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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Cristina Burneo Salazar

De vuelta a tus patines, pequeña Emilia

…vernos más viejos.
y avergonzados.
porque ya no estás aquí.
porque no pudimos.

Karina Marín

Lo escuchamos hasta que se vuelve insoportable: “Las autoridades dan cuenta de lo ocurrido: lamentan tener que dar la terrible noticia.” Vemos dispuestas con banderas las mesas de rueda de prensa del Ministerio del Interior: “Desde el primer momento realizamos todas las tareas de búsqueda con todas las unidades. Se activaron todos los dispositivos de seguridad para dar con la menor”. La Dirección Nacional de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (DINASED) da muestras del trabajo realizado: “Era profesor, daba clases de educación física. Aprovechaba la cercanía y relación de amistad con las familias y las niñas para cometer este delito, lamentablemente.” Lamentamos tener que informar. Nada de esto es suficiente, y nos limitamos a pensar que es todo lo que hay. Que hacer justicia es devolver un cuerpo.

Y la prensa: “Esta es la vía que conduce hasta Chuquiribamba. En este sector fue encontrado el cuerpo sin vida de Emilia Benavides Cuenca, la menor que desapareció hace cinco días luego de haber salido de su establecimiento educativo. Informó Noticiero Uno.”

Cientos de veces: denuncias de desapariciones y un rostro que se vuelve cada vez más familiar cuando una niña o una mujer ha desaparecido o ha sido asesinada, un rostro común que es el de la ausencia, y su foto, casi siempre, como anuncio de su muerte. El mismo protocolo cientos de veces: “Hemos activado todos los dispositivos”, “este crimen no quedará en la impunidad”. ¿Cómo puede ser posible que el único acto de justicia para Emilia haya sido hallar su cadáver? El único acto de justicia que nos queda: sacar un cuerpo de una quebrada.

Ante el régimen femicida en que vivimos, colectivos del movimiento de mujeres se han dado a la tarea de recoger datos de feminicidios de la prensa, del Estado y de denuncias de familias. Hay que detenernos a pensar en lo siniestro de esta tarea: ya no basta el duelo por nuestras muertas, tenemos que contar sus asesinatos, ponerlos en cuadros y procesarlos como datos porque se ha vuelto inenarrable, porque no son casos aislados, porque esos cuadros sombríos que elaboramos son nuestro espejo: una sociedad que hace todo para no admitir que se levanta sobre vidas de segunda clase, que son las vidas de las mujeres y de las niñas. Elaborar cuadros y mapas porque no nos creen, y sobre nuestras muertes, construir un archivo. ¿Ahora nos creen?

Organizaciones sociales y colectivos feministas trabajan en colaboración permanente para listar los feminicidios con el fin de hacerlos visibles en mapas, textos y acciones. Hemos tenido que llegar a esto: listar sin fin para probar que nos están matando. Tenemos mapas de asesinadas por ciudad, por provincia, por edad. Geógrafas, activistas feministas, abogadas, dedican su trabajo a defender lo que nos ha sido negado: denunciar que hay un orden que tolera y encubre nuestras muertes. Estas organizaciones informan que al 21 de noviembre de 2017 ha habido más de 140 feminicidios reportados [1]. Tres niñas anteceden a la pequeña Emilia: Evelin Carolina, la más pequeña tenía, 11 meses cuando fue asesinada por su padre, que en realidad intentaba asesinar a su madre. Feminicidio por conexión. Tres niñas aparte de Emilia que no serán las últimas. Más niñas serán asesinadas, secuestradas para redes de pornografía de menores o de prostitución, o serán violadas por sus tíos, primos, padrastros, padres, hermanos, abuelos, profesores. Y seguiremos pensando que la única justicia que nos corresponde es que sus cuerpos nos sean entregados sin vida.

Dentro del feminismo, la plataforma Justicia para Vanessa se volvió un puntal de Vivas Nos Queremos; la Red de Familias de Cuenca organizó su duelo en torno al asesinato de Cristina Palacio y logró que otras familias pudieran unirse para defender la memoria de sus hijas; madres de jóvenes asesinadas como Yadira Labanda, Ruth Montenegro, Jannet Cañizares, se han vuelto símbolos de lucha por la memoria y contra la violencia de género. La hija de Ruth, la pequeña Valentina Cossíos Montenegro, era apenas mayor que Emilia Benavides. Fue asesinada dentro de su escuela hace 18 meses. El Ministerio de Educación dijo que no era su problema: los ministros Augusto Espinosa y Freddy Peñafiel se lavaron las manos. Valentina fue hallada con signos de abuso sexual.

