Portada: Se lee “Milicos asesinos” y otros mensajes pintados sobre el pedestal del monumento a Sucre en la plaza de Santo Domingo, Quito. 8 de marzo de 2025. Foto: Vanessa Terán.
“Temen al pueblo con un temor ancestral y oscuro porque saben de lo que son capaces los que en él viven, y siempre tienen presente lo que les han contado y repetido para que “no vayan más allá de lo que deben…”
Alicia Yánez Cossío
Este 8 de marzo de 2025, una marcha multitudinaria de aproximadamente 7 mil personas tomó las calles de Quito. Escribo esto desde un lugar de orgullo que trasciende a la postura feminista, al atestiguar, registrar y cubrir una movilización tan masiva y diversa, donde confluyeron voces con distintas consignas que interpelan las problemáticas que hoy atraviesa el país y, sobre todo, la realidad que vivimos las mujeres. Una realidad que, en medio de discursos de guerra y militarización, se vuelve cada vez más invisible, pero que hoy, como siempre, resiste y se hace sentir en las calles.
Una serie de mensajes se desbordaron en los muros de este Quito tapiñado, consignas que gritaban por una vida libre de violencias, respuestas urgentes y justicia. También se alzaron voces de rechazo al Gobierno de Daniel Noboa, mientras se nombraba a las víctimas de feminicidio y se honraba la memoria de quienes han sido desaparecidos bajo el manto de la militarización. Nombres como Nehemías, Saúl, Steven e Ismael, desaparecidos y asesinados en diciembre de 2024 y donde hay una responsabilidad estatal, resonaron fuerte, entre tantos otros, como un recordatorio doloroso pero necesario de que la lucha por la dignidad y la vida no puede ser silenciada.
Cada nombre, cada consigna, fue y es un llamado a no normalizar la violencia ni el olvido.
Los colores en los muros, reflejo de las manos que recorrían el trayecto con pintura, los grafitis que aparecieron como un gesto de resistencia al control y las “buenas formas”, provocaron acusaciones descabelladas para el Ecuador de estos tiempos. “Vandálicas”, decían, sin temor a menospreciar lo que fue la movilización. Personajes de los medios tradicionales y no tan tradicionales salieron en defensa del monumento del Mariscal Sucre en la plaza de Santo Domingo, donde las paredes que se veían sin ninguna gracia por su blanco color, y que después de la movilización quedaron impresas manos de una infinidad de colores y leyendas. Todo esto, que no es casual, me evoca a la ficticia urbe de la novela “La Cofradía del Mullo del Vestido de la Virgen Pipona” (1985) de Alicia Yánez Cossío, escritora ecuatoriana, donde nos sumerge en una historia que combina humor y crítica social a través de la memoria de cuatro ancianos personajes. La trama gira en torno a un grupo de venerables señoras, conocidas como «la cofradía», quienes aprovechan la devoción popular hacia una imagen religiosa, la Virgen Pipona, para mantener un sistema de control político y explotación social en un pequeño pueblo de la sierra central del Ecuador.
Mientras ustedes, la cofradía del monumento dolido, se escandalizan por las intervenciones con pintura en las calles durante la marcha del 8 de marzo, algunas exigimos que las movilizaciones de mujeres se politicen más, que haya mayor resistencia y que se vuelvan más incómodas —en todos los sentidos— para desafiar al poder y que esto vaya más allá de aparecer en la foto de Instagram. A ustedes, quienes seguramente se autodenominan “gente de bien”, y que sintieron herida su lamentable oda al glorioso patrimonio por un poco de color, mientras hacen la vista a un lado cuando esos mismos monumentos suelen acumular orines de varón: ¿Les duele realmente la piedra fría o que sean las mujeres las que desgarran el manto de hipocresía de esta sociedad cómplice?
Ojalá las movilizaciones que convocan al sector feminista hicieran intervenciones más potentes. Como las sufragistas de la primera ola que salían a las calles con látigos para defenderse o como Mary Richardson que se coló en la National Gallery el 10 de marzo de 1914 y acuchilló siete veces a la pintura de ‘La Venus del espejo’ de Velázquez para exigir la liberación de su compañera feminista Emily Pankhurst. Intervenciones que no solo incomoden a la “gente de bien”, sino que de verdad cumplan con la frase que reiterativamente usamos: “el miedo cambió de bando”. Y así, realmente se escandalice a esta silente sociedad que sufre más por un monumento del Mariscal de Ayacucho que por cuatro niños empobrecidos, negros, desaparecidos y asesinados. Un poco de rubor deberían tener estas “gentes de bien” al saber que ese mismo sábado 8 de marzo, Sandra Chamba era víctima de feminicidio a manos de su ex pareja y que su nombre se suma a la extensa lista de mujeres que enterramos ante la mirada indolente del Estado y la sociedad.
Sí, escandalicemos, cuestionemos, rayemos, pintemos y hagamos lo que sea necesario, porque nada se gana de rodillas, compañeras. Todo, absolutamente todo debemos conseguirlo de pie, con las manos firmes y el corazón dispuesto a hacer no solo lo necesario, sino también lo imposible.
Autoras

Jeanneth Cervantes Pesantes
-
jeanneth@laperiodica.net
-
@JanetaCervantes