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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Ximena Cabrera Montúfar

En un mundo invisible y un tiempo inmóvil

Hay lugares en el Ecuador que no parecen reales, mundos invisibles, marginalizados, desterrados y despojados de lo único que queda: el tiempo y la vida. En la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, desde el Kilómetro 30 hasta el 40, camino hacia la ciudad de Quevedo, y en las provincias de Esmeraldas y los Ríos, se encuentran centenares de plantaciones de abacá de propiedad de la empresa japonesa Furukawa Plantaciones C.A del Ecuador. Los árboles de abacá son utilizados por la compañía para producir fibra, que posteriormente será vendida y exportada a otros países para ser transformada en varios productos, entre esos el papel moneda. Según datos de la Defensoría del Pueblo del Ecuador, el valor acumulado de terrenos es de 7’106.797,11 y el equivalente en dólares de sus plantas agrícolas significa USD 1’505.435,15, lo que son parte de un total de activos de USD 12’372.571,00, excluido de estos valores todo lo equivalente a sus pasivos.

Fotografía: Rossana Torres

Las plantaciones de abacá se encuentran en haciendas aisladas de las ciudades principales de la costa ecuatoriana y de las carreteras de primer orden. En su interior se encuentran campamentos en los que, sorprendentemente, sobreviven familias de trabajadores y trabajadoras de la empresa Furukawa. Estas personas no han suscrito ningún contrato laboral con la compañía, en términos de que esos cuartos tugurizados donde ellas y ellos habitan, han sido arrendados a una persona con el estatus de “arrendatario”, este, a su vez, subcontrató a estos trabajadores y trabajadoras para que produzcan la fibra del abacá, producción que consiste en cosechar los tallos, tusear los árboles, es decir, que saquen de los tallos el material útil descortezándolo con machete; secar e introducir ese material de los tallos en las máquinas para transformarla en fibra, después tender la fibra de manera separada para que se seque y sea tratada; finalmente se transporta en mula la fibra hacia la carretera para ser trasladada y ser vendida. Todos estos procesos son realizados por mujeres, hombres, niños y niñas que viven en los campamentos tugurizados, ubicados al interior de las plantaciones.

En este mundo de producción y de hábitat tugurizado por el abacá, en el que Furukawa explota y esclaviza, hay historias que contar y vidas de mujeres que legitimar.

Las mujeres, en este mundo del abacá, no recuerdan el día, ni el mes o el año en el que se encuentran, ese tiempo escindido para descansar, despertar, trabajar, recrearse, comer, jugar, sentir placer y estudiar, acá no existe. El “trabajo” representa y atraviesa la cotidianidad de la vida. En este mundo, las mujeres son las protagonistas y ¡el tiempo no existe!, el tiempo es ausente porque el cuerpo está regido y rígido por el trabajo.

Una de las trabajadoras me pregunta “¿qué día es hoy señorita?”, es 8 de marzo le respondo; con mirada de desconcierto, ella alza sus ojos al cielo como si no quisiera ver más el horizonte totalizador de abacá que queda al frente.

El día de hoy, en el kilómetro 30 vía a Quevedo, es el mismo día que ayer: amanece porque sale el sol y, apenas esto sucede, las mujeres salen a trabajar, saben que es de noche porque el cielo se oscureció y ya no es posible tender la fibra o tusear por la falta de luz, entonces empieza la caminata, muchas de las veces de varios kilómetros, hacia el campamento donde está “el cuarto”; “nos toca prender velitas para comer, cuando hay”, menciona una trabajadora de Furukawa.

Saber, pero no conocer ni sentir al tiempo, significa, para estas mujeres productoras, que la vida no se desapega de esos árboles de abacá que crecen como plaga, es lo que les da una comida al día, lo que les permite sobrevivir. Esta forma de explotación impide que puedan vivir otra situación que no sea el trabajo, así se justifica que todos los días, ellas y ellos tengan que vaciar su potencialidad y energía en este proceso de explotación que solo beneficia a Furukawa.

El trabajo de las mujeres no solo se reduce a la producción de la fibra de abacá, sino que su tiempo es utilizado simultáneamente a las multitareas de los cuidados, del sostenimiento de la vida “mientras tiendo la fibra de abacá, doy de amamantar a mi bebé y al mismo tiempo corro a ver si hago arroz”, comenta una mujer trabajadora de Furukawa quien tiene 32 años. Mientras tusean, tienden y estiran la fibra, cuidan de sus hijos e hijas, evitando que se lastimen en las hojas, que les muerda una culebra o que se acerquen a las máquinas y puedan sufrir un accidente. A estas trabajadoras del abacá, además se las convenció y socializó que, a más de tender las fibras, deben, con las únicas fuerzas que les queda, cocinar, lavar y mantener la mínima estabilidad emocional de todxs, buscando la manera de que el poco dinero que se genera sirva para el bienestar familiar.

