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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

Poner en práctica el deseo

Los ojos de Marta Dillon van hacia dentro de quien los ve, su voz es clara, incisiva y su risa se expande sin pudor a las miradas ajenas. Marta es conocida, en Argentina –el territorio que la vio nacer–, y en otras latitudes, por su larga trayectoria periodística (ha publicado cuatro libros, es editora del suplemento Las 12 y gestora del suplemento SOY del diario argentino Página 12) y por sus luchas; por ver de frente y poner el cuerpo a la violencia y la desaparición de su madre Marta Taboada en manos de la dictadura cívico-militar, a la moral que decreta la muerte y castiga el deseo de quienes viven con VIH, a un sistema hetero-patriarcal que vuelve invisible la existencia de las disidencias sexuales y de las familias diversas. Cualquier resumen de su derrotero de vida, su trabajo y sus militancias le queda corto. Marta también estuvo en el tercer Encuentro Latinoamericano de Mujeres ELLA en diciembre del año pasado en Cali (Colombia) y es una de las fundadoras del colectivo Ni Una Menos. Ahí, en la Universidad del Valle pudimos conversar con ella.

¿Marta, qué puntos se debe comunicar para que las mujeres se movilicen contra las violencias machistas?

Para mí hay varias cosas. Las mujeres en general, las lesbianas, travestis y trans estamos asistiendo una revolución existencial, micropolítica, que ha modificado mucho el umbral de tolerancia frente a las violencias y eso está directamente ligado a las movilizaciones masivas que han sucedido en muchos países, unas y otras están interconectadas porque justamente en la era de la información, aun en la era de la posverdad, hay imágenes, voces, carteles que circulan. Si pensamos en el poder que tienen algunos carteles que las mujeres pintan y ponen a circular en la calle, unas empoderan a otras, y [eso] modifica un discurso de la violencia machista que, en general, estaba muy relacionada con las imágenes, en los discursos públicos estaba muy relacionada la victimización: al dolor, a la pérdida, que eso por supuesto que está.

Pero me parece que esas imágenes han trocado por otras más rebeldes, de plantearse la autodefensa, el autocuidado, la rebelión, el ‘no nos callamos más’, el ‘si tocan a una tocas a todas’. Antes te podían maltratar en la calle y la gente decía ‘no, bueno, no te metas en cuestión de pareja porque después se arreglan y vos terminás mal’ y ahora, en realidad, hay un hecho, que es visible, y es que hay otras minas (mujeres) que saltan. Esa parte de la comunicación que tiene que ver con la experiencia situada de cada persona pero que a la vez hace sentido cuando está apoyada, entrelazada, entramada con otras, genera comunicación. Pensando en la comunicación no solamente con las piezas que ponés o las notas que escribís, sino una que es boca a boca, cuerpo a cuerpo. Hay una comunicación del cuerpo.

En las redes la verdad es que las batallas la tenemos bastante perdidas porque aún cuando hayamos salido con el hashtag #NiUnaMenos, que no solo es un hashtag pero que circuló en todo el mundo así y que funciona como contraseña, si no hubiera existido cuerpo detrás de eso, con el hashtag no pasaba nada. Eso es lo que tiene el feminismo en este momento, ha conseguido generar una comunicación que es de masas pero que a la vez habla de experiencias individuales.

¿Qué hizo arrancar a Ni Una Menos en el 2015 y qué hicieron para que se replique la marcha contra el feminicidio?

Todas tenemos alguna herida de violencia machista, entonces sabemos de qué estamos hablando. La mayoría de las que iniciamos Ni Una Menos somos comunicadoras, periodistas; asistimos a una seguidilla de crímenes de mujeres, de femicidios de chicas muy jóvenes, muchas descartadas como basura, envueltas en bolsas, tiradas a los basurales, el Estado ni siquiera las buscaba, [a ellas] las encontraron otras mujeres que no de casualidad también trabajan en la basura, recogiendo, reciclando. Esa performance de nuestros cuerpos como descartables era demasiado literal, de una literalidad tremenda que decía que nuestros cuerpos son descartables, que no cuentan. Muchas que trabajamos en esto no dábamos más.

