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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

Una pequeña ventana al mundo

Este repaso llega un mes tarde de la décimo octava edición del Festival Internacional de Cine Documental Encuentros del Otro Cine, pero llega. Se hizo necesario reposar lo visto, las sensaciones y sus imágenes; eso dio para digerir la enorme cantidad de documentales nacionales y extranjeros, en esta última ocasión más de 100 películas, entre cortos y largos, incluso la nueva sección de documental animado. Además, porque la reflexión del único festival de cine documental del país es necesaria en un contexto en el que debemos reconocer el frágil estado de las políticas culturales y las fuentes de financiamiento.

Fotograma del documental “Sacachún” de Gabriel Páez

Los registros de las más de 20 películas sobre y en Ecuador, hechas por realizadores ecuatorianas y ecuatorianos, y también extranjeros, son variados: desde el tono periodístico, el humor, la denuncia social, la observación, etc. Año a año se multiplican los puntos de vista sobre lo que atraviesa a nuestro pequeño país. Así, pese a no ser de las más votadas por el público a nivel “nacional” (entiéndase Quito, Guayaquil y Cotacachi), “Sacachún” de Gabriel Páez fue una película extraordinaria: rompe el mandato de este tiempo del imperio de la técnica en pos de cada uno de sus elementos. Sacachún, una historia de un pueblito costeño que ha esperado por décadas que regrese su monolito San Biritute y con él las lluvias y la vida, dialoga con cada capa cinematográfica: la música se debe al pueblo, las imágenes son una parte y se intercambian con el avance de la historia, sorprendente por su realismo y el misterio que plantea. Además, insinúa la politicidad de cualquier práctica cultural desde los lugares más pequeños, como un pueblo prácticamente olvidado de Ecuador. La mirada del director y de su equipo devela no solo una realidad sino una manera de percibir su mundo, ahí está la genialidad de Sacachún y la esperanza que impregna en estos tiempos complicados. En el tono de distorsionar cierta narratividad de “lo propio”, también está “En el país de mis hijos” de Darío Aguirre. Ahí un humor sutil, fresco y bastante reflexivo pone en duda lo nacional sin caer en cierto complejo de inferioridad ecuatoriano ni en el excesivo e irracional nacionalismo; su director es invitado a ser ciudadano alemán y vemos lo que se pone en juego en esta llamada a un extranjero ecuatoriano. “En el país…” vive y expone los límites de esa enunciación, cómo trasmuta lo “nacional” –con sus matices– según el tiempo que vivan los cuerpos que se exponen a la movilidad: migrantes, refugiados, desplazados, residentes; son presencias importantes del fuera de campo en este documental en primera persona, que más que hablar del director es un canal para ver algo de la experiencia de quienes se van de sus países.

Sin que se parezcan pero rodeando, cada una a su manera, el periodismo, estuvieron las jóvenes directoras Daysi Burbano y Gabriela Coka. Burbano estrenó “Madre luna”; migrantes ecuatorianas enfrentan al sistema italiano de protección de menores ante intervenciones y secuestros ilegales de sus hijos. El documental lleva en sí un tema muy complejo, por el entramado político y patriarcal de la práctica del Estado italiano ante las migrantes en desventaja económica y social; y para resolverlo Burbano encontró el relato periodístico sin miedo a la sensibilidad que, además, deja abierta la película. No está incompleta, sino que insinúa la tarea gigantesca que significa retratar esta problemática. Por su lado, Coka estrenó “Rolo”, el registro del trabajo del fotoperiodista ecuatoriano Rolando Andrade, residente en Argentina. La mirada de Coka es casi extrema, seguramente sustentada con un largo trabajo fuera de cámaras, coloca a su protagonista en un día clave de la política argentina: la elección del 2015 entre el actual presidente Mauricio Macri y Daniel Scioli, todavía sin saberse los resultados finales. “Rolo” nos deja ver las zonas conflictivas de un trabajador de la información, sus verdades (ideologizadas, sentimentales, casi sin filtros), su manera de ser y estar; todo a partir del corte decisivo del avance electoral y la cobertura que hace Rolo para Clarín, medio con el que disiente políticamente. Ciertamente difícil ver mucho de una persona en unos días de rodaje, por eso la mirada de Coka acierta al colocar a su protagonista, polémico y honesto en sus sentires.

Espinos y cardos. Pie de foto: Fotograma del corto “Espinos y cardos” de Andrea Miranda.

No faltó lo que siempre nos atraviesa conflictivamente y todavía falta por ver, de maneras distintas para ampliar la mirada: “Gartelmann, la memoria” de Pocho Álvarez, dio otras vueltas sobre esta obsesión de Álvarez: vernos, reconocernos y recordar lo que somos. El fotógrafo alemán Karl D. Gartelmann conoció Ecuador a inicios de los 70, su oficio lo hizo un testigo privilegiado de las fiestas populares andinas y del contacto con varias nacionalidades amazónicas. El diálogo, explícito en el guion del documental, tiene algunos estados: sucede en las imágenes, entre el director y el protagonista, el protagonista y sus retratados. Sin embargo, hay temas e imágenes que deja sueltas y que podían tener un peso propio: el ave como arquetipo en el imaginario colectivo ancestral, que tanto llamó la atención del fotógrafo alemán en sus visitas. En esta misma línea temática pero en otros registros estuvieron “Ömere Gobopa” de Jean-Charles Regonesi y “Las playas de Esmeraldas” de Patrice Raynal. Regonesi le apostó a un documental con temática amazónica, rozando la etnografía y lo experimental en una conversación con dos hombres huaorani, el resultado un corto documental subjetivo que realza la voz de un punto de vista único (ni idealizado ni ingenuo en términos históricos). Raynal en cambio conoce críticamente la afroecuatorianidad desde su punto de vista como director francés, lo suyo más bien es un repaso por una historia insistente que no termina de ser reconocida en el imaginario racista ecuatoriano.

Con lo difícil que es hacer un repaso brevísimo –en comparación con las proyecciones y los puntos de vista que pasan por el festival– termina este pequeño compendio de documentales ecuatorianos, o sobre lo ecuatoriano, con los cortos “Espinos y cardos” de Andrea Miranda, “Sombras envolventes” de Michael Lojano y “El amor es bien raro” de Martín González. Miranda observa prudentemente el trabajo diario de Eva, anciana campesina de un poblado rural de Tungurahua; su mirada es sensible, se mantiene entre lo íntimo y lo más visible de Eva, algo delicado tomando en cuenta el ambiente de empobrecimiento de la protagonista. Lojano, en cambio, observa casas patrimoniales en Guayaquil y mediante el manejo del sonido off-screen hace que la memoria nos cuente historias sobre el paso del tiempo y los cambios casi imperceptibles pero determinantes para el puerto principal. “El amor es bien raro”, así como los otros cortos, tiene una mirada personalísima; acá son sucesos de la biografía de González los que preguntan sobre las verdades del gran tema, lo interesante: recorre vínculos íntimos y les da un sentido para comprender la ruptura amorosa que lo llevó a una crisis emocional (casi en un ejercicio psicoanalítico de conversación “sin hilo conductor”).

Aunque sea un festival pequeño, por el número de sedes, el número de asistentes en comparación con las películas comerciales, o porque no dé premios económicos a las películas más votadas, el Festival EDOC se ha consolidado, y mucho más ahora en sus dieciocho años, como un referente del cine en nuestro país. Es una pequeña ventana al mundo, desde el documental, y una vitrina importante para reconocer cómo seguimos aquí.

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).