Fotografía: Rossana Torres

El espacio de explotación está ahí, en la casa, solo se abre la pequeña puerta de madera y allí están las plantaciones, no se separa el espacio ni el tiempo, todo está allí mismo: el cuarto, el abacá y la explotación; el pozo de agua y el abacá; la entrada de tierra al cuarto y el abacá; la cancha de fútbol con postes del abacá; no hay baños sino los espacios vacíos que deja el abacá; el cielo y los cientos de kilómetros de plantaciones de abacá.

Las vidas de estas mujeres no se separan ni en tiempos ni en espacios distintos, los lugares son los mismos de ayer, los espacios donde viven son cuartos estrechos sin ventilación en un calor de 30 o 35 grados, sin agua, sin luz, sin comida, nada que permita sentir que los días avanzan y que son diferenciables, da igual para muchas de ellas que sea 8 de marzo o 25 de noviembre, pues su experiencia vital es inamovible, se concentran, casi en su totalidad, en desarrollar actividades para la sobrevivencia.

El tiempo de fin de semana tampoco existe, es lo mismo que sea viernes, sábado o domingo, todos los días se trabaja y se realizan las mismas actividades de día y de noche. No hay otros espacios como la escuela, los parques, las plazas, las calles, las tiendas. El hábitat de mujeres, hombres, niños y niñas son las plantaciones, viviendo la precariedad y en condiciones de insalubridad.

“Acá todas parimos en nuestras casas, y todas trabajamos con nuestras panzas, hasta el día que parimos tenemos que tender el abacá, ya sólo nos empieza a doler, se nos rompe…y vamos a nuestro cuarto y ahí nace”, menciona una trabajadora de Furukawa quien tiene 29 años.

Fotografía: Rossana Torres

En general, sabemos que el cuerpo se da a notar o sentimos que existe cuando duele o cuando siente placer, sin embargo, en formas de explotación como esta, las mujeres lo conciben en cada sacrificio e inversión de energías. El cuerpo, en esta forma de explotación sin descanso alguno, no es fuerza de trabajo, sino un medio de producción. No hay separación entre la maquinaria, los machetes, los tendederos, la plantación de abacá, entre otros, y los cuerpos, las energías, el tiempo y la vitalidad de mujeres, hombres, niñas y niños, todos ellos y ellas son tratados como máquinas biologizadas para la explotación y el esclavismo moderno.

“Yo me operé de la vesícula, me dieron reposo de 15 días, llegué a mi cuarto con mi esposo y mis hijos, y el jefe me dijo que no podía dejar de tender, porque se daña la fibra, tuve que a los tres días levantarme a trabajar con la ayuda de mis hijos, se me hinchó, de nuevo me operaron y otra vez a trabajar, y ahora míreme esta bola que parezco embarazada, tengo una hernia, me han dicho que ya no me puedo operar…”, afirma una mujer de 42 años que trabaja en Furukawa.

La salud y la vitalidad son gastadas hora a hora para servir al patrón, caso contrario, Furukawa no les paga esos miserables USD 150, 200 o 240 mensuales que pueden llegar a ganar, por las más de 12 horas diarias de trabajo, sin descanso fines de semana, ni permiso alguno. Si los hombres y las mujeres no trabajan hora tras hora, cuerpo tras cuerpo simplemente no comen y no tendrían ese techo donde viven. Por todo esto, en este mundo, sentir el cuerpo es un privilegio, es una dimensión no tomada en cuenta por el riesgo que implica, no hay la posibilidad ni el permiso de enfermar o descansar en procesos de gestación.

Los cuerpos explotados no pueden sentir placer, porque eso implica emancipación y eso, a los explotadores, no les va bien. Menos aún se les permite a las mujeres poner atención a sus ciclos menstruales, muchas de ellas deben aguantar los cólicos e inflamaciones hasta que pasen por si solos. Además, los productos sanitarios no son usuales para las mujeres adolescentes y adultas, como indicó una mujer de 29 años que trabaja para la compañía, quien agregó que “cuando nos enfermamos no tenemos ni para comprarnos una toalla sanitaria, y si compramos eso significa no comprar arroz y caminar horas hasta salir y que alguien luego nos lleve al pueblo”.

Fotografía: Ximena Cabrera Montúfar

Las mujeres aquí, como en otros espacios de explotación patriarcal, son tratadas como máquinas reproductoras de niños y niñas, próximos a formar parte de la misma explotación. Las mujeres gestan alrededor de dos a cuatro hijos o hijas, quienes apenas crecen y llegan a unos 10 años de edad, ya están ayudando en algún oficio del abacá. Muchos de estos niños y niñas no conocen la escuela, ni otro sitio que no sea la plantación, han nacido y están creciendo en esas condiciones de explotación y esclavismo, ya pertenecen a las plantaciones de Furukawa.

