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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Mariela Rosero Changuán

Sobre el atropello, el incumplimiento y el desgaste emocional causado por mi expatrono, El Comercio

Nunca como ahora he sentido la necesidad de escribir para soltar. Lo mío siempre ha sido escribir, pero he evitado hacerlo sobre mi caso. Me he formado con la premisa de que mi voz no debe aparecer, sí mi mirada, pero no mi voz. En este momento, creo que hacerlo podría permitirme abrir la mano y dejar ir, como si fuera un globo de helio, todo lo que me ha provocado El Comercio, en los últimos años.

Estoy un poco incómoda por cómo se va a leer esto, pero no puedo más. En septiembre de 2024 se cumplieron tres años desde que ese medio de comunicación me notificó a través de una llamada telefónica su decisión de despedirme. Y son tres años y cuatro meses sin que cumpla con su obligación de pagarme la liquidación que corresponde. Tampoco ha cancelado la jubilación patronal mensual, desde hace más de 20 meses. En total fueron 22 años de trabajo.e

Todo está en mi cabeza, como si se tratara de una serie que estuviera viendo en la televisión. Una serie con muchos capítulos, una serie que parece que nunca terminará y ya no se disfruta, me enferma.

En el año 2021 teletrabajaba, ya que desde la pandemia por la COVID-19, en marzo de  2020, todos quienes hacíamos parte del equipo editorial fuimos enviados a casa. En agosto de 2021 tomé mis vacaciones y estaba a punto de regresar para engancharme al turno de fin de semana y retomar el trabajo en los primeros días de septiembre.

En esa época, la situación no podía estar peor. No había certezas y muchas veces, en silencio, sin decirle a nadie, me preguntaba si lo mejor sería que me despidieran. Desde diciembre del año 2020, todos los trabajadores, incluyendo las y los periodistas, enfrentamos la noticia de que no podían pagarnos nuestros sueldos.

El administrador de la redacción dijo que nos preparáramos para un primer trimestre del 2021 complicado. Pasaron los meses y nadie nos informaba más. Nos pagaban porcentajes de un sueldo cada dos o tres meses.

Yo sufría mucho. Empecé a despertarme a medianoche y a pensar en qué haría sin recursos para sostener a mi hijo y a mi mamá. Me preguntaba: ¿seguirán pagando el hipotecario al Biess? (un hipotecario alto). Pasaba el tiempo, no explicaban nada. Seguíamos trabajando y no nos pagaban cada fin de mes. Ese era el escenario. Todos hacíamos preguntas y no había respuestas ni indicaciones que nos dieran tranquilidad. Cuando alguien filtró lo que vivíamos a otros medios, hubo reclamos al equipo de editores, en el que me encontraba, al frente de la sección Sociedad.

Volviendo a los primeros días de septiembre del 2021, recuerdo que recibí la llamada de un amigo del diario; me contaba destrozado que minutos antes le habían telefoneado para despedirle. Trataba de consolarle, cuando de pronto otro amigo más me llamaba; interrumpí la primera llamada y me decía lo mismo, lloraba. Y entonces en mi celular se marcó el contacto de la persona que me relataron los despidió, vía celular. Era mi turno.

Paola Montenegro, la gerenta de Recursos Humanos, luego presidenta de El Comercio y ahora quién sabe qué papel le asignaron… Pero no descartamos que siga enganchada porque en este 2024 la vimos en el edificio Aragonés, con Juan Salvador González, el representante legal y sobrino del dueño, Ángel González. También supe que citó a varios excompañeros, para reuniones con ese hombre.

En septiembre del 2021, en minutos, mi hogar se llenó de gritos. Mi hijo y mi madre que habían escuchado que yo consolaba a mis amigos, luego de que la exgerenta los despedía, no podían dejar de llorar cuando fui yo quien recibí esa llamada. Tuve que cortar a Paola y pedirle que me diera unos minutos para tranquilizar a los míos. Les aseguré que no pasaba nada, que todo estaría bien y que me quedaría sin trabajo, pero que no me quitarían mis derechos laborales y que además yo volvería a trabajar en otro lugar.

