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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Liz Zhingri

BUENISMO CURUCHUPA

Ojalá nunca reclames justicia por mí

ni salgas a las calles buscándome en los ojos de cada muchacha que pasa,

ojalá nunca enciendas una vela por mí

ni escribas mi nombre en un cartel con tu mano pesada,

ojalá nunca rayes un puente por mí

ni escuches la indolencia del patriarca canalla.


Por cada 72 horas que pasan, en Ecuador ingresa el nombre de una víctima de femicidio a su larga lista de espera por justicia. A nivel latinoamericano, el tiempo se reduce drásticamente a dos horas, lapso en el cual otra niña o mujer es obligada a dar su último suspiro en esta tierra. Por ello, los 101 casos que se reportan en lo que va del año a nivel nacional no deben verse divorciados de los otros tantos que se acumulan en las cortes de toda la región; ni la cifra debe leerse vacía pues, aunque se pronuncia fácil, está llena de un horror difícil de asumir.

Fue la constatación de este horror lo que debió paralizar a la ciudad de Cuenca la mañana del 3 de noviembre de 2020. Sin embargo, en la ciudad más conservadora del país, existe una deshumanización tan brutal de las vidas no hegemónicas, que el violento femicidio de Maribel P. pasó como un hecho anecdótico. Desviando los ojos de su cuerpo mutilado, la élite política y económica morlaca ordenó festejar por todo lo alto el Bicentenario de Independencia, ratificando así la jerarquía social que reina en la hermosa de fuentes y flores [1] desde hace 200 años, pasando por alto las 113 heridas con que la violencia femicida destrozó la vida de esta mujer trabajadora afrodescendiente.

Sin embargo, este irrespeto a su vida y a su memoria no se detuvo. Días después su nombre, rostro y datos íntimos fueron ampliamente difundidos por las redes sociales de una ciudad que tomó su causa como la excusa para reforzar la misoginia, el racismo y el clasismo. Acusando al movimiento feminista de silenciar el femicidio de Maribel, influencers y periodistas se erigieron en un estándar moral a partir del morbo, desde el cual legitimaron su propia violencia y auparon el estigma hacia otras mujeres. El buenismo curuchupa ganó terreno hasta que el grito del movimiento feminista ocupó lo más sagrado que tiene la ciudad: una pared blanca. La consigna era clara: “¿quieren que dejemos de rayar sus paredes? ¡Fácil, dejen de matarnos!”

#NoEstánSolos tuitazo noviembre 2020

No fue sólo un grafitti, fue un altar en memoria de todas las mujeres que el discurso patrimonialista de humanidad hegemónica viene borrando desde hace tiempo. Como si no fuera suficiente toda la demostración de desprecio hacia nuestras vidas, el poder político de la ciudad se hizo presente a través de la figura de un concejal que exigió enfáticamente se prevenga y sancione toda violencia hacia las paredes y se asigne presupuesto para cuidar la blancura de las mismas. Este discurso, macabro en medida que prioriza la reparación de una pared por sobre la reparación de las víctimas directas e indirectas del femicidio, y que oculta el verdadero destrozo perpetrado sobre el cuerpo de Maribel P., encontró prontamente consonancia en los grupos económicos que controlan la ciudad.

Cuenca, 06 de noviembre del 2020. Foto: Liz Zhingri

Así, este domingo 22 de noviembre y previo al 25N[2], las Cámaras de Comercio junto con el Estado y una conformación local, que vagamente se ha llamado Sociedad Civil Organizada, lanzan la campaña #NoEstánSolos, misma que dicen “busca concientizar sobre toda la violencia intrafamiliar”, sin llegar a nombrar a sus principales víctimas, logrando invisibilizar una problemática específica, real y que demanda acciones serias, faltándole al mismo tiempo el respeto a esas mujeres que como Maribel P., no regresarán jamás y revictimizando a todas las sobrevivientes de violencia, que lo último que necesitan es ver rostros magullados, llenos de moretones e imágenes que evoquen la violencia que han experimentado en sus propios cuerpos. Esto, lejos de concientizar, refuerza el miedo hacia agresores y potenciales femicidas.

Ni esta campaña, ni la solicitud del Concejal, ni las publicaciones misóginas de periodistas e influencers, ni la foto del Alcalde promoviendo el lema “nací para amar, no para asesinar” (todas situaciones ocurridas en este año) son hechos aislados, pues comparten el mismo patrón: suceden automáticamente como respuesta a un atroz femicidio y contienen un discurso patriarcal más o menos velado que minimiza, niega o distorsiona la violencia de género, sus causas y consecuencias.

Esto no es gratuito y es la razón de por qué el buenismo curuchupa de las élites cuencanas no alcanza para solventar una deuda histórica con las niñas y mujeres. Detrás de las intenciones, lo que se esconde es la necesidad de preservar el orden que vulnera derechos, avala el abuso y la explotación de niñas y mujeres, encubre secretos familiares en nombre de la sagrada familia, promueve requisitos inalcanzables de ciudadanía y valora la blanquitud de una pared por sobre la vida de las mujeres que sostienen el mundo. Ese orden femicida es, sin duda alguna, la política sexual que emana desde el Estado y se sostiene en la empresa privada, cuyas campañas – dicho sea de paso – al estar fabricadas desde la miopía e indolencia, en lugar de reparar recuerdan día a día la dignidad tan negada y expropiada.

Por ello, la búsqueda de justicia para Maribel P. y las 100 mujeres que fueron cruelmente asesinadas en Ecuador pasa por cuestionar la lógica con el que se perpetúa el imaginario patriarcal que devalúa la humanidad de las mujeres y autoriza la crueldad, la tortura, el ensañamiento y, finalmente, la muerte de todas aquellas que se niegan a obedecer. Ya no es posible continuar repitiendo los mismos discursos que estereotipan a las víctimas y, en lugar de generar justicia, lo que dejan son buenas imágenes institucionales o plataformas individuales que crecen a costa del terror con el que se disciplina a niñas y mujeres en todo el mundo. La política pública no debe ser más la política del buenismo cucuruchupa que se abraza al privilegio patriarcal, racial y económico para ignorar la realidad que en las calles se grita. La ciudad misma no puede continuar siendo un ornamento que presencie inmutable cómo día a día la violencia machista apaga las vidas de niñas y mujeres en sus casas, calles y plazas.

En memoria de Maribel, por justicia para todas.


[1] Himno de Cuenca

[2] Fecha histórica por la lucha contra la violencia de género decretada en memoria de las hermanas Mirabal, quienes fueron asesinadas por la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana en 1960. Su asesinato es prueba de cómo el femicidio está íntimamente ligado a un proyecto económico-político de orden totalitario.

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Autoras

Liz Zhingri

Comunicadora, militante feminista, actualmente cursa la maestría en Estudios de la Cultura.