Muchos de los niños y niñas nacidos allí no saben leer, ni escribir, ni jugar, sino es con las mismas hojas de abacá, si juegan lo hacen alrededor de esa materia prima, corren y regresan, no hay nada más que hacer ¡es sólo el abacá! que inunda kilómetros y kilómetros de terrenos. Acá en este mundo, no existen esas dimensiones etarias y de convivencia denominadas infancia, adolescencia y adultez, acá no hay tiempo ni espacio para discernir esas formas de coexistencia distinta.

Los esclavistas han generado como “buenos estrategas de la desposesión de la vida” la dependencia de las y los trabajadores, de los niños y niñas, los han analfabetizado, les han hecho creer que solo sirven para cortar, tusear, tender la fibra de abacá. Estos “mal nacidos de Furukawa”, como lo dice una de las mujeres que han trabajado en Furukawa durante años; han logrado especializar, por más de 60 años, los cuerpos de mujeres, hombres y niños en los oficios de producir la fibra de abacá, de mutilarse y hasta morir en este trabajo, pues estas personas es lo único que han hecho en toda su vida y es lo único que les han posibilitado hacer.

Fotografía: Rossana Torres

Tal ha sido el proceso de desposesión de la vida, que a veces para las y los trabajadores ya ni la sed, ni el hambre es una necesidad, sino un martirio porque, para tener agua y poder comer tanto mujeres como hombres, niños y niñas deben acabar con sus energías cada día para sobrevivir al día siguiente; morir de hambre, de sed, de calor, de picaduras de mosquitos, de culebras; soportar la sofocación en la plantación, cortar, tusear, tender, maquinar, sacar la fibra.

El cuerpo martiriza cuando exige “agua y comida”, como indica una trabajadora de Furukawa, quien tiene 42 años, “yo hago lo posible para evitar la sed y el hambre, pero mis hijos si deben comer algo al menos”. Para la sed, por ejemplo, toman agua del río contaminado y sucio que fluye alrededor de las plantaciones, para el hambre cocinan plátano a veces con cualquier huevito o alguna otra cosa que encuentren, pesquen o se pueda comprar, para lo cual se debe salir a la carretera después de dos o más horas de caminata y esperar que alguien les transporte a un pueblo cercano.

Menos mal, en este mundo están las mujeres, y lo digo en sentido de “harta preocupación y dolor”. Allí mismo, en esa miseria, ellas dejan de tener sed para darles lo poco del agua que queda del pozo a sus hijas e hijos y a sus esposos, quienes hacen el “trabajo más peligroso de tusear y maquinar”. Ellas tienden la fibra y a veces tusean con machete los árboles, atienden y sirven, también realizan el “trabajo más duro”; las mujeres guardan silencio en sus dolores menstruales, en sus dolores de útero, en sus dolores de parto, de vesícula, de brazos, de piernas. Muchas de ellas dicen que comen poco para que alcance, y, al mismo tiempo, abrazan, sonríen y dan de lactar, ellas hacen lo posible porque la vida continúe, por más dolorosa que sea.

Estas mujeres sostenedoras de la vida tienen el deseo que mañana algo pueda cambiar, y que el Estado ecuatoriano sancione a esta empresa esclavista, y puedan ser reparados sus vulnerados derechos humanos y laborales; que se les devuelva algo de dignidad garantizando sus seguros médicos, garantizándoles viviendas dignas, en las que haya agua, luz y lo que ellas y ellos necesiten para vivir y trabajar. Las mujeres requieren y exigen reparación en sus procesos de parto deshumanizado, por los abortos involuntarios por el trabajo excesivo, por las enfermedades no curadas, los dolores soportados, los tumores no operados; ellas exigen que sus esposos y los hombres de las familias también sean reparados por las mutilaciones sufridas, los accidentes que los dejó incapacitados; por sus esposos muertos en las plantaciones, exigen que se les devuelva algo de la vida gastada, el tiempo invertido y las energías acabadas.

“No nos quedaremos tranquilas hasta que se nos devuelva todo lo que nos ha robado la empresa, acá hemos dejado nuestra vida, toda la vida he trabajado acá, y nadie nos va a poder pagar eso” comenta una mujer de 52 años, trabajadora de Furukawa.

Acá, en este mundo, las mujeres se sublevan de maneras inesperadas. Saben que están perdiendo sus vidas y las de sus familias, por lo que no pararán hasta encontrar justicia y reparación. Aunque no hay tiempo para parar y no está en sus posibilidades, han decidido sacar la voz, sublevar al cuerpo y usar el tiempo para escindirlo, para hacerlo lucha, reclamo y dignidad.

Por esa terquedad de muchas mujeres, de luchar por una vida digna, dedicado a las mujeres explotadas y esclavizadas de Furukawa.

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Autoras

Ximena Cabrera Montúfar

Feminista, integrante de la Plataforma Justicia para Vanessa, acompañante a mujeres sobrevivientes de violencia sexual y familias sobrevivientes de crímenes feminicidas, magíster en estudios de la cultura mención en género, especialista en trabajos de cuidados y políticas del cuidado (CLACSO).