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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| Gabriela Toro Aguilar

Cantadoras de la memoria de Colombia

Una mujer se adentra en un campo sembrado de plátanos, en los Montes de María (Caribe colombiano); todo ahí es de un verde lleno de agua y las plantas varían unas de otras, la piel negra de la mujer brilla en el paisaje. Esa diversidad contrasta con una gran plantación de monocultivo de palma africana que hay junto a sus tierras. Ceferina Banquéz está acompañada de su familia y cuenta al público de ‘Cantadoras, memorias de vida y muerte en Colombia’ cómo fue atraída por el bullerengue. Cuando tenía nueve años escuchó en las voces de sus tías los cantos de la tradición musical más afro del país; desde ahí la música es su compañera más fiel, la que la regresó a la vida después de la violencia y el desplazamiento, según sus propias palabras.

El documental etnográfico ‘Cantadoras’ es la tesis de maestría en Cine Documental en la Universidad Nacional Autónoma de México de la directora colombiana María Fernanda Carrillo; este se presentó el pasado 7 de septiembre en FLACSO Cine. Ahí se observan las experiencias de cinco cantadoras, cinco mujeres que mantienen presente la memoria del pueblo afrocolombiano; cantan canciones populares o de composición propia que narran el día a día, los alimentos, la salud, el clima, el amor, el desamor y la muerte. Con sus voces a ritmo de currulao, alabao, lumbalú, cumbia de acordeón y bullerengue: Cruz Neyla Murillo, Graciela Salgado Valdés (†, también tamborera), Inés Granja, Bety Ochoa y Ceferina Banquéz; han reconstruido la historia del pueblo afrocolombiano y también han roto el ciclo de la violencia que se espera ya no siembre más terror en esos territorios.

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Estas mujeres cuentan cómo llegó la música a sus vidas y cómo la componen: en medio de sus jornadas laborales en sus casas o labrando la tierra, como lo ha dicho Petrona Martínez –eminencia del bullerengue–, quien ha resaltado la versatilidad de las letras de Ceferina Banquéz, la cantadora que hace de línea conductora del documental y que también es una de las mayores representantes del género. No es gratuita esta mención, pues es bien conocido que en la cultura popular afrocolombiana el canto no solo está en los tiempos festivos. El canto forma parte de cualquier aspecto de la vida y por eso también está en la muerte. Así lo explica Cruz Neyla Murillo en Andagoya (Chocó) cuando canta un alabao y cuenta que mucho antes los cantaban con tristeza –por la partida del ser querido– y con alegría, porque la persona fallecida nunca más volvería a ser esclava o esclavo. En el presente más cercano los cantos ya han puesto palabras y música donde la violencia de los grupos armados, la del Estado y las multinacionales, y también la del racismo y el patriarcado, han impuesto silencio y muerte.

La representación de la resistencia de las mujeres a la violencia y a la guerra desde la cultura popular es lo que hace potente al documental. Así han hecho posible que la vida cotidiana se politice desde otros espacios que se salen de las formas hegemónicas de la práctica política, aquí lo hacen los sujetos que históricamente han sido despojados de la creación de sentidos propios para comprender la vida: mujeres afrocolombianas de comunidades empobrecidas y despojadas. Un poco de esto también se puede ver en el material de archivo de la serie documental Yuruparí, realizado por Gloria Triana y producido entre 1982 y 1986, que oportunamente coloca Carrillo. Se ve a las cantadoras lavar ropa en un río, o también trabajando en una mina y ahí no olvidan los tiempos de la esclavitud al cantar:

“Aunque mi amo me mate a la mina no voy (bis)
Yo no quiero morir dentro de un socavón (bis).

Negro he sido, negro soy, negro vengo y negro voy
Negro ayer, mañana y hoy”

Cantadoras como Inés Granja y Bety Ochoa, además de la misma Ceferina Banquéz, relatan los momentos en que sus comunidades se dividieron por la incursión de los grupos armados. Sus canciones son un testimonio de la importancia de las mujeres en la preservación de la memoria cultural: ellas –con todo lo complejo que puede implicar esta afirmación– sostienen los vínculos vitales de sus familias y comunidades y por eso mismo (para saber cómo sembrar o cómo actuar frente a la violencia machista o la de una transnacional) son las que una y otra vez se dicen cómo se hace la vida.

Ahora que Colombia atraviesa una transición por los Acuerdos de Paz –la música popular afrocolombiana y toda creación cultural que reconozca el pedido urgente de construir memoria para ya no repetir ni dejar impune más violencia–, un documento etnográfico como ‘Cantadoras, memorias de vida y muerte en Colombia’ se vuelve urgente para ser visto y difundido en cualquier latitud. Pues lo que justamente se necesita en este tiempo es: rememorar los relatos que hablan de la vida y la muerte, desde las resistencias culturales, y crear nuevos relatos para la paz que la mayoría de colombianas y colombianos quieren.

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Autoras

Gabriela Toro Aguilar

Apasionada de la locura de la vida. Antes que nada prefiere observar, escuchar y leer. Periodista, correctora de texto y estilo y encuadernadora artesanal. Actualmente es becaria de la maestría en literatura hispanoamericana de El Colegio de San Luis (México).