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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

Feminicidio de estado

En silencio y con la mirada fija. Más de quince mujeres jóvenes, adultas y queer estaban de pie observando el vaivén de personas y carros en la avenida Amazonas, en el norte de Quito. A sus espaldas dos carteles grandes recordaban a una niña que no estuvo este día: Sofía Valentina Cosíos Montenegro, quien fue encontrada muerta en la escuela Global del Ecuador el 24 de junio del 2016. Valentina sostiene su flauta travesera y mira a la cámara; se la ve creativa y vivaz. Arriba de las imágenes de esta niña, en letras grandes, dice Complejo Judicial Norte. La performance fue organizada por la plataforma Vivas Nos Queremos, de la que también forman parte Ruth Montenegro, madre de Valentina, y su abogada Ana Vera, miembro del centro de protección de derechos humanos Surkuna.

De repente, cada mujer es envuelta en una gran funda negra, como una de esas que llevan los forenses a una escena del crimen para tapar y retirar un cadáver. Los que las cubren con sigilo son hombres de rostro irreconocible, se han tapado con mallas de nylon. Después de cegarlas en la oscuridad de esa funda que podría asfixiarlas las ponen con cuidado en el piso. Ahora ellas ya no tienen rostro, de lejos parecerían bultos grandes listos para depositar en la basura.

Desde enero hasta inicios de este mes, según el registro de las Casas de Acogida en base a lo reportado por los medios de comunicación, ya son 67 mujeres que fueron asesinadas de manera violenta por hombres cercanos. 67 familias y 67 comunidades afectivas (amistades, barrios, trabajos y comunidades religiosas) que fueron quebradas por la violencia feminicida de los hombres que las asesinaron. De hecho, durante la reportería de esta noticia se registraron en los medios cuatro feminicidios más desde el sábado 17 hasta el martes 20.

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Performance de Vivas Nos Queremos en el Complejo Judicial Norte. Foto: Edu León

Ahí estaban los nombres de algunas de ellas: Maribel, Angie, Karina, Vanessa, Angélica, Johanna, Gaby, Tarsila y más de 59 nombres. Los lugares donde las encontraron o los lugares donde las dejaron: Guaranda, Puerto Quito, Sacha, El Guabo, Ambato, Cuenca; casi todo el mapa del Ecuador continental lleno de muertes violentas por motivos de género, como lo indica una infografía elaborada por el Colectivo Geografía Crítica.

En la rueda de prensa, en las afueras del Complejo Judicial, Ruth Montenegro increpa a los medios y también a toda la sociedad: “para mí como madre de Valentina, que la amamanté, que la cuidé, que quise verla crecer hermosa, fuerte, grande, convertida en una gran mujer, su vida sí importa y quiero preguntarles a los señores grandes ¿cuál hubiese sido la respuesta ante la muerte violenta si se hubiese tratado de sus hijas, de sus familiares o amigos más cercanos? ¿Hubiesen pasado 365 días sin respuesta o se hubiera tomado acciones inmediatas?”

La muerte violenta de Valentina aún está sin resolver. Todavía no se encuentran responsabilidades concretas y las investigaciones que continúan en indagación previa no han arrojado información que permita el avance de un posible juicio. Pese a la incertidumbre, la defensa ha logrado que Fiscalía investigue el caso como un posible feminicidio.

A decir de Ana Vera, con este enfoque se permitirá “dilucidar cuáles son las relaciones de poder que están implícitas en el asesinato de Valentina” y si “no hay elementos de tipo penal femicidio el fiscal puede solicitar una nueva calificación; sin embargo, hacer lo inverso puede hacer que pierdas una serie de elementos que son importantes como para dar cuenta de cómo sucedió el delito”. Por eso, para Surkuna, toda muerte violenta de una mujer debe ser investigada como un feminicidio aunque no haya indicios claros de este tipo de asesinato impulsado por la violencia machista.

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Este año se han registrado 67 feminicidios en Ecuador. Foto: Edu León

Para comprender lo que sucedió con Valentina hay que tomar en cuenta otro punto clave: la vulnerabilidad a la que fue expuesta aquel 24 de junio en la escuela Global del Ecuador y la actuación negligente de esta institución, por la que ya tiene una sentencia del Ministerio de Educación que obligó su cierre y la prohibición de abrir otras escuelas.

Ese tipo de actuación del plantel es el síntoma de un fenómeno alarmante: la impunidad de actos violentos contra niños y niñas en el ámbito educativo. Está el caso del Principito y de una adolescente en el colegio La Condamine, los abusos sexuales a 41 niños y niñas en la Academia Aeronáutica Mayor Pedro Traversari y hoy se sumó otra denuncia por abusos sexuales a una niña de 6 años en una escuela de Carcelén, al norte de Quito. La organización Grupo Rescate Escolar ha mencionado que las Direcciones Distritales del Ministerio de Educación receptan al mes un mínimo de 20 denuncias sobre delitos sexuales en el ámbito escolar solo en la capital.

Mientras todavía estaban en el piso los cuerpos de las mujeres en las fundas de basura, Ruth Montenegro veía a las cámaras de los medios y nos preguntaba: “¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a seguir permitiendo que estos hechos se repitan una y otra vez o vamos a tomar acciones?”. Todo lo que decía Ruth era un gran llamado de atención a la sociedad y las instituciones del Estado: no podemos seguir tolerando la violencia contra las mujeres ni la violencia contra los niños y las niñas, esta sociedad no puede quedarse de brazos cruzados esperando que las instituciones lo hagan todo y las instituciones tienen que empezar a asumir su rol, velar por los garantías más indispensables de todas las personas, empezando por las niñas y los niños.

Poco a poco, los hombres de rostros irreconocibles retiraban los cuerpos de las mujeres. Se las llevaron en una carretilla o las tomaban entre dos o entre tres. Ellas tenían tacones altos, zapatos deportivos, zapatos de montaña y botines; como los zapatos de cualquier mujer que vemos por la calle. Al final quedó un cuerpo, sobre ella tenía una flauta travesera, un suéter blanco y unas flores, a su lado se encontraba un nombre, el de Valentina Cosíos Montenegro.

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).