Porque también cuando hacés comunicación de género te enfrentás con ese problema, ¿cómo comunicás femicidios que suceden todos los días? En Argentina muere una mujer cada 30 horas por violencia machista. Entonces, ¿cuántas noticias tendría que dar por mujeres muertas? Hay que buscar una manera de comunicar que sea el duelo pero que también genere una potencia para decir ‘hasta acá’, ‘por sobre nuestros cuerpos nunca más’. Se dio una sinergia que recogía un humor social y tuvimos la oportunidad de meter una consigna que era muy fácil de aprender, en el sentido de que nadie iba a estar a favor de que haya una muerta más. Entonces todo el mundo dijo ‘Ni una menos’. Y esto se popularizó, incluso en niveles que nos parecían problemáticos; como con tipos que tienen programas donde las mujeres son totalmente cosificadas y que salían con el cartelito ‘Ni una menos’. Pero eso nos permitió saltar el cerco de las feministas, el de las convencidas. Así empezó, sacándonos los prejuicios de con quiénes podemos construir una movilización masiva para poner en agenda y para decir de qué se trata la violencia machista, que esto no es una cuestión privada, que es un tema político, social, cultural, que demandas hay que hacerlas al Estado pero que hay un montón de demandas que también tenemos que hacer a la sociedad.

En la calle lo que se sentía era a todas queriendo contar sus historias personales, era muy fuerte. Sentían que se les podía creer, cosa que antes no pasaba; que es lo que nos pasa cuando denunciás abuso, violencia sexual, no te creen. Acá estamos diciendo nuestras voces cuentan, nuestros cuerpos cuentan, porque estamos haciendo la diferencia poniendo nuestros cuerpos en la calle, contra esa performance de la violencia machista que nos decía que éramos descartables.

Ese fue el inicio, después lo que hay es un montón de organización. Si bien [en la primera marcha] hubo mucho de espontaneismo, después esa masividad lo que hizo fue que en las escuelas, los sindicatos, los clubes, las minas se empezaron a juntar, a decir “bueno, ¿y ahora qué hacemos”. Esas conversaciones se multiplicaron y en muchos casos se convirtieron en organización; también fue la persistencia de articular con fuerzas políticas, sindicatos, centros de estudiantes. Porque yo veo, lo digo e insisto, cuando recorrés América Latina hay una reticencia de los feminismos a trabajar con fuerzas políticas, que obviamente tienen estructuras machistas, son patriarcales, pero también hay mujeres ahí que quieren dar la disputa adentro. Entonces, ¿cómo acompañás eso? Bueno, ¡articulamos por abajo!, ¡articulemos con las mujeres!

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Marta Dillon. Foto: Anita Pouchard Serra.

Para Marta Dillon el feminismo es una ética y no puede estar, como práctica, confinado a ciertos espacios, si no más bien se debería tender a una formación feminista que atraviese todo tipo de información.

¿Cómo ves la construcción de los nuevos medios feministas?

Siempre se piensa la comunicación con visión de género, que a mí me resulta un poco complicado porque eso de la visión suena más a realismo mágico que a otra cosa (risas), o la perspectiva, que está bien, pero eso no puede ser aplicado a temas de mujeres, lesbianas, travestis, trans y otras disidencias.

Me parece que tenemos que dar la disputa en todos los terrenos. Necesitamos generar nuestros propios discursos pero esos discursos tienen que estar en los medios, no podemos abandonar esos lugares, aun cuando sabemos que hay luchas que están perdidas. Pienso en el diario El Clarín, uno de los monopólicos en Argentina, que es una porquería inconmensurable y que mientras nosotras digamos solamente ‘disculpen las molestias, nos están matando’, ‘estamos por la vida’, mientras digas solamente eso, pidas presupuesto para la asistencia pública, ahí te pueden llegar a poner en la agenda. Ahora, cuando decís: nos están matando porque el patriarcado es un sistema de opresión que tiene regulaciones económicas, condiciones culturales, que afecta a todos los órdenes de nuestra vida y que una de manera de matarnos es que las mujeres cobremos menos, que tengamos los trabajos más precarizados, que los trabajos de cuidado no se tengan en cuenta como trabajo y que no es solamente una responsabilidad de compartir las tareas, que es necesario, sino también es una responsabilidad social; sino se piensa todo esto no vamos a terminar con la violencia machista.

