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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Alba Crespo Rubio

La vida resistiendo

Cecilia y Yolanda Álvarez han sido parte de la resistencia a las distintas empresas mineras que por más de 20 años están intentando entrar a Íntag para explotar el abundante oro y otros minerales que se alojan bajo la tierra fértil de este verde valle del Ecuador.

Estas dos hermanas se han organizado, han liderado organizaciones, han viajado para aprender de experiencias precedentes, y todo eso mientras seguían con su trabajo de maestras en las escuelitas unidocentes de las comunidades aledañas a Cuellaje, su casa. Ahora, además, cuidan a su mamá, quien enferma y en cama, se ha convertido en otra de sus prioridades, que añaden a su incansable lucha, de la que les es incierto el final.


Hay dos álbumes en la mesa, Cecilia Álvarez recorre las páginas y, de vez en cuando, se detiene y observa una fotografía. La señala y comenta lo que ve, el recuerdo que le trae esa imagen. Su compañera, Amparo, asiente y sonríe. Entre las dos dan pinceladas de lo que fueron los inicios de su organización, cuando las mujeres de Cuellaje, un centro poblado en el Valle del Íntag, Ecuador, empezaron a reunirse para armar huertos familiares y plantar hierbas aromáticas, sacaron adelante un sistema de recogida de basuras e hicieron talleres donde hablaron sobre su rol como mujeres y otros temas de género. “Cosas de machismo y de los maridos”, como recuerda Amparo.

En las fotografías aparecen Cecilia, Yolanda, Amparo, María, Matilde, Lupita y más mujeres en su “primer lugar de reunión”, el parque, la plaza alrededor de la cual se distribuye el pueblo; o en aulas donde se encontraban para conversar y formarse. “Toda nuestra historia está aquí”, ríen las dos. Amparo recuerda que hubo un momento que quisieron despedir a Yolanda y Cecilia de las escuelas donde trabajaban para llevarlas a otras comunidades, pero todas se levantaron y se opusieron, pues “ellas eran de nuestro grupo y del pueblo, formaban parte de los proyectos que estábamos impulsando, no lo íbamos a permitir”.

Ahí empezó todo. Las hermanas Álvarez, Cecilia y Yolanda, sitúan en ese momento, a finales de los años 80, un punto de no retorno en la conformación del entramado social de defensa del territorio en el que ellas viven y que llevan toda la vida organizándose para evitar la llegada de los megaproyectos mineros. “En esos años (los de las imágenes), Yolanda ya estaba trabajando en organizaciones por un uso sostenible de los recursos, y venían voluntarios”, cuenta Cecilia. “Cuando yo llegué encontré a una voluntaria guatemalteca… ¡qué carismática, que chévere! Hicimos un grupo de mujeres, ella nos contaba acerca del género, nuestra libertad como mujeres, nuestro papel dentro de la familia… eso fueron los inicios de ese grupo”.

Ahora este grupo ya no existe como tal, pero quedan activas algunas de las mujeres que lo integraron, como Cecilia y Yolanda. Estas dos mujeres viven todavía en Cuellaje, son maestras por vocación y profesión, y referentes por su trayectoria de defensoras del Íntag, que ha visto irse, expulsadas por las comunidades, a dos empresas mineras: en los noventa a la japonesa Bishimetals, y en 2010.

Las hermanas Álvarez

Yolanda no puede dejar de mencionar a Cecilia cuando cuenta su historia, y Cecilia nos habla de Yolanda. Complementan sus relatos, y podemos ver cómo la vida de una  discurrió a la par de la otra. Parecen muy distintas, su temperamento y su energía son casi opuestas. Yolanda es calmada, pausada. “Siempre fue la lista, la que salió a estudiar a la ciudad desde cuarto grado y regresó para ser maestra, de bien joven, es el motor de la casa”, cuenta Cecilia. A ella le dieron el “poder”, dice su hermana, de acompañarnos y guiarnos para que fuéramos a la escuela.

