Entrevista a Gabriela Ponce
En uno de los días más soleados de diciembre nos encontramos con Gabriela Ponce, narradora, dramaturga y docente, miembro de Casa Mitómana y del consejo editorial de la revista digital Sycorax. Ella también es la autora de ‘Sanguínea’, primera publicación del nuevo sello Severo Editorial, texto ganador de la convocatoria pública del Fomento de las Artes, Innovación y Creatividades 2018-2019. Su novela (cuarta publicación junto a los textos teatrales ‘Caída’ y ‘Lugar’, y el libro de cuentos ‘Antropofaguitas’) es, sin dudarlo, profundamente ofensiva; parafraseando a la escritora mexicana Fernanda Melchor mientras presentaba su novela ‘Temporada de huracanes’ (2017) en una feria de su país, donde dijo: “no me interesa la literatura inofensiva”. ‘Sanguínea’ no es un ataque llano o grotesco, sino que toda la historia, su protagonista, la estructura de lo que sucede, toca fibras muy complejas de las relaciones.
“Nos sentíamos como un solo cuerpo –hueso, sangre y carne– que se desmembraba por instantes, para volver a unirse por la irremediable necesidad del tacto.” Dice la narradora y protagonista, una mujer adulta que, en primera persona, navega los ríos no siempre calmos de los afectos: una pareja, amantes, y amistades que van y vienen como la menstruación. La evacuación cíclica en forma de sangre también hace de hilo conductor y permea toda la trama. Esa manifestación fisiológica es una manera de narrar y no solo está en las descripciones del cuerpo de la protagonista. Así su voz es una voz íntegra y descarnada: siente, piensa, no piensa, actúa, recuerda, sueña y siempre está en su cuerpo.
La novela, que puede ser abordada de muchas maneras, también es rica en imágenes, no teme meterse con la cultura popular, la poesía, con generar olores y sensaciones corporales. Esa multiplicidad y un espíritu profundamente provocador podrían caracterizar a Sanguínea, si no es vano poner una etiqueta. Quien llegue hasta el final –algo que no resulta difícil porque es una lectura vertiginosa y envolvente– sabrá que todo puede estar en entredicho y mucho más en las relaciones. Ese impulso también hace de esta novela parte de la narrativa contemporánea más arriesgada e interesante que ahora está en manos de muchas
escritoras latinoamericanas.
La conversación con Gabriela Ponce en Casa Mitómana está llena de risas transparentes y sin pudor. Seguramente el público lector podrá conocer y hablar con la autora en la gira que hará con su novela desde este miércoles 15 al sábado 18 en Quito, Guayaquil y Cuenca.
¿Cuánto tiempo te llevó la escritura?
Escribí en tres momentos distintos, no fue una escritura de corrido. Estuvo un poco interrumpida por las mismas demandas de la vida (Gabriela ríe); por mis propios procesos afectivos. Trabajo a tiempo completo en una institución, tengo un grupo de teatro con el que trabajo aquí en esta casa (Mitómana), soy madre. Uno se acostumbra a que no hay un tiempo del trabajo sino que el tiempo de trabajo está conviviendo con todos los otros roles y que uno aprende a lidiar con eso. Interrumpo esas demandas para darle un tiempo a la escritura, en ese sentido no fue muy planificada.
¿Podríamos decir que ‘Sanguínea’ ya estuvo en ‘Caída’ y ‘Antropofaguitas’?
Justo pensaba en eso porque a raíz de una novela de la que estábamos discutiendo con un amigo –una investigación a lo bestia que le tomó 8 años escribir de la que no voy a dar el nombre–, yo le decía que es difícil determinar los tiempos y las duraciones y cómo una obra actúa en ti, o desde cuando una obra está viviendo en ti, o cómo se está manifestando. Yo estoy tomando notas para esta novela desde hace muchísimos años, y como tú dices, ‘Caída’ fue en el 2013 “creo”, ahí ya estaban actuando sobre mí una estética, un pensamiento, una forma que sin duda se manifestó en esta novela. Pero, claro, digamos que en toda la trayectoria de mi escritura ya han estado presentes esas imágenes.
Sanguínea es inclasificable, tiene cosas de telenovela, melodrama, oscuridad. Hay mucha ambigüedad, también se rompen los límites de ciertas relaciones, pero la novela en sí misma no es ambigua. Su prosa tampoco lo es. ¿Qué te propusiste para lograr ese lenguaje y en especial a la protagonista de la novela?
Para mí la escritura es un ejercicio de contacto con una parte no tan domesticada de mí misma, no es un ejercicio de control; siento que hay una escritura controlada, de dominio técnico, que sabe cuál es su material y lo organiza y lo estructura. Para mí la escritura es un ejercicio más visceral de ir justamente hacia lo que yo no tengo mucho control… Es una cosa que le dejo ser. Y luego hay un ejercicio de edición, de formulación, un poquito más de organización. No me propongo mucho lograr esta narradora, sino que le dejo a esa voz que de pronto apareció darle, darle, darle, sin ninguna censura, ninguna, ni estética, ni poética, ni política, y luego tal vez busco una manera de trabajarlo. Y creo que ahí está un poco mi apuesta. En el ejercicio de escritura desbocada, de un contacto íntimo con las zonas más ambiguas de mí misma.