Llamé de vuelta a Paola y en menos de cinco minutos, ella me comunicó del despido, me reiteró que la decisión no tenía nada que ver con mi profesionalismo sino con la situación de la empresa. Junto a ella, en la línea, se escuchaba a Gonzalo Ruiz, a quien había pedido acompañarle, mientras llamaba. 

Pregunté qué pasaría con mi liquidación. Montenegro me dijo que me pagarían en cuotas mensuales y le comenté que yo no podía aceptar esa condición. En abril habían sido despedidos otros colegas  y ya les debían varias cuotas. El Comercio ya no generaba confianza.

No me convenció para nada la idea de que El Comercio decida licuar mi liquidación. Cuando creces, tomas responsabilidades, decides hacer créditos para casa, vehículo y más. Tengo obligaciones como mamá. Armé un presupuesto, según mis ingresos y de pronto, vivir un despido intempestivo, sin que se cumpla con el Código Laboral, me destruyó.

Llegué a EL COMERCIO como pasante, cuando tenía 22 años, en 1998. No quisiera tener presentes tantos recuerdos. Miles de cierres en los que dejé parte de mi vida y no lo digo en tono dramático o con amargura. Compañeros, compañeras, amigas y  amigos. Sin arrepentirme puedo decir que ese medio de comunicación me formó, fue mi escuela. Yo era universitaria, estaba en mi último año en la Universidad Central y llegué porque un profesor, Pepe Villamarín, me recomendó llevar algunos escritos y postular por una pasantía.

Quizá no debería mencionar a los maestros que me dio El Comercio, se me pueden pasar nombres de personas que sin ser mis editores, me ayudaron. Pero siento gratitud porque si bien he amado al periodismo y tenía muchas ganas de aprender, tuve la oportunidad de encontrar a personajes que me marcaron como José Hernández. Yo sí creo que es un maestro, aunque no lo he visto hace muchos años. La última vez estábamos en la Asamblea Nacional, frente a esa especie de pecera de vidrio (el Pleno) y me lo encontré, conversamos, me mostró unas fotos de sus hijos. Ya pasaron más de 13 años de eso.

Yo era pasante y recuerdo que había terminado una reportería, y leyó mi nota sentándose frente a mi computadora. Me hizo varias preguntas y mientras lo hacía escribía y me consultaba si quizá me parecía que el texto quedaba mejor así…  Me enseñó a pulir mi trabajo. Estaba jovencita y no me inspiraba ese miedo que se respiraba en la redacción, cuando colegas mayores lo veían pasar. Los viernes lo veía quedarse revisando una pila de ‘printers’, hojas impresas con todas las páginas de los productos del Grupo. Eran productos como la revista Familia, el semanario Líderes y las ediciones de sábado, domingo, con la sección Siete Días, y lunes, de El Comercio.

También recuerdo a Hernán Ramos. Un día en su oficina me dijo que yo era una “trituradora” y que trituraba a mi competencia. Buscaba elogiar mi trabajo. Me llamó la atención una vez que frente a mi corrigió uno de mis textos, podía encontrar la forma de mejorarlo, aunque sea con una coma o un punto.

Otro jefe fue Darwin Massuh, pasaba por las reuniones de la Sección Sociedad, cuando yo era reportera y enseguida se conectaba con los temas. Si tenía una idea en mente, con un eje un poco chueco, lograba ayudarme para mejorarlo y sí, era muy bueno titulando.

Lord Byron Rodríguez es un periodista, a quien admiré mucho. Cuando aún estaba en el colegio me emocionaba leer sus dobles páginas. Y tuve la suerte de llegar a verlo cerrando en doble pantalla, en la redacción de El Comercio, sus historias. Él no lo recuerda pero me encantó uno de sus temas sobre un bígamo.

Arturo Torres no fue de mis más cercanos editores, pero estaba a cargo de los perfiles y de temas especiales, por los que nos permitían desenchufarnos un par de días de la coyuntura de las secciones. Un día escribí un perfil sobre Gerardo Morán, el Más querido, en su paso por la Asamblea Nacional, además de seguir su desempeño en el Pleno, fui a uno de sus conciertos y vi cómo se convertía en un gigante frente a su público que coreaba En vida/ que me quisieras/ en vida/ de muerto/ ya para qué… Tuvimos un problemón porque Arturo me exigió colocar todos los datos de sus ingresos. Su esposa me llamó y me responsabilizó de lo que pudiera pasarles en términos de seguridad.

