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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Ruth Montenegro

A mi Valentina

El tiempo inexorable ha transcurrido y hoy, 23 de junio del 2020, se cumplen cuatro años de tu muerte: 1.460 días de silencio, 1.460 de complicidad, 1.460 días de impunidad.

Siguiendo el orden natural, las madres deberíamos contar los años de los cumpleaños, del tiempo en la escuela, el colegio, de los viajes… que llevan a nuestras hijas e hijos lejos de nuestro lado, pero que dejan en el alma el dulce sabor de los sueños alcanzados, de la felicidad compartida.

Yo, en cambio, tengo que contar los años de tu muerte, porque te arrebataron de mi lado, te asesinaron. Sin embargo, no te has apartado ni un instante de nuestro lado. Cada día apareces reflejada en la risa de tus hermanas, en la fuerza que me inunda para seguir levantándome y no dejar que la desesperanza gane terreno, al ver tanta injusticia repetida una y otra vez, frente a la mirada indiferente o perdida en intereses mezquinos de tantas otras.

Estás presente porque habitas en mi corazón, en ese lugar reservado solo para ti, mi niña, y desde allí te potencias y tu luz se irradia en el anhelo de otras mujeres que he encontrado en el camino, a lo largo de estos años y que han compartido junto a mí la lucha, la alegría, la tristeza, el desconcierto, el entusiasmo, en suma: la vida.

¿Recuerdas cuando me acompañaste en mi primera presentación como parte de Coral Amaranto a tan solo unos días de tu muerte? ¡Yo no lo he olvidado!, tus palabras siguen presentes y aún resuenan en mi oído: “te amo mamá, estoy muy orgullosa de ti”. Me lo repetiste una y otra vez con esa emoción y chispa que te caracterizaban, al tiempo que me abrazabas fuertemente. Y en los días en que el dolor acudió a visitarme y se desbordó por mis ojos, de manera imparable, me aferraba a aquellas palabras tuyas. Cuando la maldad de los que te abandonaron aquella tarde, de las que se burlaron de ti e hicieron mofa de tu situación al verte sola y gozaron al sentirte indefensa y en lugar de protegerte te dejaron a tu suerte -me pregunto: ¿cómo pueden vivir tranquilas sabiendo que pudieron evitar tu muerte tan solo con una llamada? y ¿cómo pueden continuar fingiendo que no saben nada, encubriendo a los que te mataron? – Tú confiabas en ellas, principalmente en tu profesora Daiana.

Hoy me cuesta imaginar como serías a tus casi 16 años. Recuerdo tu imagen de niña adolescente en tu cumpleaños número 11, el último que compartimos juntas, con tu vestido violeta, feliz, radiante, emocionada, golosa, traviesa; interpretando el tema Superstición en tu flauta, disfrutando de tus bombones, haciendo locuras con las historias que creabas y grababas en videos, que te gustaba hacer porque era: “súper cool”. Sintiéndote amada y mimada con las canciones de mi invención que interpreté para ti aquel día.

Muchas voces me han dicho que te olvide, que ya es hora, que hay que pasar página, que hay que aceptar la “voluntad de Dios”, que ya no pierda más el tiempo, que nada de lo que haga te devolverá a mi lado y en relación a esta última frase es verdad, en lo físico; pero tengo conciencia de que esto no solamente me pasó a mí, sino que sigue y seguirá pasando con otras niñas y madres, si no accionamos. La opción de mirar a otro lado y no comprarnos más líos no se contempla.

Yo no quiero el olvido,
quiero viva tu memoria,
quiero tu voz palpitando,
en el corazón de mis hermanas.

La resignación y el aceptar las cosas, como algo dado e imposible de cambiarlas, es lo que ha permitido que la violencia siga imperando y la impunidad sea la norma. Si algo aprendí de ti, mi niña, es a ser generosa, a no darme por vencida, a intentarlo cada día.

Quiero contarte que tu muerte rompió mi silencio, que le pusiste voz a mi voz y que siendo coherente con lo que te había enseñado: “en la vida tenemos dos opciones cuando el dolor nos sobrepasa, quedarnos en la tristeza, hundirnos o levantarnos y seguir”. Y haciendo eco de la última frase que, coincidencialmente, escribimos en el pizarrón de la casa: “vivir es el deber de no claudicar”, yo decidí seguir y no rendirme. Transformé tu muerte en arengas libertarias , en torrente que recorre el mundo ahogando el miedo, el olvido, el silencio, la injusticia por la igualdad y la dignidad humana y la convertí en posibilidad de transformación de mi propia vida, de sanación de mis viejos dolores, de crecimiento como ser humana. Aún estoy aprendiendo a valorarme, a mirarme y apropiarme de mis logros, a conquistar mi autonomía, por mí, por ti, por tus hermanas, hermanos, por las demás.