Alguna vez leí, no me acuerdo, en el decálogo de un cineasta. Decía que solo es material artístico aquello de lo que no tienes seguridad. Lo que ya sabes puede ser material para otra investigación, pero para el arte el material es justamente ese del que tú no estás segura. Como cuando te hacen esa pregunta tan clásica de “pero tú qué quieres”. Desde niña fue una pregunta inmensa porque siempre estaba en oposición. Quería una cosa y quería lo otro y quería lo de más allá, y cuando quería esto eso se ponía en jaque. Entonces el deseo era profundamente ambiguo. Eso me interesaba agarrar en esa escritura, esa ambigüedad.
Esta es una historia rica en imágenes, incluso hay una sensación climática, no le teme al lenguaje poético ni a los cortes de tiempo o a la fidelidad de la memoria.
¿Qué te interesó en la novela de ese diálogo en distintos registros estéticos?
Mi acercamiento al teatro también ha sido desde ahí, me ha interesado mucho la exploración y la captura o la construcción de imágenes donde el color es muy importante, donde efectivamente el espacio es definitivo. Cuando he escrito teatro nunca he estado muy clara si va a ser una obra o un cuento, en Sanguínea no sabía si iba a ser un cuento o una obra de teatro. Siento que los géneros están en un momento de crisis, yo misma los pongo en crisis; me interesa más escribir un teatro que esté en los bordes que sea irrepresentable, que sea súper narrativo. Igualmente me interesa la narración que se puede pensar en imágenes, que se puede pensar en escenarios.
Entonces está muy contaminada; y de todas maneras es una novela, y de todas maneras es esa posibilidad de que esté alimentándose de otros lenguajes, ese medio me hace encontrarle a la novela. Cuando hacemos teatro con el grupo una de mis preguntas fundamentales es hasta dónde nos da el teatro, dónde aparece, efectivamente dónde está el teatro, a veces cuando le imponemos unos textos que no parecen teatrales o unos escenarios que no parecen teatrales de pronto asoma el teatro. Ese ha sido un poco nuestro ejercicio y sigue siendo para mí, en función del mismo teatro, y creo que con la literatura me pasa lo mismo. Me gusta esa condición inclasificable.
Sin ir hasta el límite, hasta ver qué si es narrable y qué no tampoco se hubiese escrito Sanguínea. Porque es una historia estremecedora, la narradora va a lugares súper íntimos. Y al mismo tiempo no se podría contar sino hubiese recuerdos, el presente, el ir y venir de relaciones donde no están los límites muy marcados, y cuando lo estuvieron no funcionaron…
Para mí eso también es ejercicio de llevarlo hasta el límite, hasta donde ya no haya más, irme hasta el final con esa narración, con esa percepción de la sangre, de la menstruación, sin censura. Realmente dejarle a la sexualidad, al afecto, unos territorios que sé son innombrables porque la realidad siempre sobrepasa al lenguaje pero ese es mi intento, capturar esa expresión en su ser más crudo, más real, más visceral. Yo tampoco puedo escribir de otra manera; [sin] llevar [la escritura] a un lugar que de verdad me interpele, que de verdad me ponga en contacto con zonas que me desestabilicen, porque sino no tiene tanto sentido para mí, no es tanto un ejercicio, yo que sé, profesional.
Además de que es el hilo conductor, la menstruación es casi el espíritu de la novela; viene de improviso, mantiene su ritmo, es abundante, o gotea, se manifiesta espesa y también líquida, dolorosa o cálida.
Y también cuando no llega, que es terrible (risas). Vivir con la menstruación de una es una cosa que toma toda la vida, para mí ha sido impresionante. Y no lo he pensado sino hasta este momento. Es decir, no fue tan consciente que la línea conductora, o lo que me llevaba escribir esto, sea el ritmo, el flujo de la sangre; pero ahora que lo mencionas se da este momento de decir ¡qué bestia!, menstruamos cada mes y no aprendemos mucho a vivir…, cada vez es distinto, toma mucho tiempo. Lo que en la adolescencia para mí fue tan deseado, porque te hacías grande, porque era un paso; después fue vivir con el dolor, resignificarlo, que no venga la regla, el embarazo. Todo lo que es la menstruación en nuestras vidas nos atraviesa de un modo tan definitivo y es poco el tiempo para que se exprese, para que se haga lenguaje, que es tan íntimo y tan poderoso; ¡es increíble la sangre!