El colectivo Sentimos Diverso acompañó a los padres y madres de AAMPETRA, cuyos hijos e hijas habían sido torturados y violados dentro de su propia aula en el colegio. El rector sigue en funciones. En su escuela, un aula se mantuvo por 11 meses con cortinas cerradas porque un profesor cometía allí actos de sadismo. Apenas logramos dimensionar estas violencias y no sabremos erradicarlas mientras no reconozcamos que son el cimiento de un status quo: se llama patriarcado y mantiene activa una forma de asesinato selectivo que se llama feminicidio.

“En 27 pasos que hay de la puerta de la escuela a la parada de bus, el asesino se ha llevado a toda una familia. Hay cinco portales de la escuela a la esquina de la parada. Es un perímetro muy familiar, fue el perímetro de mi propia infancia. El asesino llevó a Emilia por nuestro barrio, donde ella también vivía, pasaron por la puerta de su antigua casa. Esta niña iba en calentador y era la inocencia personificada. ¿A qué le van a echar la culpa? En 27 pasos se cegó una vida a mediodía, a la salida de una escuela.” Leo esto que escribe Bernardita Maldonado, quien conocía a Emilia, y veo las capturas de cámara que muestran a Emilia caminando junto a su asesino. Bernardita hace memoria y estremece: la muerte nos ronda cada vez más cerca, es una muerte encarnada en violadores, femicidas, parejas, ex parejas, traficantes de niñas, conscientes de la impunidad con que pueden vivir. No son monstruos, o el monstruo, más bien, vive entre nosotros y lo alimentamos. “Estas calles nos las habíamos ganado venciendo al miedo me escribe Bernardita. Primero les tuvimos miedo a los borrachos de la zona, después, a los conscriptos que salían los domingos. Siempre hemos estado asustadas en nuestra propia ciudad.”

Bernardita recuerda la última foto que vio de Emilia y su risa. Llevaba unos patines que le habían dado de regalo. Ahora, los patines están vacíos. “Era una fiesta oír la risa estruendosa de la hermana mayor de Emilia, y cuando se juntaban todas las niñas era la felicidad verlas reírse. Se sentaban en una estera en la terraza de mi casa a contarse sus travesuras”. La hermana de Emilia tampoco puede reírse ya, ni su familia, ni sus compañeros de escuela, que le habían hecho huelga a la directora por quedarse sentada en su oficina en lugar de salir a buscar a la niña. Cuándo volverán a reírse esos niños viendo la silla vacía de Emilia.

No nos resignamos a que la justicia se reduzca a devolvernos en bolsas los cuerpos de nuestras muertas, porque no deberían haber sido asesinadas. No nos resignamos a la eficacia de los protocolos de búsqueda, porque ellas no deberían haber desaparecido. No nos resignamos a que eso se llame justicia, porque justicia de verdad sería que no tuviéramos miedo de vivir en el mundo. No nos resignamos a que la única reparación sea endurecer las penas, porque la prisión apenas simula que la violencia está contenida. No nos resignamos a que se clame por la pena de muerte para los femicidas, porque una muerte no deshace otra muerte. No nos resignamos a que el Estado use a los femicidas capturados como trofeos, porque tendría que ser el Estado el primero en desmontar ese circo de justicia que no nos da más que sus fórmulas de expiación: “lamentamos informar”. No nos resignamos a que el sacerdote dé una misa para que nuestras muertas descansen en paz, porque no van a descansar ni ellas ni descansaremos nosotras mientras no se desmonten estas violencias que atravesamos todos los días. No nos resignamos a que la escuela, la familia o el amor sean el lugar donde vamos a encontrar la muerte. Otro tiene que ser el amor de pareja, que no mate, otra tiene que ser la familia, que no disimule la violencia, otra la escuela y otros los caminos que caminamos. Entre la puerta de la escuela y la parada de bus había sólo 27 pasos. Esos pasos no deberían ser mortales. Ninguna plegaria nos salva, ninguna resignación. Tus pasos tenían que llevarte de vuelta a tus patines, pequeña Emilia, no al vacío, y no supimos abrirte otro camino.


[1] Lista proporcionada por Geografía Crítica a partir de datos elaborados en colaboración entre Red de Casas de Acogida, CEDHU, Fundación Aldea y Taller de Comunicación Mujer.

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Autoras

Cristina Burneo Salazar

PhD en Literatura latinoamericana por la Universidad de Maryland. Maestría en Estudios de la Cultura, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Licenciatura en Comunicación y Literatura, Pontificia Universidad Católica del Ecuador.