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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Alba Crespo Rubio

Íntag, la persistencia en la defensa del territorio

Maestras, defensoras y hermanas

Cuellaje es uno de los centros poblados más grandes y urbanizado de Intag. Una gran plaza central, en torno a la cual se organizan alguna tienda, restaurante, un pequeño hostal, y almacenes que cada domingo se llenan de la fruta recogida en los alrededores. Ahora rebosan de naranjillas. “Es el lugar más productivo del valle”, comentan algunas de las mujeres que han participado en esta crónica. Después sabremos que es fruto de un esfuerzo colectivo y consciente de más de 40 años por promover una alternativa agrícola local.

En una de las esquinas de la plaza de Cuellaje, apuntaron a Cecilia en el pecho con una pistola. “Nos enteramos que venía un político, Caranqui, a hacer campaña a Puerto Viejo, apoyado por la empresa minera, y nosotros les queríamos parar”, recuerdan las dos hermanas, “llegaron tan rápido que solo nos dio tiempo de salir todas a la calle a interponernos en su camino”. Sus vecinas y compañeras lo recuerdan todavía con nerviosismo. Su hermana Yolanda, con dos dedos clavados en su esternón muestra cómo fue ese momento: “¡dispárenme!”, les decía. En su cara y en sus palabras se lee admiración por la Ceci, una mujer que puso el cuerpo, y casi la vida, para defender el territorio en el que nació. “Yo sabía que no iban a disparar”, cuenta Cecilia, cuando le preguntamos por ese acontecimiento. Pero aún así, años después, se ríe de su atrevimiento, y reconoce que un rato más tarde le vino todo el miedo.

Así como Yolanda no puede dejar de mencionar a Cecilia cuando cuenta su historia, Cecilia nos habla de Yolanda. Parecen muy distintas, su temperamento y su energía son casi opuestas. Yolanda es calmada, pausada. “Siempre fue la lista, la que salió a estudiar a la ciudad desde cuarto grado y regresó para ser maestra de bien joven, el motor de la casa”, cuenta Cecilia. Ella sola coordinó y organizó, más tarde, una red de más de 20 escuelas, en su apuesta por la mejora de la calidad educativa en las comunidades. Ahora, ya jubilada, usa las fotos antiguas de la escuela para hacer tarjetas y marcos, que van a servir para apoyar económicamente el centro de formación para personas con discapacidades que impulsa desde hace un tiempo.

Cecilia, en cambio, es dinámica, intempestiva. “Yo trepaba los árboles y corría descalza por acá mientras mi hermana estaba estudiando”, recuerda. Le costó mucho la ciudad, lloraba cada día por estar lejos de su casa, pero consiguió terminar la formación para ser maestra porque la alternativa era dura: a pesar de nombrarse a sí misma con orgullo “campesina”, el trabajo en el campo no le gustaba. Ser maestra fue su vocación desde los primeros juegos de rol compartidos con sus amigxs. Después, seguramente, ha sido la inspiradora de esta vocación a muchxs de sus alumnxs, aunque nos confiesa con decepción que de momento, ellas quieren ser mamás o limpiadoras de casa (la solución más fácil para ir a la ciudad a ganar plata), o doctoras, y siempre cuidadoras; y ellos, pilotos. “Yo les digo que para ser lo que quieran, deben estudiar, aunque no es tan fácil para las familias de acá; pero también intento contarles, a partir de mi experiencia, la importancia de regresar y aportar en el lugar donde nací”, reflexiona.

La presencia de las mujeres en la organización

Yolanda y Cecilia Álvarez han sido y son referentes en la historia de la resistencia de Íntag a las varias arremetidas extractivistas en el territorio, y también –y sobre todo- por su batalla cotidiana por la conservación de este. Las dos estuvieron presentes desde el principio en la Defensa y Conservación Ecológica de Íntag (DECOIN).

