Skip to main content
Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Alba Crespo Rubio

“Avísame cuando llegues”

Hemos salido de una reunión intensa y larga. Vamos a comer algo, yo necesito una biela, listo, vamos al hindú que hacen falafels y hay trago barato. Compartimos cerveza y seguimos hablando de lo mismo por lo que queríamos salir de esa asamblea, tan llena de gente querida, y tan maldecida por nosotras mismas cuando nos cuesta tanto llegar a decisiones. Pero lo logramos y por eso esta pequeña celebración. Que bien cuidarnos.

Salimos y llueve fuerte, me apetece un chocolate, ¿me acompañan?, ¿cómo no te voy a acompañar hermana? Nos acompañamos a la cafetería… a ver si para el aguacero y puedo regresar en mi bici a casa sin llegar con los calzones mojados. Mientras las nubes se derriten en sus tazas de chocolate humeando, demasiado dulce para mi gusto pero suficiente para verlas disfrutar un poco más de su deseo cumplido —pequeño pero enorme a la vez—, se nos va el tiempo hablando, quejándonos, entendiéndonos e indignándonos. Jodido capitalismo que nos arrebata las horas a costa de unos cuantos dólares al mes, evitando que nos reunamos así más a menudo. Jodido capitalismo heteropatriarcal que nos hace cómplices en estos pequeños ratos de sororidad.

Ya paró un poco la lluvia, volvemos a casa andando. Sólo quedamos tres, intentando no pisar los charcos que se han hecho en los múltiples huecos que hay en las calles. Las gotas todavía motean las superficies que reflejan la luz de las farolas, y mojan nuestras capuchas. Atravesamos esquinas oscuras, y escogemos el camino que nos permita ir juntas el tiempo más largo posible, que aun así se hace corto; nunca es suficiente el tiempo que podemos vaciarnos de nuestras inquietudes y malestares, pesadillas y alguna que otra buena noticia que teníamos tantas ganas de compartir pero que no habíamos encontrado el momento para hacerlo. Oye, ¡nosotras tenemos que virar por aquí! Toca despedirnos.

¿Seguro vas bien sola con la bici? Claro, ¡hasta mañana! Ya… avísame cuando llegues, porfa. Ya. Pasó. Las primeras veces que oía esta frase me reía y decía: “¡eso será si me acuerdo!” Me conozco, tan despistada yo, siempre me olvidaba de avisar a mi mamá cuando llegaba a casa de fiesta. No, en serio, cuídate. Entonces me di cuenta que no me lo decían por decir, que a veces no es buena idea volver tarde a casa. No es buena idea, si eres una mujer. Ahora siempre intento —me esfuerzo, lo prometo— enviar un mensaje a la compa que me pidió que la avisara. Llegué, ¿estás bien? Sí, buenas noches. Te abrazo; y yo. Y nos tranquilizamos mutuamente.

Las calles oscuras son territorios prohibidos para nosotras, aquí y en cualquier ciudad del mundo, me aventuro a decir sin miedo a equivocarme. Y lo asumimos, normalizamos ese miedo como si fuera nuestra responsabilidad, el peso a cargar por haber nacido mujeres. Es un riesgo salir a esas horas; como se te ocurre ir por esa zona a pie, te llamo a un taxi. El miedo —real— a ser acosadas, violadas, juzgadas, tocadas, miradas… Nos hace actuar de manera diferente a como nos gustaría. El placer de ir en bici en contra vía por el medio de la calle solitaria, o de andar lentamente de madrugada oliendo las hojas recién mojadas por la lluvia, se ve coartado por la premura de llegar pronto a casa y mandar el mensaje que hará soltar un suspiro de alivio a la amiga que está al otro lado.

Lo he sentido en la piel, ese miedo que antes me parecía una leve sensación de repulsa que me quitaba de encima con un grito o mostrando mi dedo corazón a quien se me acercaba demasiado. He llegado a contar las veces que un hombre me ha hablado con lascivia, solamente para sentir que podía hacer eso aunque a mí me importara un comino y me incomodara lo que opinara de mi cuerpo; me he culpado tantas veces por ver un man agarrando a otra chica que lloraba y no saber qué hacer, y tener que buscar ayuda para intervenir; he sentido impotencia cuando me doy cuenta que cada cinco minutos me giro para ver qué o quién está detrás mío… Si es que hay alguien y no son imaginaciones mías. He visto amigas, compañeras, hermanas llegar llorando por estos mismos motivos; y creo que no hay ninguna de ellas que no haya sufrido situaciones más fuertes de violencia.

Pocas lo cuentan, como si fuera un pecado. Por eso valoro tanto que lo compartan conmigo, y que me pidan ese “avísame cuando llegues” al despedirnos: porque me cuidan. Hoy dos personas me han escrito preguntándome si llegué bien. Pues no quiero, no quiero que sea así como nos veamos empujadas a amarnos. Quiero que las separaciones en medio de la noche después de haber pasado un rato juntas sean más un “pásatelo bien y llega cuando quieras a tu casa”. Me encanta ir por la calle bien tarde, cuando no hay nadie. Y además odio los taxis. No dejaré, pues, de reivindicar la noche como nuestra, así como tantos espacios que nos quedan por conquistar.

Compartir

Autoras

Alba Crespo Rubio

Feminista y Periodista.