"¿Acaso los indios no se han dado cuenta de que oponerse al poder es una condena de muerte? ¿Acaso no han llorado a sus muertos? ¿Quién piensa en nosotros?" Así traduzco la convidada de piedra de cierto sector del periodismo ecuatoriano que se autopercibe “crítico, ciudadano, veraz y frontal” a pocas horas de que las organizaciones sociales —mejor y más eficazmente estructuradas— han convocado a una paralización de actividades (siembra, cosecha, transporte, venta y compra de alimentos) con carácter indefinido para rechazar al gobierno de Daniel Noboa, específicamente la eliminación del subsidio al diesel —el combustible más barato y por lo tanto el más usado por el sector agrícola y de transporte de productos en el país—.
Este acotado sector de la población “bien informada” es capaz de pública e impúdicamente ofrecer unas líneas (muy flojas) de análisis en nombre del trabajo de cobertura periodística que realizaron en el Paro de octubre 2019 y junio 2022. Argumentan que dado el número de personas asesinadas y heridas por balas militares y policiales, no es prudente que se convoque a nuevas jornadas de movilización. Arguyen que nadie recuerda a las víctimas del poder estatal, que sus nombres quedan en el olvido y se preguntan: ¿vale la pena?
También se suman a esta sarta “crítica” una cuantiosa proporción de la población urbana, citadina, nieta de chagras que ocultan su origen rural y campesino, hombres y mujeres que desbordan civismo (como bien denunciaban los viejos anarquistas: “detrás de un patriota solo hay un idiota”).
Supongo desde mi privilegiado teclado que nadie puede oponerle unas palabras a tan noble profesión, al oficio más viejo de la historia (moderna), a la actividad más sacra que no está ni con d10$ ni con el diablo, al contrapeso del poder. Entonces hay que preguntarles:
¿Para quién trabajan esas plumas que dictan “líneas críticas” al movimiento indígena?
¿También están de acuerdo con la “Teoría de los dos demonios” que justifica el exterminio de la disidencia política en Argentina porque “algo habrán hecho” durante la dictadura?
¿También creen que los niños negros, con desnutrición, aflijidos y tristes no deberían salir a las calles a jugar porque seguramente una bala los matará?
Por que eso parece.
Parece que con sus reflexiones están intentando desanimar a que la gente se sume a un paro. ¿A quién le están haciendo el trabajo gratis? ¿Acaso están repitiendo con edulcorante y adornos las amenazas gubernamentales, de la fiscalía, de los militares?
Parece como si en el hastío constante en el que trabajan, en medio de salas de redacción donde hay una pareja heterosexual de plutócratas empresarios que no les afiliaron al IESS, ustedes perdieron el sentido de su labor. Parece como si de tanto contar las muertes, narrar los asesinatos y “descubrir” la responsabilidad de los victimarios estatales se han aferrado a la vida, a una paralizada, de piedra, incólume e insensible. ¿Por qué no están plegándose ustedes también a las exigencias de un mundo social menos exterminador? ¿Por qué no están aprovechando esta coyuntura para sindicalizarse —aunque sea como última opción— para exigir la cabeza de ese conocido editor general acusado de ser un agresor de mujeres? ¿Por qué no están haciendo su propio levantamiento? ¿Por qué se creen con la superioridad moral de decir que “quien sale a protestar lo hace porque no tiene otra opción”?
¿Nunca será legítimo y deseable desafiar al poder por el simple hecho de desafiarlo? ¿Siempre quien se rebela debe estar en “las últimas, desgarrado, roto, deshecho”? ¿Por qué son tan buenos, tan buena gente, tan gente de bien?
“¿Qué sabes tu de periodismo?” escucho por ahí.
¿Qué saben ustedes del lumpen? ¿Qué saben de trabajar la tierra, de trabajar con el cuerpo, con la eroticidad, con la sangre? ¿Ustedes nunca se cabrean, nunca putean? ¿Lloran cada mañana viendo como todo sigue igual o más mal y peor? ¿Ustedes se emocionan cuando muere un presidente? Parece que no.
¿Alguna vez han salido a la calle, soportado gases lacrimógenos y participado de la euforia irracional que implica protestar? ¿Los han correteado gendarmes del orden? ¿Alguna vez han sentido como los macabros dedos de una mujer policía se clavan en sus costillas para romper un anillo humano en una manifestación? ¿Alguna vez han dejado de lado el celular, el micrófono, la transmisión en vivo para respirar la impotencia de saber que no hay fin en un levantamiento popular pero que el acto momentáneo de rebelarse es el acontecimiento? Si no es así, hago propias las palabras de Yesenia Zamudio (madre de una víctima de feminicidio en 2016) y les extiendo una invitación:
“Tengo todo el derecho a quemar y a romper.
No le voy a pedir permiso a nadie […].
Y la que quiera romper que rompa,
y la que quiera quemar que queme,
y la que no, que no nos estorbe”.
*
Y por el otro lado, a veces en silencio, sin cuentas en redes sociales o con muy pocos seguidores (por que así también hay que cuidarse), sin recibir invitaciones para grandes subvenciones, ni becas de investigación financiadas por operadores políticos gringos que se autoperciben organizaciones sin fines de lucro, ni charlas magistrales ni talleres con ponentes internacionales, están esas personas que reportan, si que hacen lo que ya no se hace: hablar con un nadie, enfocar la cámara a ese rostro y extenderle un micrófono mal avenido.
Están esas personas que nunca firman sus notas, que nunca se pierden un plantón por más chiquito que sea, que no tienen chaleco, uniforme, casco y a veces ni identificativo del medio, que no trabajan para un medio oficialmente, sino para varios y ejercen el periodismo, ahí están aguantando el frío o el retraso, conversando con la víctima y el victimario. NO, no es su última opción. Salir a cubrir una movilización es su determinación política pese a que todo el entorno insiste en que les iría mejor si se dedican a: escribir libretos para influenciadores, corregir malos textos académicos, asesorar figuras públicas rancias. No sé por qué lo hacen, no me quita el sueño descubrirlo, pero lo hacen. Los hemos visto, aún salen a cubrir los deseos de exterminio estatal, porque habrá que recordar que en una protesta hay un enjambre lleno de municiones y la venia de su señor dueño para asesinar.
Son esa gente que aprendió a escuchar: “infiltrado, prensa corrupta, vendido” —cada adjetivo es una piedra lapidante que no permite entender la diversidad de medios y de periodistas— y pese a ello sigue reportando porque sabe que un insulto gestionado por el poder no es más importante que registrar como un contingente arrastra por el pavimento a un adolescente y a una mujer anciana pero bien parada. Son las personas que aprendieron a mirar al cielo cuando se escucha la detonación de un explosivo, a pegarse contra los muros para evitar una estampida humana. Aprendieron a esperar, esperar, esperar. Aprendieron a alegrarse del anuncio de un paro.
*
Pd: si usted va a salir a protestar (sin estorbar) por favor cúbrase el rostro, no se tome fotografías, ponga su atención total en el acontecimiento, vístase de la forma más genérica posible, infórmese sobre los remedios caseros (agua y limón no sirven) para repeler el efecto del gas lacrimógeno. Corra, aprenda a correr. Nadie necesita un héroe más, queremos un policía menos.
Autoras