La nota tuvo cola y recuerdo que la señora Guadalupe Mantilla, pese a estar delicada de salud, se conectó para conversar con todas las cabezas de la redacción, con Arturo y conmigo sobre lo sucedido. Sonará mal, pero no puedo dejar de decirlo: “Era tan feliz y no me daba cuenta”. No, la verdad es que siempre me di cuenta, era muy feliz en esa redacción.

Allí también recuerdo a Rubén Darío Buitrón. Me prestaba libros. Tenía el gesto de telefonear cuando consideraba que una nota estuvo bien trabajada. Recuerdo que me llamó para comentar conmigo una entrevista que le hice a Doris Soliz, entonces ministra de la Política. Y claro, nunca me olvidaré de la cara que puso cuando ingresé a su oficina para contarle que estaba embarazada de tres meses, ya que era el jefe de la Redacción. Se puso mal, lamentó tanto que El Comercio perdiera a una periodista “todoterreno”. Le respondí que no le estaba comunicando que estaba enferma de gravedad sino que tendría un bebé.

En esa época, como me recalcó otro exjefe, Fernando Larenas, había una estadística en El Comercio: las periodistas que se embarazaban dejaban la redacción. Así que, Rubén tenía razones para preocuparse. Pero le tomó unos minutos recapacitar y buscó una manzana en su mochila y me la dio, intentando disculparse. Luego incluso me dedicó una columna de opinión que quisiera encontrar (por si acaso, mi hijo fue el primer bebé que con tres meses llegó a visitar la Redacción).

Tampoco puedo dejar fuera de estos recuerdos a Marco Arauz. En las mejores épocas de El Comercio estuvo a cargo del concurso nacional de periodismo Jorge Mantilla Ortega y de otro concurso interno, para incentivar nuestro trabajo. Fue el último director que tuve allá. Y creo que le tocó enfrentar los peores momentos. No sé si logró empatizar con lo que sentíamos frente a lo que se avizoraba: la destrucción de El Comercio, el medio que tanto queríamos. Fue triste verlo despedirse, a la fuerza… Es complicado tratar de poner en palabras esas emociones. Discusiones de los últimos meses porque no respondía nada en concreto sobre qué futuro tenían el diario impreso y la web. Sin embargo, yo también tengo en la cabeza, como parte de esos capítulos de esa serie que no olvido, esas reuniones de editores. A veces era complicado ‘venderle’ un tema de apertura, más que nada sobre mujeres o personas Lgbtiq. No era él. Supongo que era lo que representaba.

En una ocasión dejé la reunión de editores llena de lágrimas porque quería que una foto sobre una familia homoparental (dos hombres, dos padres y su niña) se colocara en la primera página, en la portada. Yo ni siquiera la había considerado para ese espacio, sí el jefe de diseño. Pero una vez ahí quise defender ese espacio. Y no me gustó su respuesta, insistí y me pidió dejarle desempeñar su rol de director. Era viernes. El siguiente lunes, en esa misma reunión, Marco se tomó unos minutos para felicitarme por el texto. Dijo que fue necesario que El Comercio tuviera ese tema. Él tenía esa costumbre. Era duro, pero nunca dejaba de elogiar el trabajo. Gracias Marco porque incluso un 8 de marzo me dejó sugerir a todos los editores y editoras que tengamos más mujeres en las notas. La voz pública en los medios sigue siendo muy masculina. Y fue bonito, aunque no se cumplió el pedido, poder manifestarlo.

En la redacción y en el resto de departamentos conocí a personas que se quedaron en mi corazón y en mis recuerdos. Todos fueron importantes, están acá conmigo y le dieron forma a la Mariela Rosero Changuán que soy ahora. Con muchos de ellos ya no tengo ningún contacto, de otros aún me pregunto dónde estarán, por qué dejaron de contestar llamadas; con poquitos seguimos hablándonos. Y nos damos soporte. Nos escuchamos.

Vivimos miles de cierres juntos. Los apuros, los aprendizajes, los sustos, las aventuras, los dolores. Esas farras que organizaba la señora Guadalupe las escuchábamos desde la Redacción. Todos los departamentos disfrutaban, nosotros alcanzábamos a bajar al almuerzo especial y luego a correr al cierre.