Cecilia, en cambio, es dinámica, intempestiva. “Yo trepaba los árboles y corría descalza   por acá mientras mi hermana estaba estudiando”, recuerda. Le costó mucho la ciudad, lloraba cada día por estar lejos de su casa cuando estuvo en un internado, conviviendo con sus hermanos en Quito. Lo sudó, pero consiguió terminar la formación para ser maestra, porque la alternativa era dura: a pesar de nombrarse a sí misma con orgullo “campesina”,  el trabajo en el campo no le gustaba. Ser maestra fue su vocación desde los primeros juegos de rol compartidos con sus amigxs, y por eso, a pesar de  las  dificultades, finalmente lo logró.

Los 90s, los japoneses

Cuando el grupo de mujeres ya estaba rodando, la empresa japonesa Bishimetal  empezaba a merodear por Junín, localidad en la parte sur del valle. Empezaron los procesos de exploración. Paralelamente, Cecilia, de la mano del padre Giovanni, había empezado su liderazgo en la creada, en 1995, Defensa y Conservación Ecológica de Íntag (Decoin), que todavía tiene una presencia importante en las luchas de las comunidades inteñas.

De esa época, ambas tienen muy presentes las dificultades con las que empezaron. “Íbamos con nuestro televisor viejo por estos caminos, cuesta arriba, cuesta abajo, para contarles a todos los pueblos y comunidades las consecuencias de la minería y promover la preservación del valle que habitan. La prioridad era el agua, que con las primeras fases ya estaba empezando a contaminarse irreversiblemente: hoy nadie se baña en los cuerpos hídricos de las decenas de cuencas de agua que hay en Íntag. “En el mismo Junín, que es tan pequeñito, no había esa información. Ellos estaban llenitos de la chévere idea que iba a haber explotación”, recuerda Cecilia, y Yolanda añade: “todos creían que eso implicaba prosperidad”. Pero después de años de insistir, las cosas empezaron a cambiar.

Cecilia sostiene que “los japoneses ya habían estado aquí, y nos debían ver tan insignificantes..” porque, como cuenta, eran apenas tres o cuatro quienes empezaron esta lucha, y después añade que “cada vez más, cada vez más” se incrementaba el número de personas afines a su idea. Hasta se consiguió llegar a una reunión en Japón, donde Polivio, un joven -”jodón, molestoso”, lo recuerdan entre bromas- que hoy es presidente en el pueblo de García Moreno. Allí se toparon con los directivos de la Bishimetal para exigirles un informe de impacto ambiental, que en Ecuador nunca les proporcionaron.

Cecilia Álvarez – Cuellaje 2019
Foto: Samantha Garrido

El giro definitivo sucedió cuando surgió la oportunidad de viajar a Perú para conocer proyectos mineros en fase de explotación. Se fueron mujeres, las mamás de los jóvenes que querían trabajar en la Ascendant Copper. Allí descubrieron lo que sucedía en las comunidades aledañas a los proyectos mineros. Ellas defendían a sus hijos porque iban a cobrar un buen salario, y fueron ellas las que regresaron con una perspectiva diametralmente opuesta. Trajeron muestras de agua y tierra, y relatos tristes de territorios devastados. Con el paso de los años, esas mamás han sido mujeres fuertes y símbolos de la lucha contra la minería, como por ejemplo, doña Charito, Elvia, Rosario… a quien todas tienen en mente cuando hablan de los procesos de resistencia en Íntag.

El 15 de mayo de 1997, una protesta en la que participaban la mayoría de ellas terminó en la quema del campamento. La consecuencia de esa acción, inicialmente fue el enjuiciamiento de tres de los líderes, proceso que fue sobreseído por falta de pruebas; pero también el abandono del proyecto por parte de BishiMetals. Fue la primera victoria de las comunidades contra las mineras.

Los 2000, la canadiense

“Con la Ascendant Copper fue otra lucha, eso fue duro”, por sus palabras, y como suspiran y la forma en que se ríen al recordarlo, se nota que esos momentos fueron muy intensos para ellas. La llegada de esta empresa basada en Canadá en 2002, encontró más preparadxs a todxs, con una organización más fuerte, pero la arremetida fue, a su vez, más violenta.