Foto: Cecilia Álvarez durante la movilización antiminería en Cotacachi, Imbabura el 28 de marzo de 2018. Fotografía: Samantha Garrido
Foto: Cecilia Álvarez durante la movilización antiminería en Cotacachi, Imbabura el 28 de marzo de 2018. Fotografía: Samantha Garrido

El fortalecimiento organizativo vino después de la Ley Minera de 1990, que atrajo nuevas empresas extranjeras a Ecuador. Íntag fue uno de los focos, dada la elevada cantidad de cobre explotable: la minera japonesa Bishi Metals (del entramado Mitshubishi) instaló un campamento para dar inicio a la fase exploratoria. La llegada del sacerdote Giovanni Paz y de Carlos Pazmiño les dio luces acerca de las posibles consecuencias de vender el territorio al extractivismo. De ahí surgió DECOIN, en 1995, que todavía tiene una presencia importante en las luchas de las comunidades inteñas. El 15 de mayo de 1997, una protesta en la que participaban la mayoría de estas, terminó en la quema del campamento. La consecuencia de esa acción, inicialmente fue el enjuiciamiento de tres de los líderes, proceso que fue sobreseído por falta de pruebas; pero también el abandono del proyecto por parte de Bishi Metals. Fue la primera victoria de las comunidades contra las mineras.

Cecilia fue por un tiempo la presidenta de la DECOIN. Al principio, le tocaba caminar de una comunidad a otra, llevando la televisión a cuestas para mostrar a todxs las consecuencias de la minería y promover la defensa del territorio.

Después, rompiendo tabúes y prejuicios, iba arriba y abajo con su Chintola (así es como sus amigos bautizaron a su moto). De la escuela a Apuela, el centro poblado donde está la sede, o a cualquier lugar donde hacía falta. “Fui la primera mujer que tenía moto”, sonríe, “ahora se ven muchas chicas por ahí en moto, pero en ese momento me dijeron de todo”. Apenas estaba en casa, a la que ahora dedica más tiempo, porque como hija soltera, se hace cargo de su mamá enferma, así como hizo con su padre, que sufría de parkinson, antes de que éste muriera.

Dejaría de serlo cuando el Gobierno de Rafael Correa prohibió a los funcionarios públicos su afiliación en organizaciones no gubernamentales. Ella dio prioridad a la escuela, y –no sin indignación— se apartó “de presencia, no de corazón y cabeza” de la DECOIN. Ahora, con su hermana, su papel en Cuellaje es el de mantener viva la inquietud por la preservación del entorno natural, “el verdadero oro”, aseguran; y el de persistir en ese NO unánime que se consiguió en una consulta comunitaria que impulsaron este año. Fue autoorganizada entre todxs, centro por centro, y “no hubo ni una sola abstención”, ni un voto a favor de la minería, cuentan. Eso, además de una investigación que realizaron sobre toda la potencial producción agraria, les dio argumentos para su postura y su rechazo a la entrada en su comunidad de “las autoridades” que intentan hacerles cambiar la visión. Muchos de los testimonios de esta crónica ven a Cuellaje como referente actualmente de comunidad cohesionada para hacer frente a las actuales arremetidas extractivistas.

La fractura de la comunidad

No en todas las comunidades ha habido tanta unanimidad porque, como Isabel Anangonó y Susana Navarrete, actuales líderes y defensoras en sus comunidades, Vacas Galindo y La Esperanza, respectivamente, cuentan, una de las estrategias más efectivas de las mineras ha sido “dividir a la población”, ofreciendo empleos bien remunerados, criminalizando a aquellas y aquellos que se oponen a su llegada. También, las campañas políticas contribuían a ese enfrentamiento interno. “Para las mujeres ha sido muy duro, porque nosotras tenemos clara la defensa de la naturaleza, pero es doloroso ver cómo algunos de nuestros hijos están en contra de la Madre Tierra, y también en contra de su madre biológica…. y todo por la plata”, sentencia Isabel.

