Mi hermanita de quince años me mandó anoche una fotografía del cartel con el que saldrá este 16 de septiembre a la Marcha por el Agua: “Mi rebeldía es cuidar el agua”, escribió (“rebeldía” en rojo, por supuesto). También dibujó en su cartel una mujer campesina levantando una bandera azul y un puño con un pañuelo del mismo color.
Me puedo imaginar tanto a ella como a sus amigas recorriendo las calles, juntándose con otros compañeros y compañeras de lucha con los cuales nos hemos encontrado en todos estos años de camino. Veo a las compañeras, por ejemplo, del Cabildo de Mujeres y del Cabildo del Agua, a las estudiantes y docentes de la Universidad de Cuenca, a los compañeros de los sindicatos, a los comuneros y comuneras de Tarqui, Victoria del Portete, Girón, a las compañeras feministas y de la población LGBTIQ+. Veo a muchas organizaciones y colectivos artísticos y culturales, a medios de comunicación que no se han dejado comprar por la pauta minera, a las Juntas Comunitarias de Agua y a funcionarios comprometidos con la buena gestión desde las empresas públicas; por las fotografías en redes, también veo que habrá mucha movilización nacional. Entonces, imagino cómo las adolescentes recorrerán las calles repletas de digna rabia y alegría. Calles con gente disfrazada de animalitos, otras haciendo música, por allá algunas entregando volantes con canciones al agua y más acá algunas familias con sus patos, ovejas, cuyes o perritos; quisiera tanto ver los ojos de las niñas llenándose de toda esta juntanza campo-ciudad, porque frente al gobierno que les impone la desertificación de su futuro, es la resistencia popular la única que puede proponerles un presente a la altura de sus sueños.
Pero también me imagino a Guillermo Salgado, gerente nacional de Dundee Precious Metals, quien con todo el patrimonio existente en su haber, hace poco fue a regalar libros usados a niños, niñas y adolescentes campesinas de Chumblín, San Gerardo (Girón, Azuay) en un acto de “responsabilidad social corporativa”. Me lo imagino sentado junto a los políticos que le han hecho el juego: Camila León, Diego Matovelle, y a todos aquellos que desoyeron deliberadamente en varias ocasiones el mandato popular para respetar las fuentes de Agua en Kimsakocha. Frente a su teléfono, chequeando tiktok, también veo a Lavinia Valbonesi, la primera dama-influencer que recibió “donativos” de Dundee a cambio de continuar con su campaña empresarial. Y quisiera pensar que algo en ellos se puede conmover así como se ha conmovido todo el país, pero sé que serán los primeros en aplaudir en caso de que el Presidente lance —por motivos de “seguridad”— nubes de gas lacrimógeno sobre el quinto río. Estoy segura de que, si pudieran, también serían los primeros en salir a supervisar la represión porque lejos de la imagen “civilizada” que proyectan empresarios y políticos pro-mineros, lejos de su imagen pulida, trajes y maquillajes perfectos muy acorde a las tendencias, ellos son los máximos depredadores del mundo. Un mundo que, dicho sea de paso, no les pertenece. Un mundo en donde, si me ponen a elegir, prefiero sea habitado por adolescentes sensibles como mi hermanita y sus compañeras, por comunidades campesinas, por las familias populares que sostienen la economía de este país día a día, por los animalitos habitantes del páramo, y por todxs aquellos cuya rebeldía —como dice aquel cartel— es cuidar el agua.
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