En una de las esquinas de la plaza de Cuellaje apuntaron con una pistola a Cecilia en el pecho. “Nos enteramos que venía un político, Ronald Andrade, a hacer campaña a Pueblo Viejo, apoyado por la empresa minera, y nosotros les queríamos parar”, recuerdan las dos hermanas, “llegaron tan rápido que solo nos dio tiempo de salir todas a la calle a interponernos en su camino”. Sus vecinas y compañeras lo recuerdan todavía con nerviosismo. Su hermana Yolanda, con dos dedos clavados en su esternón muestra cómo fue ese momento: “¡dispárenme!”, les decía. En su cara y en sus palabras se lee admiración por ‘la Ceci’, una mujer que puso el cuerpo, y casi la vida, para defender el territorio en el que nació. “Yo sabía que no iban a disparar”, cuenta Cecilia, cuando le preguntamos por ese acontecimiento. Pero aun así, años después, se ríe de su atrevimiento y reconoce que, un rato más tarde, le vino todo el miedo.

Ese periodo estuvo marcado por varios episodios, pues fue cuando retuvieron por casi una semana a un grupo de “paramilitares” que habían llegado al campamento de la Ascendant. Cuando recibieron la noticia, todxs, desde Junín hasta Cuellaje, decidieron hacerles frente. Esa historia persiste en su memoria como una hazaña. Yolanda narra, como quien cuenta un cuento, emocionada, cómo se reunían los miembros de todas las comunidades en una casita en Chalguayacu, armando la estrategia, y cómo planificaron el golpe.

“Nos fuimos”, exclama Cecilia, estimulada por el relato, “nos subimos a una ambulancia, nuestro hermano manejaba, y llegamos bien rápido a Junín”. Cuenta emocionada que cuando llegaron al lugar, cómo, al mirar atrás, vio que todos sus estudiantes la siguieron y llegaron horas más tarde a pie. Pusieron una cadena a la entrada del pueblo y, cuando llegaron los uniformados, todxs corrieron y se pararon en frente. “Yo vi clarito a ese señor que estaba tan agresivo, que nos lanzaron gas lacrimógeno; no sabíamos si eran balas o qué”, cuenta Cecilia. Después de esto, algunos se quedaron, como Yolanda. Cecilia regresó, porque “tenía que ir a la escuela”.

Yolanda recuerda la tensión en esos días. Se prepararon para ir a capturarlos, y algunxs se quedaron a esperarlxs en Chalguayacu, cuenta esa despedida: “todos nos cogimos de las manos, la incertidumbre hizo que fuera un momento muy intenso”. Marcia iba adelante, liderando, “ella consiguió mantener la calma en todos, sabia todos los pasos que había que dar y no permitir que los hombres caigan en violencia”, explica. Los detuvieron en pleno desayuno, sin una sola arma, solo una escopeta como señal sonora para avisar al resto. Los denominan “paramilitares” porque “les pedimos sus identificaciones, y eran todos marines, aviadores y ostentaban cargos militares, algunos ya retirados, algunos todavía en ejercicio”, y estaban contratados por la empresa minera directamente o por empresas de seguridad privada.

Yolanda Álvarez – Cuellaje 2019
Foto: Samantha Garrido

Después los retuvieron cinco días en la capilla de Junín, “bien comidos, sin un solo rasguño, ni un mal trato, sin permitir que nada se nos fuera de las manos”, a pesar que les cortaron los suministros y bloquearon el paso a quienes intentaban apoyar. Con esa  acción, consiguieron llamar la atención de las autoridades, a quienes hicieron entrega los retenidos y las armas que les habían confiscado para “demostrarles el uso desmesurado de la violencia por parte de la Ascendant”. Y funcionó, pues al cabo de un tiempo la bolsa canadiense retiró a la empresa y esta quebró, lo que provocó su salida del Íntag.

La escuela, su campo de batalla

Ambas comparten, además de esta vinculación en la defensa del Íntag, su pasión por la educación, por la búsqueda de una manera distinta de acompañar el proceso de desarrollo de lxs niñxs. “Yo les digo que para ser lo que quieran, deben estudiar, aunque no es tan fácil para las familias de acá; pero también intento contarles, a partir de mi experiencia, la importancia de regresar y aportar en el lugar donde nací”, reflexiona Cecilia. Además, sentencia que “yo creo que lo que tienen que hacer en la escuela es aprender a pensar, y no memorizar lo que dicen los libros, que hablan de temas tan lejanos a su realidad”.