Carmen Piedra vive en Chalguayacu Alto, muy cerca de Junín, el epicentro de la actividad minera, y también de la lucha por la defensa del territorio, ya que es la comunidad más afectada. Este centro poblado está atravesado por una carretera por la que cada día pasan los vehículos que se dirigen a la zona de exploración del proyecto Llurimagua.Además del polvo y la llegada de gente de fuera, además de la contaminación de los ríos en los que antes se bañaban y ahora no pueden ni meter las manos, emocionalmente, es muy difícil la situación. Uno de sus 12 hijos trabaja en la minera –como arriero-, y eso le genera una gran contradicción: “nosotros hemos sufrido mucho, hemos luchado mucho, nos hemos parado tantas veces para que no pasaran…”. Su sobrino Javier estuvo preso, y otro sobrino está en busca y captura por oponerse a CODELCO, la empresa que está operando el proyecto desde 2013. Aun así, ella saca fuerzas para seguir de pie, y dice “nosotras hasta morir hemos de ser bien firmes”. No quiere irse de su casa, alejarse del campo en el que creció, crió a sus hijos, y gracias al cual se alimenta, tal como pasaría según el estudio de impacto ambiental de la ENAMI EP, la empresa asociada a CODELCO: “nos tendrán que reubicar, nos echan, y nos han de dar un piso… ¿y a dónde vamos a vivir? No podría vivir en un lugar que no fuera este”.

Las que “paran las balas”

Para Carmen, la organización con las mujeres fue imprescindible para poder frenar a la minera cuando llegó la canadiense Ascendant Copper, durante la primera década de los 2000. La tensión en el territorio fue en aumento. Las intimidaciones por parte de la empresa, compras de tierras, allanamientos de la sede de la DECOIN, criminalizaciones, fueron una constante. El campamento se situaba en Chalguayacu Bajo, casi todas las comunidades de Íntag se involucraron en la defensa del territorio, apoyaron las decisiones que se tomaron en las comunidades más afectadas, porque son conscientes que las consecuencias son para todxs.

Debido al firme rechazo a la minería, “la única manera que han encontrado para poder entrar a Íntag ha sido la violencia”, reflexiona Silvia Quilumbango, actual presidenta de la DECOIN. Y así lo demostraron en 2006, en Junín. Ese noviembre, la minera contrató agentes de seguridad, que llegaron armados con gases lacrimógenos que usaron contra la barrera humana que formaron lxs inteñxs. Ese choque desigual entre lxs integrantes de las comunidades y la empresa minera dejó imágenes que todavía hoy se usan para ilustrar la violencia que usaba la transnacional, parece ser que con la connivencia de las fuerzas de seguridad del Estado.

Foto: Isabel Anangonó durante la Marcha por el Agua y por la Vida que llegó a Quito con la consigna #EcuadorMegadiversoNoMegaminero el 22 de marzo 2018. Fotografía: Samantha Garrido
Foto: Isabel Anangonó durante la Marcha por el Agua y por la Vida que llegó a Quito con la consigna #EcuadorMegadiversoNoMegaminero el 22 de marzo 2018. Fotografía: Samantha Garrido

Aunque no podía participar de manera asidua en la organización porque le tocaba estar cuidando de la casa, Carmen Piedra, como muchas otras mujeres, actuaba cuando tocaba estar, “al rato de la pelea”. Y fue gracias a la red que tienen que pudieron actuar más rápido: “nos avisaban por el motorola, y ahí nosotras nos preparábamos”, recuerda. “El día de la balacera yo estaba sacando leche de mis vacas, y me tocó bajar corriendo a donde estaba sucediendo todo”, cuenta. Silvia Quilumbango hace mención también a eso: “son mujeres que ponen el cuerpo, como decimos nosotras, las que aguantan las balas”.

Un mes más tarde, llegó la noticia que había más de 60 “paramilitares” en el campamento de la Ascendant. Y decidieron hacerles frente. Para todxs, esa historia persiste en su memoria como una hazaña. Yolanda Álvarez cuenta, como quien cuenta un cuento, emocionada, cómo se reunían miembrxs de todas las comunidades en una casita en Chalguayacu, armando la estrategia, y como planificaron el golpe. Los detuvieron en pleno desayuno, sin una sola arma, solo una escopeta como señal sonoro para avisar al resto. Los denominan “paramilitares” porque “les pedimos sus identificaciones, y eran todos marines, aviadores, cargos militares, etc, algunos ya retirados, algunos todavía en ejercicio”, y estaban contratados por la empresa minera. Después los retuvieron cinco días en la capilla de Junín, “bien comidos, sin un solo rasguño, ni un mal trato, sin permitir que nada se nos fuera de las manos”, a pesar que les cortaron los suministros y bloquearon el paso a quienes intentaban apoyar.