Se puede poner presupuesto en los institutos de mujeres, toneladas, que lo único que hace es poner curitas sobre los golpes que ya les dieron y eso nadie lo quiere escuchar. ¿Por qué? Porque el capitalismo está organizado para la explotación y las mujeres tenemos que sostener la vida cotidiana para que más fuerza de trabajo se siga generando y puedas seguir reproduciendo la acumulación de los grandes capitales. Entonces ahí entra la demonización, que somos feminazis, que estamos en contra del Estado; esas batallas están un poco perdidas pero hay que traficar todo el tiempo. [A las] compañeras que están en los medios y que hacen economía, chicas tienen que trabajar ahí para hacer visibles estas cosas de las que estamos hablando, igual que en la política, no podemos pensar que hay problemas de mujeres y después el ágora política se mantiene intocable. Y el ágora política no es solamente que queremos más polleras [faldas] dentro de las fotos de los jefes de Estado, lo que queremos es que se piense la política de otro modo, que se piense el poder de otro modo. Yo creo que el feminismo tiene que ser revolucionario en este sentido, queremos cambiarlo todo, no queremos cambiar solamente una parte, y los medios también son parte de eso.

Para Colombia la conflictiva implementación de los Acuerdos de Paz es un momento histórico, ¿qué hay de los feminismos latinoamericanos en este contexto?

Cuando hablaba Victoria Sandino (excomandante de las FARC y ahora candidata al senado por el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) dijo que la construcción de las mujeres por la paz no es solo el lugar de no querer el conflicto sino es el lugar de construir una paz que entienda que hay muchos temas que no han sido tratados; sobre todo que ponga la ética feminista en primer plano y cuál es esa ética para mí, esta que se puede resumir que todos los cuerpos y todas las existencias cuentan. Si sos feminista y reconocés las heridas de la violencia machista y del patriarcado en tu cuerpo no podés dejar de leerte en la experiencia de las mujeres afro, de los varones afro también, de leerte en todas las opresiones. Entonces, se puede construir una paz en tanto se tenga en cuenta esto: que todas las existencias cuentan y que todas las existencias y modos de habitar este mundo tienen que estar representados en esa paz y eso a veces trae conflicto, pero el conflicto no tiene por qué ser guerra.

Por eso es muy importante lo que las mujeres construyeron acá, poner cuestiones de género en los Acuerdos de Paz y generar contra-discursos, que lamentablemente fueron los que hicieron caer el referéndum porque las iglesias jugaron en contra. La voluntad de las mujeres de decir nuestros cuerpos y experiencias cuentan no se trata solamente de bajar las armas, se trata de que entiendan de que nosotras existimos, que la violencia sexual sigue aún cuando haya paz y que eso no puede tolerarse y que para eso hay que buscar maneras a todos los niveles, la autodefensa, las redes de mujeres y también las políticas públicas.

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Foto: Anita Pouchard Serra.

Actualmente, los feminismos están visibilizando las violencias machistas pero también se habla de su prevención, para no quedarse solo en la denuncia.

Creo que además de visibilizar las violencias hay que visibilizar las resistencias. Poner en primer plano, revalorizar experiencias de resistencias que han dado resultado, experiencias autogestivas, de redes, de modos de cuidado, pensar en nuestras propias organizaciones y modificarlas al punto de que no pensemos en estructuras de poder ya pre-establecidas sino que podamos hacer un poder más circular, que podamos pensar esas cuestiones que parecen que no tienen que ver con nosotras. En ese cambio de perspectiva podemos generar un modo de educación popular y, además, tratar de poner en diálogo la ilustración con las experiencias populares, sino parece que el feminismo está dentro de la academia, algo que se escucha mucho en Latinoamérica, en Argentina estamos construyendo un feminismo que es muy desde la experiencia.

Me parece que un poquito por ahí que va esto de decir, por ejemplo, en relación al paro: “no podemos parar, los sindicatos no quieren”. Bueno, ¿qué queremos parar?, en principio poner también nuestro deseo, en el más amplio sentido, desde el más íntimo, sexual, hasta el deseo que nos mueve a estar en la calle, a estar con otras, a tener derecho a la fiesta, a ser quienes queremos ser sin la normatividad. Poner en práctica nuestro deseo.

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).