Este diciembre del 2024 cerré este ciclo con esos recuerdos bonitos frescos en la memoria, con la gratitud, pero también pidiendo que no se olvide y no se deje de señalar el terrible daño que nos han hecho los actuales dueños y directivos de EL COMERCIO.

Los actuales directivos de Grupo El Comercio han decidido destruir a familias como la mía. Acabar con nuestra paz, hacernos confirmar que vivimos en un país en donde su dinero puede lograr que irrespeten todas las leyes. Incumplen las leyes laborales ecuatorianas. En una reunión con excompañeros, Juan Salvador González nos dijo que se sentía cómodo porque en Ecuador la justicia no funciona. En septiembre, a un compañero y amigo le dijo que solo con una pistola en la cabeza nos pagarán. No han parado de mentir, de hacer ofrecimientos, de intentar dividir a las y los extrabajadores, ofreciendo diferentes “paquetes” de pago, incluso la mitad de todo y a plazos, sin ninguna certeza de que cumplirán. También un grupo de ‘abogados’ vinculados a la antigua Democracia Popular se ofrecieron a supuestamente intermediar, en un terreno no judicial y en verdad solo  lo que hicieron fue ayudar a esos empresarios a ganar tiempo.

Yo emprendí una demanda laboral para reclamar exactamente la liquidación que me corresponde. Y en octubre de 2024 se cumplieron tres años sin obtener justicia. Como periodistas hemos consultado y tenían más de 13 bienes inmuebles en Quito. Juan Salvador González le dijo a un colega que solamente la emblemática planta de San Bartolo, en El Tablón y avenida Maldonado, en el sur de Quito, cuesta 35 millones de dólares. Pero simplemente no quiere venderla para pagarnos a todos los que nos debe. Quizá ya para este momento se habrá vendido, regalado o pretendido embargos para no pagar nunca.

¿Que me olvide de todo y que viva tranquila? No es una opción olvidarse y dejar que se lleven la liquidación que me corresponde luego de haber trabajado todos estos años. La señora que se convirtió en jefa de Recursos Humanos y luego en gerenta y representante legal, quien fue nuestra compañera, sabe y recordará que al ingresar al intranet de El Comercio cada periodista podía revisar sus méritos y deméritos, pues éramos evaluados constantemente. Solo tuve méritos. No registré ni un demérito. Recibí premios en concursos externos e internos. No es correcto lo que nos hacen. Ella es madre como muchas de las despedidas. No creo que pueda tener paz, no se construye nada, sobre la destrucción de excompañeros.

En mi caso estoy al frente de mi hogar. He vivido llena de ansiedad, tratando de no ponerle atención al insomnio, sorteando la depresión por la inestabilidad. Encontrándome con un sistema judicial completamente corrompido. El Comercio no solo ha afectado mi economía, al no pagar mi liquidación laboral, obligarme a contratar abogados y a embarcarme en un proceso eterno. También ha golpeado mi salud mental. Me reservo las repercusiones. Pero es increíble, que luego de tantos años de trabajo, hoy sea una madre que lleva más de dos años sin poder comprarle un piano con 80 y pico de teclas, un teclado a mi hijo, ya que toca la guitarra y canta, de forma excepcional y por su oído absoluto, me dicen que lo desperdicio si no le doy otra herramienta. Me duele no poder hacer algo que para chicos excepcionales es tan necesario como alimentarlos. Soy una mujer que no logra salir de vacaciones. Soy la mamá que perdió el seguro privado y que gracias al IESS pudo enfrentar dos operaciones en el 2024. Le agradezco a Dios por haberme sostenido y dejarme seguir ejerciendo el periodismo en un espacio sano. Inicio este año con la certeza de que he aprendido a cuidarme más, a reconocer cuánto daño me ha hecho mi expatrono, con la seguridad de que nunca dejo las cosas a medias.

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Autoras

Mariela Rosero Changuán

Mariela Rosero Changuán. Periodista desde hace 23 años. Me concentro en los temas sociales, con enfoque de derechos. Necesito escribir, más que comer; y abrazar a mi hijo, mucho más que respirar. Mi escuela fue EL COMERCIO.