Con esa acción, consiguieron llamar la atención de las autoridades, a quienes hicieron entrega de las armas para “demostrarles el uso desmesurado de la violencia por parte de la Ascendant”. A pesar de que todas nos cuentan que “todo siguió como antes”, al cabo de un tiempo la bolsa canadiense retiró a la empresa y esta quebró, lo que provocó su salida de Intag.

Cecilia Álvarez después de la movilización antiminería en Cotacachi, Imbabura realizada el 28 de marzo de 2018. Fotografía: Samantha Garrido

Pero el afán por convertir Intag en una zona de extracción de minerales como el cobre y el oro no cesa, y en 2013, la empresa chilena CODELCO regresó asociada con la ecuatoriana ENAMI, después de unos años en silencio, ya que desde que se expulsó a Bishi Metals se había mostrado interesada. El proyecto Llurimagua está ya en la fase exploratoria avanzada, y las consecuencias hace tiempo que se perciben en la contaminación del agua y la destrucción del suelo fértil. Y es solo el principio. “Durante el mandato de Correa se concesionó gran parte del territorio. A veces me subo a la loma y observo lo que en un tiempo dejará de ser tan verde y hermoso. Me pone triste eso, que las siguientes generaciones no puedan disfrutar de esta riqueza como lo hicimos nosotras”, comenta Cecilia Álvarez.

Organizadas en la conservación del territorio y por su autonomía.

Uno de los recuerdos que permanecen en todas las historias es el viaje a Perú que hicieron algunas mujeres, las mamás de los jóvenes que querían trabajar en la Ascendant Copper, para conocer proyectos mineros en fase de explotación. Ese viaje fue definitorio para ellas porque descubrieron lo que sucedía en las comunidades aledañas a los proyectos mineros. Ellas defendían a sus hijos porque iban a cobrar un buen salario, y fueron ellas las que regresaron con una perspectiva diametralmente opuesta. Trajeron con ellas muestras de agua y tierra, y relatos tristes de territorios devastados. Con el paso de los años, esas mamás han sido mujeres fuertes y símbolos de la lucha contra la minería, como por ejemplo doña Charito, a quien todas tienen en mente cuando hablan de los procesos de resistencia en Íntag.

En todo el valle existen organizaciones de mujeres en distintos ámbitos, enfocadas a la autogestión y emancipación a partir de la creación de proyectos productivos propios. Silvia Quilumbango cuenta que en 2002 se fundó la Coordinadora de Mujeres de Íntag “para crear un espacio propio para nosotras, para tener acceso a una economía propia”. En esos espacios, además de la elaboración de artesanías y productos, se llevan a cabo procesos de capacitación que “nos ayudan a generar autonomía e independencia económica”, y también donde se aborda la temática de género.

En Cuellaje, las experiencias de organización de las mujeres han venido por la agroproducción. Cecilia Álvarez cuenta que desde finales de los 90, con la llegada de algunos proyectos internacionales, y voluntarias que las apoyaron en la creación de alternativas, han estado activas de diversas formas: cultivos orgánicos, buscando formas de autosuficiencia para las mujeres, etc. Como mujeres, esto las ayudó a tomar consciencia de su situación, y el trabajo juntas dio pie a discusiones acerca de su rol dentro de la familia, las relaciones con los esposos, su papel en la comunidad. “Ahora nos beneficiamos de eso, somos más independientes. Los maridos de todas las que fuimos parte de eso, nos respetan, antes se creían con derecho a maltratarnos, ahora sabemos que eso no es normal”, relata, orgullosa de sus compañeras.

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Autoras

Alba Crespo Rubio

Feminista y Periodista.