Yolanda, en los primeros años de ejercer su profesión, coordinó y organizó una red de más de 20 escuelas, en su apuesta por la mejora de la calidad educativa en las comunidades. Fue directora de un Centro Matriz, piloto a nivel nacional, en el que consiguió que lxs estudiantes llegaran a décimo grado, donde antiguamente solo se llegaba al sexto. En parte, por eso pudo vincularse menos al grupo de mujeres, pues estaba muy ocupada. Ahora, ya jubilada, usa las fotos antiguas de la escuela para hacer tarjetas y marcos, que van a servir para apoyar económicamente el centro de formación para personas con discapacidades que impulsa desde hace un tiempo.

Es Cecilia la que tiene menos posibilidad de participar del movimiento. Ella trabajó por más de 20 años en la escuelita cerca de Cuellaje, en La Loma, donde toda la comunidad educativa la recibe con cariño. Sus ex estudiantes fueron después mamás de sus alumnxs, y ella sabe todavía sus nombres. “Cecilia nos enseñó a amar a nuestro territorio, a protegerlo, a dar la vida por este si era necesario”, cuenta una de ellas. “A mis hijos les enseñó a sembrar tomates, a entender por qué los ríos están contaminados”.

Cuando el Gobierno de Rafael Correa prohibió a los funcionarios públicos su afiliación en organizaciones no gubernamentales, ella dio prioridad a la escuela, y, con indignación, se apartó “de presencia, no de corazón y cabeza” de la Decoin, para poder seguir en el aula, el lugar donde ella cree que realmente aporta algo al futuro. Ya no en La Loma, pues cerraron la escuela porqué había pocxs estudiantes, pero en una comunidad enfrente de Cuellaje.

Escuela comunitaria – Cuellaje 2019
Foto: Samantha Garrido

Ahora sube caminando entre 45 y 50 minutos para llegar, pero hubo un tiempo en que, rompiendo tabúes y prejuicios, iba arriba y abajo con su Chintola, como sus amigos bautizaron a su moto. De casa a la escuela y de la escuela a Apuela, donde estaba la sede de la Decoin, o a cualquier lugar donde hacía falta. “Fui la primera mujer que tenía moto”, sonríe. La compró con unos dólares que le dieron en Argentina, cuando el padre Giovanni la convenció para ir a una conferencia. “Me dieron USD 100 para ir a almorzar a un restaurante después de la charla, pero me fui al mercado, comí fruta y me guardé el dinero”, y a su regreso vio el vehículo, y sin dudar, lo compró por ese precio. “Y todavía me dieron   vuelto”, exclama. “A la hora del recreo todos se subían a mi Chintola, ahí muchos aprendieron a conducir moto”, cuenta.

Mientras tanto, en Cuellaje, Cecilia estaba pendiente del teléfono. “Nadie entendía que Yolanda estaba en peligro”, dice, “aquí todavía no despertaba la gente”. “Lo que pasaba es que los jóvenes y contemporáneos a nosotros trabajaban para el Ministerio del Ambiente, les hacían de guías, acompañaban por los caminos a los mineros”, completa Yolanda. “Nosotras estábamos muy resentidas con ellos por eso, la mayoría eran indiferentes.

Y ahora: la chilena.

Pero el afán por convertir Íntag en una zona de extracción de minerales como el cobre y el oro no cesa, y, en 2013, la firma chilena Codelco regresó asociada con la empresa pública ecuatoriana Enami, después de unos años en silencio, ya que desde que se expulsó a BishiMetals se había mostrado interesada. El proyecto Llurimagua está ya en la fase exploratoria avanzada, y las consecuencias  se perciben hace tiempo en la contaminación del agua y la destrucción del suelo fértil. Y esto es solo el principio. “Durante el mandato de Correa se concesionó gran parte del territorio. A veces me subo a la loma y observo lo que en un tiempo dejará de ser tan verde y hermoso. Me pone triste eso, que las siguientes generaciones no puedan disfrutar de esta riqueza como lo hicimos nosotras”, comenta Cecilia.

