella.

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Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes

Editora de la revista digital feminista: La Periódica. Asesora de comunicación con enfoque en violencia, género, derechos sexuales y reproductivos. Feminista apasionada por la encrucijada digital.