Te confieso que antes de tu partida, la muerte era un tema que me causaba escalofríos, me asustaba, mi alma se encogía de solo pensarlo, pero cuando tú te fuiste aprendí a mirarla de otra forma, a convivir con ella, a darle otro sentido. Así, tú, mi niña, sembrada en la tierra has fructificado toda tu sabiduría y la has devuelto convertida en conciencia, en grito de denuncia de las desigualdades, de las violencias que vivimos, en emancipación. Tu nombre mi jilguero cantor, levanta y organiza.

Me di la oportunidad de ser canción, música, creación y tú fuiste mi inspiración. Sé que estás orgullosa de mí y que si pudieses hacerlo me volverías a abrazar, otra vez feliz y orgullosa, pero aprendí a sentir tu abrazo a través del cariño de tus hermanas, hermanos y de todas las personas que sinceramente han compartido mi alegría.

Tu hermana Nina y tu hermano Ismael me han acompañado en esta aventura.

Quiero contarte que, finalmente, tuve el coraje de concluir la tarea y poner fin a aquellas relaciones que me lastimaban, que no me construían y que lo que parecía imposible no lo es más, ya no duelen y finalmente he tomado pleno control sobre mi vida.

Quiero confesarte que te extraño y duele. Claro que duele no tenerte a mi lado, el no poder abrazarte cada noche y quedarme junto a ti adormecida.

Durante mucho tiempo me acompañó el pensamiento recurrente: “si hubiera hecho esto o si hubiera hecho aquello “, pero entendí que no podía amar llena de miedo y de culpa, así que me atreví a poner la responsabilidad en las manos que corresponden y a darle su importancia a cada día, valorando el presente, tomándome el tiempo para crecer.

Tu y yo sabemos lo que vivimos juntas y sabemos del amor que sentimos mutuamente, la una por la otra, desde el momento en que te supe en mi vientre, pasando por el día en que te vi nacer y mirarme con esos profundos ojos oscuros que penetraron mi alma; recuerdo cuándo te mecía en la hamaca para que te durmieras o para evitar que lloraras y que tu pupito brotase por el riesgo a una hernia umbilical. Cuando te amamantaba y sentía tanto amor, tanta dulzura. Eres la tercera de mis hijas, pero el sentimiento de tenerte en mis brazos era único.

Recuerdo cuando decidiste dar tus primeros pasos en la música, el día que pusimos en tus manos por primera vez la flauta traversa que habíamos conseguido para ti. Cuando te vi por primera vez en el escenario, haciendo poesía con tus movimientos, bailando ligera y feliz. Los años intensos, de arduo trabajo, de ir y venir, entre libros, instrumentos, pinceles, tutús, pentagramas… ¡Una verdadera locura!, hasta la última tarde que estuvimos juntas en el conservatorio y golosas compartimos la torta de chocolate o la noche en que ilusionada te probabas un vestido tras otro, buscando el más bonito para tu certamen.

Quiero contarte que tu canto no se apagó y trascendió las fronteras de la tierra que te vio nacer. Y que tu nombre, junto a los de otras hermanas bajo la consigna: “NI UNA MENOS, VIVAS NOS QUEREMOS” se ha convertido en inspiración para mujeres de lejanos lugares y diversas realidades.

Aunque han sido años de fría impunidad, te he sentido a mi lado, acompañándome en todos mis recorridos, exigiendo la verdad y que en contrapartida conocí a otras mujeres: valientes, reidoras, combativas, guerreras, con labia; capaces de pasarse horas escuchando y junto a ellas aprendí a avivar el fuego de la esperanza. Nos reconocimos, nos acompañamos, nos organizamos, nos movilizamos.

Quiero decirte que, mientras viva, nunca lograrán apagar está llama de amor que es mi furia, este anhelo de justicia, de dignidad que habita en mí.

Me han derrotado muchas veces, otras me derroté a mí misma, pero jamás perdí, porque aún conservo intacta la ternura que no han podido amaestrar, la capacidad de indignación, de asombro frente a las pequeñas cosas; la confianza de que habrá un mañana mejor, la alegría que a pesar de los pesares sigue brotando necia.

Para despedirme, tengo que admitirlo, tú ganas, tenías razón: los gatos son las mascotas más hermosas que pueden existir y es por eso que hoy tenemos a Bagira con nosotras.

4 años sin Valentina, 4 años sin respuestas , 4 años de lucha por justicia.
#JusticiaParaValentina

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Autoras

Ruth Montenegro

Ruth Montenegro, mujer ecuatoriana de origen campesino montubio, sobreviviente de violencia sexual, madre de la Flautista Valentina Cosíos niña víctima de feminicidio. Cantora Popular y Compositora creadora del Proyecto musical «Mujer Canto y Memoria», que sensibiliza y moviliza los estados de conciencia frente a las violencias y discriminaciones que vivimos por ser mujeres. Activista feminista y defensora de los derechos de las mujeres y niñas. Familiar y una de las fundadoras de la Plataforma Vivas Nos Queremos Ecuador.