Ahora, con su hermana, su papel en Cuellaje es el de mantener viva la inquietud por la preservación del entorno natural, “el verdadero oro”, aseguran; y el de persistir en ese NO unánime que se consiguió en una consulta comunitaria que impulsaron este año. Fue autoorganizada entre todxs, centro por centro, y “no hubo ni una sola abstención”, ni un voto a favor de la minería, cuentan. Eso, además de una investigación que realizaron sobre toda la potencial producción agraria, les dio argumentos para su postura y su rechazo a la entrada en su comunidad de “las autoridades” que intentan hacerles cambiar la visión. Muchos de los testimonios de esta crónica ven a Cuellaje como un referente actual de comunidad cohesionada para hacer frente a las actuales arremetidas extractivistas.

Yolanda  y Cecilia Álvarez – Cuellaje 2019
Foto: Alba Crespo Rubio

En las últimas elecciones consiguieron presentar una lista compuesta íntegramente por personas antiminería, y eso es uno de los logros que cuentan Cecilia y Yolanda. El hecho de tener una Junta Parroquial favorable a la defensa del territorio las llena de esperanza para seguir caminando; a la vez que, cuando miran atrás, les es difícil ver un futuro en el que no tengan que preocuparse por eso.

Su reflexión, después de tantos años, y a pesar de conseguir expulsar a dos empresas, es que mientras siga habiendo metales preciosos bajo sus pies, pese a que no se van a librar de la amenaza extractivista. En retrospectiva, dicen que “ahora lo entienden”, que “se hacen los que venden, pero esas tierras siguen siendo de ellos, de esa sociedad de grandes empresas. No es que han huido, no es que les hemos hecho correr. Se cambian de nombre las empresas, son los mismos socios, ahí mismo está todo”. Y sueltan, las dos un “¿hasta cuándo?”.

Luchadoras y cuidadoras

Amparo, la compañera de luchas de las hermanas Álvarez, cuenta cómo es actualmente su implicación. “Cuando hay una reunión, va Cecilia, y a la próxima, viene Yolanda. Se turnan el cuidado de la mamá”, comenta. Estar con su madre, que está en cama por una enfermedad congénita en el cerebro que le ha hecho ir perdiendo la movilidad y el juicio, es ahora una de sus prioridades. Eso supone un freno a su incansable activismo, no llegan a todo lo que hacían antes. “Mi mamá ya no me permite salir corriendo si fuera necesario”, reconoce Cecilia. Pero la vez lo acepta, como un acto de amor hacia la mujer que les acompañó en sus caminos.

En la casa, a pesar que hubo discusiones acerca del tema, nunca se implicaron activamente. Pero a la vez, entendieron sus inquietudes y no les pusieron trabas. “Mi mamá siempre me despareaba y me preguntaba cómo me fue?”, explica Cecilia. Eso sí, “tocaba llegar a contarles lo bueno”, para que no se asustaran, añade Yolanda. Y continúa: “nuestro papá tenía Parkinson y murió hace unos años, era un poco más duro, más crítico, mamá simplemente mandaba bendiciones. Nuestra mamá era chévere, era demasiado abierta”, concluye Cecilia.

¿Una vida sin resistencia?

“Hemos venido al mundo a eso: a defender la tierra”. Ese es el convencimiento de Yolanda y Cecilia. Son conscientes del “tiempo para ellas” que les ha quitado la lucha en contra del extractivismo, de que todo habría sido distinto sin las empresas mineras que han acechado y acechan su casa y la de tantas otras comunidades. Pero a su vez, reflexionan y saben que si no fuera contra las mineras, su vida se habría batido en torno a eso mismo, el afán por preservar su entorno natural, por mantener los ríos limpios y los cultivos sanos, la búsqueda de proyectos y maneras de organizarse para conseguirlo. Llegan a la conclusión que no imaginan una vida distinta: “si no fuera contra las mineras, igualmente nos hubiéramos organizado para mejorar la vida en este lugar”.

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Reportaje financiado por:

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Autoras

Alba Crespo Rubio

Feminista y Periodista.