Los vínculos, el sexo, lo erótico, los afectos, la violencia van de un terreno a otro, no son estáticos. En el amor está el odio, en la amistad puede estar lo erótico, y en el sexo, aún con consentimiento, puede estar la violencia. De alguna manera el feminismo ha puesto estas experiencias en la esfera pública. Sanguínea también explota estos terrenos “intocables”.
Tal vez eso sí era un propósito, preguntarme cómo es ese aprendizaje emocional, cómo es para algunas de las mujeres de mi generación, cómo ese aprendizaje está mediado por un lado por la telenovela, que fue parte de la infancia. Para mí era importante hacer estallar estos pequeños mundos, estos pequeños aprendizajes afectivos que constituyen la idea de lo que es el amor, una idea que cuando uno la quiere atrapar ya se le fue, o sea es imposible. Pero sí [se puede] identificar las huellas del aprendizaje afectivo, o sea, cómo se fue aprendiendo a amar así, cómo vamos aprendiendo a practicar el amor de esta manera.
Creo que el amor entre mujeres, el amor con las amigas, también es un poco así, también está mediado por un aprendizaje social, un aprendizaje cultural que nos dice “lo erótico es un universo que no nos corresponde con las amigas”, a pesar de que está ahí. Y la eroticidad es una cosa que nos atraviesa desde la infancia, está ocurriendo en el cuerpo, en todas nuestras relaciones, y eso es algo que negamos permanentemente. También me interesaba explorar un poco estas regiones que culturalmente está veladas, está inhabilitadas para nosotras.
Sí, el feminismo en ese sentido ha dado importantísimos pasos pero que creo que hay que seguirlo poniendo ahí, destapando unas posibilidades del afecto que no nos están dadas culturalmente, que no nos están permitidas. Eso también descubrí en la literatura de mujeres.
¿Por ejemplo, qué escritoras?
Hay algunas en diferentes momentos de mi vida, pero hubo un periodo en el que dije “quiero leer solo mujeres” porque ya he leído un montón de hombres, es verdad, uno ya crece con ese canon y, yo no estudié literatura pero tomé muchas clases de literatura en la universidad, y siempre leíamos hombres, aparte la clase de literatura femenina. Comencé a investigar un poco y unas escritoras me llevaban a otras, una de las primeras que me impresionó mucho es Christa Wolf, una escritora alemana de la posguerra, está Inge Borkh, Marlen Haushofer.
Está Marguerite Duras, y cuando leí a Clarice Lispector fue un impacto muy fuerte. Ariana Harwicz, escritora argentina (que reside en Francia) más contemporánea. Ha habido muchas, o los mismos diarios de Anaïs Nin, que leí hace muchos años. Eran unas formas de escritura que no eran las más estudiadas, las más legitimadas; fui comprendiendo que estaban marcadas por sus condiciones materiales, marcadas tal vez por su condición de género y que habilitaban otra experiencia de la intimidad, del mundo y de la escritura que a mí me sirvieron para decir “quiero escribir”, o tal vez “siento que puedo escribir”.
Muchas veces cuando leía estas grandes novelas decía “a mí me encanta leer pero yo no voy a poder escribir esto”; tenemos esta idea de que el gran escritor, la gran novela, es una cosa redonda, con una gran historia que contar. Y a veces uno dice yo no tengo grandes historias que contar y luego te das cuenta de que hay otras posibilidades. Siento que eso es fabuloso (risas), pensar que cualquiera puede escribir me encanta.
Tu narradora no es una víctima, con ella hay que ir con cuidado aunque no es una mujer malévola ni perversa.
Es lo que te decía hace un momento, es tratar de salir de esos moldes; en ese sentido es muy real, esa también era mi intención. Porque muchas veces la religión que vivimos sí te vuelve muy víctima, somos criadas en una forma permanente de recurrir a esa figura, y también revictimizarnos como una forma de sobrevivir. He buscado alejarme, ya en la vida, y también en la escritura, de crear personajes que también sean –o de crear narraciones o voces– fácilmente identificables. Aquí hay un ser complicado, complejo, que es capaz de moverse entre estas emociones para resistir, creo que es por ahí.
Al menos en dos partes no se sabe si hubo una agresión sexual porque la narradora no lo relata como si fuesen escenas de violencia, pero uno podría interpretarlo así…
Y eso está bien, esas aperturas me interesan más que cerrar las cosas. Y, claro, que uno pueda hacer con eso lo que quiere. Mi intención sí era dejar zonas de ambigüedad narrativa.
Pero podría lindar con una erotización de la violencia…
Puede lindar, sí, como te decía, para mí la censura es complicada. Mi interés no era erotizar una violencia, siento que el erotismo hasta cierto punto siempre es violento. Esos escenarios que relato son unos que como escritora no estoy segura, no quiero estar segura, no me atrevo a enunciarlos de tal o cual manera. Solo me entregaba a ese impulso de ambigüedad.
Fotos y video: Karen Toro